En la primera lectura (1Pe 4,7-13), se dice: “no os extrañéis de ese fuego abrasador que os pone a prueba”. Todo eso forma parte de la vida cristiana, es una bienaventuranza: Jesús fue perseguido a causa de su fidelidad al Padre. “Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo”. La persecución es como el aire del que vive el cristiano también hoy, porque hoy hay muchos mártires y perseguidos por amor a Cristo. En muchos países los cristianos no tienen derechos. Si llevas una cruz, vas a la cárcel, y hay gente en la cárcel; hay gente condenada a morir por ser cristianos hoy. Matan a la gente, y el número es más alto que los mártires de los primeros tiempos. ¡Más! Pero eso no es noticia, y por eso los telediarios, los periódicos no publican esas cosas. ¡Pero los cristianos son perseguidos!
Además, hoy hay otra persecución: a todo hombre y mujer por ser la imagen viva de Dios. Detrás de toda persecución, ya sea a cristianos o al hombre en general, está el diablo, está el demonio que intenta destruir la confesión de Cristo en los cristianos y la imagen de Dios en el hombre y en la mujer. Desde el comienzo ha procurado hacer eso –podemos leerlo en el Libro del Génesis–: destruir la armonía que el Señor creó entre hombre y mujer, esa armonía que deriva de ser imagen y semejanza de Dios. Y lo ha conseguido. Lo ha logrado con el engaño, la seducción…, con las armas que él utiliza. Siempre lo hace así. Pero también hoy hay una fuerza, yo diría una especie de rabia o de ira contra el hombre y la mujer, porque, de lo contrario, no se explicaría esta oleada creciente de destrucción al hombre y a la mujer, a todo lo humano.
Pienso en el hambre, una injusticia que destruye al hombre y a la mujer porque no tienen qué comer, aunque haya tanto alimento en el mundo. O en la explotación humana, esas diversas formas de esclavitud: recientemente he visto una grabación clandestina sobre una cárcel donde hay inmigrantes sometidos a torturas, a formas de destrucción para hacerlos esclavos. Y todo eso está pasando 70 años después de la declaración de los derechos humanos. Son las colonizaciones culturales, cuando los imperios obligan a aceptar disposiciones culturales contra la cultura de la gente, e imponen cosas que no son humanas para destruir, para la muerte. Lo que quiere el demonio es precisamente la destrucción de la dignidad. Finalmente, podemos pensar en las guerras como instrumento de destrucción de la gente, de la imagen de Dios. Y también en las personas que hacen las guerras, que planifican las guerras para dominar a los demás. Hay gente que lleva adelante tantas industrias de armas para destruir a la humanidad, para destruir la imagen del hombre y de la mujer, ya sea física, moral o culturalmente. “Pero, padre, esos no son cristianos. ¿Cómo que perseguidos?” – “Sí, son imagen de Dios. Y por eso el demonio los persigue”. Y los imperios continúan las persecuciones hoy. No debemos permitirnos ser ingenuos. Hoy, en el mundo, no solo los cristianos son perseguidos; los humanos, el hombre y la mujer, porque el padre de toda persecución no tolera que sean imagen y semejanza de Dios. Y ataca y destruye esa imagen. No es fácil de entenderlo; hace falta mucha oración para comprenderlo. Que el Señor nos dé la gracia de luchar y restablecer, con la fuerza de Jesucristo, la imagen de Dios que está en todos nosotros.
Fuente: Almudi.org