Las ideas de Charles Darwin sobre la variabilidad de las especies, tema sobre el cual comenzó a escribir en 1837, se desarrollaron progresivamente, pero con muchos altibajos, hasta 1858. Ello fue una fuente de tensiones para él, en dos sentidos diferentes. Uno es el conflicto que él, que había ido a Cambridge para prepararse a ser pastor anglicano, percibe entre sus ideas y el libro del Génesis. 

Charles Darwin, uno de los biólogos más influyentes de la historia, nos abre de par en par la intimidad de su mente, de sus ideas, de sus sentimientos y del ambiente en que vivió, a través de una selección de sus cartas -produjo miles de ellas- recientemente editada por Cambridge (Charles Darwin’s Letters. A selection. Edited by F. Burkhardt. Cambridge University Press, 1996). Ellas cubren el período que va entre 1825, cuando era un estudiante de medicina de 16 años en Edimburgo, hasta diciembre de 1859, un mes después de la aparición de su obra fundamental El Origen de las Especies. Allí van desfilando en forma variada, interesante, simpática -tuvo una gran dosis de humor y una buena pluma- e incluso con suspenso dramático, los muchos episodios de este período.

Primeros Años

De Edimburgo sus primeras impresiones lejos del hogar: “los escoceses son tan educados y atentos, que hacen que un inglés se sienta avergonzado de sí mismo”; y a su hermana Caroline: “¿qué parte de la Biblia te gusta más? A mí me gustan los Evangelios”. Luego en el King’s College de Cambridge, donde en otra parte dirá que pasó los tres años más felices de su vida, habla de los insectos que colecciona y de sus lecturas de Humboldt.

Hasta que llega el gran día, en agosto de 1831, en que su maestro J. S. Henslow lo recomienda al Almirantazgo para que viaje como naturalista a bordo de la fragata Beagle. “No es un naturalista acabado”, dice Henslow en su recomendación, puesto que sólo había estudiado dos trimestres de Geología como única educación formal en ciencias, “pero está ampliamente calificado para recolectar, observar y anotar todo lo que sea de valor para la historia natural”. Juicio por demás perspicaz, puesto que fue lo que hizo Darwin de manera espléndida, tanto en su viaje de cinco años alrededor del mundo, a bordo de la Beagle, como más adelante en su casa de gentleman rural en Down, Kent.

Naturalista en Viaje Alrededor del Mundo

En este mundo que sus cartas nos abren, se entremezclan íntimamente sus sentimientos y rasgos de carácter con la maduración de sus ideas acerca de la naturaleza. En su viaje, que estuvo centrado en Sudamérica, va describiendo juntas sus sensaciones con la descripción de las escenas. Se admira con el trópico y dice que explicárselo a un europeo sería como tratar de que un ciego comprendiera los colores. “Nadie podría imaginar algo tan hermoso como la antigua ciudad de Bahía”. Ello contrasta con la opinión sobre el sur de Tierra del Fuego “un lugar detestable en el que las tormentas siguen a las tormentas en tan cortos intervalos, que es difícil hacer algo”, y “todos odian a esa región maldita”. Esta visión negativa apareció luego manifiesta en su libro Viaje de un Naturalista Alrededor del Mundo, que tuvo una gran influencia sobre la visión geopolítica de la clase política chilena. Igualmente negativa fue su visión de los fueguinos que estaban “en un estado de barbarie miserable”, y también “pienso que ningún espectáculo pudiera ser más interesante, que la visión primera del hombre en su salvajismo primitivo”. Esta experiencia personal se proyectará más tarde en su obra El Origen del Hombre de 1871, en que piensa que estos hombres primitivos estaban apenas un pequeño grado por encima de los simios. Hicieron falta los estudios de Martín Gusinde sobre los fueguinos, en este siglo, para comprender la riqueza humana de estos hermanos nuestros. Luego vendría Valparaíso con “la vista sublime de las montañas distantes y el clima delicioso”, y donde, después del Sur, “comer un buen roast beef fresco debe ser el súmmum bonum de la vida humana”. También desde el puerto escribe: “es sorprendente cuán amables y hospitalarios son todos los comerciantes ingleses”. Comienza también aquí el relato de sus enfermedades gastrointestinales, la primera de las cuales atribuye a una chicha (“chichi”), y que fue tratada con calomelano (mercurial). Estos trastornos aparecen en forma recurrente en la mayoría de sus cartas, de hecho lo invalidaron hasta el fin de sus días, sin que haya, hasta hoy, un diagnóstico preciso. Una de las hipótesis con más apoyo sería que padeció de enfermedad de Chagas, adquirida cerca de Mendoza por picadura de una vinchuca. El Dr. Holland, uno de sus médicos en Inglaterra, luego diría “que nunca vio un caso así”.

“Santiago (St. Iago) es la alegre capital de Chili”, donde ya todos hablaban de ladrones y asesinatos. Sin embargo los nortinos tienen fama “de carácter honesto, esto es, no son degolladores”. Y, en Nueva Zelandia, hacia el final de su viaje, ya cansado, escribe: “Qué alegre estaré cuando pueda decir, como el buen contramaestre al entrar al canal de la Mancha, una oscura mañana de noviembre: “por fin, no ver más esos malditos cielos azules”.

Vida de Familia

Uno de los aspectos notables de estas cartas es penetrar en la intimidad de la familia Darwin, la que, según todos los testigos, fue extremadamente feliz. A su futura mujer, Emma Wedgwood, le escribe a los pocos días de aceptar ésa su propuesta matrimonial: “Mi vida ha sido muy feliz y afortunada… y ahora está coronada. Mi querida Emma, beso, con toda humildad y gratitud las manos que han llenado para mí la copa de la felicidad, es mi más ferviente deseo que pueda hacerme digno de Ud”. Este cariño mutuo se mantuvo intacto hasta el fin, y de él nacieron diez hijos. Al morir su hija Anne Elizabeth le escribe a “My Dearest Emma:… nuestra pobre querida hija tuvo una vida muy corta, pero espero que feliz, y sólo Dios sabe cuántas miserias pudieron haberle sobrevenido… Dios la bendiga. Debemos, mi querida esposa, dedicarnos más y más el uno al otro… piensa que siempre fuiste cariñosa y tierna con ella…”. Ocasionalmente, sí, se queja del futuro económico… “aunque soy un hombre rico”… no sabe cómo podrá sostener a sus siete hijos, y “estamos criando un precioso lote de mendigos”. Por cierto a los hijos de Darwin les fue bien en la vida y mantuvieron su distinción.

Particularmente emocionó a Charles Darwin la muerte de su pequeño Charles, el 28 de junio de 1858, tiempo difícil para él, ocurrida sólo diez días después de la llegada del manuscrito de Alfred Russel Wallace, el que pareció hundir las ideas de Darwin sobre el origen de las especies. Refiriéndose a esa muerte dijo: “nuestro pobre bebé murió ayer por la tarde (de escarlatina)… fue el alivio más bendito ver su pobre carita inocente retomar su dulce expresión en el sueño de la muerte. Gracias a Dios no sufrirá más en este mundo”. (Carta a J.D. Hooker).

Moral

Muy de acuerdo con su época, donde la moral tenía un lugar eminente, son los consejos que va prodigando: “El hombre que se atreva a desperdiciar una hora, no ha descubierto el valor de la vida” (a su hermana Susan). “Que hechos lamentables produce la búsqueda ardorosa de la fama; el solo amor de la verdad nunca haría que un hombre atacara a otro amargamente” (a su amigo J.D. Hooker). “Encontrarás que el mayor placer de la vida está en ser amado; y ello depende más de los modales agradables, que en ser cariñoso pero con modales serios y hoscos… La única manera de adquirir modales afables es tratando de agradar a todo el que se te acerque”. (A su hijo William, “Dear old Willy” como lo llamaba cariñosamente). O cuando le escribe a su amigo J.D. Hooker “le doy gracias a Dios porque Ud. es uno de los pocos hombres que se atreven a decir la verdad”. Dentro de esta veta moral debiera incluirse también su participación en la sociedad local fundada para defender a los niños deshollinadores, así como sus críticas a Louis Agassiz, suizo, profesor de Historia Natural en Harvard, quien sostenía que había diversas especies humanas, lo cual, para la época, significaba creaciones múltiples de seres humanos. Ellos, para Darwin, quien no lo aceptaba, “era muy del agrado de los esclavistas sureños”. (Carta a W.D. Fox).

Ideas Científicas

Pero el núcleo del interés de estas cartas es ir viendo paso a paso como nacen y se van desarrollando sus ideas acerca de la “transmutación de las especies”. Ellas nacieron durante su estadía en el sur de Argentina y en las islas Galápagos, apenas como una intuición vaga acerca de que la inmutabilidad de las especies, cuando se conocían las realidades biológicas, no era algo tan claro. A poco de regresar a Inglaterra, comienza, en julio de 1837, a escribir sus cuadernos acerca de este tema. “Sigo continuamente recogiendo toda clase de datos, que puedan dar luz sobre el origen y variación de las especies” (Carta de 1838 a su maestro Henslow), ello es para “Variedades y Especies, el libro que alguna vez escribiré con ese nombre” (1841 a W.D. Fox). En 1843 ya tiene la idea de que las homologías, o similitudes estructurales, entre individuos de diversas especies, significan la existencia de un antepasado común: “en mi opinión, … la clasificación consiste en agrupar los seres de acuerdo con sus relaciones actuales, esto es, su consanguinidad o descendencia de antepasados comunes” (carta a G.R. Waterhous). “Al fin han llegado raudales de luz, y estoy del todo convencido (muy en contra de mi opinión inicial) que las especies no son (es como confesar un asesinato) inmutables” (Carta a su amigo el botánico J.D. Hooker, 1844). Y el 5 de julio de ese año le escribe a Emma, su mujer: “Acabo de terminar el esbozo de mi teoría de las especies… para que, en caso de mi muerte repentina, le asigne Ud. 400 libras para su publicación”. Compromete esa suma muy considerable puesto que “si, como pienso, mi teoría es verdadera… será un adelanto considerable de la ciencia”.

Reconoce, con mucha sencillez, su deuda científica con su amigo el geólogo Sir Charles Lyell, quien influyó mucho sobre la idea de gradualismo en Darwin, esto es, que los cambios en los seres vivientes se producen de modo lento y gradual: “siempre siento como si la mitad de mis libros saliera del cerebro de Lyell, y que nunca reconozco esto suficientemente… El gran mérito de los Principios (de Geología, de Lyell) es que alteró todo el tono de nuestra mente y que, cuando uno mira algo nunca visto por Lyell, sin embargo, uno lo ve en parte a través de sus ojos” (carta a L. Horner, 1844).

Sin embargo, a pesar de la importancia que le atribuía a su trabajo sobre las especies, en parte por la influencia de Hooker (carta de 1849), lo posterga en beneficio de su obra más sencilla acerca de los cirripedia (en Chile, los picorocos son su representante más conocido) y dice que “se ha convertido en un hombre de una sola idea –cirripedios día y noche-“ (Carta al zoólogico Thomas Henry Huxley, 1853). Finalmente, en 1852 sale el primer volumen de “Living Cirripedia” (Cirripedia viviente), y en 1854, el segundo, con lo cual queda el camino abierto a una mayor dedicación al tema de las especies.

Las ideas de Charles Darwin sobre la variabilidad de las especies, tema sobre el cual comenzó a escribir en 1837, se desarrollaron progresivamente, pero con muchos altibajos, hasta 1858. Ello fue una fuente de tensiones para él, en dos sentidos diferentes. Uno es el conflicto que él, que había ido a Cambridge para prepararse a ser pastor anglicano, percibe entre sus ideas y el libro del Génesis. He mostrado en mi ensayo Darwin, el Origen de las Especies y el Libro del Génesis (Ediciones Palabra, Madrid, 1977), que ése fue objetivamente un típico pseudoconflicto, sin embargo, subjetivamente fue para él, como para las personas cercanas a una interpretación fundamentalista del libro del Génesis, un conflicto real. El otro conflicto es, para él, de carácter científico. Por ejemplo, en carta a su amigo Hooker, dice: “He sentido que es humillante discutir y dudar y examinar una y otra vez… Después de describir un conjunto de formas, como especies diferentes, rompiendo mi manuscrito, y  poniéndolas en una misma especie; volviendo a romperlo y hacerlas separadas, y luego haciéndolas de nuevo una sola… He rechinado mis dientes, maldecido las especies y he preguntado qué pecado habré cometido para ser castigado de esta manera”.

Como veía que sus ideas iban en contra de la época (se llamó a sí mismo heterodoxo, en carta a J.D. Dana), quería publicarlas en una obra muy extensa, en que cada punto estuviera debidamente fundamentado, lo que iba resultando en una demora cada vez mayor en su publicación. Ante ello, Lyell, a quien Darwin consideraba dotado de “una sagacidad preternatural” (carta a A.R. Wallace), le aconseja hacer una publicación resumida para no perder la prioridad en la presentación pública. Pero Darwin fue renuente a seguir el consejo y sólo le envió, privadamente, un resumen mínimo de sus ideas a Asa Gray, profesor en Harvard, en 1857. En este esbozo, sin embargo, aparecen todas sus ideas fundamentales sobre la aparición de nuevas especies: que los cambios que se producen son lentos y graduales; que la naturaleza va seleccionando los individuos que tienen algún carácter que les sea favorable para la supervivencia. Este mecanismo de selección natural “en millones y millones de generaciones”, “durante un tiempo casi ilimitado” va cambiando progresiva y grandemente las formas y estructuras corporales. Esa selección opera “exclusivamente para el bien de cada ser orgánico”. Asimismo, “casa variedad o especie, al formarse, generalmente reemplaza y extermina a su antepasado menos apto. Esto es, pienso, el origen de la clasificación de todos los seres orgánicos en todos los tiempos. Ellos siempre parecen ramificarse y sub ramificarse como un árbol de un tronco común”. También, en 1844 había escrito sus ideas, con mayor extensión, las que fueron leídas, también privadamente, por Hooker. Hasta que llegó el 18 de junio de 1858, el día más dramático en la vida de Charles Darwin, cuando recibió el manuscrito que le envió Alfred Russel Wallace desde el archipiélago malayo, en el cual éste expone sus ideas acerca del origen de nuevas especies, y la importancia que le atribuye a la sobrevida de los mejor adaptados como un mecanismo para ir seleccionando nuevas formas vivientes, de las cuales, eventualmente, derivarían nuevas especies. Estas ideas las tuvo Wallace, al igual que Darwin, al leer la obra de Malthus Ensayo sobre el Principio de la Población. La semejanza entre las ideas de Wallace y las de Darwin era casi total. Darwin se refiere a ellas, en carta a Hooker, fechada el mismo día en que recibió el manuscrito, diciendo: “Nunca vi una coincidencia más sorprendente. Si Wallace hubiera tenido mi manuscrito de 1842, no hubiera podido hacer un mejor resumen de él. Incluso los términos que usa son los mismos que ahora he puesto de título a mis capítulos”. Y en carta a Lyell, de una semana después, le dice: “Nada hay en el breve escrito de Wallace que no esté escrito más detalladamente en mi escrito de 1844 y leído por Hooker hará unos doce años. Hace como un año le envié un corto resumen de mis ideas… a Asa Gray, por lo que puedo con toda verdad decir y probar que nada he tomado de Wallace. Estaría muy contento de publicar ahora un esquema de mis ideas generales en algo así como una docena de páginas. Pero no puedo convencerme que pueda hacer esto honorablemente… Preferiría con mucho quemar todo mi libro antes que él o cualquier otro hombre pensara que he actuado en forma mezquina”.

Caballerosidad

Este conflicto de conciencia referente a la prioridad sobre las ideas, fue particularmente agudo para Darwin quien era en extremo caballeroso. (“Estoy desgastado por la cavilación”, le dice a Lyell). Para el naturalista Wollaston, la característica de Darwin era “la ultra honestidad”. Ello se ve en numerosos pasajes de las cartas de Darwin, como cuando dice que está “decidido a dar los argumentos a favor y en contra de la mutabilidad de las especies” (Carta a Hooker). O cuando, al recibir una medalla de la Royal Society dice que Lindley, uno de sus competidores debió recibirla mucho antes que él a (Hooker, carta del 5 de noviembre de 1853). Esta caballerosidad, tan característica de Darwin y de su época, se ha perdido hoy casi totalmente en el mundo científico, y la frescura y naturalidad con que ella brota del alma de Charles Darwin, entrevista en estas cartas, es una de las cosas de mayor valor que encontramos en ellas.

Pero también, como a cualquier científico, le dolía tremendamente esa pérdida de la prioridad en la publicación de sus ideas. Años antes, en carta a Henslow, escrita desde Lima (1835) decía: “Recientemente he conseguido el informe de M. Dessalines D’Orbigny sobre sus trabajos en Sudamérica. Experimenté un grado deprimente de vejación al ver que había descrito la geología de las Pampas, y que las pesadas cabalgatas que hice fueron perdidas”.

El conflicto quedó resuelto, bastante salomónicamente, por Lyell y Hooker, quienes hicieron, el 1 de julio de 1858, ante la Linnean Society de Londres, una presentación conjunta de las ideas de Darwin y de Wallace, titulada Sobre la Tendencia de las Variedades a Separarse Indefinidamente del Tipo Original. Según las actas de la sociedad, asistió escaso público y no hubo mayores comentarios (Información de Brian Gardinier, presidente de la Linnean Society, a F.O., 1993).

Después de la presentación, intercambió varias cartas con Wallace. En la del 6 de abril de 1859, le dice: “No sabe Ud. cuánto admiro su espíritu, en la manera en que Ud. ha tomado todo lo que se hizo en la publicación de nuestros trabajos. En realidad ya le tenía escrita a Ud. una carta, diciendo que no publicaría nada antes que Ud. lo hiciera. Pero justo antes de enviarla recibí una de Lyell y Hooker urgiendo que les mandase alguna clase de manuscrito, y permitiéndoles actuar como a ellos les pareciera justo y honorable en relación con nosotros dos, cosa que hice”. Que no hubo molestia de parte de Wallace se prueba por un nuevo manuscrito que le envió a Darwin el 7 de agosto de 1859, el cual le pareció a éste “admirable en su contenido, estilo y razonamiento”.

Ese mismo mes de junio de 1858 murió, como ya mencionamos, su pequeño hijo Charles Waring. Apenas vuelto a su casa de Down, Kent, Darwin se pone a trabajar en el resumen de sus ideas, el que fue creciendo hasta convertirse en su obra más conocida, Sobre el Origen de las Especies, por Medio de la Selección Natural, o la Preservación de las Razas Favorecidas en la Lucha por la Vida, o, simplemente, El Origen de las Especies, que apareció el 24 de noviembre de 1859, agotándose esa primera edición en el mismo día.

Ver en estas cartas de Charles Darwin sus ideas, sus entusiasmos, sus penas, su mala salud, su familia, sus dudas, sus reclamos, su talento, su simpatía, y su espíritu caballeroso, es algo único, por muchos conceptos un ejemplo y siempre algo de enorme interés.


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