En Chile, el inicio del siglo XX estuvo marcado por tensiones entre el magisterio de la Iglesia en temas sociales y su recepción en la sociedad. Se trata de una época en que Iglesia y Estado se encontraban unidos legalmente y donde un solo partido político aglutinaba a los católicos: el Partido Conservador. Estas tensiones se expresaron, entre otros muchos ámbitos, en las nuevas exigencias de la Iglesia Romana en materia de justicia laboral. El caminar de la Iglesia chilena fue un caminar errático, de muchas contradicciones y, a ratos, poco coherente con el evangelio de Jesucristo.
Tal vez la voz eclesial más potente en esta materia fue la de Alberto Hurtado. Él supo leer en su experiencia de contacto con el mundo del trabajo, y particularmente con el sindicalismo, cómo el porvenir de una sociedad más justa pasaría sin lugar a dudas por relaciones laborales más justas, mediadas por la organización sindical de los obreros. A esto vino la fundación de la ASICH (Asociación Sindical y Económica Chilena) y la publicación de su libro Sindicalismo.
Iglesia universal y el mundo del trabajo: el aporte fundamental de dos encíclicas
En 1891, la Iglesia y la sociedad toda reconocieron en la encíclica Rerum novarum del Papa León XIII la primera manifestación eclesial respecto de materias sociales y relacionadas con el mundo del trabajo. No se trata de la primera reflexión sobre temas sociales que la Iglesia hiciera[1]; sin embargo, es con esta intervención con la cual se inaugura la Doctrina Social de la Iglesia[2]. Esencialmente, en esta encíclica queda expuesta la posición de la Iglesia Católica frente a la situación de explotación en la cual vivía una gran mayoría de la población asalariada, producto de los efectos perniciosos de la revolución industrial europea.
Uno de los nudos críticos del profundo conflicto social emanado de una inhumana industrialización (que es a su vez el nudo de la relación laboral entre empleador y trabajador) es el de la asociación o sindicalización de la clase obrera. La Iglesia reconoce que el marxismo ha penetrado con fuerza en las masas trabajadoras, producto de la conexión íntima que esta ideología hizo con las necesidades y sufrimientos de esa clase. De allí que la Iglesia reconozca una triple problemática: su distancia del mundo del trabajo y de los trabajadores, el ateísmo creciente (pues era una ideología no creyente la que se preocupaba de la población obrera en términos de justicia) y también el no transmitir correctamente el hecho de que la asociación entre los trabajadores respondía al derecho natural y no a una mera coincidencia de personas en un conglomerado por conveniencias y cálculos.
Esto último Alberto Hurtado lo recoge en su obra Sindicalismo, a mediados del siglo XX: “El derecho de sindicalización nace en último término no de la voluntad del Estado, sino del derecho natural que tienen los hombres de asociarse. Este derecho, pues, no puede ser desconocido por el Estado, ni restringido en forma que lo haga ilusorio”.[3]
León XIII reconoce que hay un valor en la asociación de los obreros, sobre todo para hacer frente a las injusticias de quienes tenían a su haber los medios de producción: los capitalistas. Sostiene Rerum novarum que:
…en principio, se ha de establecer como ley general y perpetua que las asociaciones de obreros se han de constituir y gobernar de tal modo que proporcionen los medios más idóneos y convenientes para el fin que se proponen, consistente en que cada miembro de la sociedad consiga, en la medida de lo posible, un aumento de los bienes del cuerpo, del alma y de la familia.[4]
Ahora bien, deja igualmente claro el que:
los obreros cristianos se ven ante la alternativa o de inscribirse en asociaciones de las que cabe temer peligros para la religión, o constituir entre sí sus propias sociedades, aunando de este modo sus energías para liberarse valientemente de esa injusta e insoportable opresión. ¿Qué duda cabe de que cuantos no quieran exponer a un peligro cierto el supremo bien del hombre habrán de optar sin vacilaciones por esta segunda postura?[5]
El 15 de mayo de 1931, Pío XI celebra los cuarenta años de Rerum novarum, promulgando la encíclica Quadragessimo anno, en la cual profundiza la doctrina de la Iglesia en materia social, en un contexto en el cual el socialismo ya no era solo una ideología, sino que se había materializado en proyectos históricos, y donde el liberalismo económico dejaba a la luz sus deficiencias en la crisis económica de 1929.
La encíclica aborda temas como la propiedad privada, la relación capital-trabajo, el salario justo y el lugar de la caridad en relación con la justicia. Es interesante la incorporación del Corporativismo Cristiano, en el sentido de ser una profundización del llamado a la asociación tanto de los obreros como de aquellos que no lo eran.
El apoyo de la Iglesia, en voz de su principal autoridad jerárquica, a la existencia del sindicato, dejaba en claro, ya desde el mismo título de la encíclica, cuál debía ser el fundamento de un sindicato: La restauración del orden social en conformidad con la ley evangélica. Es por ello que a los obreros católicos, muchas veces unidos en sindicatos cooptados por partidos políticos (principalmente por el socialista), se les ofreció formación cristiana.
El sindicato, en cuanto corporación, apunta a “una concepción muy distinta a la que planteaban las vertientes socialistas, pues en el corporativismo católico la finalidad del sindicato no era la lucha política, sino que, por el contrario, el sindicato buscaba conciliar los intereses contrapuestos y velar por el perfeccionamiento moral y cultural de sus miembros”.[6] La antropología cristiana no pondrá nunca en duda el que la concepción creatural de la persona humana es aquello que la dota de dignidad y, por lo mismo, es su dimensión moral y también la cultural aquello que debe resguardarse ante cualquier acción que la misma persona emprenda.
Recepción del pensamiento social de la Iglesia en Chile: el rol de la jerarquía y el clero
Las encíclicas sociales no tuvieron buena recepción en la mayor parte de la jerarquía de la Iglesia chilena. Esto puede haberse visto influido por una serie de factores, como el hecho de que la mayoría de los obispos pertenecía a las clases acomodadas, quienes en general no asumieron la encíclica Rerum novarum y, por ello, no se esforzaron por divulgar su contenido. También influyeron las crisis políticas por las que atravesó el país años después, inspiradas algunas en ideas marxistas, lo que hacía sospechar del mensaje de Quadragessimo anno, pues parecía sustentar el programa político de la izquierda.[7] Hubo sin embargo obispos, y principalmente el arzobispo de Santiago en ejercicio en 1931, monseñor Horacio Campillo (1872-1956), que se quejaron ante el Partido Conservador por no asumir ni dar a conocer la encíclica[8]. Años más tarde el Padre Hurtado reprocharía el avance del sindicalismo marxista y lo adjudicaría precisamente al hecho de que no se hubiera cristalizado lo que los papas venían señalando:
Si hace 30 años, cuando León XIII publicó su Encíclica “Rerum Novarum” hubiera sido aprovechada esta enseñanza y en conformidad a ella se hubiera organizado en Chile el Sindicalismo Blanco o católico, no estaría hoy una gran parte de los obreros y la sociedad misma gimiendo bajo la tiranía sindicalista.[9]
En tiempos de la promulgación de Rerum novarum, la Iglesia y el Partido Conservador habían alcanzado una cercanía profunda, al tiempo que incómoda para parte de la Iglesia. Monseñor Crescente Errázuriz (1839-1931) buscaba la forma de deshacer ese vínculo en una difícil operación.
La empresa de monseñor Errázuriz fue asumida años más tarde por monseñor José María Caro (1866-1958), quien en 1934 escribe al Papa Pío XI, solicitándole apoyo ante la simpatía que muchos sacerdotes y obispos sentían por el Partido Conservador, aun a prácticamente una década de la separación entre la Iglesia y el Estado. Esta solicitud era otra forma de decir que el clero no estaba simpatizando con la doctrina en los temas sociales que emergían de la Santa Sede. El cardenal Pacelli, quien luego sería Pío XII, escribió la respuesta. En ella estableció que “un católico puede pertenecer a cualquier partido político con tal que éste diera garantías a la Iglesia”.[10] Esta carta hace que se desligue la Iglesia chilena del Partido Conservador, a la vez que influye en la creación de un nuevo partido político en 1938 por parte de la juventud católica, en quienes la encíclica Quadragessimo anno tuvo especial resonancia: la Falange Nacional.
El sacerdote jesuita Fernando Vives Solar (1871-1935) fue tal vez quien mayor divulgación dio a las encíclicas sociales en los comienzos del siglo XX en Chile. Tanto, que es a quien San Alberto Hurtado le reconoce su vocación social y sacerdotal: “Al R.P. Fernando Vives Solar, S.J., apóstol de la redención proletaria, a quien debo mi sacerdocio y mi vocación social, consagro estas páginas en testimonio de admiración, y como tributo de honda gratitud”, reza la dedicatoria de su obra Sindicalismo[11]. El padre Vives “tenía grandes condiciones humanas para influir en otros, y ya desde ese período tuvo ascendiente sobre los alumnos y, en especial, como propagador de la Doctrina Social de la Iglesia”.[12]
Junto con Fernando Vives, puede destacarse a otros sacerdotes, como “Guillermo Viviani, Óscar Larson, Jorge Fernández Pradel, Martín Rücker y otros”[13]. Ellos habían estudiado o residido en Europa, “donde se empaparon del movimiento renovador católico, especialmente en materia social”.[14] A ellos se debe la creación de los Círculos de Estudios que repercutieron enormemente en los jóvenes católicos de la generación de 1930.[15]
Recepción del pensamiento social de la Iglesia en Chile: el rol asumido por los laicos
El Papa Pío XI llamó la atención sobre el hecho de que muchos que se consideraban a sí mismos católicos, cayeran en contradicciones vitales. De allí sus enérgicas palabras:
Es, por desgracia, verdad que las prácticas admitidas en ciertos sectores católicos han contribuido a quebrantar la confianza de los trabajadores en la religión de Jesucristo. No querían aquéllos comprender que la caridad cristiana exige el reconocimiento de ciertos derechos debidos al obrero y que la Iglesia los ha reconocido explícitamente. ¿Qué decir de ciertos patronos católicos que en algunas partes consiguieron impedir la lectura de Nuestra encíclica Quadragessimo anno?[16]
La realidad de la sociedad chilena no era ajena a tales contradicciones. Dentro del Partido Conservador era posible observar dos vertientes:
“una que entendía la urgencia de llevar la Doctrina Social a la acción con- creta, y otra que prefería interpretar esa doctrina simplemente como una serie de principios guías”.[17] Así, mientras algunos laicos como Francisco de Borja Echeverría o Juan Enrique Concha Subercaseaux difundieron el pensamiento social de la Iglesia desde sus cátedras universitarias, otros como Rafael Gumucio Vives no tenían mayor problema en desestimar el magisterio en estas materias.[18]
Ya en los años treinta se percibe un impulso de la doctrina del corporativismo, esto es, de la preponderancia de las asociaciones intermedias como el gremio o el sindicato por sobre los partidos, de parte del conservadurismo socialcristiano. Quienes apoyaban esto eran principalmente un grupo de jóvenes conocido como la Generación de los Treinta, quienes le criticaban al mundo conservador “la adhesión a principios enérgicamente condenados por los pontífices: el capitalismo liberal e individualista, a la vez que su re- ticencia a realizar los cambios necesarios en el orden social imperante y en defensa de los más débiles…”.[19] Esta postura no solo chocó con los sectores conservadores, sino tambien con la jerarquía eclesiástica, “la que veía en su indiferencia política una posible pérdida de influencia del Partido Conservador y por ende del catolicismo en la política chilena”.[20]
Respecto al sindicalismo, señalaba Pío XI:
Estas enseñanzas vieron la luz en el momento más oportuno, pues en aquella época los gobernantes de ciertas naciones, entregados completamente al liberalismo, favorecían poco a las asociaciones de obreros, por no decir que abiertamente las contradecían; reconocían y acogían con favor y privilegio asociaciones semejantes para las demás clases; y solo se negaba, con gravísima injusticia, el derecho innato de asociación a los que más estaban necesitados de ella para defenderse de los atropellos de los poderosos, y aun en algunos ambientes católicos había quienes miraban con malos ojos los intentos de los obreros de formar tales asociaciones, como si tuvieran resabio socialista.[21]
Alberto Hurtado y el mundo del trabajo
El paso del Padre Hurtado por esta vida dejó huellas profundas en distintos ámbitos de la sociedad. Es bien conocido su aporte en relación con las obras de caridad, o de justicia, como bien prefería decir él. También su labor en escenarios pedagógicos o de corte intelectual es y va siendo cada vez más conocida. Sin embargo, es menos conocido su aporte al mundo del trabajo.
Aún siendo estudiante de Derecho en la Universidad Católica de Chile, optó por titularse realizando dos investigaciones que abordaban temas laborales de profunda connotación social: “Necesidad e Importancia de la Reglamentación del Trabajo de los Niños” y “El Trabajo a Domicilio”. Ambos trabajos son de una calidad y una profundidad notables. Probablemente por el hecho de que para Alberto Hurtado, esto no tenía que ver con una simple aprobación académica, sino que estaba vinculado a su profunda vocación social. Probablemente también, por la poca penetración que los temas sociales tenían en la legislación chilena: recién en el año 1919, bajo el alero del Ministerio de Industria y Obras Públicas, se crea una Oficina del Trabajo. Antes de ello las consecuencias normativas que emanaban de la cuestión social no habían sido asumidas por parte de los legisladores.[22]
La relación con el mundo del trabajo de Alberto Hurtado, el joven militante del Partido Conservador que adhiere a los principios del socialcristianismo y entra en conflicto con las bases por la poca acogida a la Doctrina Social de los Papas, queda suspendida en el tiempo, al menos en cuanto a producción se trata. El llamado de Dios a la vida religiosa en la Compañía de Jesús y los caminos que iría tomando una vez ya jesuita no lo hacen entrar en contacto con el mundo del trabajo sino hasta el año 1947, cinco años antes de su muerte.
En el bienio anterior a la publicación de Sindicalismo, Alberto Hurtado toma contacto con el catolicismo social europeo en un par de viajes que realiza al Viejo Continente. A raíz de esta experiencia, funda la ASICH (La Acción Social y Económica Chilena); con ella Hurtado emula la Acción Católica de Trabajadores Italianos (ACLI)[23]. El proyecto nace en un contexto adverso, como lo deja planteado en una carta a su superior provincial, el Padre Álvaro Lavín S.J.:
Cuando nació la A.SI.CH. en 1947, el panorama sindical era el siguiente: En todas las industrias de importancia había sindicatos obreros “industriales” que, según la ley, son obligatorios para todos los trabajadores, una vez que ha sido solicitada su formación por el 55% de los obreros. La masa no tiene preparación sindical, ni interés profundo, pero se ha dejado llevar al sindicalismo por la presión de los agitadores socialistas y sobre todo comunistas. La masa se deja arrastrar por un grupo de líderes bien disciplinados y con mística. En 1947 la inmensa mayoría de los sindicatos obreros obedecía a dirigentes comunistas, y un porcentaje, tal vez un 30%, a socialistas. El 90% de los obreros son bautizados, se declaran católicos al ser interrogados en particular, pero carecían totalmente de líderes católicos, no tenían ningún contacto en cuanto católicos y obedecían las consignas comunistas. La voz católica no se había oído, desde que murieron los sindicatos blancos organizados por los Padres [Fernando] Vives, [ Jorge] Fernández, Monseñor [Rafael] Edwards y [Guillermo].[24]
Sin embargo, trabajar por el sindicalismo haciendo que la Iglesia se hiciera presente en ese mundo, está en el horizonte de la acción apostólica del padre Hurtado. Así se lo hace saber al padre Carlos Aldunate:
Para Chile tengo la impresión, no más que impresión, que el campo no está maduro para el sindicalismo, pero que esta conquista no puede de facto retardarse y que sería una lástima que encontrara en nosotros una oposición esto es que se hiciera contra nosotros. Una época de paternalismo bien intencionado, pero con ánimo de hacer madurar al obrero y de capacitarlo para que pueda tomar cuanto antes su tamaño natural, se impone, me parece. Lo que no es cristiano es que no hagamos nada porque el campesino no adquiera su tamaño natural, tamaño de hombre completo. Y lo triste sería que esta conquista se hiciera por otros que por nosotros.[25]
El propósito inicial de la ASICH era: i) Divulgar el pensamiento de la Iglesia mediante círculos de estudio, semanas sociales, publicaciones de una revista; ii) Realizar investigaciones serias de nuestra realidad SOCIAL para obtener una mejoría en la suerte de los trabajadores; iii) Preparar dirigentes obreros que actúen en el campo sindical; y iv) Promover instituciones sociales como cooperativas, escuelas profesionales o secretariados sociales.[26]
El Padre Álvaro Lavín S.J., superior provincial del Padre Hurtado en los tiempos de la fundación de la ASICH, recalca:
Es la más ingrata (la ASICH) porque encuentra comprensión en muy pocos; aprobación, pero no entusiasmo en la Curia ( jesuita), y algo parecido entre muchos de los Nuestros (los jesuitas); desconfianza franca en un grupo del clero; y escasísima ayuda económica. Entre los mismos obreros y empleados hay que luchar con su apatía, su inercia y su falta de espíritu de organización.[27]
A pesar de ello, Hurtado no desfallece. Su preocupación por el mundo del trabajo, en el marco de las dimensiones que han sido expuestas, va decantando en una reflexión más profunda que concluye en su obra Sindicalismo.
El aporte de Sindicalismo
Sindicalismo es la obra más madura de Alberto Hurtado. Póstumamente se publica Moral Social, de la cual había dejado unos manuscritos. En vida, es Sindicalismo el que condensa su pensamiento social más avanzado. Se produce en esta obra un encuentro entre su experiencia en el apostolado social sirviendo directamente a los más pobres, la conciencia de los
tremendos problemas sociales de Chile y la experiencia intelectual que tuvo en sus viajes por Europa.
A esto se suma la realidad misma del sindicalismo en Chile: una realidad extremadamente ideologizada, instrumentalizada por partidos políticos y de ideología laica.[28] El objetivo del padre Hurtado con Sindicalismo fue contribuir a la solución de los problemas de la sociedad de su época, en los cuales el sindicalismo constituía un tema fundamental. Lo hace realizando un estudio comparado de la historia, la teoría y la práctica de los sindicatos a nivel mundial. Busca sacar lecciones para nuestro país, aun cuando hace permanentes referencias a América Latina a lo largo del texto.
Específicamente, lo que Alberto Hurtado busca es: “…realizar el voto que Benedicto XV dirigía a un apóstol del sindicalismo: facilitar la formación de sindicatos verdaderamente profesionales y animados del espíritu cristiano, que sirvan al mismo tiempo los intereses más sagrados de la clase obrera, los de la paz social y los de la Patria”.[29]
Este objetivo hay que entenderlo dentro del contexto histórico de la Iglesia en Chile. El padre Hurtado es consciente de los peligros del marxismo, y sabe de lo cooptado que está el movimiento sindical por parte de esa ideología. A ese respecto es que con mucha fuerza señala:
El sindicalismo ha sido siempre defendido en los documentos de la Iglesia contra quienes lo consideran un movimiento revolucionario. La gran mayoría de los que forman parte de los sindicatos y muchos de sus dirigentes son católicos convencidos que ven en su fe la justificación de sus anhelos de justicia. Desgraciadamente por su falta de cohesión y de preparación, han sido víctimas muchas veces del juego de quienes han desviado el sindicato de lo gremial a lo político y lo han convertido en un arma electoral de inspiración marxista.[30]
Hurtado es de los cristianos chilenos que probablemente más reflexionan y más ayudan a aterrizar la Doctrina Social de la Iglesia en su tiempo, principalmente en relación con el sindicalismo. En su obra, si bien expresa un pensamiento y una postura personal, lo que en el fondo va haciendo es exponer el pensamiento de la Iglesia en voz de los pontífices.[31] Esta misma actitud la tiene para con los obispos de Chile. De hecho da un espacio de su libro para exponer la carta pastoral de los obispos de Chile del año 1947, donde, ya superadas muchas de las tensiones del inicio de siglo, reafirman claramente la legitimidad de la organización sindical y estiman necesaria la constitución de tales asociaciones sindicales, cosa que no es sino fidelidad a la Santa Sede. Algunos de los puntos más específicos señalaban:[32]
“Los patrones y obreros tienen derecho a constituir asociaciones y sindicatos, ya separados, ya mixtos”.
“La Iglesia quiere que las asociaciones sindicales sean establecidas y regidas por los principios de la fe y de la moral cristiana”.
“La Iglesia ama y bendice la sindicalización obrera, cuando por ella se busca el perfeccionamiento espiritual y material de los asociados, su redención económica y la paz social”.
“El sindicato debe ser un organismo de defensa de legítimos derechos, de perfeccionamiento integral y de armonía social, con el carácter de libre dentro de la profesión organizada”.
“Por tanto, a los que dentro de estos principios y con las finalidades indicadas promueven la sindicalización obrera o gremial, los aprobamos. Por las mismas razones, señalamos los peligros y daños del sindicato, empleado como arma de lucha de clases, de penetración política o de agitación social”.
El horizonte del sindicalismo para el padre Hurtado estaba en la necesaria unidad de los trabajadores, y producto de ella, debía no solo darse un cambio personal, sino social: “unidos los trabajadores puedan defender mejor sus intereses económicos, preparar una reforma de las actuales estructuras sociales y realizar una amplia acción educadora que capacite a los dirigentes y a las bases para tomar nuevas responsabilidades”.[33]
Y también:
….el asalariado necesita del sindicato. Muchos enemigos tiene éste, mucho objetan en su contra, pero una cosa queda en pie: si el obrero quiere tener una participación más justa en los bienes de la tierra, dados por el Creador para todos los hombres; si quiere completar su libertad política con su libertad económica; si quiere asumir la parte de responsabilidad que le incumbe en la dirección del trabajo, en la reforma de las estructuras económicas de su país y del mundo, no tiene más que un camino: unirse a sus compañeros de trabajo.[34]
Y en esta manera de presentar el sindicalismo, Hurtado da la clave de lo que ve como fin último del sindicalismo: el cambio de la estructura social.
En Sindicalismo, afirma que los dirigentes de los sindicatos no pueden detenerse solo en conquistas inmediatas, sino que su acción debe encaminarse a sustituir las actuales estructuras por otras orientadas al bien común y basadas en una economía humana. Los intereses del grupo particular deben subordinarse al bien común y, por ello, tanto los individualistas como los inmediatistas son presentados como adversarios del verdadero sindicalismo.[35]
Conclusión
A la Iglesia, la auténtica, la de Jesucristo, la que se edifica histórica- mente por hombres y mujeres frágiles y débiles, al mismo tiempo que apasionados y apasionadas por el Señor y su evangelio; a esa Iglesia nada humano le es ajeno. Nada. De esta realidad, sin duda Alberto Hurtado es fiel reflejo. Él logra, en un tiempo de muchas tensiones intra y extraeclesiales, ser voz de la Iglesia en medio de los trabajadores. No fue ni su voz propia ni la de la Compañía de Jesús, sino la de la Iglesia toda, aquella que aparece en sus acciones y reflexiones en relación con el sindicalismo.
En tiempos de una precaria legislación que favorecía la declarada explotación de una buena proporción de los obreros en Chile, el padre Hurtado reflexiona, actúa y levanta la voz a favor de la creación de una sociedad más justa. Esto en tiempos en que la Iglesia en Chile tenía serias dificultades para asumir la naciente Doctrina Social de la Iglesia.
El padre Hurtado es reconocido como un miembro de la Iglesia vinculado estrechamente al mundo laboral. Esta cercanía revela cómo, hacia el final de sus días, la reflexión de un maduro Alberto Hurtado decanta en la convicción de que son las relaciones laborales justas las que harán de la sociedad un lugar mejor para todos. El orden social encuentra en el sindicalismo una concreción fundamental. Y no es que él renegara de las obras de solidaridad, como el Hogar de Cristo, o de su trabajo pedagógico y educativo en el Colegio San Ignacio y la Universidad Católica, o de su trabajo espiritual con jóvenes. Se trata tan solo de haber encontrado el modo más eficaz para la reforma de la sociedad.
La lección para la historia de la Iglesia de Chile que dejó Alberto Hurtado está en atreverse a enfrentar los problemas realmente importantes que tienen que ver con la construcción de una sociedad más acorde al plan de Dios, como lo fue y es el sindicalismo. Resuenan sus palabras que expresan toda la complejidad de enfrentar algo nuevo, al tiempo de relevar cuál es la actitud más cristiana:
Para Chile tengo la impresión, no más que impresión, que el campo no está maduro para el sindicalismo, pero que esta conquista no puede de facto retardarse y que sería lástima que encontrara en nosotros una oposición, esto es que se hiciera contra nosotros. Una época de paternalismo bien intencionado, pero con ánimo de hacer madurar al obrero y de capacitarlo para que pueda tomar cuanto antes su tamaño natural, se impone, me parece. Lo que no es cristiano es que no hagamos nada porque el campesino no adquiera su tamaño natural, tamaño de hombre completo. Y lo triste sería que esta conquista se hiciera por otros que por nosotros.[36]
Verdaderamente sería una lástima que este y otros temas sociales en nuestro país fueran abordados de tan mala forma que hagan que muchos y muchas encontraran en nosotros una oposición, esto es, que se hiciera contra nosotros. A la luz de las distintas intervenciones en distintas materias sociales por parte de la Iglesia, esperemos que ejemplos como los del padre Hurtado ayuden a encarar con inteligencia de los tiempos y fidelidad a Jesucristo los retos que lleven a crear una sociedad más decente, más digna, pues esta conquista no puede de facto retardarse.