Federico Ozanam (1813-1853) forma parte de una destacada juventud intelectual, católica, romántica y de profunda actividad social y política. Su vida está marcada por la fe, que recibe del testimonio vital de sus padres, y que despliega, primero, como estudiante universitario en la fundación de la trascendente Sociedad de San Vicente de Paul y, más tarde, como catedrático de literatura en La Sorbonne, a través de sus escritos históricos y literarios, siempre destinados a mostrar la obra civilizadora del cristianismo.

¡Qué época y con qué intensidad la vivió Federico Ozanam! La primera mitad del siglo pasado está surcada en Europa por profundos cambios: en política la irrupción del liberalismo a través de los ecos de la Revolución Francesa, los ciclos de 1820, 1830 y 1848; en economía, la Revolución Industrial transformaba con inusitada velocidad y crudeza, abisales modos de producción; en el ámbito cultural, el romanticismo emergía como una marea, en movimientos filosóficos, literarios, en la música y en el arte, conviviendo, no sin disputas, con sucedáneos racionalistas como el materialismo, el positivismo y el neoclasicismo.

Federico Ozanam (1813-1853) forma parte de una destacada juventud intelectual, católica, romántica y de profunda actividad social y política. Su vida está marcada por la fe, que recibe del testimonio vital de sus padres, y que despliega, primero, como estudiante universitario en la fundación de la trascendente Sociedad de San Vicente de Paul y, más tarde, como catedrático de literatura en La Sorbonne, a través de sus escritos históricos y literarios, siempre destinados a mostrar la obra civilizadora del cristianismo.

Las llamadas “Conferencias de San Vicente de Paul” son la institución precursora del movimiento católico social que se desarrolla durante el siglo XIX en aras de paliar los dramáticos efectos de la cuestión obrera. Fundadas a partir de 1833, echan por tierra el tópico de que la Iglesia reacciona ante la pauperización sólo gatillada por el avance del socialismo. Los católicos sociales actuaron paralelamente al surgimiento de los primeros socialistas, conocidos luego como utópicos y, sin duda, precedieron al marxismo (el Manifiesto Comunista de Marx y Engels no aparece sino hasta 1848).

El espíritu de las conferencias

Conviene precisar el ánimo y estilo con que siete jóvenes universita-rios dan vida a la primera Conferencia de San Vicente de Paul. “Conferencia”, porque surgen de inquietudes intelectuales y literarias para derivar luego hacia una organizada acción social.

Desde la tertulia académica surge la inquietud de conocer la realidad de la pobreza, aquella que Chateaubriand, con estremecedor estilo, comenzaba a denunciar en la prensa. Estos jóvenes católicos recogen el guante y se contactan con Sor Rosalía Rendu, quien ya había iniciado el trabajo de asistencia a las nuevas clases obreras. La religiosa pensó que los jóvenes retrocederían en su afán al comprobar “in situ” el drama del proletariado. Para su sorpresa no fue así: aquellos estudiantes universitarios no sólo insistieron en las visitas sino que crecían en número día a día, lo que obligó rápidamente a dividir la primera conferencia en varias secciones. La figura de San Vicente de Paul, conductor de almas e inspirador de nuevas órdenes y congregaciones en el siglo XVII, fue el modelo elegido para cobijarse bajo su protección. Así, “el amor operante al pueblo pobre”, se extiende y dinamiza ante la nueva realidad del siglo XIX.

El espíritu de las conferencias se resume en tres palabras claves: piedad, caridad y humildad. Éstas se expresan en el contacto personal con los pobres, visitas continuas que involucran aliviar no sólo material, sino moralmente al indigente, con alegría, afán de servicio, de evangelización, procurando dignificar mediante la compañía, el consejo, la caridad y la enseñanza. El apostolado en las conferencias es de los laicos y Ozanam velará para mantener este carácter. La respuesta de la juventud católica implica que a fines de 1833 los siete miembros llegaron a ser 25, y al año siguiente son ya 242. Pronto se multiplican las obras: visitas a hospitales y cárceles, creación de hogares y escuelas. Las conferencias se extienden por toda Francia y comienzan a cruzar fronteras: Italia, Bélgica, Inglaterra, Irlanda, España. En Chile se crearía la primera en 1854. Un año antes, luego de una larga enfermedad fallecía, prematuramente en Marsella, Federico Ozanam. Hoy la Sociedad de San Vicente de Paul cuenta con 46.650 conferencias, presentes en más de 130 países y sus miembros activos superan el millón. No hacen alardes de su labor, aunque como afirmara su fundador: “No debemos mostrarnos, pero sí, permitir que se nos vea”.

Ozanam y la juventud católica

Escribía que Ozanam había vivido con intensidad su época, participando de aquella generación que observa o participa en los agitados años que ven en Francia sucederse los distintos afanes por orientar el nuevo Régimen: fin de la Restauración borbónica a manos de la Revolución de Julio de 1830, que establece la llamada monarquía burguesa regida por Luis Felipe de Orleans, gobierno liberal, constitucional y censitario que luego de diecisiete años es derribado por la Revolución de 1848 que da vida a la efímera II República, la cual, presidida por Luis Napoleón Bonaparte, desembocará, finalmente, en el II Imperio. Son años de incertidumbre y vértigo político, que no implican el abandono de la creencia religiosa. Por el contrario, el romanticismo ambiente tendrá en Chateaubriand al juglar del sentimiento católico. Su obra ·El genio del cristianismo” había vuelto a abrir los corazones a la fe, una fe, sin embargo, que enfatiza el sentimiento y posterga la doctrina. Ozanam lee las primeras denuncias de la cuestión social que realizó Chateaubriand y pasará, junto a algunos compañeros de Universidad, del lamento a la acción social. Tuvo una posición política y la expondrá sin complejos pro no busca teñir su obra de asistencia de banderas políticas contingentes que sabe están dividiendo, incluso, a los propios católicos: “que nuestra sociedad no sea un partido, ni una escuela, ni una cofradía, pero sí que sea profundamente católica, sin dejar de ser laica”. Impresiona de sobremanera ese afán de mantener a la Sociedad de San Vicente de Paul libre de política partidista, lo que logra a través de su temperamento equilibrado que lo aleja de la polémica, tan frecuente en su tiempo. Quizás ese mismo equilibrio le había permitido desembarcarse a tiempo del influjo del abate Lamennais, quien bajo la consigna “Dios y libertad”, publicaba en 1830 L’Avenir, periódico desde el cual comenzaría un personal itinerario que lo llevó del tradicionalismo al socialismo, pasando por el catolicismo liberal y su separación de la Iglesia.

En Lamennais se presenta la primacía de la contingencia política, intentando arrastrar a ella no sólo a los laicos católicos, sino a la propia Iglesia. Esto último, unido a su vehemencia romántica, explica su triste destino. En L’Avenir, contó, no obstante, con dos colaboradores de excepción, ambos muy cercanos a Ozanam. Nada menos que Lacordaire y Montalembert; los dos, con mayor criterio y fidelidad a la Iglesia, supieron acatar las indicaciones de Gregorio XVI ante las doctrinas del clérigo rebelde. Lacordaire, restaurador de la orden dominica en Francia y famoso por sus prédicas de cuaresma en Notre Dame, promovió las conferencias de San Vicente de Paul y siguió de cerca el itinerario espiritual de su gran amigo Ozanam. (Al conocer la noticia de que contraería matrimonio comentó: “Ozanam cayó en la trampa”; sin duda él esperaba que lo siguiera en el sacerdocio). Montalembert, por su parte, fue desde los 21 años miembro de la Cámara y desde la tribuna insistirá en pos de la libertad de enseñanza y la defensa de los establecimientos católicos. El asunto no lo resolverá la monarquía de Luis Felipe, pero será esta campaña de Montalembert la que reúna, aunque sólo algunos años, a católicos ultramontanos y liberales en el “Comité para la Defensa Religiosa”, que verá a figuras, luego tan dispares, como Louis Veuillot y Félix Dupanloup, remando en aquellos días el mismo bote y en la misma dirección. Ozanam demostró a sus contemporáneos su afán de conciliación y eludió la polémica sobre la libertad de enseñanza estando en una incómoda posición, cercano por una parte al monopolio de la Educación, como catedrático en La Sorbonne y, por otra, colaborador de L’Univers, portavoz entonces del Comité antes mencionado. Veuillot, destacado publicista católico, criticó su actitud; pocos se salvaron a los dardos de su pluma, y si ímpetu batallador, tan agudo como hiriente, le costaría amigos y enemigos, con el tiempo irreconciliables.

El esfuerzo católico no fue suficiente, y el asunto de la libertad de enseñanza queda pendiente. En el intertanto, vuelve a nublarse el cielo político de Francia, se avecinan las tormentas del 48. Es por entonces que Ozanam colabora en Le Correspondant y en L’Ere Nouvelle; en el primero aparece su artículo “Pasemos a los bárbaros” que invita a salir del campo de los partidarios del rey, para ir al pueblo. Su intención pudo ser más social que política, pero la revolución del 48 precipita los acontecimientos. La segunda de estas publicaciones fue un nuevo órgano católico liberal de Lacordaire, que pareciera, a las vísperas de la revolución, no distinguirse de los proyectos cristiano-socialistas de Buchez. La revolución del 48 no tuvo en Francia las manifestaciones anti cristianas de su antecesora de 1830, pero como toda revolución mostró, más temprano que tarde, su rostro sangriento. Así, las jornadas de junio finalizaban con una bala en la espalda del Arzobispo de París quien pretendía mediar en el frente de las barricadas. El impacto de la muerte de Monseñor Affre se extiende hasta Roma. El propio Lacordaire comprende su paso en falso y decide terminar L’Ere Nouvelle. Antes, el propio Montalembert había considerado demagogo, revolucionario y socialista a “L’Erreur Nouvelle”, como irónicamente lo llamó Veuillot.

Fue en aquellos meses de conmoción del 48 cuando Ozanam, presionado por sus amigos, fue candidato a diputado, pero los votos no alcanzaron a elegirlo. Su discurso deja ver sus anhelos de una República descentralizada, y una vitalización de asociaciones de obreros y empresarios en pos de paliar los efectos de la cuestión social. El catedrático de La Sorbonne está convencido de que la monarquía no es la solución a los problemas de Francia y, al igual que Tocqueville, pareciera ver en la democracia un designio divino, un estadio final del progreso político que requiere de inspiración cristiana para poder vivir. Su posición política es de vanguardia, tan legítima como discutible por los católicos de aquel tiempo. Pese a la fuerza de la contingencia política, Ozanam será el primero en mantener el carácter apolítico de la Sociedad de San Vicente de Paul. Su acción social será lugar de encuentro de católicos que, con variadas y legítimas opciones políticas, dejan de lado sus banderas para ir en ayuda del indigente.

La polémica ley de Falloux

Las diferencias entre los católicos liberales y ultramontanos se avivan en torno a la postergada discusión de la libertad de enseñanza. La aprobación de la ley Falloux, en 1850, dividirá espíritus que no volverán a encontrarse, reapareciendo la discordia en cada nuevo incidente a partir de esa fecha.

La tan bullada ley fue fruto de la transacción y está marcada por los efectos y temores del 48: ¿Era suficiente lo logrado con la ley? ¿Dependía ésta de la actitud que mantuviera el gobierno de turno ante la religión? ¿Se desaprovechó una buena oportunidad de establecer la verdadera libertad de enseñanza, sin controles por parte del Estado? O en cambio, ¿era necesario insistir en el “todo o nada?” las respuestas dependían de circunstancias variables, históricas, difíciles de aventurar. A casi ya 150 años de la cuestión, puede verse que la ley facilitó el fin del monopolio estatal de la educación, y la polémica que desató entre los católicos se muestra a todas luces sobredimensionada. Fueron demasiados los fieles que dejaron primar entre ellos las diferencias políticas; se perdía así la posibilidad de una acción común de los católicos franceses en pos de una sociedad más cristiana. Esta airada polémica y sus consecuencias serían hábilmente aprovechadas por los partidos promotores del laicismo durante la tercera república francesa.

Federico Ozanam vivió sólo cuarenta años. Despertó los espíritus, fue un apóstol social más allá de los ambientes católicos, legó una maravillosa obra, pero más aún fue un ejemplo que brilla señero dentro de una extraordinaria generación. Montalembert, Lacordaire, Veuillot, Donoso Cortés, Lamartine, Armand de Melun, entre otros tantos, recibieron y admiraron el impulso del testimonio de integridad de este laico católico.


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