El Papa Francisco cumple doce años de pontificado, los que coinciden con una delicada enfermedad respiratoria que lo mantuvo hospitalizado en el Gemelli de Roma. Un año que, de cualquier modo, se prestaba para el balance, porque se cumplen también diez años de ‘Laudato si’’ –seguramente la encíclica por la que será mejor recordado– y se cierra, en medio de un año jubilar, el llamado sínodo de la sinodalidad, que él mismo ha querido que sea su gran impronta eclesial.

El Papa ha escrito por lo demás su propia biografía, recopilada por el periodista italiano Fabio Marchese en un libro hermoso por la sencillez y llaneza con que se entrelaza su propia vida con grandes acontecimientos de la época en que vivió, ‘Mi historia a través de la historia’ [1]. Los trazos de su vida están doblemente marcados por una religiosidad formada por una abuela piamontesa y una educación salesiana de la que ha conservado una piedad al mismo tiempo sacramental y popular, y una vocación sacerdotal que se ha modelado según el ejemplo jesuita del cura villero que vive en medio de los pobres. A veces las grandes personas son aquellas que representan lo mejor de una determinada tradición. Lo más valioso de nuestra tradición católica –la que ha prevalecido y perdurado en el continente latinoamericano– debe ser justamente la del cura misionero que se dedicó abnegadamente a servir y defender a los más pobres, y la del creyente puro y duro que nunca ha dejado que decaiga su fidelidad a la Virgen y no ha dejado jamás de creer en la eficacia inconmensurable de la oración.

Lo más sorprendente, no obstante, es que Francisco, salesiano por educación, jesuita por vocación, ha terminado haciendo un papado franciscano. No solamente por su elección de nombre pontifical, sino por sus dos grandes mensajes enteramente inspirados en el santo, uno en el ‘Cántico de las Creaturas’ de Francisco (del que se cumplirán 800 años precisamente en este año jubilar) y el otro en el ideal franciscano de la fraternidad y de la paz universal. ‘Laudato si’’ (2015) y ‘Fratelli tutti’ (2020) son los dos textos más representativos de su pontificado, y los más sorprendentes también. Ningún Papa había hablado de ecología de esta manera, del amor desmesurado por la Creación, de la obligación de cuidado humano de la naturaleza y de la responsabilidad que nos cabe en la supervivencia del planeta. Después del poderoso llamado a renovar la misión de Aparecida, la conferencia de obispos latinoamericanos del 2007, el único documento continental de importancia ha sido la exhortación apostólica postsinodal ‘Querida Amazonía’, que entrelaza por lo demás los dos temas mencionados: el cuidado ambiental y la convivencia fraterna. De Aparecida recuerda que se quedaban hasta las tres de la mañana redactando el ‘Documento Final’ con el trasfondo de las voces de los peregrinos que llegaban al enorme santuario brasileño. He aquí los pilares de este documento tal como los describe él mismo: ‘la acogida a todo aquel que llega del pueblo; ser una Iglesia misionera en salida que va al encuentro de la gente... y la piedad popular que nos permite seguir transmitiendo la fe de manera sencilla y genuina’ [2].

Tampoco se había hablado antes quizás con tanta claridad de la importancia de la amistad social entre las personas, los grupos sociales y las naciones, con el telón de fondo que nos sacude ahora, el exceso de individualismo que resiente las obras colectivas, el aumento de la polarización política y la amenaza de una tercera guerra mundial que se asoma cada vez más a través de masas desencantadas y líderes irresponsables.

De su elección recuerda la breve nota que pronunció ante el colegio cardenalicio que selló su suerte, en que vuelve a conminar a una Iglesia que elude la mundanidad espiritual, como decía De Lubac, el afán de enaltecerse a sí misma, y que, al contrario, sale de sí misma hacia las periferias de toda clase a buscar a la gente, sobre todo la más vulnerable y desesperada. De todos los acontecimientos que han cruzado su pontificado recuerda especialmente la pandemia de Covid-19 y el arrojo de tantos sacerdotes que se acercaron y acompañaron a la gente en la desgracia, así como su gesto muy recordado de orar en solitario en la plaza de San Pedro portando el ‘Salus Populi Romani’, el crucifijo milagroso que había salvado al pueblo romano de la peste quinientos años antes.

Todavía hay mucho por hacer. Todavía mucho más por una Iglesia sinodal, unida, sencilla y misionera que cumpla con la exigencia conciliar de ser genuinamente el pueblo de Dios. También –dice Francisco– ‘pienso en las mujeres, que cada vez encuentran más espacio y atención en el marco de la Iglesia; pienso en los laicos y en los jóvenes, que son un gran tesoro y una gran esperanza para el futuro’ [3]. Una y otra vez insiste en el deber de reforma de la Iglesia con mil imágenes distintas, ‘una Iglesia moderada, humilde y servicial, con los atributos de Dios y, por tanto, también sensible, cercana y compasiva’ [4], ‘una Iglesia madre que abrace y acoja a todo el mundo’ [5], ‘una Iglesia más espiritual, más pobre, que se convirtiera en una casa para los indigentes’ [6]. No se trata de alterar un ápice su doctrina, pero sí sus estructuras y su comportamiento, partiendo por el Vaticano, ‘esa última monarquía absoluta de Europa’ [7], y la plaga del clericalismo que, en lugar de apoyar a los laicos, somete y destruye su iniciativa y expresión propia.

No tiene pelos en la lengua para lamentar la maledicencia que lo ha rodeado muchas veces, por ejemplo, las acusaciones infundadas de que no apoyó suficientemente a los jesuitas perseguidos por la dictadura argentina o las intrigas que se han sembrado en la curia durante su pontificado. Si las hubiera tomado en serio –dice–, habría tenido que ir al psicólogo todas las semanas. Por eso hace gala de su buen humor y cierra su libro con su conocido ruego de que recen por él, pero –agrega esta vez– a favor, no en contra.

EDUARDO VALENZUELA C.


Notas

[1] Papa Francisco; Vida. Mi historia a través de la Historia (con Fabio Marchese Ragona). Harper Collins, España, 2024.
[2] Ibid.; p. 200.
[3] Ibid.; p. 224.
[4] Ibid.; p. 253.
[5] Ibid.; p. 255.
[6] Ibid.; p. 254.
[7] Ibid.; p. 252.

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