Al ahondar en el contenido de la sinfonía sacra MaipúCampana, el poeta y sacerdote Joaquín Alliende señala que confesar la identidad católica mariana de Chile, en el símbolo de la Virgen del Carmen, es simplemente ser veraces con la historia: “Creo que el texto que hemos hecho nosotros es de una Iglesia que se planta sin andar pidiendo perdón a todos por existir, sino que lo hace desde una identidad clara, abierta y definida y se presenta como oferta, como entrega, como camino histórico de identidad, con dinamismo de futuro”
La música son sonidos que se repiten en el tiempo y el silencio es creativo”, dice este poeta, escritor, teólogo y presidente de Ayuda a la Iglesia que Sufre, sacerdote schoenstatiano, Joaquín Alliende Luco, quien viajó desde Alemania a Chile para el estreno de la Sinfonía Sacra Maipú Campana, alma de la chilenía, un espectáculo de danza, música, teatro que en cuatro funciones, los días 11, 12, 13, y 14 de noviembre, fue ovacionado por unas 12 mil personas que llegaron al Santuario Basílica Nacional del Carmen-Maipú.
La profundidad de los textos, basados en los poemas del padre Joaquín Alliende, contenidos en el libro “Madre Alma, Carmen de Chile” (Ediciones Universidad Católica, que fue presentado el 23 de noviembre), junto a la armonía y belleza de la música del compositor chileno y académico del Instituto de Música de la PUCV Boris Alvarado y el guión de Valentina Jensen, lograron una puesta en escena memorable, que se transformó en el gran regalo cultural de la Iglesia Católica para las celebraciones del Bicentenario.
En su viaje relámpago a Chile (reside en Alemania) el padre Joaquín Alliende nos relata que todo partió cuando hace varios años le pidieron elaborar un texto para las campanas que fueron regaladas para el Templo de Maipú y que conforman el maravilloso carillón actual. A partir de entonces comenzó a escribir una obra lírica, épica y documentada, de unas 450 páginas, que recorría la historia de Chile, la cual quiso llevar a una expresión cultural, multidisciplinaria (danza, actores, solistas vocales, coro femenino, ensamble de multiflautas, tape y orquesta) con motivo del Bicentenario.
Con el apoyo del Arzobispado de Santiago y de la Corporación Cultural de la Cámara Chilena de la Construcción, convocó al destacado compositor Boris Alvarado y a Valentina Jensen, para que juntos decantaran el texto y le dieran un ritmo y la estructura interna que determinó la puesta en escena definitiva de MaipúCampana.
Formular la identidad
–En el relato está la presencia de un niño que dialoga con su abuelo… ¿Por qué esa relación es la línea conductora de la obra?
–En el fondo es la tradición. No hay pueblo sin tradición. Tradición es pasar al otro. Y la tradición se produce por una amistad, por un amor, porque alguien le crea a alguien. Porque hay maestros y hay discípulos. Porque somos deudores del pasado para reinventarlo. Como decía Eugenio D´Ors, el que no tiene una tradición plagia, es decir, es un monigote, un improvisador sin consistencia. En lo biográfico tuve un tata de película o de novela (Joaquín Luco Arriagada), un gran médico psiquiatra, un maestro de maestros del alma, con quien tuve una profunda amistad que me marcó para la vida
–En MaipúCampana recorre la historia de Chile y reflexiona sobre su identidad… Confiesa que “las mutaciones de la historia y de la geografía se me volvieron un bumerán para interrogarme sobre mi chilenidad”… ¿Lo interpelaba realmente a preguntarse sobre la identidad de Chile en el año del Bicentenario?
- Es un tema que vengo arrastrando hace mucho tiempo. Tuve la oportunidad de participar en la Carta de los Obispos de Chile el año 1968 llamada “Chile, voluntad de ser” y junto con ser discípulo del historiador Jaime Eyzaguirre he podido ir complementando esto con el análisis de la identidad cultural de otros países y de otras comunidades culturales. Para mí lo esencial del bicentenario es un país que recapitula y formula su identidad para desde allí dar un salto adelante, y significar un cambio epocal. Pero siempre desde una identidad, desde una continuidad creativa.
–En un mundo globalizado, donde más bien las identidades de las naciones tienden a desdibujarse y donde las personas se autodenominan como “ciudadanos del mundo”, ¿qué sentido e importancia tiene el re-descubrir la propia identidad? ¿No resulta quizás limitante?
–Es la única posibilidad de ser serios y creativos en la historia. La única alternativa para que los que tienen el dinero y las armas no dominen y nivelen al mundo. La única posibilidad para que el cristianismo fecunde a los pueblos, porque Dios ama lo real y lo personal. Es una visión católica y cristiana de la historia, es el Dios de las tres personas. Eso nos diferencia claramente del islam. Ambos somos monoteístas, pero nosotros somos monoteístas trinitarios, lo que significa que la variedad personal es la que crea la riqueza de la unidad. El mundo será una masa uniforme que vive con los ritos de la pura entretención, o será una nueva etapa rica de la humanidad a partir de identidades personales, comunitarias y nacionales.
Somos gente fluvial
–Cuando habla de nuestro ser “chileno” utiliza expresiones como “Somos gente fluvial”, “Chile edén”, “Antes que Chile, chilena” (y otras). ¿Podría ahondar en el significado de estas expresiones?
–“Gente fluvial” es la gran metáfora del río: vamos a dar a la mar. Es una metáfora que viene en todas las civilizaciones y que Heráclito la fórmula clásicamente. Somos gente que quiere hacer historia, pero el río tiene cauce, tiene fuente, el río tiene transcurso, remansos y rápidos. No es una suma de pozos. Entonces hay que estar en la continuidad dinámica del tiempo. Esa es la cultura y eso es un pueblo viviente. “Chile Edén” está presente en la canción nacional. Aparte de ser la admiración por una tierra verdaderamente bellísima, un caleidoscopio de belleza, está la intuición de un pueblo grande, porque ha nacido de vencimiento de las adversidades. Hay algo contemplativo cósmico, telúrico. Es un contemplativo de la creación y, por otro lado, una especie de conciencia de que se han superado los terremotos y las guerras fortaleciendo un nervio interior, un alma, que es ánima, pero de la cual brota un “animus”, un ánimo.
–“Antes que Chile, chilena”…
–Es una expresión muy propia del pueblo chileno, que la gente repite porque se ha sentido interpretada. Creo que en la obra, más allá de una estructura poética o un lenguaje, hay algo más profundo. Cuando Dios crea Chile, cuando le da una identidad entre los pueblos, Él la prevé en una mujer. Diría que lo mariano marca lo chileno. Si uno enumerara los elementos constitutivos de nuestra nobleza como pueblo, se coincide con la descripción de lo que es María a la luz de las Santas Escrituras y de la tradición de la Iglesia. Hay una íntima consonancia de la identidad de Chile con lo que es María y en particular con el nombre del Carmen. Porque Dios no está en el vacío, sino que en la historia y en la historia de Chile.
Voto a la Virgen
–En MaipúCampana, uno de los hitos que recalca al recorrer la historia de la patria es el “voto solemne” a la Virgen del Carmen que hizo el pueblo chileno el 14 de marzo de 1818: “En el mismo sitio donde se abra la batalla y se obtenga la victoria se levantará un santuario de la Virgen del Carmen,(…) y el mismo lugar de su misericordia que será el de su gloria”….Es un voto ya cumplido. ¿Cómo se actualiza esa promesa en nuestros días?
–Salustio dice “un reino crece en la fidelidad al origen”. Hay que volver al origen para saber quién es uno. El origen del Chile autoconsciente de su protagonismo único, como nación libre en el concierto de las naciones, está ligado esencialmente a Maipú. Y esta tierra está íntimamente ligada a la Virgen del Carmen. Maipú es cuna de libertad, cuna mariana, cuna americana, de un Chile situado en América. La formulación es hermosísima: “que el lugar de su misericordia sea el de su gloria”. Es una descripción profunda de la espiritualidad del Evangelio y, en particular, del Magníficat. Reconocemos la misericordia de Dios con nosotros y a partir de esta experiencia lo glorificamos. La relación entre misericordia y gloria es de una profundidad religiosa evangélica y de espiritualidad riquísima que anima a cultivar lo más hondo de la identidad chilena, la cual está marcada con el cuño del Evangelio de Cristo esencialmente.
Veraces con la historia
–Se comprende para el mundo católico, ¿pero qué sentido tiene para el Chile de hoy, en los inicios del tercer milenio, un país , con múltiples miradas, otros credos y una sociedad más abierta y plural?
–Es reconocer el origen. Confesar la identidad católica mariana de Chile, en el símbolo de la Virgen del Carmen, es simplemente ser veraces con la historia. La lectura de esa realidad puede hacerse desde un catolicismo no crítico, o se puede hacer desde un catolicismo al estilo de Juan Pablo II y Benedicto XVI, post conciliar. Es decir, un catolicismo que tiene capacidad de ser semilla en una sociedad plural. Creo que el texto que hemos hecho nosotros es de una Iglesia que se planta sin andar pidiendo perdón a todos por existir, sino que lo hace desde una identidad clara, abierta y definida y se presenta como oferta, como entrega, como camino histórico de identidad, con dinamismo de futuro. Conviene definirse para desde ahí dialogar con todos los nuevos aportes.
–Europa ha renegado de su raíz cristiana… ¿negar, omitir o echarle tierra a este legado es, desde su punto de vista, de alguna forma “matar” el alma nacional?
–Es suicidio. Es negar la verdad. Esta patria es así. Existe una verdad y estamos abiertos al enriquecimiento de esa verdad, pero la raíz es una. Lo contrario sería decir comencemos todo de nuevo y no somos nadie. Simplemente sujetos del mercado comercial o del mercado de las ideas, de las modas o de la frivolidad. Hay una identidad interna que nos define como protagonistas del diálogo cultural que viene.
–En un tiempo en que se tiende a arrinconar la religión a la sacristía y al ámbito de lo personal, esta obra viene a reivindicar los derechos a la “plaza pública que tiene la Iglesia Católica”?
–Y que tiene todo aporte que enriquezca el capital social. Una sociedad no se puede construir con puras leyes. Un país no vive sólo de ordenanzas administrativas; hay una sustancia humana, que es lo que hemos llamado el alma e identidad de un pueblo. ¿Quiénes son las fuerzas morales que hacen la convivencia más fraterna? ¿Quiénes son las que le aseguran un horizonte de esperanza a un pueblo? ¿Quiénes son las que le aseguran identidad desde su raigambre? Todas son bienvenidas. Sin embargo, el más contundente, el con más título histórico, el con más creatividad ha sido el aporte de la Iglesia Católica, con todas las falencias y pecados que ella arrastra, porque está conformada por hombres.
Maipú: “Tierra arada”
–“Maipú” y “Campana” son palabras clave en el desarrollo de esta sinfonía sacra. En el texto se señala que “Maipú significa tierra roturada, arada. Espectáculo de los terrones mullidos, abiertos, tajo al aire en sed por la semilla… Lloved cielos, el rocío! Maipú promesa. Maipú, tierra abierta al rocío del cielo y al rumor de la acequia incaica. Maipú, recinto del Adviento en el que, entrañado, crece Jesús…” ¿Hay un anhelo, una esperanza?
–¡Sin duda! Dios, ese Dios de la historia es el Dios de la geografía. Es el Dios de los nombres, porque es el Dios vivo y por eso es que Jesús nombra a los apóstoles. “Nomen est omen”, “El nombre es el destino”; por eso el que la libertad como nación naciera en una tierra con un nombre de tan rica resonancia etimológica es un mensaje. Un mensaje con capacidad de futuro. Es tierra abierta, que está sedienta. Porque si hubiese sido un pedregal, no podría beber el matinal rocío ni de la acequia benéfica. Me parece que hay una clave de apertura, de un dejarse fecundar. Es una tierra que tiene algo de cáliz para recibir la vida que viene de lo alto, que en nuestra fe, fluye del Espíritu.
–Otra de las palabras centrales es “Campana” y con ella hace una analogía entre una humilde campana de greda que es muda y la campana de bronce con pepitas de oro… aclarando que las con unas gotas de oro logran el sonido pleno y lindo…
–Existe una tradición que narra todo el ritual en torno a la fundición de las campanas y del momento en que con la bendición del cura del lugar se lanzaba a la caldera hirviendo un puñado de polvo de oro o pepitas de oro, y se conocía como el “alma” de la campana. Entonces yo hago la reflexión de que el sonido tiene algo invisible, algo imponderable. La campana es de bronce pero hay un oro interno que no reluce, sino que ilumina desde la entraña misma de la campana. Entonces en la obra planteo que del sonido hay que pasar a la búsqueda de la resonancia del oro, con todo lo que el oro significa: eternidad, nobleza, es el metal que nunca se pierde. Toda la simbología ancestral mística del oro que está en el sonido de la campana y del carillón. Por otra parte, la campana es también el cuerpo de una mujer grávida. La música va por dentro. En el momento en que la campana lanza su sonido, se abre esa entraña para entregar la vida de su musicalidad y la vida de ese oro oculto que le está dando esa capacidad de animación para superar lo desalmado de la tierra.
El culebra
–Uno de los momentos más fuertes es cuando aparece el Culebra. Se la identifica con expresiones tales como “la mentira suavecita guitarrea muy bonita”…“Rejuvenece lindura, de la carnecita impura”… “Con elegante impudicia cocina rica codicia”… “Mueve y mueve la culebra, demuestra que el burro es cebra”…“Ninguneo es su programa : ¡a ninguno nadie ama!”…“Disfraza a Caín de hermano, a Abel de hirsuto enano”… “Comienza lento y curioso, después se mueve furioso”… ¿Es ésta la cara fea de la historia de Chile?
–Es mucho más que la cara fea, porque detrás de la fealdad está la maldad. El hombre camina en la historia entre dos opciones: la que lo lleva al bien y la que lo lleva al mal. Por eso en el libro yo cito al Goethe que dice: “podría cometer todos los crímenes”, o a Ortega que dice: “la vaca en el prado será siempre vaca, pero el hombre puede dejar de ser hombre”. Entonces sin esa opción la historia pierde su dramatismo y se transforma en imbecilidad o en improvisación o en intrascendencia. Hay que ir a la lucha dramática de la libertad, que es individual, y que también se convierte en una opción de los pueblos. Entonces hay que desenmascarar al demonio, dejar de mirarlo como un personaje intrascendente y leer desde la simbología chilena, desde los lenguajes populares, la trascendencia teológica, teologal que tiene esa verdad que es ser hombre en el tiempo, lo cual nos permite ir optando en persona y como pueblo por el camino que nos hace estar en la antesala del cielo o del infierno.
–Uno de los actos más relevantes lo titula “Purificación de la Memoria”, donde enumera nueve perdones, entre ellos por los pecados contra la justicia social, de la violencia política, por las violaciones a los derechos humanos, en la transmisión de la fe y en el relativismo moral… ¿Es necesario reconocer la debilidad personal y social como país?
–Así como en el Padre Nuestro pedimos que Dios nos dé el pan para cada día porque necesitamos el alimento, así también necesitamos el perdón. Ese texto fue tomado de un acto histórico de gran importancia que fue en el jubileo 2000 cuando siguiendo una inspiración del entonces Cardenal Ratzinger asumida por Juan Pablo II, en Chile hicimos una Purificación de la Memoria. Un texto muy marcado por la pluma del Cardenal Francisco Javier Errázuriz que aunó a la Conferencia Episcopal de Chile; un documento de profundo peso histórico, sensibilidad social y cultural y que fue un gran acto moral. No podía meditarse la historia de Chile sin retomar ese hito de auténtico perdón ético y religioso. Es decir, ante la conciencia y ante el Dios vivo.
Tesoros en vasijas de barro
–Incluso se recuerda el momento en que se pide perdón por los pecados de la Iglesia….
–En la tradición se usa una expresión muy dura hacia los miembros de la Iglesia: casta meretrix (casta prostituta), palabra que ha recobrado Urs von Balthasar, entre otros, en la teología moderna, y que es de inmensa actualidad. El misterio de la Iglesia es un tesoro que se lleva en vasijas de barro. Entonces esa ambigüedad, esa ambivalencia está siempre pendiente para iluminar lo que verídicamente es la Iglesia. Entonces, la que se prostituye por el pecado es la “esposa”, que se vuelve a levantar para ser purificada, para ser engalanada como la esposa del único Señor que rige la historia de todos los pueblos.
–¿Se puede decir que se produjo un pecado de “soberbia moral” en la Iglesia? ¿Qué está ahora pasando?
- Es decir, siempre ha sucedido. El Papa Benedicto XVI en el famoso Vía Crucis que presidió en el Coliseo romano habló de la suciedad de la Iglesia, de las altisonantes palabras sin contenido de sacerdotes. Y el Papa ha querido reiteradamente volver al tema de la pedofilia, que es de muchas implicancias. La actitud que se tome al respecto es muy trascendente para el futuro. Este Papa ha querido ser descarnadamente verídico. En un mundo intercomunicado como el nuestro es necesaria la autenticidad. Otra cosa es el exhibicionismo de los propios pecados o que esto pudiera llevar a patologías sociales malsanas. Pero este Papa ha optado por ser verídico y desde la veracidad iniciar la conversión constante. Es un hito importante. La pedofilia es un símbolo de muchas otras realidades. ¿Cuándo es soberbia? Cuando yo me empecino en declarar que no necesito de la cotidianidad de la misericordia de Dios y que no necesito empezar todos los días de nuevo. Todo esto, abordarlo con elegancia espiritual, con altura y con el equilibrio emocional necesario para ver la propia miseria sin que ello signifique aceptar descalificaciones de los que presumen de puros y disparan contra la Iglesia.
–El texto utiliza expresiones muy fuertes cuando el coro canta: “Si Chile mama el Calvario, derrota todo el Bestiario”…
–La expresión “mamar” es muy fuerte. Es muy elemental. El niño no mama dentro del seno materno. Cuando ya es un cuerpo y una vida externa el primer acto social es aproximarse al pecho de la madre para recibir la vida desde otra persona, al ser incapaz de buscarse los recursos existenciales. En la lactancia se produce un diálogo entre dos vidas y eso lo sabe cualquier madre. Es un acto instintivo, es un acto casi brutal, es un acto —diría Unamuno— agónico en la lucha por vivir. En la obra hablo del calostro, de la primera leche que es la única que contiene todo lo necesario para seguir viviendo. Planteó que si Chile no vuelve al calostro no tiene ni sangre ni rostro. Es decir no tiene ni vida ni identidad. La palabra está puesta de adrede. Entonces implica caminar, no a unos destellos o jueguitos de amor, sino un ir al amor del Dios vivo, que se entrega en la total oblación redentora con los brazos abiertos sobre el mundo entero. Si no optamos por la cruz, caeremos en las fauces de toda la colección de bestias demoníacas que nos rondan. Porque es fe del Credo que estamos rodeados, no del mal abstracto, sino de personas libres que nos incitan a seguirlo al despeñadero de la desobediencia de Dios.
Pordioseros y seres fugaces
–Este año del Bicentenario ha sido un año especialmente difícil para nuestro país. Un terremoto grado 8,6, un maremoto, 33 mineros atrapados al fondo de una mina, el rescate de todos ellos con vida….¿Qué síntesis hace de todos estos acontecimientos a la luz de la visión histórica que usted narra en MaipúCampana y del Epílogo de la Obra: “Chile, voluntad de ser”?
–Lo importante de la visión cristiana de la historia es ser socios del Dios vivo. Él nos lanzó a la historia para solicitar una Alianza de nuestra libertad por el amor. Hay un plan del Bicentenario que viene de la Providencia. Lo más grande que hizo el Dios vivo que nos ama como conductor de la historia concreta de Chile es llevarnos a la seriedad de lo último, de lo esencial, de lo sustancial y permanente. Nos invita a que caiga, por el estremecimiento de la tierra y del mar, todo lo que es secundario. Y nos ha permitido resurgir. La herencia más grande de Chile no es la sangre, sino esa capacidad reconstructora. Entonces este año 2010 ha sido el Bicentenario que dirige el Señor, quien nos regala ese símbolo maravilloso —yo lo viví desde Europa— del rescate de los 33 mineros. Dios en la historia sigue inventando parábolas para decirnos, no en forma abstracta sino en carne y hueso sufrido, lo que el hombre es, lo que Chile es y lo que se le propone a Chile. Este ha pasado a ser el gran acto del Bicentenario, el trato del Dios vivo con este Chile que necesitaba recapacitar sobre lo sustancial para dar el salto epocal hacia adelante.
–En las escenas finales denota una luz de esperanza cuando habla del “florecer del desierto” y dice que la batalla finalmente es contra nuestra soberbia, nuestra rebeldía y nuestra incapacidad de vivir, como lo definen bien los mendigos al demandar ayuda: “Por el amor de Dios”… Que se corresponde con un por-Dios-ero. ¿Todos estamos llamados a serlo?
–Sin duda. Por la contingencia existencial somos seres provisorios, necesitados, somos seres fugaces. Nuestra debilidad congénita, estructural, se transforma en gozo cuando somos capaces de abrirla al amor. Porque ¿qué otra cosa es el amor? Es un pacto de bondades, de perdones, para la creatividad. La gran metáfora de esto es la unión del hombre y la mujer que engendran. Pero toda amistad es un engendrar, un compartir gérmenes de vida, que por sí solos serían incapaces de permitir la aparición de la vida nueva. El abrazo, la ternura ¿qué son? Esto es lo que termina siendo la promesa. La capacidad humana de amistad social, íntima y religiosa, porque ese es el Dios anunciado por Jesucristo. El Dios Trinidad, Dios que es comunión, que no es solitario. El monoteísmo es peligroso, ya que puede transformarse en la fuente de la imposición si no se late en la intimidad de Dios mismo, donde hay un Padre, un Hijo y uno que la tradición llamó el beso del Amor.
–Usted agradeció el apoyo del Cardenal Francisco Javier Errázuriz a la obra MaipúCampana. Desde su punto de vista, ¿cuál ha sido el sello que marcó su misión pastoral?
–Pienso que su labor se va a valorar mejor en el cielo que en la tierra; que sabrán reconocer mejor los historiadores que los periodistas y que ha sido una obra más de permanencia que de impacto. Pienso que ha sido el hombre necesario para el tiempo necesario. Ha sabido recoger lo que venía de la tradición pastoral de los últimos años; ha sido el primer Arzobispo globalizado y que llegó al país con una vasta experiencia eclesial internacional. Él gestó y redactó el texto del perdón de los Obispos; él ha establecido un diálogo con la cultura que no existía. Para este momento —el conductor de la Iglesia que es Jesucristo— nos dio un hombre que habla con una voz más invitadora, que va sembrando. Siempre he dicho que la mejor metáfora para calificar al Cardenal Francisco Javier Errázuriz es la de un jardinero, de un cultivador de la vida, de alguien que sabe regar una semilla que tal vez puso otro, y a quien no le interesa ponerle la firma al borde del árbol o en los pétalos de la flor, sino que le importa fundamentalmente que viva la vida que Dios ha engendrado en libertades personales.
–¿Qué tanto de autobiográfico o de vivencias personales tiene MaipúCampana?
–Todo. En el sentido de que yo no filosofé sino que canté de que lo simplemente surgía de mis tuétanos. De lo cantado, lo vivido y lo bailado...