Mons. Chomali vuelve a su ciudad natal tras doce años en la arquidiócesis de Concepción, y nos habla sobre qué lo inspira, la necesidad de tender puentes, unir mundos e insistir en la centralidad de la persona de Cristo en el quehacer eclesial; y sobre el rol de la universidad, la situación de la Iglesia chilena y la guerra en Gaza.

Imagen de portada: El arzobispo de Santiago, monseñor Fernando Chomali, presidiendo la misa en honor al expresidente Sebastián Piñera, 9 de febrero de 2024.

Humanitas 2024, CVI, págs. 108 - 119

La conversación de monseñor Fernando Chomali con Humanitas tiene lugar en enero de 2024, poco después de su investidura como arzobispo de Santiago el 16 de diciembre pasado. En reiteradas ocasiones el entonces arzobispo de Concepción había publicado sus artículos y reflexiones en Humanitas, las que eran recurrentes y mostraban su interés por abordar una amplia variedad de temas, tanto espirituales como de contingencia, o de ética social y bioética; no obstante, es la primera vez que conversamos con él como arzobispo de Santiago.

Es el tercer hijo de una familia de inmigrantes palestinos, ingeniero civil, licenciado en Teología Moral y experto en Bioética; ha desarrollado una fructífera labor pastoral en el campo de la educación, las obras sociales –pequeñas empresas gestionadas por personas con síndrome de Down y para mujeres reclusas, ambas promovidas en Concepción–, las artes y las comunicaciones.

Vuelve a su ciudad natal tras doce años en la arquidiócesis de Concepción y en reiteradas entrevistas ha mencionado su intención de tender puentes, unir mundos e insistir en la centralidad de la persona de Cristo en la Iglesia.

Queremos empezar por darle las gracias por su disposición a conversar con nosotros. Nos sumamos a muchos medios que han querido darle la bienvenida y nos gustaría, de alguna manera, volver a presentarlo en su nuevo rol. En una entrevista en Mesa Central en octubre[1] usted señaló que provenía de “un mundo más de la razón”. ¿Cuáles son las fuentes que sustentan el mundo de la razón que posee como base? ¿Quiénes son sus influencias intelectuales y culturales más relevantes?

En mi familia se valoraba sobremanera el estudio como fuente insustituible de libertad para poder elegir. Mi formación es más bien cartesiana, orientada sobre todo al conocimiento de las matemáticas. Por otro lado, nos motivaban para que aprendiéramos idiomas. Es por ello por lo que estudié en la Alianza Francesa, y pude participar de un intercambio estudiantil para mejorar el inglés. Todo según una lógica más bien pragmática: para “ganarse la vida” y para que “te vaya bien en la vida”. Obviamente que eso de que “a uno le vaya bien en la vida” estaba pensado en términos económicos, para poder formar una familia y darle un buen pasar. Al descubrir la vocación sacerdotal se me abrió un mundo con el estudio de la filosofía y después de la teología. Prácticamente comencé de cero, dado que había una clara subvaloración de esas disciplinas en el mundo en el cual me movía. El seminario me permitió conocer a Platón, Aristóteles y luego a San Agustín y a Santo Tomás. El curso de ontología me hizo mucho sentido y me amplió la mirada respecto de las categorías para conocer la realidad; ya no se trataba de preguntar “si sirve o no sirve”, sino que de preguntarse por la verdad de la realidad, permitiéndome pasar de una cultura más bien utilitarista a otra que pretende comprender la realidad y sus fundamentos más allá del fenómeno. Sin duda que en santo Tomás hay un referente que ilumina mi pensar a la hora de responder a las preguntas sobre el ser, sobre el sentido y sobre el fin último del hombre.

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Interior de las torres de la Catedral Metropolitana de Santiago. ©santiagoadicto

Sabemos también que en su quehacer cotidiano no todo es fe y razón, también las expresiones artísticas, en múltiples disciplinas, son parte de su personalidad activa y creativa. Pintura, obra de teatro, libro de poesías, y recientemente un documental. ¿Puede contarnos de dónde proviene esta relación con lo artístico y cultural, y el rol que juega en su ministerio?

Provengo de una familia con un padre con un sentido de lo bello muy agudo. Por un lado nos exigía en materia educacional, pero, por otro, nos llevó por el camino de la belleza a través de la pintura chilena y de la música. Eso lo agradezco mucho, dado que cada vez me convenzo más de que la razón es científica, ética y estética a la vez.

Me surge de lo más profundo de mi ser incursionar en las diferentes disciplinas como una forma privilegiada de acercar la belleza a mundos donde es tan esquiva. Por ello he llevado obras de teatro a la cárcel, así como una exposición de pinturas. La gracia de la belleza es que en gran medida es juzgada por el sujeto que la ve y a él le corresponde dar el veredicto. He visto obras de arte donde la combinación del color, la forma, las proporciones y la iluminación me han llegado al alma y me han hecho experimentar una alegría sin igual. El plano de lo subjetivo es lo propio del arte y adquiere plenitud en la paz. Lo mismo pasa con algunas piezas musicales. El espíritu no se convence de tanta belleza y la busca incesantemente. En lo personal, el solo hecho de pensar un proyecto artístico ya es motivo de mucha alegría, aunque siempre su concreción es menos de lo que había en la mente. Toda obra de arte está siempre inacabada y tiene algo de frustrante, de ahí la importancia de la perseverancia y la humildad. Otra característica que me fascina del arte es que con tan poco (papel, acuarelas, acrílicos) se puede hacer mucho y ser profundamente feliz.

El plano de lo subjetivo es lo propio del arte y adquiere plenitud en la paz. Lo mismo pasa con algunas piezas musicales. El espíritu no se convence de tanta belleza y la busca incesantemente.

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Vista desde las torres de la Catedral Metropolitana de Santiago. ©santiagoadicto

¿Cuál sería el papel que les toca a las universidades católicas a la hora de integrar esa razón que es, a la vez, técnica, ética y estética? En su rol de Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica de Chile, probablemente tiene sueños concretos con respecto a esta casa de estudios.

En la Universidad Católica y en todas las universidades que me quieran escuchar, hablaré de la belleza del ser humano, de su dignidad, de un plan trazado para él desde toda la eternidad y que se manifiesta como expresión sublime en el servicio. La universidad ha de ser un espacio no para “moldear” al alumno, sino para abrirlo a todo lo sublime que hay en sí mismo y en los demás. La universidad está llamada a ser una gran escuela de humanidad donde la realidad en su conjunto sea mirada a la luz de la verdad acerca del hombre. Reivindico con fuerza los estudios teológicos y filosóficos y miro con sospecha a quienes quieren encerrar el conocimiento de la realidad en un aspecto de este sin abrirse a otras disciplinas. La universidad es el espacio propicio para reflexionar con libertad acerca del misterio insondable de la vida y para ampliar la propia mirada. Ha de ser, por naturaleza, un espacio que desafía siempre el intelecto y por supuesto el propio comportamiento. Por otro lado, espero insistir a tiempo y a destiempo sobre la centralidad y la unidad de la fe y la razón para asomarse al conocimiento de la realidad. Para ello es fundamental que la comunidad reconozca a Jesucristo como luz para el quehacer docente e investigativo y como una base cierta y firme para emprender la aventura de transmitir el conocimiento y explorar en la investigación. Una universidad cristocéntrica ha de ser la gran propuesta de las universidades católicas. Ello le agrega la profundidad que tanto nos hace falta en la esfera pública y académica, donde, a veces, se confunde quehacer universitario con estrategia de marketing. Ello lo resiente no solo la comunidad universitaria, sino que también toda la sociedad.

Espero insistir a tiempo y a destiempo sobre la centralidad y la unidad de la fe y la razón para asomarse al conocimiento de la realidad. Para ello es fundamental que la comunidad reconozca a Jesucristo como luz para el quehacer docente e investigativo y como una base cierta y firme para emprender la aventura de transmitir el conocimiento y explorar en la investigación.

¿Cómo lleva a cabo usted, como pastor, ese ejercicio de apertura al conocimiento de la realidad?

Yo pienso que vivimos en una sociedad muy ideologizada. Cada uno desde su propia ideología lee la realidad y la declara verdadera o falsa, buena o mala, si se adecúa o no a la percepción que se tiene de ella.

Es muy fácil caer en esa lógica. El camino que me quiero trazar es dejar que la realidad me hable y dejarme interpelar por ella. Los seres humanos, además de ser únicos, con experiencias personales intransferibles, tienen un bagaje histórico cultural que en muchos sentidos los condiciona y frente a lo cual es importante ser muy respetuoso. Así las cosas, he optado por escuchar y ver de qué manera esa realidad forma parte del plan de salvación que Dios tiene para él. Soy muy cuidadoso en no imponer la visión que yo tengo de las cosas porque obviamente está marcada por mi historia. Desde ese punto de vista y desde la convicción de que para cada ser humano hay un plan de Dios, me parece un excelente ejercicio tener espacios de discernimientos comunitarios para analizar en conjunto si tal o cual propuesta, o tal o cual plan pastoral o acción a seguir, ayudan o no a que el Evangelio sea conocido y si es fuente de humanización o no. Por eso tengo mucha esperanza en la sinodalidad, en cuanto nos permite en conjunto ir viendo de qué manera Dios actúa en la historia en cada una de las circunstancias de la vida y de qué manera la Iglesia se hace parte de ese actuar en cuanto que ella es sacramento de Jesucristo. Cuando no existe esa coherencia, significa que estamos adecuando el Evangelio y la experiencia religiosa para justificarnos a nosotros mismos.

Tengo mucha esperanza en la sinodalidad, en cuanto nos permite en conjunto ir viendo de qué manera Dios actúa en la historia en cada una de las circunstancias de la vida y de qué manera la Iglesia se hace parte de ese actuar en cuanto que ella es sacramento de Jesucristo.

Sobre ese mismo camino sinodal que menciona y que ha puesto sobre la mesa no solo la realidad de nuestra Iglesia local, sino la de la Iglesia universal, ¿cómo ha vivido usted ese camino? ¿Cómo espera que acojamos y vivamos las invitaciones que surjan del Sínodo acá en Santiago, en Chile?

Me mueve la esperanza de que podremos salir del clericalismo que paraliza la creatividad de los laicos y también de los consagrados. Para ello es fundamental que no nos vean como jefes de una comunidad ni tampoco como empleados, sino que como hermanos que compartimos un mismo bautizo, que somos parte del mismo cuerpo con un carisma distinto a la luz de la vocación que el Señor nos ha regalado en miras a entregar lo mejor de cada uno para edificar la Iglesia y expandir el mensaje de salvación. Es muy triste percibir que para muchos católicos los sacerdotes somos meros proveedores de servicios religiosos, pero no discípulos de Jesucristo que actuamos en su nombre en virtud de la ordenación sacerdotal que nos configura con Él de una manera esencial. En ello veo mucha superficialidad al punto que muchas personas no se vinculan con la parroquia de su barrio para formar comunidad, sino que se acercan al sacerdote para hechos puntuales de su vida pero están desarraigados de la vida eclesial.

Me mueve la esperanza de que podremos salir del clericalismo que paraliza la creatividad de los laicos y también de los consagrados. Para ello es fundamental que no nos vean como jefes de una comunidad ni tampoco como empleados, sino que como hermanos que compartimos un mismo bautizo (…)

Instituciones como Ayuda a la Iglesia que Sufre han identificado cómo ha crecido en el último tiempo en Chile la animadversión hacia la Iglesia, así como se suceden los incendios y destrucción de capillas. ¿Identifica usted que existe hoy una amenaza –incipiente o más avanzada– a la libertad religiosa en nuestro país? ¿Qué podemos hacer al respecto?

Lamentablemente hay sectores que no le reconocen a la Iglesia el servicio que ha realizado por siglos en los más vastos espacios de la vida pública. Muchos la ven como una amenaza a la libertad entendida como mera posibilidad de elegir según el propio parecer de cada cual, pero desarraigado de la verdad y del bien que implica. Ese es un problema serio que hunde sus raíces en la ausencia de un pensar metafísico y verdades objetivas que prevalecen siempre y bajo todas las circunstancias. Hoy el emerger de la subjetividad del individuo como fuente última de l acto humano ha llevado a negar la moral tradicional fundada en la ley moral natural y en el Evangelio. Eso es muy grave porque se cree que la máxima aspiración del ser humano es actuar con esa libertad, pero es una libertad que no tiene destino porque en definitiva no tiene una antropología que la sustente y que responda adecuadamente a lo que el hombre es. De allí surgen las ideologías y todo lo que implica. La Iglesia erraría si no centra su ser y su quehacer en la persona de Jesucristo. El desafío hoy es cómo presentarlo, es decir, un desafío pedagógico. Y esa reflexión aún está por hacerse porque los cambios culturales han sido tan profundos y rápidos que nos ha faltado la serenidad para aquello.

¿En qué niveles de la sociedad debiera estar presente la Iglesia para quizás contrarrestar esa complejidad en que estamos viviendo? ¿Usted vislumbra los acentos que tanto laicos como consagrados debiésemos perseguir?

Pienso que la única y gran fortaleza que tiene la Iglesia Católica es la persona de Jesucristo que se manifiesta en la Biblia, en la vida sacramental y en el testimonio de los católicos. Lamentablemente vivimos tiempos en que muchos católicos están fascinados con las cosas que ahora pueden tener. Ello los ha llevado a olvidarse de Dios. Es triste apreciar como para muchos católicos la materia es más importante que el espíritu y la técnica más relevante que la ética. El ser católicos para muchos es contar con un sacerdote para un bautizo o matrimonio y sobre todo para un funeral. La gran tarea que se me impone como arzobispo es generar una comunidad de creyentes que articulan su vida en torno al Evangelio, el servicio a los más pobres en un espíritu de fraternidad.

El ser católicos para muchos es contar con un sacerdote para un bautizo o matrimonio y sobre todo para un funeral. La gran tarea que se me impone como arzobispo es generar una comunidad de creyentes que articulan su vida en torno al Evangelio, el servicio a los más pobres en un espíritu de fraternidad.

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Interior de las torres de la Catedral Metropolitana de Santiago. ©santiagoadicto

Ha señalado en distintas entrevistas que quiere ser un pastor que contribuya, que aporte esperanza, posibilidad de diálogo y de tender puentes, ser un factor de unidad. ¿Cómo le gustaría entablar esos diálogos, hacer funcionar esos puentes? Ha hablado de tolerancia y fraternidad. ¿De qué manera concreta puede la Iglesia ayudar a recomponer el tejido social?

Chile es un país donde la segregación es cada vez más evidente. Se segrega por barrios, por lugares de veraneo, de esparcimiento, de estudios, de salud, de todo. Chile en ese sentido no ha sido capaz de generar espacios de verdadera fraternidad. Esa es una de las razones del malestar que experimentan muchas personas. La sociedad entera se concentra, aplaude y felicita a los 100 colegios con los mejores puntajes en la PAES, pero nadie se pregunta qué pasó con los 100 colegios con los peores puntajes, quiénes son esos alumnos, dónde viven, quiénes son sus profesores, y sobre todo de qué manera los podemos ayudar. Hay mucha frustración en muchas personas. Por ejemplo: una mamá hizo lo indecible por poner a sus hijos en un colegio “bueno”, en el sentido de que garantizaba buenos puntajes para el ingreso a la universidad. Se sacaba el pan de la boca para pagar mensualmente. Me dijo que matricular a sus hijos en el colegio de su barrio era “condenarlos” a que no aprendieran nada y a que no ingresaran a la universidad. Al final igual los terminó matriculando en ese colegio porque en el otro no se sentían a gusto porque no podían ir a los cumpleaños de sus compañeros, no podían contar los viajes que hacían con la familia y menos vestirse como los demás. Ese es un drama que clama al cielo porque si bien es cierto que en el discurso todos somos iguales, en la realidad no todos somos iguales. La Iglesia cuando promueve la justicia social y el bien común como una realidad que es mucho más que el bien de cada cual está colaborando en la construcción de una sociedad más justa, más humana, más fraterna y menos segregada.

El tema de los abusos cometidos en contexto eclesial ha marcado la conversación en torno a la Iglesia, también los silencios de la Iglesia como institución. Sabemos lo que se ha implementado desde que el 2018 el Papa convocara a todos los obispos, hemos seguido procesos, se han hecho investigaciones, publicado estudios. ¿Cuál es el estado de situación hoy?

La Iglesia Católica se ha tomado muy en serio el dramático asunto de los abusos sexuales, de conciencia y de poder. Hay normas precisas de cómo actuar frente a un caso y eso ha sido un gran avance. Esta postura ha sido tomada muy en serio en la Iglesia de Chile y en las iglesias locales. Hay oficinas que reciben denuncias, hay importantes recursos destinados a la prevención con personas muy capacitadas en todos los niveles de la arquidiócesis y fuera de ellas. No tenemos otro camino porque no hay espacio para los abusos al interior de la Iglesia y de la sociedad toda y menos de quien es consagrado. Pienso que la experiencia en el modo de proceder, aunque hay que reconocer fue tardío en muchos casos, debiese trasladarse a las familias, los colegios, los centros deportivos y a todos los lugares donde hay vínculos humanos asimétricos y con algún tipo de dependencia. Seguiremos como Iglesia por este camino porque no hay nada más contradictorio que alguien vaya a buscar a Dios y termine abusado. Es la negación misma de lo que se espera de alguien que ha entregado su vida a Dios.

Chile ha demostrado tener una cultura abusiva y cleptocrática, como se percibe día a día. Eso ha hecho mucho daño porque hay personas que han quedado destruidas de por vida y porque claramente se percibe una pobre concepción de la dignidad del ser humano y del valor de la comunidad. La Iglesia ha tomado estos asuntos muy en serio y creo que puede hacer un aporte al respecto dado el ideal que la mueve y la antropología que la sustenta.

Por último, no queremos dejar de lado los conflictos en medio oriente y específicamente lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza. Como miembro de la comunidad de palestinos más grande fuera de Palestina, y como creyente, ¿cómo vive esta guerra?

¿Qué refleja en términos humanitarios y de fe lo que ahí está pasando? ¿Cómo debería resonar en nuestra propia experiencia de convivencia social y de valoración de nuestras creencias?

El conflicto en el Medio Oriente me llega profundamente porque mis cuatro abuelos son palestinos. Llegaron hace más de un siglo a Chile. Yo soy segunda generación. Veo una situación compleja y dolorosa porque no se respetan las decisiones de los organismos internacionales, no se escucha la voz de quienes abogamos por un Estado Palestino libre, soberano, con fronteras seguras y capaz de autodeterminarse. Sin duda el camino tomado por un grupo de palestinos de Hamas y del Estado de Israel se aleja de lo que se espera de una sociedad civilizada. La violencia se condena venga de donde venga y por cierto que esa vía hay que detenerla. Detrás de la experiencia que estamos viviendo queda claro que para estos grupos la vida no tiene valor alguno, y ello me causa dolor e impotencia. El dolor que experimenta una madre que pierde a un hijo siempre duele, sea de donde sea. Me sumo a la postura tomada por la Santa Sede, que aboga por el fin de la violencia, el diálogo como método para resolver los conflictos y sobre todo la creación de un Estado Palestino que conviva en paz junto al Estado de Israel. Rezo por esa intención y he escrito varias columnas al respecto. La paz es fruto de la justicia y la solidaridad. Dios quiera que todos comprendamos de una vez por todas que la violencia solo trae más violencia.


Notas 

[1] Tele13 Radio, programa Mesa Central conducido por Iván Valenzuela, 26 de octubre 2023.

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