Once académicos, chilenos y extranjeros, responden en este apartado a la pregunta que les formulara HUMANITAS en el propósito de discutir la actualidad del planteamiento hecho por Benedicto XVI en la Universidad del mismo nombre.
Razón y misericordia en los discursos alemanes de Benedicto XVI
POR ENRIQUE BARROS BOURIE [1]
Fe, Razón y Universidad fue el título que Benedicto XVI dio a su famoso discurso de Regensburg. Proviene de un teólogo universitario, que vuelve a casa. Esa clase magistral, dirigida a ‘representantes del ámbito de la ciencia’, alude a una tradición intelectual en que es natural que la teología dialogue con otras ciencias. El profesor Ratzinger, ahora Papa, asume como premisa que la correspondencia entre la fe y la razón es el punto focal de un teólogo académico.
Por cierto que el cristianismo se inserta en la cultura religiosa de un Dios personal. Pero es sintomático que la conferencia aluda a la helenización de esa tradición proveniente ya de la traducción al griego del Antiguo Testamento en Alejandría. El vínculo originario con la tradición filosófica griega es tan potente, según Benedicto, que solo es posible comprender el cristianismo a la luz de la íntima conexión entre el Jesús histórico, judío que habla en parábolas, y la tradición helénica, en que la verdad se articula mediante la razón. El credo cristiano expresa esa temprana fusión entre la revelación y la razón ordenadora.
La conferencia de Regensburg acentúa la aptitud de la razón para neutralizar la violencia. El fundamentalismo religioso, por el contrario, tiene su fuente en la pasión que obnubila el discernimiento. El teólogo Ratzinger tiene a Aristóteles como modelo intelectual: la razón práctica mira a la realidad y busca en ella orientación. El fanatismo de cualquier signo está cegado por un imperativo, ideológico o religioso. En tal sentido, el discurso puede ser tenido por profético del incremento de un islamismo que deviene despiadado, porque se aleja de la razón. Pero, ante todo, es un planteamiento dogmático: desprovista de razón, la fe puede desbordarse en inhumanidad.
Pero no solo la razón modera la violencia y la intolerancia. Otra vez en un ambiente académico, en Freiburg, poco antes de su renuncia al pontificado, Benedicto hizo una profunda reflexión sobre la misericordia cristiana, anticipando a su sucesor. La Iglesia, señala, tiene el deber de renovar el ‘intercambio desigual’ que Dios establece con la humanidad. La Iglesia tiene el deber de abrirse al mundo. Pero con dolor señala que su mundanidad se ha desarrollado en un sentido inverso al de la misericordia. Sus formas profanas la han hecho autosuficiente y otorgan a su organización más peso que a su tarea. Concluye que solo una Iglesia liberada de su lastre material y político puede estar genuinamente abierta al mundo.
El discurso académico de Regensburg apela a cuidar la relación entre la fe y la razón. Su último discurso alemán llama a desmantelar una Iglesia centrada en sus estructuras de poder. Solo una Iglesia desprendida de las pompas y aspiraciones mundanas puede asumir la tarea de que la misericordia no sea mera filantropía externa, sino resulte de una genuina relación con Dios.
La fe, la razón y la misericordia son los puntos cardinales de la doctrina de Benedicto. Sus contrapuntos son el positivismo, que abandona la pregunta por el sentido; el fanatismo, que desatiende la razón, y una estructura de poder que se aleja de su misión de genuina apertura al mundo.
Un “proceso iniciado en la zarza”
POR ANDRÉS OLLERO [2]
Olvidadas quedan, por anecdóticas, las alusiones que generaron polémica en el ámbito islámico. Permanece el mensaje central del discurso. No tiene sentido situar a Dios fuera de toda lógica, para acabar justificando el recurso a la violencia en nombre de unos sacrosantos derechos de la verdad: “Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo”. Es preciso, a la vez, liberarse de la “autolimitación moderna de la razón”, que condena a no encontrar respuesta racional a decisivos “interrogantes propiamente humanos”.
Sería injusto limitar a la cultura musulmana las bases escasamente racionales del primer planteamiento. Me temo que una actitud fideísta se muestra también extendida en ambientes culturales católicos. Subyace la tensión entre razón y voluntad. ¿Debemos considerar la ley natural como verdadera porque Dios así lo ha querido, o Dios nos ha recordado que es obligado secundarla porque es verdadera?
La respuesta es drástica: “no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”. Cuando esta se olvida, “la conciencia subjetiva se convierte en la única instancia ética”, “el ethos y la religión pierden su poder de crear una comunidad y se convierten en un asunto totalmente personal”. La expresión actuar en conciencia acaba siendo malentendida como invitación a una bienintencionada arbitrariedad; se menosprecia así la necesidad de una rigurosa formación de criterios éticos basada en la adecuada interpretación de normas objetivas.
La fe no exige rechazo alguno de la ciencia positiva, innecesario para “ampliar nuestro concepto de razón y de su uso”, sin intención alguna de “retroceder o hacer crítica negativa”. Lo que se nos propone es “valentía para abrirse a la amplitud de la razón y no la negación de su grandeza”. Estamos ante un “proceso iniciado en la zarza”, pues al hacerse posible un “nuevo conocimiento de Dios se da una especie de Ilustración”. Se constata que “escuchar las grandes experiencias y convicciones de las tradiciones religiosas de la humanidad, especialmente las de la fe cristiana, constituye una fuente de conocimiento”.
Tan grave como la falta de fe de quienes pretenden monopolizar la razón puede acabar resultando la escasa afición a la reflexión y argumentación racional de no pocos creyentes. De ahí que sea un auténtico regalo haber contado con la orientación de un Papa decidido a ejercer de Defensor rationis.
Un esfuerzo formidable por unir fe y razón
POR EDUARDO VALENZUELA CARVALLO [3]
El Discurso de Ratisbona quedará como un esfuerzo formidable por unir lo que todo el mundo quiere separar: fe y razón. El Papa Ratzinger muestra, en efecto, el doble movimiento de una fe que desea separarse de la razón y de una razón que quiere separarse de la fe. El primer movimiento ?la fe que quiere separarse de la razón? se presentó como un reproche al recurso de la violencia para propagar la fe que el emperador bizantino Manuel II esgrimió contra el Islam (y que fue motivo de escándalo en su momento), pero que tiene un alcance mucho más general, que llega a la propia teología cristiana y a la misma sensibilidad moderna de vivir la fe como una experiencia radicalmente subjetiva. El Papa recuerda que el cristianismo siempre se puso del lado de la filosofía y contra la ortopraxis de las religiones orientales. No se trata de símbolos o mitos, de invenciones o misterios, sino de verdades. Hay algo que es radicalmente verdadero (bueno y bello por añadidura) que interpela al hombre desde fuera, lo atrae y lo convierte. La conversión no es algo que ocurra dentro de uno mismo, no es solo “conocerse a sí mismo”, sino reconocer que existe un fundamento fuera de uno mismo. El Papa advierte acerca de los excesos a los que puede conducir una fe que se separa completamente de la razón, de los cuales la violencia es solo uno de ellos, quizás el menos probable en ambiente cristiano que, sin embargo, desborda muchas veces hacia una fe excesivamente íntima y sentimental. En otras partes, el Papa Ratzinger hace el contrapunto necesario: tampoco la fe cristiana es un libro en el que haya simplemente que leer, sino palabra viva que se experimenta en una comunidad sacramental. El segundo movimiento ?una razón que quiere separarse de la fe? es igualmente persistente y agudo. El Papa lo refiere a la clausura operacional de la ciencia positiva que identifica la razón con el método científicomatemático (solo la ciencia puede producir verdad, todo lo que no sea experimentable y empíricamente demostrable es “mera opinión”, como decía Hobbes) y renuncia con ello a otorgarles un estatuto racional a las preguntas fundamentales del hombre. El Papa reclama en este punto algo enteramente razonable, la pregunta por Dios cabe dentro del universo de la razón y tiene derecho a expresarse racionalmente. También el cristianismo tiene algún título en esto, porque así como no fue nunca una religión mistérica, tampoco fue una cosmología (“un mito de origen”), sino que se enraizó en la metafísica, en la contemplación de la verdad del ser, en el corazón de la razón que busca la verdad en la amplitud de todas sus determinaciones.
Testimonio profético profundo y radical
CARLOS I. MASSINI-CORREAS [4]
Al cumplirse diez años del difundido y cuestionado Discurso de Ratisbona, conviene recordar el núcleo de la doctrina expuesta en ese texto, ya que se trata del desarrollo de una afirmación que resulta basilar para la comprensión de la historia de las ideas y de la cultura, en especial de los últimos cinco siglos. En esa reflexión el entonces Pontífice sostiene dos tesis fundamentales: (i) que el cristianismo es la religión que, de modo paradigmático, ha desplazado al mito ¿y sus sucedáneos? en la explicación radical de la realidad completa y lo ha sustituido por el logos o razón; y (ii) que esa convicción ha sido atacada por sucesivas oleadas de reductivismo epistémico y escepticismo sobre las posibilidades teóricas y prácticas de esa misma razón.
A estos intentos de demoler el cometido de la razón en la explicación de lo real y en la dirección de la conducta humana, ha seguido una serie que resulta lógica, más que histórica: ante todo, la desautorización de la razón metafísica por obra del nominalismo y voluntarismo ockhamista, que vedó el acceso a las estructuras radicales de la realidad y de la trascendencia; después, la desintegración de la razón teológica por parte del protestantismo, que transformó la fe en irracional y la redujo a los límites de la sola Scriptura y de la sola Fides; a esto le siguió “la autolimitación moderna de la razón, clásicamente expresada en las ‘críticas’ de Kant, aunque radicalizada ulteriormente por el pensamiento de las ciencias naturales”, absolutizadas a través del cientificismo reductivista; al mismo tiempo, se propuso la anulación de la razón en el ámbito de la dirección de la praxis: moral, política, jurídica y económica, que quedaría reducida al dominio de las pasiones y emociones (Hume); y, finalmente, se plantea la pretensión nihilista y postnietzscheana de anular completamente la vida y función de la razón, reduciéndola a la justificación de meras relaciones de nudo poder y dominación despótica.
Frente a este proceso de demolición y ruina de la razón, tanto en su cometido teórico-cognitivo como práctico-moral, el Discurso de Ratisbona propone “la valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza”, como camino para “redescubrir por nosotros mismos” ese logos que es propiamente lo que nos constituye y dignifica como humanos. Y este testimonio tiene indudablemente un carácter profético profundo y radical, tanto en el sentido de prognosis verdadera como en el de algo afirmado valientemente y sin temores ni respetos humanos.
La amplitud de la razón
POR IGNACIO SÁNCHEZ DÍAZ [5]
El llamado que nos hizo Benedicto XVI en su discurso dictado en la Universidad de Ratisbona hace diez años se mantiene más vigente que nunca en nuestros días. Instó a las universidades a redescubrir por nosotros mismos ese gran logos, que es razón y palabra, reencontrando el diálogo entre fe y razón de un modo nuevo, abriendo horizontes en toda su amplitud. Esa es la gran tarea, nos dijo.
Sus palabras referidas a la misión universitaria, no solo en Ratisbona, sino a lo largo de todo lo que fue su pontificado, nos han impulsado a enfrentar con nuevas luces el gran reto de la universidad de nuestro tiempo: la cuestión de la verdad, cuestión inseparable del redescubrir constantemente la amplitud de la razón. Desde esta perspectiva, nos ha reafirmado que el estudio y la investigación universitaria poseen una fuerza intrínseca de ampliación de los horizontes de la inteligencia humana que permitiría a los alumnos afinar su espíritu crítico, disipar ignorancias y prejuicios, y ayudar a romper los hechizos creados por ideologías antiguas y nuevas. Bajo tales condiciones, asegura, la universidad constituye una ventaja para la formación global de la persona, en el sentido que permite realizar una auténtica maduración humana, científica y espiritual.
Como institución católica de educación superior, hemos querido responder al llamado de Benedicto XVI desde una perspectiva misionera que nos permita abrir y ampliar las puertas del saber con alegría a todos aquellos que se interesen en desarrollar sus capacidades en nuestras aulas. Una universidad con un claro rol y función pública, conectada con las necesidades del país y de la sociedad, a través del aporte de sus egresados, de la creación de nuevo conocimiento en todas las áreas del saber y del servicio y compromiso con la sociedad.
Desde nuestra fundación como Universidad Católica en 1888, nos hemos propuesto promover el diálogo entre la razón y la fe para fundamentar el trabajo de la investigación y el cultivo del saber. Por eso, a diez años de las palabras de Benedicto XVI en Ratisbona, fomentamos como la piedra basal de nuestro quehacer el ampliar los horizontes de la razón para responder a las grandes preguntas de la existencia humana, tarea en la cual la persona ocupa el lugar central en todo su misterio y en toda su integridad.
Fe y razón se constituyen en un diálogo por el cual trabajamos con pasión en la Universidad Católica. La fe nos abre el camino de la búsqueda de la verdad, nos acerca a Dios, que es la verdad absoluta.
Reclama espacio para quienes razonan desde fuera de lo experimentable
POR FRANCISCO CLARO [6]
En los diez años transcurridos desde el discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Regensburg hemos sido testigos de numerosas manifestaciones que dicen relación con el actuar según la razón, preocupación central expresada entonces por el Pontífice. Pienso en la alarmante expansión de movimientos fundamentalistas islamistas surgidos en Irak y Nigeria, en la triste migración hacia Europa desde dichas regiones causada por la violencia cotidiana, en los recientes atentados en Francia, en el populismo irresponsable que ha afectado y sigue afectando a algunos regímenes políticos, todos ellos expresiones que exhiben diferentes tintes de irracionalidad. El discurso papal gira en torno a un diálogo sostenido en el siglo XIV por el emperador bizantino Manuel II Paleólogo con un persa culto, del que se deduce que no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. Según este principio, aparte del espontáneo rechazo que actos como los mencionados provocan en el hombre común, su mera irracionalidad los apartaría del plan divino. La reflexión del Pontífice cala hondo en lo que se ha vivido desde entonces, siendo de observar por su parte que los aconteceres recientes están insertos en un devenir ya anticipado por actos como el ataque a las Torres Gemelas y otras formas de terrorismo conocidos globalmente. Este ver claramente el presente y advertir las consecuencias que se desprenden de él caracterizan una actitud profética.
Si bien el pontífice recalca la unidad entre razón y fe, hace una severa crítica a la razón moderna. Su observación se refiere a la autolimitación que se impone la razón al reducir el criterio de verdad a lo que puede comprobarse empíricamente. No discute el valor de la ciencia que se guía por esta forma de razonar, solo reclama espacio para quienes razonan desde fuera de lo experimentable, como la teología y la filosofía. El método empírico ha sido indudablemente exitoso, pero incluso al interior de la ciencia es a veces inabordable, como es el caso de la teoría que postula que los constituyentes básicos de la materia son pequeñísimas cuerdas. Sus predicciones no pueden comprobarse experimentalmente hoy día por la fastuosa energía requerida, lejos mayor que la que proveen los más grandes aceleradores concebibles tecnológicamente. Es también el caso del origen de las leyes de la naturaleza, pues ¿qué experimento ajeno a ellas se pudiera imaginar?
Al proponer mayor amplitud para la razón, Benedicto XVI apuntó a un aspecto fundamental de la cultura actual.
Núcleo de la discusión actual sobre la trascendencia de Dios
POR RODRIGO POLANCO [7]
Me parece muy importante que Benedicto XVI nos haya recordado que “entre Dios y nosotros” (…) “existe una verdadera analogía en la que ciertamente… las diferencias son infinitamente más grandes que las semejanzas, pero a pesar de ello no llegan a abolir la analogía y su lenguaje. Dios no se hace más divino por el hecho de que lo alejemos de nosotros…”.
Esta frase toca el núcleo de la discusión actual sobre la trascendencia de Dios. Es el tema de la “analogía del ser”, es decir, del hecho de que en todo lo creado existe una huella de Dios, su creador, con lo cual se puede afirmar que la creación posee una bondad fundamental ?y en particular el ser humano?, pero también que ella ?su modo de ser? nos puede decir algo sobre Dios.
Cuando, por el contrario, se afirma la trascendencia de Dios de una manera tal que no se hace posible ya conocer nada acerca de él, en el fondo se está diciendo que lo creado, y en particular el ser humano, no puede saber ni decir nada realmente verdadero acerca de Dios.
Esta última posición, tiene dos problemas a los que Benedicto XVI responde. Por una parte, es el fin del cristianismo como tal, ya que el cristiano, en cuanto tal, es testimonio, martirio: testifica algo de Dios, su revelación en Cristo. Y un testigo es por esencia veraz, dice algo verdadero. Puede decir verdad sobre Dios. Esto no es proselitismo, sino un diálogo en el cual se comparte lo propio para que en ese diálogo surja la verdad. Pero una verdad que es la realidad. Quien se ha encontrado con el Padre, revelado por Jesucristo, testimonia y comparte un encuentro que fue verdadero.
Y por otro lado la analogía nos hace ver que todo lo bueno que existe en la vida humana tiene que tener un correlato en Dios y, por lo tanto, hablar de Dios es hablar también de la persona humana. Así Dios no puede ser destructivo para el ser humano; todo lo contrario, necesitamos de Dios para llegar a una plenitud de vida. Esto nos llama a entender mejor al ser humano desde Dios, pero también a corregir permanentemente nuestra imagen de Dios, cuando no es plenificante para la vida humana.
Antídoto natural frente al fundamentalismo
POR CRISTIAN RONCAGLIOLO [8]
En Ratisbona, Benedicto XVI irrumpió con una conferencia sorprendente, no solo por su consistencia, sino también porque ponía de relieve el valor de la razón y su relación con la fe. Como señala, “una razón que sea sorda a lo divino y que relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas”. En la intencionalidad del Papa teólogo estaba subrayar que razón y fe han de interactuar en una admirable circularidad que supone el respeto y el reconocimiento recíproco; también estaba el afirmar que ambas ?razón y fe? son parte del acontecimiento humano y al servicio de su desarrollo integral. Esta lógica de pensamiento es un antídoto natural frente al fundamentalismo religioso que busca marginar a la razón, así como resulta ser un camino de respuesta frente al racionalismo moderno que, por su afán de autojustificarse en sí mismo, se vuelve endogámico, limitando sus propios horizontes y siendo causa de una comprensión fragmentaria del hombre.
A decir de Ratzinger, la razón divorciada de la fe topa en un límite que la debilita porque la encierra en sí misma; y que la fe sin razón fragmenta su contribución al hombre porque se deslegitima, como lo vemos en las diversas expresiones de fundamentalismo religioso. Por ello, para la filosofía “escuchar las grandes experiencias y convicciones de las tradiciones religiosas de la humanidad, especialmente las de la fe cristiana, constituye una fuente de conocimiento; no aceptar esta fuente de conocimiento sería una grave limitación de nuestra escucha y nuestra respuesta”. Siguiendo el itinerario fraguado, Ratzinger provoca al mundo académico a comprender que la dimensión religiosa del hombre, lejos de toda irracionalidad, está al servicio de que la misma razón sea un camino luminoso y amplio. Pero también impele a la Teología a comprender que su legitimidad pasa por el recurrente diálogo con la razón sosteniendo que “la valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el debate de nuestro tiempo”.
En un mundo profundamente fragmentado, Ratzinger irrumpe anunciando que razón y fe son hermanas de camino en el itinerario de maduración del hombre, y se sirven en su legitimación científica.
Ratisbona desde Estambul: una profecía
POR JAVIER PRADES [9]
Para captar el carácter profético del discurso de Ratisbona, nada mejor que observar en acción al propio Benedicto XVI después de haberlo pronunciado. Fijémonos en la relación que hay entre aquella intervención académica, que vino a resultar polémica en el mundo musulmán, y su visita apostólica a Turquía pocos meses después.
El Papa emérito mostró en acción durante su viaje a Turquía el significado de lo que había dicho en Ratisbona: “actuar contra la razón contradice a la esencia de Dios”. En efecto, al actuar conforme a la razón pudo encontrarse con hombres de otras culturas y religiones indicando la común paternidad en Dios y las responsabilidades y derechos que de ahí se derivan. Mostró su confianza en la experiencia originaria de todo hombre, con sus exigencias y evidencias elementales, como punto de encuentro para mantener un diálogo imprescindible. El Papa actuó según razón, y en cuanto tal se dirigió a la libertad de los musulmanes y de todos los hombres de buena voluntad. Nadie pudo decir que el Papa había condicionado o forzado la libertad de los interlocutores sino que sencillamente había puesto ante todos un testimonio. Su segunda característica profética es por tanto metodológica: la comunicación de la verdad que respeta la libertad tiene la forma del testimonio. El cristiano está llamado a desplegar su concepción de Dios, del hombre y de la realidad en los espacios de la vida social: en el mundo del trabajo y de la atención a todas las necesidades: educación, sanidad, asistencia en la pobreza y marginación, vida política y económica. Por eso es decisivo que los cristianos y todos los hombres puedan disponer del espacio social y jurídico para expresar su concepción de la vida y pueda ser valorada su adecuación a la razón. No es casual que el Papa Benedicto reivindicase el principio de la libertad religiosa, distinguiendo claramente la sociedad civil y la religión, de manera que cada una sea autónoma en su ámbito y respete la esfera de la otra.
Para concluir. Hay un modo de estar ante el testimonio, incluso el más sublime, que lo liquida “por admiración”: aplaude y deja pasar. Sin embargo, Benedicto no se había quedado en su butaca después de Ratisbona. Se había levantado y había emprendido un viaje que se presumía lleno de dificultades. No dejemos pasar el discurso como un producto de consumo, sino acojamos su testimonio a la luz del viaje a Turquía. Sólo así podremos secundarlo y entregar la vida como él hizo, hasta hoy.
¿Un malentendido premonitorio?
POR JEAN LOUIS BRUGUÉS [10]
La falta de cultura religiosa de los periodistas ha llegado a ser realmente abismal. Varios de ellos, cuando acababan de escuchar el discurso de Benedicto XVI en Les Bernardins, en París, me preguntaron qué había querido decir exactamente el Papa… De un modo al mismo tiempo profundo y pedagógico, muy a su manera, Benedicto XVI se había contentado con recordar que la búsqueda de Dios que animaba el corazón del monje se encontraba también en el origen de toda la civilización occidental. Lo mismo ocurrió después del discurso de Ratisbona. En un reencuentro con sus viejos cofrades, el Papa desarrollaba una idea en último término muy sencilla: el encuentro entre el Evangelio y la cultura griega había sido providencial. En vano entonces se procuraría despojar al mensaje cristiano de lo que algunos han llamado las “contaminaciones” de la filosofía griega: la visión de la razón humana concebida por esa filosofía es parte en lo sucesivo del mensaje mismo. La “deshelenización”, que en suma deseaba separar el buen grano evangélico de la cizaña helénica, reivindicada por las diversas olas de la llamada teología liberal, no solo es peligrosa, ya que despojaría de todo fundamento válido al diálogo, más necesario que nunca, entre la razón humana y la fe religiosa ?toda fe religiosa?, sino realmente imposible.
Se ve: un universitario se dirigía a universitarios; el verdadero destinatario del discurso de Ratisbona era el mundo protestante. Los periodistas se vieron en grandes apuros para dar cuenta de esa meditación de alto vuelo. ¿Qué hacer repercutir en los “media”? Hasta que uno de ellos destacó una cita hecha como introducción y en modo alguno esencial para el texto mismo: “Muéstrame lo nuevo aportado por Mahoma, pedía el sabio emperador bizantino Manuel II a un erudito persa, y encontrarás (…) que prescribió expandir con la espada la fe que él predicaba”. ¡Finalmente unas palabras vinculadas con la actualidad! El Papa sorprendido en delito flagrante de islamofobia: ¡era algo que no dejaría de generar polémica! ¡Pan bendito para los “media”!
Así, el discurso de Ratisbona, cuyo décimo aniversario se celebra en este momento, provocó un malentendido extraordinario, que sorprendió incluso a su autor y lo afligió. Benedicto XVI no quería para nada hablar del Islam, sino del diálogo entre fe y razón, en lo cual veía el fundamento necesario de toda vida social [11].
En retrospectiva, parece sin embargo que este malentendido reflejaba una visión premonitoria. Benedicto XVI advirtió claramente que las suras más antiguas del Corán, que se remontan a la época en que Mahoma todavía carecía de todo poder, recomendaban no recurrir a la coacción en materia de fe, mientras las más recientes justificaban, por el contrario, la violencia en el marco de la guerra santa. Ahora bien, existe una regla hermenéutica, como explica Rémi Brague, según la cual, cuando tratan un mismo tema, las suras más recientes sustituyen a las anteriores. ¿No muestran los diez últimos años transcurridos una dolorosa aplicación de esto en el Medio Oriente, en Pakistán, en Indonesia, en Libia y también en nuestras capitales occidentales?
“Pro-feta”: quien “Habla en lugar de” Dios para iluminar los tiempos humanos
POR JOSÉ GRANADOS [12]
“No creería a mi mismo Señor Jesucristo si me hubiera anunciado a un Padre distinto del Creador”. La frase de San Justino Mártir concuerda con el mensaje de Benedicto XVI en Ratisbona. El encuentro con Jesús solo tiene sentido si acoge en sí la experiencia originaria del hombre y, con ella, el logos de la creación. Así lo atestigua ya el ministerio de Jesús, referido radicalmente al Padre bueno, que hace salir todos los días el sol, que une a hombre y mujer en una carne, que les bendice con cada nueva vida, que dona pan y vino para la ofrenda eucarística.
¿Es profética esta enseñanza de Benedicto XVI? Sí, primero, porque ha descubierto anticipadamente los problemas con que se encuentra hoy la Iglesia. Dentro de la misma teología se insinúa cada vez más una sospecha ante la razón, que ve la doctrina como conjunto rígido de máximas avasalladoras de las historias concretas. Pensemos, por ejemplo, en las dificultades para descubrir el vínculo entre misericordia y verdad. Benedicto nos recuerda que solo la verdad libera la misericordia de una arbitrariedad humillante para quien la recibe; pues solo desde la verdad puede proponerse no la misericordia del amo sobre el esclavo, sino la del Padre con su hijo, capaz de regenerar, al abrazarnos, la dignidad de nuestro origen bueno. Pensemos, también, en el nominalismo pastoral que, bajo la excusa de que todo caso es distinto, olvida la llamada a la comunión que solo la verdad mantiene viva.
Pero no es profético Benedicto en Ratisbona solo como quien avista problemas. En sus palabras se encuentra sobre todo la acepción más honda del “pro-feta”: quien “habla en lugar de” Dios para iluminar los tiempos humanos. Su concepto engrandecido de razón es razón encarnada, que brota desde dentro de la experiencia corporal del hombre, ordenando deseos y afectos; es razón histórica, que enseña a vivir al ritmo del relato cristiano, desvelando el origen y fin de la vida; es razón relacional, la razón del amor, que permite edificarlo con solidez. Desde este concepto de razón puede completarse la frase de Justino, y creo que Ratzinger estaría de acuerdo: “no me confiaría plenamente a la experiencia humana si no me condujera, paso a paso, a la plenitud de vida anunciada por mi Señor Jesucristo”.
Notas:
[1] Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. De la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Director del Centro de Estudios Públicos (CEP).
[2] Magistrado del Tribunal Constitucional español. De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Catedrático de Filosofía del Derecho.
[3] Decano de la Facultad de Ciencias Sociales UC.
[4] Catedrático de la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
[5] Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
[6] Físico.
[7] Pbro. Profesor de la Facultad de Teología UC.
[8] Vice Gran Canciller de la PUC.
[9] Rector de la Universidad de San Dámaso, Madrid. Miembro de la Comisión Teológica Internacional.
[10] Bibliotecario y Archivista de la Santa Iglesia Católica.
[11] En una conversación que me concedió en esos últimos días, el Papa emérito confirmó mi interpretación. La referencia al intercambio que tuvo lugar entre el emperador bizantino y el sabio persa podría suprimirse fácilmente ?me aseguró él?: eso no afectaría en nada lo esencial del discurso.
[12] Vicepresidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre Matrimonio y Familia.
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