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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos sobre la última invocación del padrenuestro que dice: «Líbranos del mal». No basta pedir a Dios que no nos deje caer en la tentación, sino que debemos ser liberados de un mal que intenta devorarnos. La oración cristiana es consciente de la realidad que le rodea y pone al centro la súplica a Dios, especialmente en los momentos en que la amenaza del mal se hace más presente. Así la oración filial del padrenuestro se hace oración para los pecadores, para los perseguidos, para los desesperados y los moribundos.
El hombre se presenta como el que, a pesar de soñar con el amor y el bien, expone continuamente al mal su propia persona y la de sus semejantes. Un mal que encontramos en la historia, en la naturaleza y en los pliegues de nuestro corazón, y que probó también Jesús. Antes de iniciar su pasión, suplicó a Dios que alejase de él ese cáliz, pero puso su voluntad en las manos de su Padre. En esa obediencia, experimentó no solo la soledad y la animosidad, sino el desprecio y la crueldad; no solo la muerte, sino una muerte de cruz.
Sin embargo, Jesús nos da ejemplo de cómo se vence este mal: pidió a Pedro de envainar la espada, aseguró al ladrón arrepentido el paraíso y suplicó al Padre el perdón para los que lo condenaban. De ese perdón que vence al mal, nace nuestra esperanza.
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Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica, en modo particular saludo a los sacerdotes participantes en el curso de actualización promovido por el Pontificio Colegio Español de San José. Los animo a que recen con espíritu renovado la oración que el Señor nos dejó, y a que la enseñen a cuantos los rodean, para que, reconociendo a Dios como Padre, nos conceda la paz, el más preciado don del Resucitado, más fuerte que ningún mal.
Que el Señor los bendiga.
Fuente: Vaticano