El gran número de buenos profesionales, personas generosas con su saber y premios nacionales que han sido profesores o alumnos de la Universidad en los campos más variados son el mejor fruto de su Alma Mater: Una Verdad universal, una sola Fe, una sola Luz.

Tuve la bendición de estudiar mis primeros años de arquitectura en la actual Casa Central de la Universidad Católica de Chile. Fueron 2 años de fructíferos estudios, que luego prosiguieron en el campus El Comendador.

Era un respetable edificio armónico de 160 metros de largo, de gran presencia en la Alameda, principal avenida de Santiago, destacándose con su volumen unitario modulado que tenía 4 salientes que corresponden a los volúmenes que conforman los patios interiores, de composición clásica, con un piso zócalo, un cuerpo medio de 2 pisos, un cuarto piso de remate y un triple pórtico de acceso. Sus arquitectos fueron Emilio Jéquier, Manuel Cifuentes y Eduardo Provasoli. Su volumen compacto de vigorosa arquitectura color ocre claro miraba hacia el norte y se animaba con el paso del sol. Me admiraba su planta de gran claridad y simplicidad, lo que debería inspirar a las nuevas construcciones.

En el primer día de clases entré impresionado por este noble edificio, y me recibió paternalmente la estatua de Mons. Crescente Errázuriz y la imagen del Sagrado Corazón con los brazos abiertos, Patrono de la Universidad, ubicada en la parte superior del edificio, resaltando contra el cielo. Al fondo de la sala de recepción también me acogió el busto de Monseñor Joaquín Larraín, fundador y primer rector. Subiendo por la escala, iluminada desde arriba por una fina luz de los vitrales, me encontré con la capilla, corazón de la universidad, que era muy concurrida y también tenía vitrales.

Avancé por los pórticos del segundo piso, y miré desde arriba hacia el luminoso patio central, de suelo duro, que más tarde sirvió para recibir al querido Papa Juan Pablo II. Actualmente tiene una fuente central y una estatua recordando el acontecimiento. Sigo avanzando, y llego al Patio de la Virgen, con grandes árboles y la imagen blanca de la Virgen María, símbolo de la vocación mariana de la universidad y regalo del benefactor Fernando Irarrázabal.

Más atrás, bajando al primer piso y dando a la Avenida Portugal, estaba la Biblioteca Central de la Universidad, magnífica sala de 10 metros de altura, con un Cristo al fondo y ventanas altas abiertas hacia el oriente por donde entraba el sol de la mañana con unos potentes haces de luz natural que cruzaban desde arriba el espacio. Actualmente aquí está el Auditorium Manuel José Irarrázabal. Desgraciadamente ya no están el Cristo y los valiosos libros, los cuales espero que vuelvan a su lugar original.

En el lado poniente del edificio está el tercer patio, que tiene una cubierta transparente y sirve para las actividades del Centro de Extensión. Estos tres patios, muy diferentes entre sí, corresponden a la mejor tradición de los claustros universitarios, donde una interioridad tranquila favorece el encuentro y el intercambio entre profesores y alumnos de diversos cursos y escuelas. Además tienen pórticos continuos, pintados de un color amarillo claro que refleja a la luz. Estos pórticos dan la escala humana en el patio, y tienen bancos para sentarse.

Al salir de la Universidad había una gradación de luz desde las salas de clase con luz medida, los pórticos con más luz, el patio con más luz todavía, y la Alameda con luz plena. Recuerdo que en los patios uno se encontraba con profesores y alumnos de diferentes escuelas como Pedro Lira Urquieta, muy sonriente, decano de Derecho; Julio Chaná Cariola, de humor agudo, decano de Economía; el sabio jurista Julio Philippi Izquierdo, el destacado filósofo Juan de Dios Vial Larraín, el médico y futuro rector Juan de Dios Vial Correa, el físico Carlos Hailmaier, que tenía a su cargo el Observatorio Astronómico de la universidad; el original médico Joaquín Luco, el pintor Mario Carreño, especialista en los colores; el músico Samuel Claro Valdés, de gran sensibilidad, o el vicerrector Raúl Pérez Olmedo, que caminaba por los pórticos rezando el Rosario; más muchos compañeros de generación y amigos, que estudiaban en otras escuelas y venían a esta tertulia al aire libre, conversando animadamente. La Universidad se parecía a una gran familia. Actualmente el Centro de Extensión, muy bien habilitado en torno al patio oriente y al espléndido auditorium Cardenal Francisco Fresno, cumple sumamente bien la función de relacionar a los diferentes campus, junto con la Revista Humanitas, que es un puente magnífico de la Universidad con el magisterio de la Santa Sede.

Esta vida universitaria tiene relación con el ideal de Universidad propuesto por el Cardenal John Henry Newman, quien fue alumno y maestro de la célebre Universidad de Oxford, y escribió el poema: «Guíame Luz bondadosa, en medio de las tinieblas, guíame adelante», refiriéndose a la Luz de Cristo. El objetivo de la Universidad ideal era el saber universal según las antiguas disciplinas: Teología, Filosofía y Letras, Derecho y Economía, Medicina y Ciencias. Para él la esencia de la Universidad es la comunidad docente, con profesores de inspirada vocación y alumnos con ideales de santidad cristiana. El saber universal está representado por el edificio de volumen unitario.

El claustro universitario caracteriza a las mejores universidades europeas, como las de Salamanca, Granada y Alcalá de Henares en España; la Sapienza y Padua en Italia; la Sorbonne en Francia; Oxford y Cambridge en Inglaterra; Coimbra en Portugal. Otros ejemplos son los cuadriláteros de la Universidad de Harvard, los claustros cubiertos de la Casa Central de la Universidad de Chile, los de la Universidad de los Andes y de algunos colegios tradicionales de Santiago.

Tengo el mejor recuerdo de los años en la Casa Central. La Escuela de Arquitectura estaba en el cuarto piso, y había que hacer un saludable ejercicio para llegar a las salas de clases, desde donde teníamos una buena visión de la ciudad. Existía una interesante vida universitaria, y bajábamos a participar en ella. El día del Sagrado Corazón se hacía una procesión por los claustros, que terminaba con una Misa solemne en el Gimnasio. Teníamos conferencias de profesores chilenos y de visitantes ilustres y conciertos de buena música en el Salón de Honor. Recuerdo interesantísimas conferencias del vehemente y claro Padre Osvaldo Lira, de los filósofos franceses Gabriel Marcel y Etienne Gilson, del peruano Alberto Wagner de Reyna, del boliviano Jorge Siles, del pintor Roberto Matta, del músico Juan Orrego Salas. Asistíamos como oyentes a las clases de Historia de Chile de Jaime Eyzaguirre en la Escuela de Leyes, y a operaciones quirúrgicas en la Escuela de Medicina, participábamos en los conviviums de la Sala Finis Terrae, donde se redactaba la excelente revista del mismo nombre, de gran vuelo intelectual, dirigida por el ya mencionado Jaime Eyzaguirre. Jugábamos básquetbol en el gimnasio ubicado al interior, bajo la inscripción «Mens sana in corpore sano», con una estimulante competencia entre las diferentes escuelas. Salíamos a la Alameda a celebrar la Fiesta de la Primavera, con unos desfiles de mucho ingenio y humor. Nos trasladábamos al Estadio Nacional para participar en el Clásico Universitario de fútbol, con la entusiasta barra dirigida por Germán Becker y la presidencia de los dos rectores, Juvenal Hernández y Carlos Casanueva, de santa memoria.

Estos son recuerdos de hace 55 años. Para el bien de la Patria, la Universidad ha crecido mucho y del edificio unitario se ha pasado a muchos campus ubicados en distintos barrios de Santiago y en diferentes ciudades. Lo que se mantiene es el Alma Mater de nuestra querida Universidad. El espíritu de los fundadores de la búsqueda de la Verdad, de la Luz, y de la Santidad, se expresa en los dos santos chilenos cuyas imágenes están en la Capilla: Alberto Hurtado como estudiante de Leyes y Juanita Fernández, quien estudió en la vecindad. La buena nueva de una Fe luminosa está en nuestro hermoso himno universitario: «Por la Patria, Dios y la Universidad».

El gran número de buenos profesionales, personas generosas con su saber y premios nacionales que han sido profesores o alumnos de la Universidad en los campos más variados son el mejor fruto de su Alma Mater: Una Verdad universal, una sola Fe, una sola Luz. Nuestra oración universitaria es «Guíame, Luz bondadosa». Por la gracia divina, la Luz llega, y la Universidad la transmite. Nuestra Universidad es luminosa en la medida que irradia la Luz de Cristo.


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