¿Quién es la verdad?
En la medida en que los derechos humanos se han utilizado para justificar el individualismo posesivo, han sido despojados de su auténtico significado.
En nombre de nuevos derechos humanos, de segunda
y tercera generación y de inspiración puramente positivista, y a tenor de un absolutismo de la técnica, se conculca la esencia misma de la ley natural.
Esta ideología hoy predominante es tal vez el principal obstáculo para la tarea de la nueva evangelización.
¿Qué es la verdad? Jesús dijo un día: «Yo soy el camino,
la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Así pues, la formulación correcta de la pregunta no debe ser «¿Qué es la verdad?» sino «¿Quién es?». Ésta es la pregunta que se plantea también el hombre del tercer milenio” [1]. Con estas palabras, Juan Pablo II recordaba en su viaje a Suiza, en 2004, un principio básico de la fe católica: la verdad es una Persona. Con Jesucristo irrumpe en la historia “la Verdad en Persona” [2].
La encarnación de la segunda Persona de la Santísima Trinidad manifiesta de manera flagrante el carácter personal del cuerpo humano: “En el hombre, creado por Dios, se refleja la gloria de la Santísima Trinidad” [3]. Además, al encarnarse, esta Persona divina lleva a cabo la Redención de todo el género humano. Al confesar, por lo tanto, la encarnación, confesamos también que cada cuerpo humano tiene un carácter personal: la persona y sus derechos fundamentales son definidos por la pertenencia a la especie humana. Por último, al confesar que Dios ha entrado en la historia como “fruto del vientre de una mujer”, la Iglesia Católica confiesa que la persona creada de mayor dignidad es una mujer y sitúa la maternidad en el centro de la fe.
Al confesar que Jesucristo es la verdad, proclamamos la dignidad de la persona humana, de la maternidad y de la humanidad. Al conquistar almas para Cristo, hacemos ser más humano el mundo. Este mensaje es especialmente relevante en el momento histórico actual, también en vista de la nueva evangelización [4].
El fundamento del derecho
El principio de acuerdo con el cual la persona es definida por la pertenencia a la especie humana significa que los derechos humanos fundamentales no pueden establecerse sobre la base de la pertenencia a un subgrupo del género humano, comoquiera este se defina: raza, religión, pueblo o nación, clase política. Tampoco pueden reducirse los derechos de la humanidad a los de la generación actual.
Ciertamente, este principio se puede confesar sin profesar la fe católica. Nos maravilla, sin embargo, el hecho de que la Iglesia Católica hoy parece ser la única autoridad religiosa y moral que lo defiende. Tal vez el motivo es que no se puede negar este principio siendo católicos, ya que esto implicaría al mismo tiempo vaciar el contenido de las verdades centrales de la fe, como la Encarnación y el valor universal de la Redención. Desde este punto de vista, la verdad católica se presenta como una garantía de humanidad.
También es importante advertir que el principio al cual nos referimos no es simplemente un “principio de derecho natural”. El cuerpo humano, la identidad personal, constituye la base observable del derecho: es como el “documento central” de todo contrato (cualquier documento de identidad se refiere al cuerpo). Por consiguiente, este principio fundamental de la fe católica es al mismo tiempo el fundamento de todo derecho (natural, civil, penal, constitucional). Cuando se afirma que la sociedad civil y el Estado de derecho surgen de un “contrato social” entre los hombres, no se puede perder de vista que este contrato no es un acuerdo voluntario entre “subjetividades puras”, sino entre “libertades encarnadas”. Es la pertenencia a la especie humana (familia humana) lo que permite a los hombres estar constituidos en sociedad [5]. La humanidad precede a la sociedad.
El servicio de la Iglesia Católica
En el mundo actual, es normal, cuando alguien proclama la inseparabilidad entre el individuo y la especie humana, que sea identificado como católico. No es fácil refutar esta idea, y quizás puede incluso ser contraproducente. Efectivamente, puede ser más eficaz subrayar que se trata de un principio sin el cual el derecho terminará derrumbándose, como se viene abajo inesperadamente sobre una piscina un techo de cemento armado, deteriorado por una corrosión de años, y que al defender este principio la Iglesia Católica sirve a la persona, el derecho y la humanidad. “La Iglesia tiene una responsabilidad con lo creado” y considera que es su deber “proteger ante todo al hombre contra la destrucción de sí mismo” [6]. Por otra parte, no se puede olvidar que aquel que defiende este principio fundamental del derecho y lleva una buena vida sobre la base del mismo, “mantiene la ley natural y sus preceptos (…) y puede obtener la (vida) eterna ‘mediante la acción de la luz divina y la gracia’ [7], lo cual significa que en realidad forma parte de la Iglesia Católica, porque “extra Ecclesiam nulla salus” [8].
Al respecto, son significativos los discursos de Benedicto XVI en la Westminster Hall (17.09.2010) y en el Bundestag (22.09.2011). Pareciera que la humanidad se viese cada vez más necesitada de buscar el apoyo de la Iglesia Católica en el momento de renovar el respeto al derecho y a la especie humana.
Superar el individualismo
Ha sido un gran mérito del humanismo moderno reconocer la importancia de la libertad para organizar la sociedad de manera más consonante con la dignidad de la persona humana. El concepto de derechos humanos, la idea de igualdad de todos los hombres ante la ley, la participación democrática de los ciudadanos en el gobierno, el constitucionalismo y la separación de los poderes constituyen parte de estos resultados. Sin embargo, el humanismo moderno, sobre todo en la forma de ideología liberal del Iluminismo, contenía una visión del hombre no centrada en la persona, sino en el individuo entendido como pura subjetividad. Se puede decir que esta visión es un “individualismo positivista”, una ideología según la cual el individuo es “solamente una libertad que él se crea por sí solo” [9].
Por ejemplo, el liberalismo, en su versión original, no solo contenía el excelente principio económico de la “libertad de mercado”, sino también un “individualismo posesivo”, que celebra la “relación de propiedad” olvidando la meta-física de la “relación interpersonal” [10]. De acuerdo con ese “individualismo”, el cuerpo no es persona, sino propiedad absoluta del sujeto. Esto vale para el propio cuerpo, pero también para otros cuerpos humanos sobre los cuales eventualmente se adquiere poder. La sociedad humana se reduce a una red de relaciones de mercado, y convivir es un equilibrio de intereses egoístas [11]. El individuo tiene la primacía absoluta, incluso sobre la especie humana.
En la medida en que los derechos humanos se han utilizado para justificar el individualismo posesivo, han sido despojados de su auténtico significado.
El error del colectivismo
La necesidad intelectual de amansar el “individualismo posesivo” ha conducido a ideologías colectivistas que han procurado poner límites mediante diversos mecanismos de socialización. A pesar de conservar la primacía de la “relación de propiedad”, el colectivismo socialista ha intentado remediar las desastrosas consecuencias provenientes de este postulado, otorgando a la “sociedad” la titularidad de los derechos de propiedad. Sin embargo, como ya se ha señalado, el concepto de “sociedad” (en contraposición con “especie humana”) es vago, y la definición de “bien social” se deja al arbitrio de quienes tienen el poder. El nacional-socialismo procedió con criterios racistas y nacionalistas; el marxismo, con criterios de clase política. El remedio resultó ser peor que la enfermedad: era como pensar que es posible apagar el incendio con bencina “porque es líquida”. Se instauró una dialéctica contradictoria, incapaz de cimentar en forma coherente los derechos personales, vale decir, sobre la base de la pertenencia al género humano. Por consiguiente, surgieron regímenes totalitarios que en nombre de la “libertad” pervirtieron el derecho y sacrificaron a la persona [12].
Además, en el plano de la verdad, el postulado positivista del individualismo conduce al relativismo y rechaza toda limitación de la libertad que no nazca de decisiones voluntarias tomadas por los individuos en las diversas asociaciones en las cuales se constituyen.
Por último, este postulado ha conducido en Europa al “secularismo”, un movimiento de “secularización”, que culminó en la reivindicación marxista de la emancipación del Estado con respecto a Dios, la religión y la moral (secularismo).
Vale la pena advertir, aunque solo sea de paso, que el constitucionalismo estadounidense se desarrolló de distinta manera, sobre la base de los principios enunciados por George Washington en su Farewell Address: la religión y la moralidad son soportes indispensables de todas las disposiciones y virtudes que conducen a la prosperidad política. No puede pretender ser un patriota aquel que subvierte estos grandes pilares de la felicidad humana y civil. Sería imposible garantizar los derechos fundamentales (propiedad, vida, reputación) si desapareciera el sentido religioso en el ejercicio de la justicia; sería engañoso pensar que la moralidad nacional podría prevalecer prescindiendo del principio religioso. León XIII cita expresamente al primer Presidente de los Estados Unidos y utiliza las ideas del Farewell Address en el momento de formular los principios fundamentales de la doctrina social católica, y en la misma dirección se pronuncia luego Pío XII [13].
La solución del personalismo
Las ideologías colectivistas han sido reducidas al absurdo por la historia. Por el contrario, el individualismo sigue vivo: es la ideología hoy predominante, y tal vez el principal obstáculo para la tarea de la nueva evangelización. Un primer paso para superarlo consiste en no confundirlo con el personalismo cristiano. Es fácil pensar, por ejemplo, que “individualismo liberal” y “personalismo cristiano” son equivalentes por cuanto ambos afirman la primacía del individuo con respecto al Estado y a la sociedad. Ciertamente, durante el siglo XX, la lucha contra el totalitarismo produjo acercamiento entre las posiciones liberales y católicas, por ejemplo en lo tocante a la defensa de la propiedad privada. Sin embargo existe una diferencia de fondo: el “individualismo liberal” defiende la primacía de la persona con respecto a la especie humana, mientras el “personalismo cristiano” defiende la inseparabilidad de la persona y de la especie humana: la relación entre la persona y la humanidad es la de un todo hacia otro todo [14]. Precisamente esta diferencia conduce a posiciones sumamente distintas sobre los temas del matrimonio, de la familia y de la vida.
Matrimonio, vida y familia
Detrás de errores como el divorcio, la contraconcepción, la destrucción de los embriones y de los fetos o el matrimonio homosexual, se oculta una negación sutil del principio según el cual ningún individuo es dueño de la especie humana. Consideremos (solo a modo de ilustración) el caso de la contraconcepción: todos reconocen que si el ejercicio de la sexualidad no estuviese ligado a un placer tan grande, “la especie humana se habría extinguido hace tiempo”. Al considerarse legítimo provocar este placer “a voluntad” (es decir, eliminando voluntariamente todo riesgo de concepción), se legitima un comportamiento que, al menos en principio, implica la extinción (además de graves daños para las relaciones interpersonales y para el amor conyugal). En todos los casos, se entiende que el placer individual está por encima de la conservación de la especie humana, y por cuanto la pertenencia a la misma es el fundamento visible de derechos personales, de hecho se pone en tela de juicio el fundamento del derecho, y entre otras cosas se termina fácilmente otorgando legitimidad a la destrucción de seres humanos indefensos.
En semejantes incumplimientos del quinto mandamiento, es fácil reconocer la aberración, ya que el atentado afecta a un cuerpo humano y por lo tanto es visible que se atenta al mismo tiempo contra la especie humana. En las culpas contra el sexto mandamiento, se atenta (en principio) contra la especie sin atentar directamente contra una persona humana. Sin embargo, al aceptarse el principio según el cual “el individuo es dueño de la especie humana” también se acepta que el mismo es dueño de los cuerpos humanos, sobre los cuales adquiere un poder de hecho. Eso implica la instalación de una mentalidad abierta a la violencia.
En la última reunión en Asís, un representante del humanismo agnóstico declaró lo siguiente: “El secularismo es la única forma de civilización que no contiene una reflexión sobre lo materno”. Pienso que no se puede expresar mejor el hecho de que “el Estado que nace del secularismo” es portador en sí mismo de una tendencia contraria a la maternidad y destructora de la humanidad.
Ya en el siglo XIX, el Magisterio destacó el error del “individualismo posesivo” mimetizado en ideología liberal. Por ejemplo, Pío IX afirma que “cuando en la sociedad civil es desterrada la religión y además son repudiadas la doctrina y la autoridad de la revelación, queda también oscurecida y aun perdida la verdadera idea de la justicia y del derecho, en cuyo lugar triunfan la fuerza y la violencia”. Y en términos que pueden considerarse proféticos a la luz de la actual crisis económica, insiste en el hecho de que “una sociedad al margen de las leyes de la religión y de la verdadera justicia no puede tener como ideal sino acumular riquezas ni aplicar como ley de todas sus acciones sino una indómita concupiscencia dirigida a servir únicamente los propios placeres e intereses” [15]. Combatiendo decididamente el “individualismo liberal”, el Magisterio anterior al Concilio Vaticano II sostuvo (de manera indirecta, si se quiere, pero sin dudas) la perspectiva católica sobre la persona y el fundamento del derecho.
El Concilio Vaticano II introdujo en cierto sentido un cambio de perspectiva, y el Magisterio sucesivo pone mayormente el acento en la proclamación de la doctrina sobre la persona y sus derechos. Sin embargo, condena el individualismo y el positivismo (por ejemplo, en las cuestiones bioéticas y familiares). Tanto antes como después del Concilio Vaticano II, el Vicario de Cristo, al defender la “Verdad en persona”, defendió y siempre defenderá a la persona y a la humanidad.
Por una parte, es muy importante, con el fin de impregnar la cultura de hoy con el espíritu del Evangelio, no aparecer como aquel que sacrifica la libertad en nombre de la verdad; pero por otra parte sería contraproducente aceptar la tesis de que “el Magisterio católico ha sacrificado la libertad y los derechos de la persona en nombre de la verdad”. Aceptando esta tesis, se sugiere que el Magisterio ha defendido una verdad que no es persona, y esto, como hemos visto, es negar el fundamento mismo de la fe cristiana.
Al defender el principio según el cual el cuerpo humano es personal y es el fundamento visible del derecho, el Magisterio ha defendido más bien la verdad sin la cual no es posible definir a la persona, verdad que todo Estado tiene el deber de defender, también en forma coercitiva. Como recordó Benedicto XVI ante el Parlamento alemán: “En las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta” [16]. Es preciso tener presente “el bien humano universal” [17].
El humanismo cristiano
“La verdad es Jesucristo, que vino al mundo para revelarnos y darnos el amor del Padre. Estamos llamados a dar testimonio de esta verdad con la palabra y sobre todo con la vida” [18]. Más que refutando los errores doctrinales y exponiendo verdades abstractas, la nueva evangelización se hará manifestando con nuestra vida la adhesión a la Verdad en persona, Jesucristo [19].
“Jesucristo revela el hombre al hombre”, insistía Juan Pablo II incansablemente, y terminó por abatir los muros del colectivismo marxista ateo. Dando a conocer la Encarnación, se proclama el carácter personal del cuerpo humano, se exalta la maternidad y se defiende a la humanidad. Insistiendo en el hecho de que “la Verdad es una persona: Jesucristo”, lograremos liberar a la cultura de las cadenas sutiles del individualismo hedonista y positivista e instaurar el personalismo y el humanismo cristiano.
Notas:
[1] Juan Pablo II, Homilía en Berna, 6.6.2004.
[2] Orígenes, Contra Celso.
[3] Juan Pablo II, op. cit.
[4] Ver Benedicto XVI, Motu proprio Porta fidei (11.10.2011).
[5] Ver Benedicto XVI, Caritas in veritate (26.6.2009), n. 53; León XIII, Diuturnum illud (29.6.1881); Pío VI, Breve Quod alicuantum (10.3.1791).
[6] Benedicto XVI, Caritas in veritate (29.6.2009), n. 51.
[7] Pío IX, Quanto con?ciamur moerere (10.8. 1863).
[8] Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 846-848.
[9] Benedicto XVI, Discurso en el Bundestag, 22.9.2011.
[10] Ver Benedicto XVI, Caritas in veritate (29.6.2009), n. 53.
[11] Ver Crawford Brough Macpherson, The Political Theory of Possessive Individualism: Hobbes to Locke, 1962, Oxford University Press, USA; Reprint edition 2011.
[12] Ver Benedicto XVI, Discurso en el Bundestag, 22.9.2011.
[13] Ver León XIII, Longinqua oceani (1.1.1895); Pío XII, Serium laetitiae (1.11.1939).
[14] Ver Benedicto XVI, Caritas in veritate (29.6.2009), n. 53.
[15] Pío IX, Quanta cura (8.12.1864).
[16] Benedicto XVI, Discurso en el Bundestag (22.9.2011).
[17] Benedicto XVI, Discurso (16.8.2011).
[18] Juan Pablo II, Homilia em Berna, 6.6.2004.
[19] Ver Santo Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 11, a. 1.
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