22 de junio de 2017
La primera lectura de hoy, de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios (11,1-11) nos dice las características que debería tener un buen pastor. De hecho, el mismo San Pablo es figura del pastor verdadero que no abandona a sus ovejas, como haría en cambio un mercenario. Y la primera cualidad es ser apasionado. Apasionado hasta el punto de decir a su gente, a su pueblo: Yo siento por vosotros una especie de celo divino. Es divinamente celoso. Una pasión que se convierte casi en locura, en necedad por su pueblo. Es el rasgo que llamamos celo apostólico: no se puede ser un verdadero pastor sin ese fuego dentro.
La segunda característica es que el pastor debe ser un hombre que sabe discernir. Sabe que en la vida existe la seducción. El padre de la mentira es un seductor. El pastor, no. El pastor ama. ¡Ama! En cambio, la serpiente, el padre de la mentira, el envidioso es un seductor que intenta alejarnos de la fidelidad, porque ese celo divino de Pablo era para llevar al pueblo al único esposo, para mantener al pueblo fiel a su esposo. En la historia de la salvación, en la Escritura, muchas veces vemos el alejamiento de Dios, las infidelidades al Señor, la idolatría, y se cuentan como si fuesen una infidelidad matrimonial. Así pues, la primera característica del pastor es que sea apasionado, que tenga celo, que sea celoso; y la segunda, que sepa discernir: discernir dónde están los peligros, dónde están las gracias, dónde está el verdadero camino. Eso significa que acompaña siempre a las ovejas: en los momentos buenos y en los malos, hasta en los momentos de la seducción, y con paciencia los lleva al redil.
Y la tercera característica es la capacidad de denunciar. Un apóstol no puede ser ingenuo: ‘Ah, qué bien, sigamos adelante, todo va bien. Hagamos una fiesta’. Porque hay que defender la fidelidad al único esposo, a Jesucristo. Y sabe condenar en concreto: decir ‘eso no’, como los padres dicen al niño cuando comienza a gatear y va a meter los dedos en el enchufe: ‘¡No, eso no! ¡Es peligroso!’. Me viene a la cabeza tantas veces aquel ‘tuca nen’ (no toques nada), que mis padres y abuelos me decían en los momentos en que había un peligro. El Buen Pastor sabe denunciar, con nombre y apellidos, como hacía precisamente San Pablo. En mi reciente visita a Bozzolo y Barbiana, lugar de esos dos buenos pastores italianos, me contaron que Don Milani tenía como lema, cuando enseñaba a los niños: I care. ¿Qué significa? Me lo explicaron: con eso quería decir ‘me importa’. Enseñaba que las cosas se debían tomar en serio, contra el lema de moda en aquel tiempo que era ‘no me importa’, pero dicho con otro lenguaje que no atrevo a decir aquí. Y así enseñaba a los niños a ir adelante. Preocúpate: cuida de tu vida, y ‘¡eso no!’. Saber denunciar lo que va contra tu vida. Porque muchas veces perdemos esa capacidad de condena y queremos llevar adelante a las ovejas con ese buenismo que no solo es ingenuo, sino que hace daño. El buenismo de las componendas, para atraer la admiración o el amor de los fieles, dejando hacer.
Pablo el Apóstol, el celo apostólico de Pablo, apasionado, celoso: primera característica. Hombre que sabe discernir porque conoce la seducción y sabe que el diablo seduce: segunda característica. Y un hombre con capacidad de condena de las cosas que harán daño a sus ovejas: tercera característica. Pidamos por todos los pastores de la Iglesia, para que San Pablo interceda ante el Señor, y que todos los pastores podamos tener esos tres rasgos para servir al Señor.
Fuente: almudi.org