En la Primera Lectura de hoy (Ef 4,1-6), San Pablo, desde la soledad de la prisión, dirige a los cristianos un auténtico himno a la unidad, recordando la dignidad de la vocación. Es una soledad que acompañará al apóstol hasta su muerte en “Tre Fontane”, porque los cristianos están demasiado ocupados en sus luchas internas. El mismo Jesús, antes de morir, en la Última Cena, pidió al Padre la gracia de la unidad para todos. Sin embargo, ya estamos acostumbrados a respirar el aire de los conflictos: cada día, en la tele y en los periódicos, se habla de conflictos, un tras otro, de guerras, sin paz, sin unidad. Aunque se hagan pactos para detener cualquier conflicto, luego dichos acuerdos quedan desatendidos. De ese modo, la carrera armamentística, la preparación para las guerras, la destrucción, sigue adelante. Hasta las instituciones mundiales –lo vemos hoy–, creadas con la mejor voluntad de ayudar a la unidad de la humanidad y de la paz, se sienten incapaces de hallar un acuerdo: que si hay un veto aquí, un interés allá… Y les cuesta encontrar acuerdos de paz. Mientras, los niños no tienen de comer, no van a la escuela, no son educados, no hay hospitales, porque la guerra lo destruye todo. Tenemos como una tendencia a la destrucción, a la guerra, a la desunión. Es la tendencia que siembra en nuestro corazón el enemigo, el destructor de la humanidad: el diablo. Pablo, en este pasaje, nos enseña el camino hacia la unidad: “mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz”. La unidad está ‘blindada’ –podemos decir– con el vínculo de la paz. La paz lleva a la unidad.
Por eso: “os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos”. Para hacer la paz, la unidad entre nosotros, humildad, dulzura –nosotros que estamos acostumbrados a insultarnos, a gritarnos…, dulzura– y magnanimidad. Olvídate, y abre el corazón. Pero, ¿se puede hacer la paz en el mundo con esas tres cosas pequeñas? Sí, es el camino. ¿Se puede llegar a la unidad? Si, por ese camino: humildad, dulzura y magnanimidad. Y Pablo es práctico, y continua con un consejo muy práctico: “sobrellevaos mutuamente con amor”. Soportarnos los unos a los otros. No es fácil, siempre sale el juicio, la condena, que lleva a la separación, a la distancia… Eso pasa, también cuando se crean distancias entre los miembros de una misma familia. Y el diablo es feliz por eso, es el inicio de la guerra. El consejo es pues soportare, porque todos damos motivo de fastidio, de impaciencia, ya que todos somos pecadores, todos tenemos defectos. San Pablo recomienda “conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz”, inspirado seguramente por las palabras de Jesús en la Última Cena. “Un solo cuerpo y un solo Espíritu”.
Y luego sigue y nos hace ver el horizonte de la paz con Dios; como Jesús nos hizo ver el horizonte de la paz en la oración: “Padre, que sean uno, como Tú y yo”. La unidad. Además, en el Evangelio de hoy (Lc 12, 54-59), Jesús aconseja buscar un acuerdo con nuestro adversario “en el camino”: un buen consejo, porque no es difícil hallar un acuerdo al inicio del conflicto. El consejo de Jesús: ponte de acuerdo al inicio, hacer las paces al inicio: eso es humildad, eso es dulzura, eso es magnanimidad. Se puede construir la paz en el mundo entero con estas cosas pequeñas, porque esas actitudes son las de Jesús: humilde, manso, perdona todo. El mundo hoy necesita paz, nosotros necesitamos paz, nuestras familias necesitan paz, nuestra sociedad necesita paz. Empecemos en casa a practicar estas cosas sencillas: magnanimidad, dulzura, humildad. Sigamos por ese camino: el de hacer siempre la unidad, consolidar la unidad. Que el Señor nos ayude en ese camino.
Fuente: Almudi.org