Conviene destacar un aspecto de la vida cristiana como es la dirección espiritual (en delante DE) [1]. En la tradición eclesial es un instrumento privilegiado para la formación y desarrollo de la ‘vida en Cristo’ para los discípulos misioneros, según sus diversas condiciones y estados de vida. Para los religiosos, dedicados a la vida contemplativa o de vida activa, que fueron los primeros en dar relieve, desde muy antiguo en Oriente, a la figura del maestro o ‘padre espiritual’. Pero también para los laicos, ante los nuevos desafíos de una espiritualidad contemporánea, que mediante intentos más o menos acertados, quiere comprometerse con la transformación del mundo mediante la puesta en práctica de los criterios del Evangelio. Una espiritualidad que supera el dualismo y la evasión, que es más unitaria, personalista, experiencial, liberadora y comunitaria [2]. Y no podemos dejar afuera a los sacerdotes seculares, llamados a cultivar una espiritualidad específica en una iglesia particular concreta, pero para el servicio de la espiritualidad de todos [3]. ¿Es algo del pasado? ¿Acaso tiene vigencia hoy? ¿Cuál debería ser su forma actual y futura? ¿Se le puede seguir llamando ‘dirección’ espiritual en tiempos marcados por un fuerte sentido de autonomía?
Sostengo en estas reflexiones introductorias que la DE es un servicio y una tarea tan urgente hoy como antes, que está inscrita en el corazón de la ‘memoria espiritual’ de la Iglesia. Hoy espera ser no sólo destacada, como importante medio de santificación y de crecimiento de la vida cristiana, sino también calurosamente alentada y practicada en nuevas y adecuadas formas, de acuerdo a la realidad y contexto de una nueva etapa de la historia humana y del aporte de la fe a su pleno desarrollo. Esta tarea no es fácil y exige nuestro esfuerzo y atención. Se trata aquí entonces, como ya se ha indicado, de una mirada sólo inicial a la DE, por tanto una reflexión sencilla, fragmentaria, y necesitada de complementación. Partiendo de la práctica, de la vida concreta y de la experiencia eclesial, nos puede iluminar hacia el mejor desarrollo de la vida cristiana. Es necesario apuntar a la ‘verdadera’ dirección espiritual, y no a sus caricaturas.
Planteo del tema de la Dirección Espiritual. Experiencia de San Alberto Hurtado
Podemos decir que algunas dimensiones de la DE se han opacado o postergado en nuestros días. En particular el sentido de aprender a obedecer a Dios, mediante el conocimiento y búsqueda de la llamada y también una respuesta personal y concreta, adecuada y eclesial a su invitación al seguimiento. La urgencia por crecer en el espesor de la vida cristiana que reclaman estos tiempos, la renovada promoción de vocaciones sacerdotales y religiosas, y la formación de líderes cristianos en un mundo que cambia, exigen una mirada renovada y renovadora de la utilidad y la práctica de la DE [4]. Para crecer en la madurez y compromiso de la fe de los cristianos del Continente, hay que recuperar lo mejor que la historia nos lega al respecto [5].
No es el momento de hacer la historia de la DE, sino más bien de dar un paso previo, ayudar a sentar algunos de los presupuestos antropológicos y teológicos que la hacen posible y fecunda en la vida de la Iglesia, en base a su tradición o ‘memoria espiritual’. Pues pareciera que para comenzar una vida espiritual ‘en serio’ se necesita de una buena DE [6]. Esto exige hacer un aporte para iluminar la DE desde una mirada propositiva y alentadora más que otra mirada más preventiva, que destaque sobre todo los peligros [7]. Desde aquí se entiende entonces la elección del título La Verdadera Dirección Espiritual. Parece que ése era también el ánimo de San Alberto Hurtado, cuando ya en 1942 escribió Puntos de Educación, en donde no sólo recogía sus estudios de doctorado en pedagogía, lecturas, lecciones y trabajos de investigación intelectual, sino sobre todo su experiencia concreta personal como dirigido, y particularmente la experiencia de padre espiritual en el apostolado con los jóvenes. El Santo afirmaba:
“Por eso crecen nuestros jóvenes tristes y desorientados sin haber encontrado en las vidas quien subrayara las buenas tendencias y corrigiera las que iban desviadas. Los que han tenido la suerte de encontrar un director de su alma pueden darse por muy felices. Santa Teresa de Jesús afirmaba que el comienzo de toda vida espiritual seria es un buen director espiritual. El fin de la dirección espiritual es infundir fuerzas al alma del joven para que el hombre de instinto se haga hombre de razón; el ser sentimental se transforma en ser voluntario; del mundo natural se levante el joven al mundo sobrenatural. El director ha de infundir amor a la vida moral, amor consciente, amor convencido. Todas las manifestaciones de la vida del joven han de ir encaminadas a su fin último. El director ha de inculcar al joven el pensamiento de que en todos los momentos debe vivir según la voluntad de Dios, y su misión es ayudarlo a que conozca esta voluntad en las diversas circunstancias de la vida” [8].
La juventud necesita especialmente quien la ayude a subrayar buenas tendencias y corregir las desviadas. Sin esa ayuda los jóvenes crecen “tristes y desorientados”. La DE ayuda a poner ‘razón’ y ‘libertad’ donde priman sólo el instinto y la emoción. Es el intento de mirar, con la ayuda de la Iglesia, la propia vida con los ojos de Dios. Es Dios quien mejor nos conoce y su mirada es sanadora. Ayuda, en definitiva, a levantarse del mundo natural al sobrenatural mediante el conocimiento de la voluntad de Dios sobre la propia vida en las concretas circunstancias de cada uno. Y más adelante, expresaba San Alberto en ese ensayo sobre la educación, una convicción fundamental del educador, pastor y santo:
“El director espiritual ha de dar capacidad al alma que dirige para que pueda vivir sin él. Por nada del mundo ha de disminuir su fuerza de obrar, de decidir, de resolver. La verdadera dirección espiritual no aminora la libertad del alma, antes bien la estimula y la robustece. El buen director sabe que Dios traza el camino de cada alma, y no él. Su papel sólo consiste en darle ayuda para que la descubra” [9]. Son palabras claras y contundentes. Eso lo aprendió personalmente San Alberto, como lo menciona el Padre Jaime Castellón s.j., vice-postulador de la causa de canonización, al presentar la evolución de la experiencia de Jesús en la vida del estudiante Alberto Hurtado [10]. En los años 1915 y 1916 se advierte un cambio radical en él cuando estudiante secundario. Ha tomado como director al Padre Fernando Vives, que transmite esa solidez espiritual que irradiará por todas partes en su vida el futuro santo.
Ya en el informe que el Padre Hurtado entrega al Padre Alvaro Lavín, su superior, sobre su entrevista con el Padre General de la Compañía, Juan Bautista Janssens, señala al resaltar su vocación social:
“Toda mi vida, desde el Colegio, he sentido inclinación especial por la acción social, pero el trabajo tan atrayente y, por la gracia de Dios, fructuoso en medio de jóvenes orientado más especialmente a la dirección espiritual, me ha tomado estos años. De ninguna manera he pensado ni por un instante en desentenderme de la dirección espiritual de los jóvenes, de los Ejercicios, ni de la preocupación vocacional, orientaciones que me parecen definitivas para mi vida, cualquiera que sea el trabajo que me ocupe, pero sí desearía dejar totalmente el Colegio para realizar el plan que le someto…” [11].
¿Qué le llevó a descubrir en la DE una inclinación especial y la orientación ‘definitiva’ para su vida? Sin duda su experiencia personal de estudiante con el Padre Vives, los estudios de pedagogía y teología, su trabajo concreto con los jóvenes y su santidad, su lucidez para descubrir lo que los tiempos necesitan. Su dedicación a la DE, y en definitiva a la formación de personas, es uno de los aspectos que más huella dejaron en su paso por Chile del siglo XX.
Nuevo despertar de la Dirección Espiritual
Efectivamente, “hoy vuelve a hablarse de la dirección espiritual después de un período de desvalorización y de abandono debido a múltiples causas” [12]. Se trata del redescubrimiento de un “servicio que la Iglesia ofreció durante siglos enteros al hombre en su camino de fe, en la consecución de su identidad cristiana, en su aspiración a todas las posibles formas de santidad… ” [13]. Y no sólo se trata de una tradición católica o cristiana, sino que también está presente en las diversas tradiciones espirituales de la humanidad [14]. Se discute si acaso los términos ‘paternidad’, ‘dirección’ y ‘acompañamiento’ espiritual son suplementarios o exclusivos [15]. Al hacer un análisis de su historia se advierte que además de complementarse mutuamente, cada uno destaca aspectos esenciales que permiten ayudar a buscar una mayor comprensión de Dios y el camino de seguir su voluntad [16]. Una de las causas del olvido o intento de ruptura con esta tradición es el afán de autonomía moderno, que sin duda ha marcado la mirada de todo lo humano, que incluye el crecimiento de la vida espiritual [17].
La historia y la actualidad de este servicio eclesial “indican que hay que cambiar de estilo; pero no admiten la ausencia de la figura típica… sea cual sea el nombre que se le dé… sigue en pie el hecho de que la ‘dirección espiritual’ no cambia su función esencial de servicio a los hermanos llamados en Cristo y en la Iglesia a realizar el proyecto de salvación del Padre” [18]. No cabe duda que entre los medios externos de santificación, la dirección espiritual “ocupa un lugar de importancia fundamental” [19]. Se trata, entonces, de una solidaridad eclesial y también intergeneracional, pues la experiencia de Dios es la que permite el verdadero conocimiento de Dios.
No es algo que se aprenda por los libros [20]. “Para ir hacia el Señor necesitamos siempre una guía, un diálogo. No podemos hacerlo solamente con nuestras reflexiones. Y éste es también el sentido de la eclesialidad de nuestra fe, de encontrar esa guía” [21]. Es una dimensión de la ‘eclesialidad de la fe’ y, añadiría, una concreción de la espiritualidad de la comunión. Pues la fe es una respuesta a la vez personal y comunitaria. Y la preocupación por el otro como alguien que me pertenece, que está en el centro de la espiritualidad de la comunión, no puede dejar fuera esta dimensión esencial de la vida humana para la antropología cristiana, como lo es la vida espiritual. Alguien ha definido que lo esencial de la DE está en pasar del ‘absurdo’ a la ‘obediencia’, del no escuchar al oír la voz de Dios en la Iglesia, en la Palabra que resuena en el corazón [22].
En la cultura actual aparecen como una moda y más que eso también, los entrenadores personales (‘personal trainers’) que van más allá del mantenimiento del estado físico o la práctica de un deporte. Primeramente en el mundo empresarial, pero ya extendido a lo más amplio del espectro social, tienen como raíz de su emergencia una necesidad profunda de compañía espiritual y apoyo del ser humano en la compleja sociedad contemporánea, pues estamos a la ‘intemperie’. No sólo se preocupan de los ejercicios físicos, sino también de los aspectos psicológicos, y más aún de los afectivos y espirituales de la persona en su actuar concreto (coaching). Es un método que consiste en dirigir, instruir y entrenar a una persona o a un grupo de ellas, con el objetivo de conseguir alguna meta o de desarrollar habilidades específicas. Hay muchos métodos y tipos de coaching. Entre sus técnicas puede incluir charlas motivacionales, seminarios, talleres y prácticas supervisadas. Son muchas las señales del redescubrimiento y necesidad hoy de la DE [23].
En el programa académico de los cursos del Instituto de Espiritualidad de la Pontificia Universidad Gregoriana para el año 2009/2010, aparece uno llamado ‘La direzione spirituale’ y en la justificación se afirma que partiendo de una relectura del actual decaimiento religioso, cultural y educativo, el curso ofrece el intento de redefinir los principales elementos teóricos de la esencia de la DE a la luz de la enseñanza de la Iglesia, con la ayuda de las actuales disciplinas antropológicas [24].
De alguna manera, la DE viene en ayuda de la indigencia de todo ser humano y se conforma a su dimensión social, tanto en el orden natural, como en la vida cristiana. Necesitamos de otros siempre para cumplir nuestra vocación y misión. Por eso se habla de la DE como ‘expresión sacramental’ del ser dialogal de lo humano y por tanto de ‘necesidad moral’, siempre muy conveniente, “necesidad en un grado mayor o menor según las condiciones en que se halle cada uno” [25]. Evidentemente que no es de necesidad absoluta [26]. Dios da la gracia a los suyos como quiere y de muchas maneras. Pero es un medio que se adapta a las condiciones de lo humano y hoy necesario más que nunca por los evidentes, irreversibles y provechosos procesos de personalización (a veces individualización que lleva al aislamiento) y globalización (que también puede tener el peligro de la masificación). Nos recuerda San Juan de la Cruz, maestro de vida espiritual, con acertadas imágenes:
5. El que solo se quiere estar, sin arrimo de maestro y guía, será como el árbol que está solo y sin dueño en el campo, que, por más fruta que tenga, los viadores se la cogerán y no llegará a sazón.
6. El árbol cultivado y guardado con el beneficio de su dueño, da la fruta en el tiempo que de él se espera.
7. El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo: antes se irá enfriando que encendiendo [27]. La DE, en sentido amplio, es una forma de educación de la persona [28]. Es uno de sus aspectos que concretamente “mira al perfeccionamiento ético y religioso de la persona mediante una labor de orientación” [29]. Como aspecto de la educación es notorio que hoy está ‘en crisis’, y en palabras de Luigi Giussani, es un ‘riesgo’, porque no educa sino quien toca suavemente y fortalece, con mucha delicadeza y respeto, la libertad humana. No hay otra forma de enfrentar esta ‘emergencia educativa’ que asumiendo lo mejor de la tradición de la Iglesia, para que así se puedan encontrar caminos y formas adecuadas a los desafíos y categorías que los cambios de los tiempos ofrecen [30].
En medio de impresionantes cambios donde mucho cambia, pero no todo cambia, pues Jesucristo “es el mismo ayer, hoy y siempre”, nuestra tarea cristiana, como lo recordaba el teólogo Joseph Ratzinger, “es tan grande como sencilla: consiste en dar testimonio de Dios, abrir las ventanas cerradas que no dejan pasar la claridad, para que su luz pueda brillar entre nosotros, para que haya espacio para su presencia” [31]. Por tanto, el anuncio del Señor con ardor, al inicio de este siglo, es la tarea fundamental de los discípulos de Cristo, particularmente con el testimonio de haber sido tocados por Él. “La Iglesia existe para que Dios, el Dios vivo, sea dado a conocer, para que el hombre pueda aprender a vivir con Dios, ante su mirada y en comunión con Él. La Iglesia existe para exorcizar el avance del infierno sobre la tierra, y hacerla habitable por la luz de Dios” [32]. “La Iglesia tiene que continuar este anuncio. Tiene que llevar los hombres a Cristo, Cristo a los hombres, para llevarlos hacia Dios y Dios a ellos… La gran tarea central de la Iglesia es hoy, como siempre lo ha sido, mostrar ese camino y ofrecerse en él como comunidad en camino” [33]. Esto significa una comunidad que asciende, que se purifica para estar a la altura del ser humano, llamado a la comunión con Dios. Una purificación que se vuelve alegría para purificar al mundo [34]. La misma liturgia ora: “Padre, que unes a tus fieles en una sola alma y un solo corazón, concédenos amar y cumplir tus mandamientos y esperar la vida eterna que nos prometes, para que en medio de los cambios de este mundo nuestros corazones permanezcan orientados hacia dónde se encuentra la verdadera alegría”. Se puede hoy tener orientado el corazón a donde se encuentra la verdadera alegría, en medio de los cambios o ‘crisis’ del tiempo. Creo que la DE puede ser de gran ayuda.
Aspectos de la Dirección Espiritual en la ‘memoria espiritual’ de la Iglesia
Las raíces de toda actividad que tenga sentido en la vida cristiana, al menos debe estar como en semilla en la Palabra que Dios y en la transmisión de la tradición de la Iglesia en cada tiempo [35]. Así sucede con la DE. Cuando se intenta una definición, hay que atender a la experiencia de Jesús y los discípulos. No se habla de ella en esos términos, pero es lo que Jesús hace con los discípulos en el breve tiempo del ministerio público, los enseña, los corrige, dialoga con ellos, les suscita algunas preguntas. La noche gastada con el acompañamiento de Jesús a Nicodemo (Jn 3), o de Ananías a Pablo (Hech 9) son realidades que nos llevan a concluir que una práctica con raíces bíblicas ha pasado hacia la comunidad de discípulos [36]. Aunque los acentos, las formas en la historia van cambiando, hay unas constantes básicas en la DE que nos atrevemos a destacar. Podemos señalar que son aspectos permanentes que exigen en cada tiempo ser actualizados. Entre esos aspectos yo destacaría tres que corresponde asumir al que sirve este ministerio, y también al que recibe este servicio: libertad, obediencia y eclesialidad. Dios siempre toma la iniciativa, nunca actúa por necesidad, siempre en libertad. Y nos pide actuar de manera semejante. Es omnipotente, pero no prepotente, siempre pide permiso para ingresar a nuestra vida. Una libertad que se hace plena en la entrega de la vida, en la obediencia, siempre en una comunidad de discípulos, la Iglesia. Un aspecto esencial de la DE es el necesario equilibrio entre libertad y obediencia [37]. Para eso es importante el horizonte de la comunidad de los discípulos. Cada uno de ellos debe ser explicitado, pues su definición y significado no son únicos. Por ejemplo, la libertad que tanto buscamos con entusiasmo y estimamos no es tal con hacer lo que nos agrada, aunque sea malo. Gaudium et Spes recuerda que la ‘verdadera’ libertad es un signo eminente de la imagen de Dios en la creatura humana. ¿Qué obediencia se debe dar en la DE. ¿A qué, a quién?
En una época centrada más en el sujeto personal, favoreciendo más la autonomía, no se comprende fácilmente la autoridad ni la obediencia. Se complica el equilibrio entre persona y comunidad, autoridad y obediencia. Ahora bien, la misma actitud de la fe es definida en el Vaticano II como oboeditio fidei, citando al Apóstol [38]. Esa obediencia es la respuesta humana suscitada por la iniciativa de Dios de auto-comunicarse, e invitarnos a su amistad y cercanía. Acerca de la forma más adecuada en la historia, no es fácil dar una respuesta, pues es esencial su adaptación a los tiempos. Ser ‘obediente’ significa estar en permanente contacto con una presencia amorosa de Dios, que nos cuida, sana, guía, dirige, confronta y corrige [39]. Hablando de la autoridad y la obediencia en la vida consagrada, un reciente documento eclesial señala afirmaciones que dan alguna luz a nuestro tema: “La veneración por la voluntad de Dios mantiene a la autoridad en un estado de humilde búsqueda, para hacer que su obrar sea lo más conforme posible con la divina voluntad… En el intento de hacer la voluntad de Dios, autoridad y obediencia no son, pues, dos realidades distintas ni mucho menos contrapuestas. Son dos dimensiones de la misma realidad evangélica, del mismo misterio cristiano; son dos modos complementarios de participar de la misma oblación de Cristo” [40]. Si esto se da en el fuero externo en la vida religiosa, se da también con mayor hondura en el fuero íntimo de todo cristiano. La obediencia, como parte de la fe de todo cristiano, es ante todo a la Palabra que nos llama a la existencia, obediencia como Cristo y hacia Cristo, siempre a través de mediaciones humanas y todo esto encarnado en la vida cotidiana [41]. Un autor señala tres condiciones mediadoras que permiten la adecuada DE: en primer lugar la libertad, luego el hallazgo de la propia identidad y, finalmente, como fundamento la necesaria experiencia de Dios. Ellas son las que permiten el discernimiento [42].
Muchos autores señalan la diferencia entre la consejería pastoral y la dirección espiritual y también la terapia psicológica [43]. Es más que una forma de comunicación humana, es ante todo “diálogo en la fe dentro de la Iglesia” [44]. Para eso es necesario entrenamiento y experiencia. Un buen director debe ser una persona de amor, competencia, oración, mirada profunda, visión, balance, prudencia, reverencia, paciencia, discreción, simpatía, calidez, simplicidad, y mucho sentido común [45].
No sabemos cómo será la fe del futuro [46]. Pero es claro que “La fe cristiana ha de crecer más en profundidad que en extensión, ha de vivir más conscientemente a partir de su centro, ese centro que lo abarca todo, y sólo de este modo evitará el convertirse en algo vacío y sin sustancia” [47]. Para ella, es necesaria la ayuda de una auténtica DE. “El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes critican a los demás y se toman a sí mismos como medida de lo infalible. Tampoco vendrá de quienes eligen sólo el camino más cómodo, de quienes evitan la pasión de la fe y declaran falso y superado, tiranía y legalismo, todo lo que es exigente para el ser humano, lo que le causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia, también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado de nuevo con el sello de los santos” [48].