24 de noviembre de 2017
Las lecturas de hoy, la primera del libro de los Macabeos (4,36-37.52-59), y la segunda del Evangelio de San Lucas (19,45-48), nos hablan de un mismo tema: la purificación del templo. Como Judas Macabeo y sus hermanos volvieron a consagrar el templo profanado por los paganos, así Jesús expulsa a los mercaderes de la casa del Señor, convertida en una cueva de ladrones.
Pero, ¿qué hay que hacer para volver puro el templo de Dios? Pues a través de la vigilancia, el servicio y la gratuidad.
El templo de Dios más importante es nuestro corazón, porque dentro de nosotros habita el Espíritu Santo. ¿Y qué sucede en mi corazón? ¿He aprendido a vigilar dentro de mí, para que el templo de mi corazón sea solo para el Espíritu Santo? ¡Purificar el templo, el templo interior y vigilar! Estate atento: ¿qué pasa en tu corazón? ¿Quién viene, quién va? ¿Cuáles son tus sentimientos, tus ideas? ¿Hablas con el Espíritu Santo? ¿Escuchas al Espíritu Santo? Vigilar: estar atentos a lo que pasa en nuestro templo, dentro de nosotros.
Jesús, de modo especial está presente en lo enfermos, en los que sufren, en los hambrientos, en los encarcelados. Él mismo lo dijo. Y yo me pregunto: ¿Sé proteger ese templo? ¿Cuido del templo con mi servicio? ¿Me acerco a ayudar, para vestir, para consolar a los que lo necesitan? San Juan Crisóstomo reprochaba a los que hacían muchas ofrendas para adornar, para embellecer el templo físico, pero no se preocupaban por los necesitados. ¡Les regañaba! Y decía: “No, eso no está bien. Primero el servicio, luego la ornamentación”. Así pues, purificar el templo que son los demás. Y, cuando nos acercamos a prestar un servicio, a ayudar, nos parecemos a Jesús que está allí dentro.
Finalmente, la tercera actitud es la gratuidad. Cuántas veces entramos con tristeza en un templo —pensemos en una parroquia, en un obispado, no sé— y no sabemos si estamos en la casa de Dios o en un supermercado. Porque hay comercio allí, hasta está la lista de los precios por los sacramentos. ¡Falta gratuidad! Y Dios nos salvó gratuitamente, no nos hizo pagar nada. Ciertamente, se podría plantear una objeción: “pero es necesario tener dinero para sacar adelante las estructuras, mantener a los sacerdotes, etc.”. ¡Tú da con gratuidad y Dios hará el resto! ¡Dios pondrá lo que falta! Que nuestras iglesias sean iglesias de servicio, iglesias gratuitas.
Fuente: almudi.org