En el Evangelio de hoy (Lc 14,12-14) podemos ver que la enseñanza de Jesús es clara: no hacer las cosas por propio interés, no escoger las amistades por conveniencia. Porque razonar solo según mis ventajas, de hecho, es una forma de egoísmo, de segregación y de interés, mientras que el mensaje de Jesús es exactamente lo contrario: la gratuidad que alarga la vida, ensancha el horizonte, porque es universal. Los selectivos son factores de división y no favorecen la unanimidad de la que habla San Pablo a los Filipenses (2,1-4) en la primera Lectura. Hay dos cosas que van contra la unidad: la rivalidad y la vanagloria.
También la murmuración nace de la rivalidad, porque tanta gente se siente que no puede crecer, y para llegar más alto que el otro disminuye al otro con la murmuración. Un modo de destruir a las personas. La rivalidad. Y Pablo dice: “No obréis por rivalidad ni por ostentación”. La rivalidad es una lucha para aplastar al otro. Es fea, la rivalidad: se puede hacer de modo abierto, directo o se puede hacer de guante blanco; pero siempre para destruir al otro y ensalzarse a sí mismo. Y como yo no puedo ser tan virtuoso, tan bueno, disminuyo al otro, así yo quedo siempre en alto. La rivalidad es una vía a ese actuar por interés.
Igualmente dañino es quien se vanagloria de ser superior a los demás. Eso destruye a una comunidad, destruye a una familia también. Pensad en la rivalidad entre hermanos por la herencia del padre, por ejemplo: eso es cosa de todos los días. Pensad en la vanagloria, en los que se glorían de ser mejores que los demás.
El cristiano debe seguir el ejemplo del Hijo de Dios, cultivando la gratuidad: hacer el bien sin preocuparse si los demás hacen lo mismo; sembrar unanimidad, abandonando rivalidad o vanagloria. Construir la paz con pequeños gestos quiere decir allanar un camino de concordia en todo el mundo.
Cuando leemos las noticias de las guerras, pensamos en las noticias del hambre de los niños en Yemen, fruto de la guerra: es lejano, pobres niños… pero, ¿por qué no tienen qué comer? Pues la misma guerra se hace en nuestra casa, en nuestras instituciones con esa rivalidad: ¡ahí comienza la guerra! Y la paz debe hacerse allí: en la familia, en la parroquia, en las instituciones, en el puesto de trabajo, buscando siempre la unanimidad y la concordia y no el propio interés.
Pidamos esta gracia para nuestra comunidad parroquial, para nuestra familia, y cuando me viene a la cabeza destruir de cualquier modo o herir esa unanimidad y concordia, pararme a tiempo y decir: no, eso no. Esto es algo bonito, es algo grande, esa es la paz y haciendo eso en nuestra vida ordinaria, ayudaremos a la paz del mundo, de toda la gente.
Fuente: Almudi.org