La profética encíclica “Evangelium vitae” fue escrita por el Papa Juan Pablo II en 1995 para reafirmar el valor y la inviolabilidad de cada vida humana y para instar a todas las personas a respetar, proteger, amar cada vida humana y servirla. Este 25 de marzo se cumple el XXX aniversario de este documento y el Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida publicó un subsidio sobre cómo iniciar procesos eclesiales para promover una pastoral de la vida humana con el fin de defenderla, protegerla y promoverla en los diversos contextos geográficos y culturales, en este tiempo de gravísimas violaciones de la dignidad del ser humano.

Foto de portada: “Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo” (Evangelium vitae, n. 2) En la imagen, el papa Juan Pablo II, quien más tarde se convirtió en San Juan Pablo II, imparte su bendición durante una liturgia bautismal anual en la Capilla Sixtina del Vaticano el 13 de enero de 2002. ©Catholic Press Photo

¿Qué plantea Evangelium vitae?

El “Evangelio de la Vida” está en el centro del mensaje de salvación de Jesús para el mundo. Por medio de la Encarnación y el nacimiento de Cristo, Dios nos revela la dignidad de cada vida humana que, como un don de Dios, es sagrada e inviolable. El Hijo de Dios se ha unido con todos los seres humanos y desea que compartamos la vida eterna con él. Por ese motivo, los ataques directos a la vida humana, como el aborto y la eutanasia, siempre son inaceptables. Aun así, tristemente, vemos amenazas nuevas y crecientes para la vida humana que emergen a una escala alarmante. Estas nuevas amenazas para la vida a menudo son justificadas, protegidas e incluso promovidas por nuestras leyes y cultura.

La vida humana no solo no debe ser arrebatada, sino que debe ser protegida con preocupación y amor dado que cada uno de nosotros está hecho a imagen y semejanza de Dios, y reflejamos su gloria en el mundo. Dios hizo a la persona humana con la capacidad de amar y razonar y de compartir una relación con él, el Creador. La persona humana lleva una huella indeleble de Dios y es el pináculo de toda la creación. De hecho, la fuente de nuestra dignidad no solo está vinculada con nuestra creación por parte de Dios, sino con nuestro destino final para pasar la eternidad con el Padre. Al aceptar a Cristo como nuestro Salvador por medio del ministerio de la Iglesia, podemos comenzar a compartir la vida eterna desde ahora aun con nuestros pecados.

A pesar de las graves amenazas para la vida humana en el mundo moderno, nosotros, por ser el Pueblo de Dios, somos llamados a poner nuestra fe en Jesús, la “Palabra que es vida” (1 Jn 1,1). Como cristianos, hemos recibido la verdad completa sobre la vida humana según la proclama el mismo Jesús. Al compartir las condiciones de vida más bajas y vulnerables de la vida humana—incluso la muerte en una cruz— Jesús nos muestra que la vida es buena siempre. El verdadero significado de nuestra vida se encuentra en dar y recibir amor. Es solamente por medio de este entendimiento de una sincera entrega de uno mismo que la sexualidad humana y la procreación alcanzan su verdadero y completo sentido.

Dios tiene la vida de todas las personas en su amoroso y bondadoso cuidado, lo cual le da contenido y valor a cualquier sufrimiento que soportemos: incluso dentro del misterio que rodea el sufrimiento y la muerte, estas experiencias pueden volverse acontecimientos de salvación al vincularlos con el sacrificio de Cristo. Al hacer de la vida humana el instrumento de nuestra salvación, el Hijo de Dios nos muestra el incalculable valor de ella: “La certeza de la inmortalidad futura y la esperanza en la resurrección prometida proyectan una nueva luz sobre el misterio del sufrimiento y de la muerte, e infunden en el creyente una fuerza extraordinaria para abandonarse al plan de Dios” (Evangelium vitae, n. 67).

“Al compartir las condiciones de vida más bajas y vulnerables de la vida humana—incluso la muerte en una cruz— Jesús nos muestra que la vida es buena siempre”.

Aunque las raíces de la violencia contra la vida no son nuevas—remontándonos al Génesis, cuando Caín tomó la vida de su hermano Abel— nuestro mundo moderno ahora sufre bajo una cultura de muerte. Los avances científicos y tecnológicos y un creciente mundo secularizado han provocado un eclipse del valor de la vida humana. Sin embargo, el respeto por la vida exige que la ciencia y la tecnología siempre deban estar al servicio de la persona humana y su desarrollo integral. Debemos rechazar los sistemas de pecado estructural que valoran la eficiencia y la productividad por encima de la persona humana.

Los gobiernos y las instituciones internacionales promueven el aborto y la eutanasia como marcas de progreso y libertad, pero esta es una concepción falsa y perversa en la cual la libertad se equipara con el individualismo absoluto:

Con esta concepción de la libertad, la convivencia social se deteriora profundamente.Si la promoción del propio yo se entiende en términos de autonomía absoluta, se llega inevitablemente a la negación del otro, considerado como enemigo de quien defenderse. De este modo la sociedad se convierte en un conjunto de individuos colocados unos junto a otros, pero sin vínculos recíprocos: cada cual quiere afirmarse independientemente de los demás, incluso haciendo prevalecer sus intereses. Sin embargo, frente a los intereses análogos de los otros, se ve obligado a buscar cualquier forma de compromiso, si se quiere garantizar a cada uno el máximo posible de libertad en la sociedad. Así, desaparece toda referencia a valores comunes y a una verdad absoluta para todos; la vida social se adentra en las arenas movedizas de un relativismo absoluto. Entonces todo es pactable, todo es negociable: incluso el primero de los derechos fundamentales, el de la vida. (Evangelium vitae n. 20)

La verdadera libertad es inherentemente relacional y reconoce que Dios nos ha confiado los unos a los otros. A medida que las culturas y las sociedades fallan en reconocer estas verdades objetivas, todo se vuelve relativo y todos los principios se ponen en tela de juicio, incluso el derecho fundamental a la vida. No obstante, la sangre del sacrificio de Cristo sigue siendo nuestra esperanza constante: la entrega de Cristo en la cruz revela cuán preciosa es la vida verdaderamente y nos da la fuerza para comprometernos a desarrollar una cultura de la vida. La sangre de Cristo, derramada por nosotros, promete que en el plan de Dios la muerte ya no existirá y la vida vencerá.

La sociedad en su totalidad debe respetar, defender y promover la dignidad de todas las personas, en todo momento y en todas las condiciones de la vida de esa persona. Cada vida es un don de Dios y, en última instancia, le pertenece a él. Él tiene exclusiva autoridad sobre la vida y la muerte. Por lo tanto, somos llamados a reverenciar y amar a todas las personas humanas, amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Es nuestra responsabilidad cuidar y proteger la vida humana, especialmente la vida de los más desamparados.

Tras haber recibido el don del Evangelio de la Vida, somos el pueblo de la vida y un pueblo para la vida. Es nuestro deber proclamar el Evangelio de la Vida al mundo:

La solidaridad, entendida como “determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común” (cf. Sollicitudo rei socialis n.565), requiere también ser llevada a cabo mediante formas de participación social y política. En consecuencia, servir el Evangelio de la vida supone que las familias, participando especialmente en asociaciones familiares, trabajen para que las leyes e instituciones del Estado no violen de ningún modo el derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, sino que la defiendan y promuevan. (Evangelium vitae n. 121)

Proclamar a Jesús es proclamar la vida. La gratitud y la alegría ante la incomparable dignidad de la persona humana nos impulsan a llevar el Evangelio de la Vida al corazón de todas las personas y hacer que penetre en todas las partes de la sociedad. En cada niño que nace, y en cada persona que vive o muere, vemos la imagen de la gloria de Dios. Celebramos esta gloria en cada ser humano, un signo del Dios vivo, un icono de Jesucristo.

“La vida es siempre un bien”

“La vida es siempre un bien (Evangelium vitae, n. 31) y como tal debe ser presentada, protegida y valorada en cada situación”. Con estas palabras, el cardenal Kevin Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, presentó la publicación del subsidio titulado “La vida es siempre un bien. Iniciando procesos para una pastoral de la vida humana” (LEV 2025), que se publicó este 25 de marzo con ocasión de la celebración del XXX aniversario de la carta encíclica Evangelium vitae.

Una verdadera pastoral de la vida humana

En la introducción del subsidio, el cardenal Kevin Farrell escribe: “En una época de gravísimas violaciones de la dignidad del ser humano, en tantos países, atormentados por guerras y todo tipo de violencia (especialmente sobre las mujeres, los niños antes y después del nacimiento, los adolescentes, las personas con discapacidad, los ancianos, los pobres, los migrantes) es necesario dar forma a una verdadera y específica Pastoral de la Vida humana, para poner en práctica lo que también ha reafirmado la reciente Declaración Dignitas infinita del Dicasterio para la Doctrina de la Fe: “una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre” (n.1). La vida de cada hombre y de cada mujer debe ser, por lo tanto, siempre respetada, custodiada, defendida. Este principio, reconocible incluso por la sola razón, debe aplicarse en cada país, en cada pueblo, en cada casa”.

Promover la dignidad de cada persona

El subsidio es fruto de un diálogo permanente con los Obispos: “Los principales destinatarios de este subsidio pastoral son los obispos que, en sus frecuentes visitas ad limina a la Santa Sede, han reiterado siempre la urgencia de impulsar la protección y la promoción de la vida y la dignidad de toda persona humana”, comentó monseñor Dario Gervasi, secretario adjunto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. En un seminario web organizado por el Dicasterio en 2024 con los responsables de las oficinas de Familia y Vida de las conferencias episcopales de todo el mundo, se inició un proceso común de desarrollo de la pastoral de la vida humana, a la luz de los recientes impulsos dados por el documento Dignitas infinita.

Un camino en cada diócesis

Al servicio de este proceso, el recurso es una propuesta sobre cómo aplicar el método sinodal de discernimiento en el Espíritu en relación con los numerosos temas relacionados con la vida humana y las formas de defenderla, custodiarla y promoverla en los diversos contextos geográficos y culturales. “En un diálogo común”, continúa monseñor Gervasi, “se quiere apoyar el camino de cada diócesis para que pueda invertir los recursos necesarios en una formación más eficaz de los laicos y aumentar la sensibilización de las nuevas generaciones sobre el valor de la vida humana”.

Fuente: Vatican News

 

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