Jung Chang perteneció a los catorce años a las guardias rojas maoístas; luego trabajó en una fábrica antes de poder estudiar inglés en la Universidad de Sichuan. Pudo abandonar China en 1978 y obtuvo un doctorado en la Universidad de York. Su marido, sinólogo, era profesor en el Kings College de la Universidad de Londres. Juntos escribieron una obra monumental, la más completa en su naturaleza: Mao. L’histoire inconnue (Mao. La historia desconocida), Gallimard, col. NRF, Biographies, 2006, 864 págs*; obra que contiene 150 páginas de referencias precisas. En un mundo occidental –especialmente europeo- donde se ha idolatrado a Mao (Alain Besançon recuerda aquí desde la canonización de Sartre y Simone de Beauvoir hasta las loas al «Mao humanista» proferidas por Mitterrand y Giscard d’Estaing), una investigación de esta envergadura se reviste de incalculable importancia. No sólo porque hace presente una historia poco conocida, sino también por la presencia creciente de China en el mundo, sin variar el misterio en que permanece su real trasfondo.

La gran obra de Chang y Hallyday es una biografía. Se sigue a Mao desde su nacimiento en una familia común de campesinos, una familia numerosa, con una madre tierna que amó incondicionalmente a su hijo, y un padre dedicado, pero odiado, que se sacrificó por dar a su retoño una educación relativamente escueta de letrado; tirano hasta su muerte, ciego, lelo, paralítico, pero siempre malvado, peligroso, muy deseoso de hacer daño y capaz de matar.

La naturaleza de Mao es profundamente criminal. Él mismo descubrió eso en 1926, en una «gira de inspección» por los campos de Hunan. Ahí se manifestó su gusto por «la brutalidad sanguinaria, el goce visceral, rayando en el sadismo que provocaba. Este gusto se confundió con el atractivo que en él ejercía la violencia leninista, si bien ésta ya se encontraba en él con anterioridad. Mao no se convirtió a la violencia en virtud de una teoría. Esta inclinación surgía de su naturaleza profunda» (p. 54).

Esa violencia fue ejercida contra las personas cercanas, esposas, concubinas e hijos; contra viejos camaradas y Chu En Lai, previamente vencido, que llegó a ser ejecutante y esclavo suyo. Éste lo sirvió con total fidelidad, sin reserva alguna, aun cuando hiciera creer lo contrario a los ingenuos occidentales; pero cuando fue víctima de un cáncer, Mao, por su parte viejo y enfermo, no deseando que lo sobreviviera, prohibió a los cirujanos operarlo. Esa violencia fue también ejercida contra sus compañeros y su ejército, al cual destruyó, enterrando vivos a varios miles de soldados y oficiales; contra su partido y su pueblo, haciendo perecer alrededor de un diez por ciento del mismo, es decir, setenta millones de personas. La obra presenta el cuadro de un criminal convertido en un tirano al cual no sabemos con quién comparar en la historia de China, a pesar de que hubo emperadores chinos famosos por su crueldad, ni en la historia del siglo XX.

Tipología de los cuatro grandes

¿Es necesario tratar de esbozar una tipología de los cuatro grandes dirigentes ideológicos de su época? Personalmente, Lenin no era malo, pero tampoco bueno. Con todo, estaba de tal manera poseído por su sistema, su utopía y su doctrina, que era capaz de llevar a cabo una destrucción casi total, limitada únicamente en la medida en que esa destrucción de sociedad y los hombres lo condujese a perder el poder. Por ese motivo, Molotov lo consideraba más «duro» que Stalin, por ser más inhumano e inconsciente.

Hitler es una personalidad pobre y deficiente. También estaba poseído por un proyecto diabólico y delirante, que dirigió en forma convulsiva, azarosa e impulsiva. Al parecer, este artista frustrado no era de temperamento sádico. Amaba a su perro, a Eva, Himmler, Speer…

Stalin es semejante a Mao, y cada uno evaluó correctamente al otro en forma inmediata. Stalin es más «intelectual». El seminario de Tiflis le proporcionó una instrucción más sólida. Era realmente marxista en la versión leninista. Creía en el comunismo. Como Mao, estaba dotado extraordinariamente para tomar el poder y mantenerlo. Conservaba cierta prudencia. No comprendió el hecho de que Hitler nablemente, en Stalin hay algo de criminal nato, del placer de matar, humillar y destrozar; pero en Mao todo parece aumentado, multiplicado, ilimitado, de tal manera que si creemos en nuestros autores, parece escasamente impregnado por la ideología. No leyó a Marx ni a Lenin. Asimiló el catecismo estaliniano para así escribir ensayos en el lenguaje de actualidad en esa época. Con la óptica biográfica rompiese una alianza tan ventajosa y racional, siendo su error creer que el Führer era tan inteligente como él. Llegó lejos en la masacre, pero –a menos que sea verdad que en sus últimos años planeaba una nueva purga y una tercera guerra mundial– no es seguro que estuviese decidido a sacrificar la mitad del pueblo ruso. Incuestiodel libro, aumenta la parte de la psicología y disminuye la parte de la ideología. De los cuatro monstruos, es probablemente el más inculto, aun cuando le gustaba leer y escribir poemas de mala calidad cada vez que se presentaba la ocasión.

En suma, en cada uno de esos líderes, la ideología y el crimen se constituyen de distinta manera. Lenin es un ideólogo puro. Hitler también, pero su ideología está lejos de tener la coherencia, la solidez y el carácter universal del leninismo. Stalin combina de manera equilibrada la convicción ideológica y el realismo del criminal. Es capaz de considerar con exactitud la relación de las fuerzas, obrar con astucia y disimular, sabiendo en cierto modo dónde se sitúa la realidad. Solo está intoxicado a medias por su visión del mundo leninista. Mao, al parecer, solamente considera su propio poder, siendo éste su único objetivo. «El poder político –dijo Lin Biao (quien durante mucho tiempo estuvo asociado con él) con una fórmula bastante grandiosa– es el poder de oprimir a los demás». ¿Por qué? ¿Con qué fin? No está claro. ¿La grandeza de China? Por una parte, pero únicamente bajo el punto de vista de su propia grandeza. El crimen puro termina desembocando en el mismo nihilismo que la ideología pura.

El rol de Stalin

Esta biografía también es rica en análisis políticos, tan numerosos que no se pueden enumerar. Puedo imaginar que los sinólogos profesionales ya saben muchas cosas. Por mi parte, he encontrado datos en este libro que en ninguna parte había visto.

Ya se sabe que la Larga Marcha es una leyenda. Ese interminable periplo fue autorizado desde un extremo al otro por Chiang Kai Sek. No hubo combate, salvo entre diversas facciones del ejército rojo, y Mao siempre logró vencer y exterminar. De hecho, el líder nacionalista quería establecer su poder en todas las provincias chinas, varias de las cuales estaban bajo el control de los señores de la guerra. «Chiang no quería enfrentar abiertamente a los señores de la guerra. Deseaba empujar al ejército rojo hacia esas provincias rebeldes, atemorizando a los señores de la guerra de tal manera que permitiesen entrar a su propio ejército con el fin de expulsar a los comunistas» (p. 151). Es un buen ejemplo de esas estrategias retorcidas, en tres bandas, en la línea de la tradición china a partir de Sun Tse, que se manifiestan en toda la historia de la guerra civil. La Larga Marcha no fue una penetración heroica total de las fuerzas nacionalistas, sino una larga y siniestra guerra interna en la cual Mao estableció definitivamente su poder absoluto sobre un ejército rojo enteramente diezmado por sus acciones.

Cuando Mao se estableció, con la complicidad de Chiang, en su reino periférico y autónomo de Yenán, instaló un régimen totalitario, de una atrocidad desconocida hasta en Rusia, y que anticipa el de Corea del Norte. Los comunistas idealistas, los nacionalistas que afluían para retomar con Mao la lucha contra los japoneses, fueron ejecutados por miles, destrozados, torturados, convertidos en robots, de acuerdo al propósito de Mao. No interesaba la lucha contra los japoneses, sino únicamente preparar el asalto contra Chiang y la conquista de China.

Es impresionante el rol determinante de la Rusia soviética en la revolución china. A partir de 1918, esa nación envió una inmensa misión de militantes del Komintern, espías profesionales, asesores militares, especialistas de la policía política y organizadores de gulags. La carrera de un Borodine (pseudónimo) es ejemplar. Convirtió al Kuomintang, en aquel entonces una pequeña secta de fundadores idealistas, en un partido masivo. Creó con otros agentes el Partido Comunista chino. Desprendió del Kuomintang un «Kuomintang de izquierda», destinado a controlar y manipular las dos formaciones anteriores. Eso no le impidió negociar continuamente con los señores de la guerra y por último con los japoneses para velar por los intereses de Rusia en el norte, Mongolia y Manchuria. Ese agente genial terminó siendo torturado en 1951, en las cárceles de la KGB, por cuanto Stalin sospechó que trabajaba para Mao.

Stalin y su equipo apoyaron a Mao hasta el final, si bien se percataron de que no era dócil y estaba dispuesto a traicionarlos; pero lo habían reconocido como el más decidido, despiadado y cruel, y lo consideraban el hombre requerido para la revolución china. Mientras vivió Stalin, Mao sirvió en cierta medida para sus propósitos. Moscú, por ejemplo, se esforzaba por mantener a Japón lo más alejado posible de la frontera soviética. Los japoneses avanzaban en China, pero no tenían la intención de controlar todo el país, y Chiang no tenía prisa por declararles la guerra. Fue necesaria una extraordinaria provocación, montada en Shangai por Mao y los soviéticos y un general nacionalista que era agente de ellos, para forzar la entrada en la guerra en 1937. Stalin estimaba que encontrándose Japón enredado en esa guerra abominable, ya no podría hacerle la guerra. Mao soñaba con compartirlo con él, del mismo modo como Stalin acababa de compartir Polonia con Hitler.

El objetivo permanente de Mao, año tras año, contrarrestado por Chiang en la medida que pudo, fue alcanzar la frontera soviética y allí añadir la zona controlada por él. Una vez alcanzado ese objetivo, disponía de una base segura en la retaguardia y abundante aprovisionamiento militar. Así, sin Stalin, sin el aparato soviético, no habría habido revolución comunista en China.

La ingenuidad estadounidense

Una de las revelaciones del libro es el rol de los agentes dobles y los topos. El jefe de estado mayor de Chiang era un topo, y todo su personal militar de la plana mayor estaba atiborrado de agentes durmientes o activos de Mao. En un país tan difícil de comprender, como es China, los pocos expertos con los cuales contaba Occidente para formarse una idea adquirían enorme importancia, sobre todo cuando practicaban la desinformación. ¿Cómo medir el rol de Edgar Snow, que adquirió desde los años 30 una posición esencial en la prensa estadounidense y constantemente, aun cuando no fuese un topo, lo cual no está demostrado, fue un partidario activo, elocuente y escuchado de las posiciones maoístas?

El general Marshall, un gran hombre, como lo probó su carrera, fue enviado en 1945 por Truman para ver claramente en el lugar. Nada vio o puramente fuego. No comprendió la relación íntima de Mao con los soviéticos. Encontrándose Mao a punto de ser expulsado de Manchuria, perdido, con la espalda contra la pared, Marshall impuso un alto al fuego de quince días, con lo cual le salvó la partida y lo afirmó como soberano de Manchuria, unida a la Unión Soviética por vía férrea, con lo cual podía recibir todas las armas que desease. Por lo demás, Stalin le había «prestado» los prisioneros de guerra japoneses, que sirvieron de cuadros y entrenaron a tropas que desconocían el arte de la guerra moderna. Con Marshall, Truman deseaba a cualquier precio la «reconciliación» de las dos Chinas.

Una hambruna por una bomba

Una vez conquistada China y habiendo muerto Stalin, Mao, emancipado, procuró ponerse a la cabeza del movimiento comunista internacional. Uno de los puntos esenciales de su plan consistía en adquirir la bomba atómica, lo cual obtuvo de Malenkov y Kruschev recurriendo a los medios siguientes.

En primer lugar, la compró mediante colosales entregas de bienes agrícolas a la URSS. La constitución de las «comunas populares» es parte del programa comunista siempre y en todo lugar. El poder no puede no controlar a los campesinos, otorgarles siquiera un mínimo de autonomía. Con todo, en China esto sirvió también para despojar a los campesinos de los recursos sin los cuales no podían sobrevivir. Así, Mao provocó la hambruna más grande de la historia del mundo: treinta y ocho millones de muertos de hambre. Tuvo plena conciencia del hecho y no lo consideró una catástrofe, sino únicamente el precio pagado para lograr un objetivo que valía la pena. Los autores señalan que la bomba atómica china provocó de ese modo, en forma indirecta, tantos muertos como una guerra atómica propiamente tal, ante la cual Mao no retrocedía.

Con todo, por cuanto hizo saber que no retrocedía y estaba dispuesto a sacrificar no sólo treinta y ocho, sino trescientos millones de hombres, pudo dirigir otra estrategia en tres bandas y adquirir finalmente la técnica que requería. La maniobra consistió en hacer creer que iba a desencadenar la guerra mundial a causa de Taiwán. Así, hizo preparativos y se puso a bombardear noche y día Amoy y Quemoy, anunciando luego a los soviéticos, aterrorizados ante la perspectiva de un conflicto general, que China se haría cargo por su cuenta de la situación, pero que la URSS, separada de la alianza, debía proporcionarle los medios, es decir, una vez más la bomba y la tecnología militar apropiada. El ardid dio resultado.

El arte de la mentira

No era fácil engañar a los soviéticos, porque sabían a qué atenerse con China, los métodos comunistas y Mao. ¡Fue tanto más fácil y como una diversión embaucar a los ingenuos occidentales! Recomiendo especialmente la descripción de las entrevistas entre Kissinger, Nixon, Chu En Lai y Mao. Uno no sabe si reír o llorar con ellas. El pobre Kissinger, con todo su hábil sueño «metternichiano» del equilibrio de los poderes, no tuvo más éxito con Mao que con Brezhnev, a pesar de ser este último un personaje de rango bastante inferior. Le ofreció un regalo tras otro, sin retribución, no charge, con la esperanza de dividir dos imperios ya divididos desde hacía mucho tiempo. Chu En Lai además se hizo pagar para recibir esos regalos.

Nuestro mundo occidental, formado en la disciplina del juramento que no se viola sin cometer un crimen y el contrato que es preciso cumplir, normalmente se desconcierta ante Rusia, el Medio Oriente y China. Son países donde se miente con toda el alma, donde la mentira es el primer contacto, la forma inicial de adquirir ascendiente sobre el asociado, donde se cultiva como un arte, donde llega a ser perfecta cuando ya no es ni siquiera lo contrario de la verdad, sino una verdad tan sincera como la otra. Estos antiguos virtuosismos en el engaño se afinan en mayor medida y llegan a su máxima expresión con la duplicidad ontológica y sistémica del comunismo, convirtiéndose en una especie de deporte deleitoso. Invoco estas circunstancias atenuantes para no juzgar con demasiada severidad esos encuentros, que no son esencialmente distintos a los de Stalin y Churchill, Roosevelt o De Gaulle. Con todo, la diplomacia occidental habría podido progresar en cierta medida. ¿Lo ha conseguido en lo sucesivo?

Comparaciones

Según nuestros autores, Mao hizo ejecutar a veintiocho millones de chinos. Esas ejecuciones masivas fueron parte de la rutina durante todo el reinado, con algunos puntos culminantes, como ocurrió después de la conquista de China, cuando se trataba de destruir de golpe prácticamente a la totalidad de las viejas élites intelectuales y económicas, durante el absurdo «Gran Salto Adelante» de la Revolución Cultural. Es preciso agregar que la mayor parte de las ejecuciones iban acompañadas o precedidas de torturas abominables, y sobre todo que tuvieron lugar en público. Aquí además se debe comparar con el nazismo y el comunismo soviético. Hay una progresión.

Uno de los resultados –o más bien dicho uno de los medios de los tres regímenes o su objetivo metafísico común– consiste en hacer salir del hombre lo peor que hay en él, convirtiéndolo en un monstruo.

Hitler no lo consiguió en la medida que hubiera deseado. Reclutó y formó un cuerpo rendido ante la moral que le insuflaba, pero era un cuerpo limitado: las SS, los Einzatsgruppen, una parte de la Wehrmacht en los frentes orientales… En general, las víctimas no formaban parte del pueblo alemán o se consideraba que no eran parte de la humanidad. Las matanzas se llevaron a cabo fuera de las fronteras cubriéndose de cierto secreto. El pueblo alemán, sometido, pasivo, reducido al silencio, no era convocado a participar activamente. Cuando dejó de tener miedo, volvió a vivir normalmente. No fue pervertido masivamente.

El régimen soviético procuró convocar al pueblo a sus operaciones criminales, y a menudo lo consiguió. Ciertamente, había «semanas del odio», reuniones entusiastas en las fábricas, aldeas y oficinas para maldecir a los enemigos del pueblo. No obstante, las ejecuciones se llevaban a cabo en recintos cerrados, la organización del Gulag no era pública y la mayor parte de los campos de concentración se encontraban en el otro extremo del imperio, sobre todo aquellos donde la condena redundaba en una muerte lenta. En el campo de concentración soviético, el trabajo de educación comunista cesaba. Sin embargo, la participación parcial envenenó a muchas almas. A diferencia de lo ocurrido en Alemania, la vergüenza no llegó realmente a expresarse tras la caída del régimen. Fue inhibida, junto con adormecerse la memoria. Habría sido demasiado pesada para asumirla. El daño moral es más duradero.

El Laogai chino equivale indudablemente al Gulag soviético, con el agravante de ser una «escuela» donde la reeducación jamás cesa. Con todo, la característica impresionante del maoísmo, en comparación con el nazismo y el leninismo, es la publicidad del crimen y la participación general del «pueblo». ¿Participación forzosa? Sin duda, pero no es eso únicamente. Atrevámonos a decirlo: lo ofrecido por Mao al pueblo chino es ser, masivamente y a la vista de todos, al mismo tiempo verdugo y víctima. Realmente dio al animal que está dentro del hombre la posibilidad de manifestarse sin que nada lo contuviese. Las purgas en cascada proporcionaban a quienes fueron víctimas el placer de torturar y humillar durante mucho tiempo a los que antes los habían humillado y torturado.

No quisiera especular porque no sé lo suficiente. A veces me parece que la moral común (grecorromana, cristiana, postcristiana) estaba más interiorizada en Europa y Rusia, como un esqueleto interno protegido y subsistente, y por el contrario, la tradición confuciana sería comparable a un exoesqueleto, y al fracturarse su caparazón externa toda la malignidad humana se manifiesta y se lleva a cabo sin límites. Me gustaría que un conocedor de China me iluminase al respecto, mostrándome así que no tengo razón.

El porvenir de China

Después de leer cuidadosamente las 800 páginas de intrigas criminales, suplicios, maniobras retorcidas, logradas o frustradas, y horrores descritos minuciosamente por Chang y Halliday, se experimenta cierto desconcierto. En el curso de los años me he adentrado en la literatura sobre el comunismo, pero jamás había leído algo semejante. Es una visión de conjunto modificada del fenómeno comunista. Su centro de gravedad está desplazado. Su escala ha cambiado. Es preciso estudiar su tipo puro en el este, en China, Corea y Camboya.

Al cerrar el libro, no se puede evitar pensar en el porvenir de China. En Occidente el humor es optimista. Parece efectivamente que el dinamismo económico de ese país es un fenómeno sobre el cual la historia ofrece pocos ejemplos y tal vez ninguno. También parece que en el antihistoricismo del pensamiento chino, a diferencia del historicismo occidental, hay una inclinación a borrar el pasado. La armonía china ideal ha sido frecuentemente alterada por catástrofes de gravedad desconocida en el Occidente. Con el paso de los Tang a los Song, en el siglo X, la población se redujo a la mitad. La insurrección de los Taiping, en el siglo XIX, pudo provocar directa o indirectamente (hambruna, epidemias…) tantos muertos como los años de Mao. Con todo, la visión china de esos desastres parece más semejante a la meteorología que a la historia. La armonía se quebró y volvió, como ocurre después de una inundación o un terremoto. Es la consigna del gobierno actual. Por lo demás, éste controla rigurosamente el conocimiento de la historia.

No veo, sin embargo, cómo podría borrarse ese pasado espantoso sin dejar una huella duradera. Mao hizo perecer con increíbles sufrimientos aproximadamente la décima parte de la población china. El porcentaje ruso es más o menos equivalente. Ciertamente, ese pueblo manifiesta una «resiliencia» que al parecer las razas occidentales no tienen. Antes de morir de hambre, el chino come hojas de los árboles, insectos, roedores y lombrices. Nuestros europeos se habrían entregado a la muerte desde hace mucho tiempo. En particular, con Mao los chinos no dejaron de crecer y multiplicarse, lo cual es un misterio que sería preciso explicar. Sin embargo, esa antigua e ilustre civilización ha perdido en gran medida sus tradiciones, sus «valores», sus estructuras, sus monumentos culturales. La familia, célula básica de la sociedad china, se ha destruido. La política demográfica posterior a Mao acabó con ella. Los padres no pueden respetarse si no tienen hijos. Los testimonios que he podido escuchar de viajeros, de misioneros cristianos, me han mostrado un pueblo sin fe ni ley. La fuerza que aparentemente constituiría el último fundamento social sería el nacionalismo. Por este motivo es útil considerar la reconquista de Taiwán, ya que agrupa al pueblo en torno a un proyecto. ¿Pero se puede imaginar un porvenir «democrático» próximo, donde al menos se establezca un Estado primitivo de derecho? No lo sé, pero este libro no conduce al optimismo. Demasiados sufrimientos experimentados y causados conducen a una difusiva maldad. Unida al poder económico, técnico y militar, no hace augurar algo bueno.


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