Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

Al principio de la Cuaresma resuena fuertemente la invitación a convertirse. Precisamente la liturgia de hoy nos plantea esa exhortación antes tres realidades: el hombre, Dios y el camino.

La primera realidad del hombre es la de escoger entre el bien y el mal (cfr. Dt 30,15-20). Dios nos ha hecho libres, y la decisión es nuestra, pero no nos deja solos, nos señala la senda del bien con los Mandamientos.

Luego está la realidad de Dios. Para los discípulos era difícil de entender la vía de la cruz de Jesús (cfr. Lc 9,22-25). Porque Dios asumió toda la realidad humana, menos el pecado. No hay Dios sin Cristo. Un dios sin Cristo, desencarnado, no es un dios real. La realidad de Dios es Dios hecho Cristo, por nosotros, para salvarnos. Y cuando nos alejamos de esa realidad y nos alejamos de la Cruz de Cristo, de la verdad de las llagas del Señor, entonces nos alejamos también del amor, de la caridad de Dios, de la salvación, y acabamos por una senda ideológica de Dios, lejana: ya no es Dios quien viene a nosotros ni se hace cercano para salvarnos ni muere por nosotros. Esta es la segunda realidad, la realidad de Dios. Recuerdo el diálogo entre un agnóstico y un creyente, que recoge un escritor francés del siglo pasado. El agnóstico de buena voluntad preguntaba al creyente: No sé cómo voy a poder… para mí el problema es cómo Cristo es Dios: no puedo entender eso. ¿Cómo Cristo es Dios? Y el creyente respondió: Pues para mí eso no es ningún problema. El problema sería si Dios no se hubiese hecho Cristo. Esta es la realidad de Dios: Dios hecho Cristo, Dios hecho carne, y ese es el fundamento de las obras de misericordia. Las llagas de nuestros hermanos son las llagas de Cristo, son las llagas de Dios, porque Dios se hizo Cristo. No podemos vivir la Cuaresma sin esta realidad. Tenemos que convertirnos no a un Dios abstracto sino al Dios concreto que se hizo Cristo.

Finalmente, está la tercera realidad, la del camino. Jesús dice: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. La realidad del camino es la de Cristo: seguir a Cristo, hacer la voluntad del Padre, como Él, tomar las cruces de cada día y negarse a sí mismo para seguir a Cristo. No hacer lo que yo quiero, sino lo que quiere Jesús; seguir a Jesús. Y Él habla de que por ese camino perdemos la vida, para ganarla después; es un continuo perder la vida, perder el capricho de lo que yo quiero, perder las comodidades, estar siempre en el camino de Jesús que estaba al servicio de los demás, a la adoración de Dios. Ese es el camino correcto.

El único camino seguro es seguir a Cristo crucificado: ¡el escándalo de la Cruz! Y estas tres realidades, el hombre, Dios y el camino, son la brújula del cristiano que no quiera equivocarse de camino.

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