El salmo responsorial recoge unas palabras que nos consuelan: “El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”. Y la imagen presentada por Isaías es la de un Dios que habla con nosotros como un padre con su hijo, alterando su voz para hacerla lo más parecida posible a la suya. Y antes de todo, le da seguridad, acariciándolo: “No temas, Yo mismo te auxilio”.
Parece que nuestro Dios quiera cantarnos una nana. Nuestro Dios es capaz de eso. Su ternura es así: es padre y madre. Tantas veces dijo: “Aunque una madre se olvidare del hijo, Yo no te olvidaré”. Nos lleva en sus entrañas. Es el Dios que con este diálogo se hace pequeño para hacernos entender, para hacer que tengamos confianza en Él y podamos decirle, con el valor de Pablo, que cambia la palabra y dice: “Papá, Abbà”. Papá… Es la ternura de Dios.
Es cierto que a veces Dios nos pega. Él es el grande, pero con su ternura se acerca a nosotros y nos salva. Y eso es un misterio y una de las cosas más hermosas. Es el Dios grande que se hace pequeño y, en su pequeñez, no deja de ser grande. Y en esta dialéctica grande es pequeño: está la ternura de Dios. El grande que se hace pequeño y lo pequeño que es grande. La Navidad nos ayuda a entender esto: en aquel pesebre… el Dios pequeño. Me viene a la cabeza una frase de Santo Tomás, en la primera parte de la Suma. Queriendo explicar esto: “¿Qué es divino? ¿Qué es lo más divino?”, dice: “Non coerceri a maximo contineri tamen a minimo divinum est”, o sea, no asustarse de las cosas grandes, sino tener en cuento las cosas pequeñas. Eso es divino, las dos cosas juntas.
Dios no solo nos ayuda, sino que hace también promesas de alegría, de una gran cosecha, para ayudarnos a ir adelante. Dios que no solo es padre, sino que es papá. ¿Yo soy capaz de hablar con el Señor así o tengo miedo? Que responda cada uno. Pero alguno puede decir, puede preguntar: ¿Y cuál es el lugar teológico de la ternura de Dios? ¿Dónde se puede encontrar bien esa ternura de Dios? ¿Cuál es el lugar donde se manifiesta mejor la ternura de Dios? La llaga. Mis llagas, tus llagas, cuando se encuentra mi llaga con su llaga. “En sus llagas fuimos curados”.
Recordemos la parábola del Buen Samaritano: allí uno se inclinó sobre el hombre asaltado por los bandidos y lo socorrió limpiando sus heridas y pagando por su curación. Ahí está el lugar teológico de la ternura de Dios: nuestras llagas. Pensemos durante la jornada en la invitación del Señor: “Venga, venga: hazme ver tus llagas. Yo quiero curarlas”.
Fuente: almudi.org