En la liturgia de hoy hay una palabra que se repite varias veces: es la palabra “suerte”. Pero no debemos tomarla como sinónimo de “azar”, ni “por casualidad”; aquí es sinónimo de “destino”. De hecho, en la oración colecta hemos rezado: “Oh, Dios, que agregaste a san Matías al colegio de los apóstoles, concede, por su ayuda, a quienes nos alegramos en la suerte de tu predilección, ser contados entre los elegidos”.
Nosotros hemos recibido ese don como destino: la amistad del Señor. Esa es nuestra vocación: vivir como amigos del Señor, amigos del Señor. Y el mismo don fue recibido por los apóstoles: más fuerte aún, pero lo mismo. Todos los cristianos hemos recibido ese don: la apertura, el acceso al corazón de Jesús, a la amistad de Jesús. “Señor, hemos recibido en suerte el don de tu amistad. Nuestro destino es ser amigos tuyos”. Es un don que el Señor conserva siempre, y Él es fiel a ese don.
Muchas veces, sin embargo, no lo somos y nos alejamos con nuestros pecados, con nuestros caprichos, pero Él es fiel a la amistad. Jesús, como recuerda el Evangelio de hoy (Jn 15,9-17), ya no nos llama siervos sino amigos, y conserva esa palabra hasta el final porque es fiel. Hasta con Judas: la última palabra que le dirige, antes de la traición, es “amigo”, y no le dice “vete”. Jesús es nuestro amigo. Y Judas, como dice aquí, “se marchó a ocupar su propio puesto”, al destino que él eligió libremente: se alejó de Jesús. La apostasía es eso: alejarse de Jesús. Un amigo que se vuelve enemigo o un amigo que se vuelve indiferente o un amigo que se vuelve traidor.
En el lugar de Judas –como narra la Primera Lectura (Hch 1,15-17.20-26)– es elegido a suerte Matías “como testigo de la resurrección de Jesús”, testigo de ese don de amor. El amigo es el que comparte precisamente sus secretos con el otro. “A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”, dice de hecho Jesús en el Evangelio. Se trata, pues, de una amistad que hemos recibido en suerte, o sea, como destino, como la había recibido Judas y Matías. Pensemos en esto: Él no reniega ese don, no reniega de nosotros; nos espera hasta el final. Y cuando, por nuestra debilidad nos alejamos de Él, Él espera, Él espera, Él sigue diciendo: “Amigo, te espero. Amigo, ¿qué quieres? Amigo, ¿por qué me traicionas con un beso?”. Él es el fiel en la amistad y nosotros debemos pedirle esa gracia de permanecer en su amor, permanecer en su amistad, esa amistad que hemos recibido como don en suerte por Él.
Fuente: Almudi.org