La defensa de la institución familiar tiene que hacerse hoy día por vía de elevación. No basta tomar medidas coyunturales, como son el protestar por las cargas de fondo que se le dirigen desde uno u otro ángulo de la sociedad y por las dificultades que se ponen en el camino de su realización cabal. Hay que operar toda una renovación personal y social, y ésta debe acometerse radicalmente, mediante el cambio del ideal que orienta nuestra vida.

En una época turbulenta -agitada al extremo en lo intelectual y en lo social-, el análisis de una cuestión tan compleja como es determinar si la familia tiene o no futuro, sólo puede realizarse con éxito si procedemos de modo riguroso y radical. Debemos precisar qué función desempeña la familia en la constitución, desarrollo y perfeccionamiento del ser humano. De tal clarificación brotarán torrentes de luz para comprender los riesgos que acechan a la familia y las posibilidades que se le abren en el porvenir.

La familia, lugar de encuentro

Hoy la ciencia biológica nos enseña que el hombre es un “ser de encuentro”. Incluso los niños que nacen a los nueve meses de gestación lo hacen prematuramente, con sus sistemas inmunológicos, enzimáticos y neurológicos muy inmaduros. ¿Por qué dispuso el Creador esta anticipación? No sólo para aliviar a las madres, sino para una razón de mayor alcance: para que el ser humano acabe de troquelar su ser fisiológico y psicológico en relación con su entorno. El entorno del niño recién nacido viene constituido sobre todo por su madre o quien haga sus veces. En segundo lugar por el padre y demás familiares. La relación cobra con ello un valor decisivo. Tras el alumbramiento, el bebé se halla desvalido y necesita fundar con la madre una “urdimbre afectiva”, una trama de afecto y tutela. Es le protoencuentro, el primero de una serie de encuentros que llevarán a este nuevo ser a pleno desarrollo. Todo ser humano es fruto de un encuentro interhumano y está llamado a fundar múltiples encuentros a lo largo de la vida.

Bien entendido, el encuentro no se reduce a una mera yuxtaposición tangencial. Es un entreveramiento de dos realidades que constituyen centros de iniciativa y pueden ofrecerse mutuamente posibilidades de actuar con sentido. El encuentro no es posible entre meros objetos, sino entre personas, y entre personas y realidades que ofrecen diversas posibilidades de hacer juego en la vida. Un piano, como mueble, es un mero objeto; en cuanto instrumento, es más que objeto, sin ser una persona. Con un piano y una partitura puede entreveramiento fecundo de realidades dotadas de iniciativas, el encuentro instaura modos valiosos de unidad. Hay formas distintas de unirse el hombre a las realidades que lo rodean. Si le toco al piano por fuera, aunque me agarre a él con toda energía, mi unión con él es muy pobre y no crea nada valioso. Constituye en mi vida una circunstancia pasajera. Si meto los dedos entre las teclas e interpreto una obra musical, adquiero con el piano una unidad mucho más profunda. Pero todavía es más relevante la unidad que adquiero con el autor y con su estilo y con la época que constituyó su entorno vital.

Cuando dos o más personas se unen entre sí con formas muy altas de cohesión, dan lugar a una comunidad. Una comunidad auténtica posee una estructura muy sólida. Es una especie de constelación de personas que se enriquecen y potencian mutuamente. Por eso es difícilmente dominable desde el exterior. Ello explica que las diferentes comunidades que integran un pueblo sean vistas como un obstáculo por los tiranos -las personas o grupos afanosos de dominar a los pueblos sin que éstos se aperciban de ello-. La atención de todo tirano se dirige primordialmente a diluir las comunidades y reducirlas a meros montones amorfos de individuos, es decir a masas. Una masa, por cuantiosa que sea, es fácilmente dominable.

La conversión de las comunidades en masas se realiza amenguando al máximo el poder creador de las personas que las forman. Pero ¿cómo se puede llevar a cabo esta anulación del poder creador de las personas? La creatividad significa una asunción libre y activa de valores, es decir: de posibilidades para dar lugar a algo nuevo y relevante. Ser creativo implica capacidad de iniciativa y libertad. Libertad, cotas nunca alcanzadas de libertad es lo que se promete ante todo en las democracias. ¿Cómo es posible convencer a las gentes en una democracia de que se le conceden libertades máximas cuando de hecho se las está privando de la auténtica libertad, la libertad para la creatividad?

La manipulación y su poder disolvente

Esta operación dolosa se realiza a través de la manipulación mediante el lenguaje y la imagen. Sobre el producto que se nos quiere vender se proyectan imágenes que ejercen un atractivo automático. Este atractivo queda irradiado sobre aquel producto, y afecta a nuestros centros de decisión. El manipulador no habla nunca a la inteligencia de las personas a las que quiere vencer sin necesidad de convencerlas. Se limita a manejar, con rapidez de ilusionista, los recursos seductores que necesita para dominar.

De modo semejante, el manipulador utiliza con suma astucia los términos talismán de cada época, palabras cargadas de prestigio que parecen sugerir más bien creencias que ideas. Creencias significa aquí convicciones profundas que nadie apenas pone en duda, y vienen a ser el suelo en que se apoya la vida social. El término talismán por excelencia en la actualidad es libertad. Debido a su importancia, los términos talismán presentan dos propiedades básicas: 1) frenan el poder crítico de las gentes, 2) prestigian a todo término que se empareje con ellos, y desprestigian a los que se les opongan o parezcan oponérseles. Por su concomitancia con libertad, están hoy altamente valorados términos tales como independencia, autonomía, democracia, progreso, cambio, cogestión, pluralismo, perspectivismo… Al dar por supuesto que censura se opone a libertad -el manipulador nunca demuestra nada; da por supuesto lo que le interesa-, el que defiende hoy la introducción de algún tipo de censura queda fuera de juego en la sociedad, es descalificado automáticamente. Puede tener sólidas razones para exigir que se controle la calidad del alimento espiritual que se ofrece a las gentes, sobre todo a las más menesterosas, por menos formadas. No importa. La supuesta oposición al término talismán libertad provoca una descalificación automática del término censura y de quien tenga la osadía de asumir su defensa. Hace algún tiempo, una investigadora de la Universidad de Colonia expuso en una charla televisiva el resultado de una larga investigación: “es necesario elevar el listón de exigencias acerca de la calidad del alimento espiritual que se está ofreciendo a la juventud alemana. De lo contrario el futuro está sombrío”. Pero -concluyó dramáticamente- ¿quién se atreve a proclamarlo en público? He aquí el temor al lenguaje manipulado, utilizando estratégicamente de modo ambiguo, borroso, opaco.

La primera ley del demagogo es no matizar los conceptos, presentarlos de modo ambiguo para utilizarlos en cada contexto según le dicten sus intereses. En cierta nación europea, el ministro responsable de la introducción de una ley abortista intentó defenderla con diez razones, que pueden condensarse en dos frases:

1. “A la mujer hay que concederle la plenitud de sus derechos”. (Se comienza con una obviedad para suscitar adhesiones masivas).

2. “La mujer tiene un cuerpo y debe concedérsele libertad para disponer de su cuerpo y de cuanto en él acontezca”.

La afirmación de que la mujer tiene un cuerpo está pulverizada por la mejor investigación filosófica desde hace más de medio siglo. La mujer y el varón no tienen cuerpo; son corpóreos. Y nadie negará que hay un abismo entre ambas expresiones. Ya el caballo de Tolstoi se extrañaba, en la Historia de un caballo, de que los hombres utilicen el verbo tener en contextos muy diferentes. Si por una parte dicen: “tengo dinero, tengo casas, tengo tierras”, ¿cómo pueden agregar a continuación -se preguntaba-: “tengo esposa, tengo hijos, tengo amigos?”. El ministro adivinó sin duda que hasta los caballos se iban a sonrojar de su afirmación de que la mujer tiene un cuerpo y movilizó enseguida un recurso contundente para inhibir el poder crítico de los lectores: el vocablo talismán libertad. “Hay que conceder libertad a la mujer para disponer de su cuerpo”. No indició, naturalmente, de qué tipo de libertad se trata. Si tenemos serenidad ante el lenguaje manipulador, advertiremos que alude a la libertad de maniobra, la libertad de proceder en forma arbitraria con la vida naciente. La libertad de maniobra es una forma de libertad y, como tal, presenta en principio un valor. Pero en este caso concreto, se impone preguntar si el ejercicio de tal libertad promociona la libertad para ser creativos con el nuevo ser que se está gestando. ¿Quién podría contestar afirmativamente?

El uso astuto de los términos talismán permite poner en juego mil recursos para dominar al pueblo sin que éste se aperciba de ello. El recurso estratégico más peligroso es interpretar como dilemas ciertos esquemas mentales que no son sino contrastes. Por ejemplo, el esquema “autonomía-heteronomía”. Es autónomo el hombre que se rige por criterios propios. Es heterónomo el que orienta su vida en virtud de criterios y normas ajenos. Lo propio es identificado con lo interior, lo que brota de dentro. Lo ajeno es tomado como lo que procede de fuera. Lo interior y lo exterior, lo propio y lo ajeno parecen oponerse dilemáticamente de modo que obligan al hombre a optar: o actúo por criterios propios, conforme a las pautas de orientación que se alumbran en mi interior, o me dejo llevar de criterios y normas que proceden del exterior. Si aceptamos este dilema, destruimos de raíz nuestra capacidad creadora, pues el hombre sólo es creador cuando asume activamente posibilidades que le vienen ofrecidas por otras realidades. El que piensa que asumir algo externo y ajeno lo enajena o aliena, tiende a encapsularse en su propia interioridad y a dar de lado todo cuanto en materia de moral, de religión, de usos y costumbres le ha venido sugerido desde fuera. Los demagogos fomentan este malentendido mediante el emparejamiento de autonomía y libertad, libertad e interioridad, interioridad y fuerzas de autoafirmación, fuerzas de autoafirmación y pulsiones instintivas. Los automatismos instintivos parecen muy fuertes por ser elementales y básicos. Obrar conforme a criterios propios suele considerarse como sinónimo de obrar a impulsos de los propios instintos. Dejarse arrastrar por cuanto halaga los instintos produce exaltación. La exaltación se confunde fácilmente con la exultación. Estas confusiones bloquean insalvablemente el proceso formativo. Nada más urgente que mostrar la posibilidad de conjuntar fecundamente lo interior y lo exterior, lo propio y lo ajeno. Todo lo que me rodea es, en principio, distinto y distante, externo y extraño a mí. Pero, si entro en relación de trato creador con ello, puede llegar a serme íntimo sin dejar de ser distinto. Esto sucede asimismo con una obra artística, con un valor ético, con una institución… Este paso de lo distinto-distante a lo distinto íntimo marca el umbral de la experiencia humana auténtica. Cuando una persona se da cuenta de la posibilidad de convertir lo distinto y ajeno en íntimo de un salto de gigante hacia la madurez.

Los esquemas mentales vertebran el pensamiento y el obrar humanos. El que domina tales esquemas puede dominar a personas y pueblos enteros. Con razón ha dicho un famoso revolucionario del siglo XX que quien domina el lenguaje domina el alma de las gentes, y por esa profunda razón el lenguaje es el arma más poderosa que tienen a su disposición los estados modernos.

A base de términos y esquemas mentales se puede poner en juego multitud de recursos estratégicos para modelar la mente, la voluntad y el sentimiento de los pueblos. Esta modelación artera, soterrada, supone el peor de los vasallajes: el del espíritu.

El antídoto de la manipulación

Nada más urgente que preguntarnos si existe un antídoto contra esta pérdida de libertad interior. Aunque la marea de la manipulación parece imparable, la respuesta es afirmativa. Podemos defendernos de los Ardiles de la manipulación si adoptamos tres medidas: 1) estar alerta y conocer qué es manipular, quién manipula, para qué manipula y cómo, 2) esforzarnos en pensar con rigor, utilizando el lenguaje de modo preciso, 3) desarrollar nuestras posibilidades creativas en todos los órdenes: deportivo, ético, estético, profesional, religioso… Hoy día, muchos padres de familia y educadores sienten desánimo al ver que su labor educativa es mediatizada por la influencia de los medios de comunicación, ante cuya potencia se sienten inermes. Efectivamente, es imposible evitar que niños y jóvenes se vean asediados por toda suerte de demagogias. La solución no consiste en evitar este influjo a través de prohibiciones sino en neutralizarlo mediante una formación adecuada.

Esta formación se condensa en los tres puntos de antídoto: estar alerta, pensar con rigor y vivir creadoramente. El cumplimiento de estas tres condiciones resulta en la actualidad sobremanera difícil por cuanto los afanosos de poder están poniendo en juego un contraantídoto, que disminuye al máximo el poder humano de discernimiento y creatividad. Se trata de la confusión deliberada de los dos grandes bloques o tipos de experiencias humanas: las de fascinación o vértigo y las de creatividad o éxtasis. Comprender a fondo la articulación interna del proceso de fascinación o vértigo y el de creatividad o éxtasis constituye un foco de luz para orientar rectamente la propia vida e interpretar lo que está ocurriendo en la sociedad contemporánea.

El proceso de fascinación o vértigo

Si soy egoísta, tiendo a convertir cada realidad de mi entorno en medio para mis fines. Cuando veo algo que me atrae poderosamente, mi actitud interesada me lleva a dejarme arrastrar por la ambición de dominarlo, poseerlo y disfrutarlo. El afán de obtener ganancias inmediatas, gratificaciones fáciles, me fascina, es decir, me seduce y me empasta con la realidad deseada. Ante un estímulo halagador, mi respuesta parece darse de modo automático. No hay distancia de libre juego entre la realidad y yo. Por eso no se da encuentro. Puedo dominar tal realidad apetecida, pero no puedo encontrarme con ella. Al no encontrarme, no me realizo como persona, porque el hombre es un “ser de encuentro”, según hemos visto. Cuando me doy cuenta de que estoy bloqueando mi desarrollo personal, siento tristeza. El dominio que halaga produce en principio exaltación, euforia, pero se traduce pronto en decepción. Al verse una y otra vez aislado y bloqueado, uno se siente vacío interiormente porque el hombre sólo se planifica al encontrarse con realidades valiosas. Si nos asomamos a ese tremendo vacío, somos presa del vértigo espiritual: la angustia. Este género de angustia suele ser irreversible porque la entrega a la fascinación debilita la voluntad y lanza por un plano inclinado. Cuando todas las vías hacia la plenitud personal aparecen cerradas surge el sentimiento de desesperación. La amargura profunda de verse anulado como persona lleva a la destrucción: la propia en el suicidio, la ajena en el homicidio. Numerosas obras literarias y cinematográficas plasman de modo impresionante este proceso de vértigo que en principio no nos pide nada, nos insta a dejarnos arrastrar por la fuerza del instinto de poseer aquello que nos atrae; nos lo promete todo y acaba quitándonoslo todo.

El proceso de creatividad o éxtasis

Si no soy egoísta, sino generoso, no convierto los seres del entorno en satélites míos, los respeto en lo que son y en lo que están llamados a ser. Este respeto me lleva a no tomarlos como medios para mis fines sino como compañeros de juegos en una tarea creadora. Esta voluntad colaboradora da lugar al encuentro. Al encontrarme, me desarrollo como persona y siento alegría. La alegría se trueca en entusiasmo cuando la realidad con la que me encuentro me ofrece posibilidades creadoras de tal magnitud que, al asumirlas activamente, me elevo a lo mejor de mí mismo. Esta elevación se traduce en un sentimiento de felicidad interior, el cual, a su vez, suscita una actitud de mayor confianza en el poder edificante de todo lo valioso y una total decisión de entregarse a la tarea común de fundar modos muy elevados de unidad. El entusiasmo conduce, así, a la edificación plena de la persona humana y de la comunidad. El proceso de creatividad o éxtasis perfecciona a todas las realidades que entran en relación de encuentro.

Sobrevolemos lo antedicho. El proceso de creatividad o éxtasis nos pide todo al principio, nos lo promete todo y nos lo concede todo al final. ¿Qué nos exige el éxtasis? Generosidad, apertura de espíritu, disponibilidad. No podrán ustedes mostrarme una sola acción creativa -en deporte, en arte, en vida de amistad, en la práctica religiosa y ética…- que no lleve en la base una actitud generosa.

El proceso de éxtasis no empasta, no seduce; mantiene la distancia del respeto, y al final une de modo muy fecundo. El proceso de vértigo quiere evitar toda distancia y acaba alejando, porque nos obsesiona con una realidad distinta y distante con la que no podemos hacernos íntimos. La intimidad se logra a través del encuentro, y éste pide creatividad, entreveramiento de “ámbitos”, y no mero dominio de objetos. El vértigo me saca de mí, me enajena y aliena. El éxtasis, en cambio, me acerca a mi plena identidad personal.

Este somero análisis de los procesos de fascinación y de creatividad nos permite ver al trasluz cuanto está aconteciendo hoy en torno a la familia y la juventud. Se conceden todo tipo de libertades para entregarse a las diversas formas de vértigo: vértigo de poder, de ambición, de juego de azar, de erotismo, de embriaguez, de droga, de entrega pasiva a ríos de impresiones sensoriales… Al fomentar las experiencias de vértigo, se amengua paulatinamente la creatividad de las gentes y se reducen las comunidades a meras masas. Esta reducción es violenta, pero no es percibida como tal por las personas afectadas, seducidas por el atractivo de la fascinación. El manipulador domina al pueblo mediante el arte de ir siempre a favor de la corriente; halaga las pulsiones instintivas de las gentes, exalta su ánimo, y los persuade de que la exaltación supone exultación y felicidad.

El cambio de ideal y el futuro de la familia

La confusión de lo que exalta y lo que exulta, lo que seduce y lo que enamora, lo que despeña en el vértigo y lo que eleva al éxtasis supone la mayor trampa que se tiende actualmente al hombre contemporáneo. Si se cae en ella, la familia no tiene futuro, porque el hombre pierde la sensibilidad para los valores, sobre todo el de la unidad. Las experiencias de vértigo no unen al hombre con la realidad en torno. La relación amorosa no es sino un “canje de soledades” cuando se reduce a relación erótica por responder a un mero intercambio de intereses. Tú estás en tu soledad, yo en la mía; tú en la ciudadela de tu egoísmo, yo en la del mío. No tratamos en tanto en cuanto tenemos algo que ofrecer y nos regimos por el lema “tanto vales cuanto tienes”.

El futuro de la familia pende de que sepamos distinguir con toda precisión los procesos de vértigo y los de éxtasis, y comprendamos que el vértigo satisface de momento nuestro afán de dominio pero nos deja desvalidos, mientras el éxtasis exige de nosotros desprendimiento y generosidad y al final nos otorga el definitivo amparo. ¿Hacia dónde encaminaremos nuestra vida: hacia la exaltación del vértigo o hacia la exultación del éxtasis. Depende de la meta que persigamos en la vida, del ideal que oriente nuestra existencia. Durante toda la Edad Moderna el hombre occidental orientó su vida hacia la meta de dominar para poseer y poseer para disfrutar. Este ideal le reportó grandes éxitos, pero lo condujo a la hecatombe física y moral de la primera gran guerra. Este hundimiento provocó en su ánimo una insufrible inseguridad. En esta situación de desvalimiento, el hombre pudo tomar dos vías: 1) cambiar de ideal y buscar amparo en la creación generosa de modos relevantes de unidad con los demás; 2) no cambiar de ideal y hacerse la ilusión de que el aumento del dominio sobre cosas y personas concede al hombre la seguridad perdida. Esta falsa ilusión condujo a la segunda guerra mundial.

A más de medio siglo de distancia del primer conflicto mundial, nos encontramos hoy en la misma situación anímica de crisis. Estamos en una encrucijada. Podemos seguir proyectando la vida a impulsos del viejo ideal del dominio y encaminarnos hacia la destrucción, etapa final de todo vértigo. Podemos en dirección opuesta, adoptar como norte en la vida el ideal de la creatividad y la unidad. Si nos decidimos a realizar este giro espiritual, cambiaremos nuestras actitudes ante las realidades del entorno: no tenderemos tanto a dominar para poseer cuanto a crear en común algo valioso. Tú no serás para mí un objeto, por admirable que lo suponga, sino un posible compañero de juego. Al cambiar las actitudes, se altera la idea que tenemos de la realidad. Una persona no será vista como simple objeto sino como centro de iniciativa, fuente de posibilidades, ser dotado de una vocación y una misión que debe cumplir. El pan ya no será considerado como el producto de un proceso de fabricación sino como el fruto de una múltiple confluencia: campesino, semillas, tierra, lluvia, océano, viento, sol… Al configurar esta idea relacional de realidad, se alumbran los símbolos, y se carga de sentido el lenguaje bíblico y litúrgico. Con ello se hace posible pensar con rigor, y se agudiza el poder de la mente para descubrir las diferentes posibilidades creativas que tiene el hombre en su vida. De esta forma inmunizamos contra la manipulación, sobre todo contra el empeño demagógico de lanzarnos a las experiencias fascinantes de vértigo, y nos disponemos para vivir una vida en plenitud.

Esta preparación nos dispone para colaborar en la edificación de nuevo Humanismo, una época que asuma los mejores logros de la Edad Moderna y evite sus abismales riesgos. En esta época inspirada en el ideal de la unidad, las formas genuinas de comunidad humana se hallarán en su elemento. El futuro de la familia viene condicionado por la instauración de este nuevo Humanismo de la creatividad y la unidad.

La defensa de la institución familiar tiene que hacerse hoy día por vía de elevación. No basta tomar medidas coyunturales, como son el protestar por las cargas de fondo que se le dirigen desde uno u otro ángulo de la sociedad y por las dificultades que se ponen en el camino de su realización cabal. Hay que operar toda una renovación personal y social, y ésta debe acometerse radicalmente, mediante el cambio del ideal que orienta nuestra vida. El ideal más fecundo es el de la unidad, de los modos más altos de unidad. Vista en sus formas más relevantes, la unidad no es un medio, es una meta en la vida. Jesús puso toda su vida a la sola carta de fundar unidad, la más alta y generosa, con el Padre y con los hombres, amigos y enemigos. El Cristianismo es el intento renovado de realizar este género de unidad. Por eso respeta y fomenta la vida de familia, que es el hito primero y primario de la marcha del hombre hacia los modos de unidad que estructuran su vida y la colman de sentido.


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