La primera lectura del Libro de Nehemías (Ne 8,1-4a.5-6.7b-12) es la historia del encuentro del pueblo elegido con la Palabra de Dios. Toda una historia de reconstrucción, porque el contexto es la reconstrucción del Templo y el regreso del exilio. Nehemías, el gobernador, habla con Esdras para entronizar la Palabra de Dios: todo el pueblo se reunió en la plaza ante la Puerta del Agua. El sacerdote “Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie”. Y los levitas explicaban la ley. ¡Es bonito! Nosotros estamos acostumbrados a tener ese libro que es la Palabra de Dios, pero estamos, diría, mal acostumbrados. Mientras que a aquel pueblo le faltaba la Palabra, y tenía hambre de la Palabra de Dios. Por eso, cuando vio el libro de la Palabra se puso de pie. Pensad que desde hacía muchos años no pasaba eso; es el encuentro del pueblo con su Dios, el encuentro del pueblo con la Palabra de Dios. “Entonces el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Edras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la asamblea: este día está consagrado al Señor”. Para nosotros es el domingo. El domingo es el día del encuentro del pueblo con el Señor, el día del encuentro de mi familia con el Señor, el día de mi encuentro con el Señor: ¡es un día de encuentro! “Ese día está consagrado al Señor”.
Por eso, Nehemías, Esdras y los levitas animaban a no hacer luto ni llorar. “Y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley”. Lloraba de alegría. Cuando oímos la Palabra de Dios, ¿qué pasa en mi corazón: estoy atento a la Palabra de Dios? ¿Dejo que toque mi corazón o estoy ahí mirando el techo, pensando en otras cosas, y la Palabra entra por un oído y sale por el otro, sin llegar al corazón? ¿Qué hago para prepararme a que la Palabra llegue al corazón? Y cuando la Palabra llega al corazón hay llanto de alegría y hay fiesta. No se entiende la fiesta del domingo sin la Palabra de Dios, no se entiende. “Nehemías les dijo: Id a celebrarlo –y da una buena receta para la fiesta–, comed buenos manjares y bebed buen vino, e invitad a los que no tienen nada preparado –¡a los pobres; siempre los pobres son los “monaguillos” de la fiesta cristiana, los pobres!–, pues este día está consagrado al Señor. ¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza”.
La Palabra de Dios nos hace alegres, el encuentro con la Palabra de Dios nos llena de gozo y esa alegría es mi fuerza, nuestra fuerza. Los cristianos son alegres porque han aceptado, han recibido en el corazón la Palabra de Dios y continuamente la encuentran y la buscan. Ese es el mensaje de hoy para todos. Un examen de conciencia breve: ¿Cómo escucho la Palabra de Dios? ¿O simplemente no la escucho? ¿Cómo me encuentro con el Señor en su Palabra que es la Biblia? Y luego: ¿estoy convencido de que la alegría del Señor es mi fuerza? La tristeza no es nuestra fuerza. A los corazones tristes el diablo los derriba enseguida, mientras que la alegría del Señor nos hace levantarnos, mirar y cantar y llorar de alegría. Uno de los salmos dice que en el momento de la liberación de Babilonia, el pueblo hebreo pensaba estar soñando: no podía creerlo. La misma experiencia sucede cuando encontramos al Señor en su Palabra, y pensamos: “Pero esto es un sueño”, y no podemos creer tanta belleza. Que el Señor nos dé a todos la gracia de abrir el corazón para ese encuentro con su Palabra y no tener miedo a la alegría, no tener miedo de celebrar la alegría, esa alegría que nace precisamente del encuentro con la Palabra de Dios.
Fuente: Almudi.org