Autor: Papa Francisco

Editorial Planeta Chilena S.A. Santiago, 2018. 151 págs.

En el mes de marzo nos encontramos con este libro que nos revela las conversaciones entre el Papa Francisco y Thomas Leoncini, periodista y escritor italiano. Especial relevancia tienen sus reflexiones frente al próximo Sínodo de los jóvenes. Desde las primeras líneas queda claro que el Papa quiere hablar de la persona, de cada joven, más allá del concepto “juventud” y de generalizaciones. Él tiene al frente rostros, chicos y chicas que tienen su propia identidad y buscan el sentido trascendente de sus vidas. Al relatar su experiencia como joven, su búsqueda y encuentro con ese Dios personal que le cambió la vida, nos permite sintonizar con su lenguaje y sus vivencias.

Bajo su mirada los jóvenes no son solo futuro, son presente, y por eso están llamados a ser protagonistas. Para que esto sea posible señala la importancia de los vínculos, esa red vital que permite tener raíces, que acoge e impulsa a desplegar lo mejor de cada uno. Es en este contexto que se detiene en lo que él llama “la revolución de la ternura”, ese encuentro de corazones entre las distintas generaciones, especialmente los ancianos. Aquí también el Papa cuenta experiencias personales y concluye: “Debemos conseguir demostrar con los hechos, con el testimonio, que el diálogo entre ancianos y jóvenes nos enriquece a todos y que conlleva una evolución para la sociedad” (p.71). Observación poco frecuente, pero que él explica a través del cultivo de los vínculos verdaderos que permiten un encuentro real con cada persona, más allá de apariencias o construcción de una imagen.

Reconoce también cómo los adultos podemos ser obstáculos para el crecimiento de los jóvenes, coartando sus sueños y sus alas para arriesgar y asumir sus decisiones, cuánto cuesta escuchar y acoger.

Especial relevancia tienen hoy sus respuestas frente a las preguntas que se refieren al ejercicio del poder, sus consejos a quienes gobiernan, los criterios y cuidados, y cómo entender la autoridad como servicio. En el lenguaje directo que le conocemos, enumera las enfermedades que puede sufrir quien tiene poder: el sentirse inmortales o indispensables, el “martismo” (la excesiva laboriosidad), el endurecimiento mental y espiritual, la excesiva planificación y el funcionalismo, la mala coordinación, el “alzhéimer” espiritual (el olvido de la propia historia de salvación), la rivalidad y la vanagloria, la esquizofrenia existencial, las murmuraciones y chismes, la adoración de los jefes, la indiferencia hacia los demás, la “cara fúnebre”, el acumular, los círculos cerrados, los beneficios mundanos y el exhibicionismo. Quince enfermedades que interpelan y llaman a revisar sentimientos, actitudes y prioridades. Destaca que para él la enfermedad más grave es la incapacidad de sentirse culpable y cómo el miedo al dolor moral puede llevar a tomar malas decisiones.

El Papa no teme responder preguntas concretas y contingentes, sobre cómo un joven puede realizarse sin entrar en el mecanismo de la corrupción, como pueden los jóvenes ayudarse unos a otros, la importancia de preservar el medio ambiente, del correcto uso de la tecnología, la realidad de la violencia, una Europa cada vez con menos niños y la realidad de los migrantes, cómo estamos inmersos en una “cultura narcisista”... Y muestra su preocupación: “Aparentar se convierte, pues, en algo más importante que ser ya desde muy temprana edad” (p. 93).

Se detiene también en los miedos de los jóvenes hoy: “… el miedo a ser invisibles es algo de lo que los jóvenes son difícilmente conscientes, es más un miedo inconsciente. Yo era muy consciente de mi miedo a no ser amado” (p. 94), la ansiedad, la depresión, el bullying, la frustración y la agresividad, los jóvenes en la cárcel, las adicciones, el conformismo, el temor a la muerte y el suicidio… Frente a todo esto viene la pregunta, ¿cómo encontrar la esperanza? ¿Cómo experimentar la misericordia de Dios? En esta búsqueda de respuestas llegamos al último capítulo del libro titulado “Enseñar y aprender”. A través de ejemplos concretos va dando pautas, poniéndose especialmente en el lugar de los jóvenes y en las características propias del educador para acompañar al joven en su búsqueda de sentido y libertad. “Se es libre solo si se está en armonía con uno mismo” (p. 138), así de categórico lo expresa el Papa, un proceso de vida que requiere escucha y acompañamiento.

Estas reflexiones se publicaron en marzo, poco antes de la reunión presinodal a la que fueron convidados a Roma jóvenes de todo el mundo. El Papa los quería escuchar directamente, anhelaba que pudieran expresarse libremente y así lo hicieron. Tanto ese encuentro como este libro nos ayudan a preparar el Sínodo de octubre: “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”.

¿Por qué el título? “¡Dios es joven!”… es el eterno que no tiene tiempo, pero que es capaz de renovar, de rejuvenecerse continuamente y rejuvenecerlo todo. Las características más peculiares de los jóvenes son también las suyas. Es joven porque “hace nuevas todas las cosas” y le gustan las novedades; porque asombra y le gusta asombrarse; porque sabe soñar y desea nuestros sueños; porque es fuerte y entusiasta; porque construye relaciones y nos pide a nosotros que hagamos otro tanto; porque es social” (p. 64).


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