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* El presente texto fue enviado a Humanitas por su autor, postulador de la causa de la Madre Teresa. Fue reproducido en las páginas de la revista el año 2003, con ocasión de su Beatificación. El año 2007, el Padre Brian Kolodiejchuk desarrolló in extenso este testimonio en su célebre libro Ven, sé mi luz.

Ama a Jesús generosamente. Ámale confiadamente y sin mirar hacia atrás, sin temor. Entrégate totalmente a Jesús... Desea amarle mucho y amar el amor que no es amado. Madre Teresa, 2 de junio de 1962.


I

Cuando la Madre Teresa murió, a la edad de 87 años, era ya muy admirada por su amor generoso y su dedicado servicio a los pobres de todo el mundo. Sin embargo, a causa de su resolución de revelar muy limitadamente lo que ocurría en su interior, la intensidad de su amor por Dios y por las almas uno la podía solamente suponer. Ahora, gracias a los descubrimientos hechos durante el proceso de beatificación y canonización, se nos ha dado un nuevo y privilegiado observatorio d de la Madre Teresa, en esa mística comunión con Dios que constituía su vida, sus enseñanzas y sus obras de caridad.

Quizás el más importante e inspirador de estos “secretos” de su corazón sea el de los tres notabilísimos aspectos de su relación con Jesús. El primero se refiere a un extraordinario voto privado que la Madre Teresa hizo en 1942. El segundo se refiere a la fuente de la inspiración de la Madre Teresa para dedicarse a servir a los más pobres de los pobres. El tercero se centra en su impresionante experiencia de una dolorosa noche interior que se había asentado en ella tan pronto como comenzó su obra entre los pobres de Calcuta. Estos tres fenómenos, especialmente vistos en su mutua relación, nos llevan a una mayor apreciación de la profundidad de la santidad de la Madre Teresa y a la relevancia que su ejemplo y su mensaje tienen para nuestro tiempo.

La primera parte presentará el voto de 1942 y la inspiración de 1946; la segunda parte tratará sobre el largo período de oscuridad interior.

El voto de 1942. “Algo muy hermoso” para Jesús

La Madre Teresa era, sobre todo, una mujer enamorada de Dios. La impresión es que se enamoró de Él a una edad muy temprana y que creció en este amor sin serios obstáculos. Su educación estuvo marcada por una cuidadosa enseñanza de la fe católica y por una vida espiritual vivida con seriedad. En varias cartas personales, ella revela cómo Jesús fue el primero y el único que consiguió cautivar su corazón: “Desde mi infancia, el Corazón de Jesús ha sido mi primer amor”. Junto a esta temprana intimidad con Jesús, la Madre Teresa recibió una gracia especial en el momento de su Primera Comunión: “Desde la edad de cinco años y medio, cuando le recibí por primera vez, el amor por las almas entró dentro [de mí]. Este [amor] ha ido creciendo con los años” [1].

El amor de la Madre Teresa por Jesús y el prójimo creció tanto que, a la edad de dieciocho años, dejó su familia y su tierra natal para responder a la llamada de Jesús a una vida misionera en India como religiosa de Loreto [2]. Ocho años después, se entregó definitivamente a Cristo como religiosa. Seis meses después de la profesión perpetua de sus votos, estaba todavía inmersa en el estupor y la intensa alegría que había marcado este hecho. “Si usted supiese lo feliz que era”, escribió a casa a su padre espiritual en Skopje, el padre Jambrekovic, S.J. “Por mi libre voluntad podría haber encendido el fuego de mi propio holocausto... [ofrenda de sacrificio] quiero pertenecer solo y completamente a Jesús... lo daría todo por Él, incluso la misma vida”.

La vida de la Madre Teresa como religiosa de Loreto fue un tiempo que tuvo como característica un intenso y generoso amor a Dios. Como escribió algunos años más tarde, “En estos dieciocho años he intentado vivir según sus deseos. He estado ardiendo con el ansia de amarle como nunca había sido amado antes”.

Como expresión de este deseo, en 1942, a los 36 años, la Madre Teresa hizo a Dios un voto privado, al tiempo magnánimo y atrevido. Como ella misma explicará, “deseaba dar a Jesús algo muy hermoso”, “algo sin reservas”. De este modo, hacia el fin del retiro anual de aquel año, con el permiso de su entonces director espiritual, se obliga a sí misma “a dar a Dios cualquier cosa que le pudiese pedir, ‘a no negarle nada’”.

Este voto excepcional estaba radicado en la delicadeza de un gran amor y en la necesidad, profundamente sentida, de darse completamente a Dios. Como evidencia, el teólogo espiritual, P. Jordan Aumann, O.P., dice que “El amor une la voluntad del amante a la voluntad del amado, y un perfecto abandono requiere la completa entrega de nuestra propia voluntad a la de Dios... [tal] abandono a la voluntad de Dios se encuentra solamente en las almas muy avanzadas en el camino de la perfección” [3]. La explicación que da Hans Urs von Balthasar de cómo el amor se expresa a sí mismo en la forma interior de un voto ilumina el acto de amor hecho por la Madre Teresa durante su retiro: “El amor perfecto consiste en la entrega incondicional de sí mismo, en el ‘donum sui’ [don de sí mismo]... El contenido de todo amor genuino se expresa en este acto de auto-abandono que pone a disposición de Dios y abandona en Él todo lo que uno posee como una ofrenda votiva, en la forma interna de un voto” [4]. Años después, la Madre Teresa expresaba el ideal que había vivido durante tantos años en una instrucción a las Hermanas: “El amor verdadero es abandono. La sumisión, para el que está enamorado es más que un deber, es una bendición. Sólo el abandono total puede satisfacer el deseo ardiente de una verdadera Misionera de la Caridad”.

El permiso del director espiritual de la Madre Teresa confirma que este voto no se basaba en un mero capricho ni miraba a un peligroso o imposible ideal. Más bien, la gracia que movía a la Madre Teresa a hacer este voto presuponía una completa confianza en Dios y un ya bien enraizado hábito de buscar hacer lo que a Él más le agradase.

Durante siete años el voto permaneció como un secreto personal, aunque poderoso, que la Madre Teresa compartió solo con su director espiritual. Toda su actividad durante esos años estaba animada por el ansia de la Madre Teresa de amar a Dios de todo corazón haciendo su voluntad en todas las cosas.

Hasta abril de 1959, el octavo día de un retiro hecho con el padre L. Picachy, S.J., nunca había escrito nada sobre su voto y del amor que este inspiraba en ella: “Esto es lo que oculta todo dentro de mí”.

Algún tiempo después, cuando el Arzobispo de Calcuta, Ferdinand Périer, S.J., parecía pensar que ella estaba actuando con demasiada precipitación al iniciar una nueva fundación, la Madre Teresa sintió la necesidad de revelar la razón real que estaba detrás de la prisa que caracterizaba todas sus empresas. En su carta del 1 de septiembre de 1959 le habla de su voto y de cómo el amor se debe mover inmediatamente: “Durante estos diecisiete años he tratado [de ser fiel a ese voto] y ésta es la razón por la que quiero ponerlo en práctica con rapidez”.

El voto, como se verá en la segunda parte de este ensayo, demostró ser también una fuente de fortaleza durante los largos años de su dolorosa lucha espiritual. Tal y como escribió a su director espiritual, P. Joseph Neuner, S.J., en la primavera de 1960, “Desde entonces [1942] he mantenido esta promesa, y a veces cuando la oscuridad es muy oscura y estoy a punto de decir ‘No’ a Dios, el recuerdo de esa promesa me sostiene”.

La Madre Teresa consideraba su voto de 1942 como un vínculo sagrado que la unía a su Divino Esposo. Jesús, por su parte, le tomó la palabra a la Madre Teresa. Varios años después, en 1946, en una serie de visiones y locuciones interiores, Jesús le pidió que fundase una nueva comunidad religiosa dedicada totalmente al servicio de los más pobres de los pobres. En sus palabras a la Madre Teresa, Jesús alude a su voto:

«Te has convertido en Mi esposa por amor a mí. ¿Te negarás a hacer esto por mí? No me lo niegues».

Esta llamada de Jesús es el segundo secreto de la Madre Teresa.

La “Inspiración” de la Madre Teresa

La Madre Teresa en Calcuta

Desde el tiempo de la profesión de sus primeros votos en mayo de 1931, la Madre Teresa fue destinada a la comunidad de Entally que las religiosas de Loreto poseen en Calcuta, y enseñó en la Escuela Media Bengalí femenina de St. Mary. La escuela era contigua al convento y acogía huérfanas y niñas pobres, tanto durante el día como en pensión completa. Entre otras responsabilidades, la celosa joven religiosa se hizo cargo de otra escuela de Loreto, la Escuela Primaria y Media Bengalí de Santa Teresa, situada en Lower Circular Road. Su excursión diaria a través de la ciudad le dio la oportunidad de observar las necesidades y el sufrimiento de los pobres. En mayo de 1937, después de que la Madre Teresa hiciese su profesión perpetua como religiosa de Loreto, continuó en St. Mary enseñando catecismo y geografía. En 1944 se convirtió en Directora de la Escuela.

En el aula, la Madre Teresa era algo más que una presencia. Se preocupaba de comunicar su visión sobrenatural de la vida a sus estudiantes y de conducirlas a una fe más profunda. Tuvo también la oportunidad de servir a los pobres en clínicas dirigidas por las Hermanas de Loreto. Estos encuentros causaron en ella una profunda impresión. Aunque no se daba cuenta de ello, todo esto demostró ser un ambiente providencial en el cual Dios la estaba preparando para su futura misión. La Madre Teresa destacaba por su caridad, su generosidad y su coraje; su capacidad para el trabajo difícil; su talento natural para la organización y su espíritu alegre. Era una religiosa orante, fiel y fervorosa. Aunque el voto privado que había hecho en 1942 era desconocido para todos, su amor y generosidad eran evidentes. Las Hermanas de su comunidad, así como las alumnas y las internas de St. Mary, la querían y la admiraban.

La llamada

La Madre Teresa dejó el convento de Loreto de Entally, Calcuta, la tarde del lunes 9 de septiembre de 1946, para un tiempo de vacaciones y un retiro de ocho días en Darjeeling. En algún momento del día siguiente, mientras estaba todavía en el tren [5], la Madre Teresa oyó por primera vez la voz de Jesús en una locución interior. Durante el curso de los meses siguientes, a través de más locuciones interiores y de varias visiones interiores6, Jesús le pidió que fundase una comunidad religiosa que estaría dedicada al servicio de los más pobres de los pobres y, como la Madre Teresa cita, “saciar su sed de amor y de almas”. Esta experiencia en el tren supuso un giro de ciento ochenta grados en la vida de la Madre Teresa; se refirió siempre a ella como a una “llamada dentro de la llamada”. El 10 de septiembre vino a ser celebrado entre las Misioneras de la Caridad como el “Día de la Inspiración”.

Desde 1946 hasta su muerte, la Madre Teresa se negó absolutamente a dar ningún detalle sobre la inspiración que había recibido para iniciar las Misioneras de la Caridad o sobre el proceso de discernimiento que había conducido al establecimiento oficial del nuevo Instituto el 7 de octubre de 1950. El silencio de la Madre Teresa reflejaba su reverencia por la sacralidad del don recibido. “Para mí”, escribió a las Hermanas en 1993, “la sed de Jesús es algo tan íntimo, que he sentido una gran timidez hasta ahora de hablaros del 10 de septiembre. Quería hacer como Nuestra Señora, que ‘conservaba todas estas cosas en su corazón’”. De hecho, movida por su profunda humildad, la Madre Teresa quiso insistentemente que estos documentos fuesen destruidos, como le solicitó al arzobispo Ferdinand Périer, S.J., en una carta del 30 de marzo de 1957: “Deseo que el trabajo sea solo suyo. Cuando se conozcan los inicios, la gente pensará más en mí y menos en Jesús”. Sin embargo, el Arzobispo Périer no escuchó la petición de la Madre Teresa. Estos documentos estaban entre los recogidos para su Causa de Beatificación y Canonización. De ellos se desprende una abundante luz sobre la historia de la fundación de las Misioneras de la Caridad.

La reacción de la Madre Teresa

Después de haber completado su retiro, la Madre Teresa volvió a Calcuta y retomó sus obligaciones como directora y profesora de la Escuela St. Mary. Tan pronto como se presentó la oportunidad, refirió al padre C. Van Exem, S.J., su director espiritual, todo lo que había sucedido en el tren y durante el retiro y “le mostré algunas pocas notas que había tomado durante el retiro”. Durante las semanas sucesivas, el padre Van Exem intentó discernir sobre la autenticidad de la inspiración que la Madre Teresa había recibido. Ella, mientras tanto, dice: “continué refiriéndole todo lo que sucedía en mi alma, en pensamientos y deseos”, mientras él la instruía a “rezar y a guardar silencio sobre ello”. Cuando escribió una carta a su Superiora General en enero de 1948, la Madre Teresa le comentó que después de haber informado al padre Van Exem de su experiencia, él “Hasta que vio que era de Dios, me prohibió incluso que pensase en ello. A menudo, muy a menudo, durante cuatro meses, le pedí que me permitiese hablar con Su Excelencia [el Arzobispo], pero él siempre se oponía...”. No fue hasta enero de 1947 que el padre Van Exem, ahora completamente convencido de que la experiencia de la Madre Teresa venía “de Dios y del Corazón Inmaculado de María”, le permitió informar al Arzobispo de su inspiración.

La carta del 13 de enero de 1947

La Madre Teresa reveló la llamada al Arzobispo Périer en una carta fechada el 13 de enero de 1947. Comienza diciéndole que le escribe con el permiso del padre Van Exem y declara “a una sola palabra que Su Excelencia diga estoy dispuesta a no pensar nunca más en esos extraños pensamientos que me han estado viniendo continuamente”. Esta carta al Arzobispo Périer da un resumen de la inspiración recibida de Jesús, “que continuó entre Él y yo durante días de mucha oración”. Publicamos la carta íntegramente:

Convento St. Mary, 13 ene. 47
Su Excelencia,
Desde septiembre último, extraños pensamientos y deseos han estado llenando mi corazón. Se hicieron más fuertes y claros durante los ocho días de retiro que hice en Darjeeling. Volviendo aquí, le dije todo al padre Van Exem. Le mostré algunas notas que había tomado durante el retiro. Él me dijo que pensaba que era una inspiración de Dios, pero que rezase y guardase silencio sobre ello. Continué a decirle todo lo que ocurría en mi alma, en mis pensamientos y en mis deseos. Ayer me escribió lo siguiente, “no puedo impedirle hablar o escribir a Su Excelencia. Escribirá a Su Excelencia como una hija a su padre, con perfecta confianza y sinceridad, sin ningún temor o ansiedad, diciéndole cómo ha sucedido todo, añadiendo que ha hablado conmigo y que ahora pienso que no puedo en conciencia impedirle que le exponga todo a él”.
Antes de comenzar quiero decirle que, con una sola palabra que Su Excelencia diga, soy capaz de no volver a pensar nunca más en ninguno de estos extraños pensamientos que me han estado viniendo continuamente.
A menudo, durante el año, he deseado pertenecer completamente a Jesús y hacer que otras almas, especialmente indias, le amen fervientemente, he deseado identificarme yo misma con las jóvenes indias y de este modo amarle como nunca antes ha sido amado. He pensado que [éste] fuese uno de mis muchos deseos. He leído la vida de Santa María Cabrini. Ella ha hecho tanto por los estadounidenses porque se hizo uno de ellos. ¿Por qué no puedo yo hacer en India lo que ella hizo en Estados Unidos? Ella no esperó que las almas viniesen a ella. Fue hasta ellas acompañada de celosas trabajadoras. ¿Por qué no puedo yo hacer lo mismo por Él aquí? Hay tantas almas —puras, santas— que desean entregarse solamente a Dios. Las Órdenes europeas son demasiado ricas para ellas; consiguen más de lo que dan.
“No ayudarías” [7]. ¿Cómo puedo yo? He sido muy feliz como religiosa de Loreto. Dejar lo que he amado y exponerme a nuevos trabajos y sufrimientos, que serán grandes, ser el hazmerreír de muchos, especialmente religiosos, elegir deliberadamente y adherir a la dureza de la vida al estilo indio, a la soledad y a la ignominia, a la incertidumbre, y todo porque Jesús lo desea, porque algo me está llamando a dejarlo todo y a reunir unas pocas [compañeras] para vivir su vida, para hacer su obra en India.
Estos pensamientos fueron causa de mucho sufrimiento, pero la voz continuó diciendo, “¿Te negarás?”. Un día en el momento de la Santa Comunión oí la misma voz muy claramente:
«Quiero religiosas Indias, Víctimas de mi amor, que sean María y Marta, que estén tan unidas a mí que puedan irradiar mi amor a las almas. Quiero religiosas libres, cubiertas con mi pobreza de la Cruz. Quiero religiosas obedientes, cubiertas con mi obediencia de la Cruz. Quiero religiosas llenas de amor, cubiertas con la caridad de la Cruz. ¿Te negarás a hacer esto por Mí?»
Otro día:
«Te has convertido en mi esposa por amor a Mí. Has venido a India por Mí. La sed de almas que tenías te ha traído tan lejos. ¿Tienes miedo de dar un paso más por tu esposo, por mí, por las almas? ¿Se ha enfriado tu generosidad? ¿Soy el segundo para ti? Tú no moriste por las almas. Por eso no te preocupa lo que les pueda suceder. Tu corazón nunca ha sido ahogado en el dolor como lo fue el de mi Madre. Ambos lo hemos dado todo por las almas, ¿y tú? Tienes miedo de perder tu vocación, de convertirte en seglar, de fallar en tu perseverancia. No, tu vocación es amar y sufrir y salvar almas y, dando este paso, cumplirás el deseo de mi Corazón para ti. Esa es tu vocación. Te vestirás con sencillos vestidos indios o, más bien, como mi Madre se vistió, sencilla y pobremente. Tu hábito presente es santo porque es mi símbolo, tu sari será santo porque será mi símbolo».
He tratado de convencer a Nuestro Señor de que trataría de ser una religiosa de Loreto muy santa y fervorosa, una verdadera Víctima aquí en esta vocación, pero la respuesta llegó muy clara de nuevo.
«¡Quiero Hermanas Misioneras de la Caridad Indias, que sean mi fuego de amor entre los más pobres —los enfermos, los moribundos, los pequeños niños de la calle—. Quiero que me traigas los pobres, y las hermanas que ofrecerán sus vidas como víctimas de mi amor me traerán estas almas. ¡Tú eres, lo sé, la persona más incapaz, débil y pecadora, pero precisamente porque eres eso, quiero usarte para mi gloria! ¿Te negarás?».
Estas palabras o más bien Su voz, me asustaron. El pensamiento de comer, dormir, vivir como los indios me llenaba de temor. Recé largamente —recé tanto—, le pedí a nuestra Madre María que le pidiese a Jesús que apartase esto de mí. Cuanto más rezaba, más claramente crecía la voz en mi corazón y así le pedí que hiciese conmigo lo que quisiese. Él lo pidió una y otra vez. Entonces una vez más, la voz fue muy clara:
«Siempre has dicho, “haz conmigo lo que quieras”. Ahora quiero actuar. Déjame hacerlo, Mi pequeña Esposa, Mi pequeñita. No temas. Estaré siempre contigo. Sufres ahora y sufrirás, pero si eres Mi pequeña Esposa, la Esposa de Jesús Crucificado, tendrás que soportar estos tormentos en tu corazón. Déjame actuar. No me rechaces. Confía en Mí amorosamente, confía en Mí ciegamente».
«Pequeñita, dame almas. Dame almas de los pobres niños pequeños de la calle. Cómo duele, si solo lo supieses, ver a estos pobres niños manchados con el pecado. Deseo la pureza de su amor. Si solo respondieses a mi llamada y me trajeses estas almas. Arráncalas de las manos del maligno. Si solo supieses cuántos pequeños caen en el pecado cada día. Hay conventos con numerosas religiosas que se cuidan de la gente rica y con posibilidades, pero para los míos, los más pobres, no hay absolutamente nadie. Les ansío, les amo. ¿Te negarás?».
«Pídele a Su Excelencia que me conceda esto como acción de gracias por los veinticinco años de gracia que yo le he dado» [8].
Esto es lo que sucedió entre Él y yo durante unos días de mucha oración [9]. Ahora toda la cosa aparece clara ante mis ojos, tal y como sigue:

“La Llamada”

A ser indias: a vivir con ellas, como ellas, para poder llegar al corazón de la gente. La orden debería empezar fuera de Calcuta —Cossipore—, un lugar abierto, solitario, o St. John de Sealdah donde las Hermanas puedan tener una vida verdaderamente contemplativa durante su noviciado, donde deberían completar un año entero de verdadera vida interior y uno de acción. Las Hermanas deben adherir a una perfecta pobreza —la Pobreza de la Cruz—, nada fuera de Dios. De forma que no tengan riquezas que puedan entrar en su corazón, no tendrán nada mundano, sino que se mantendrán con el trabajo de sus manos: pobreza Franciscana, trabajo Benedictino. En la orden pueden ser aceptadas chicas de cualquier nacionalidad pero deben adquirir una mentalidad india, vestir con vestidos sencillos: un hábito largo blanco, con mangas largas, un sari azul claro y un velo blanco, sandalias, sin calcetines, un crucifijo, la cuerda y el rosario. Las Hermanas deben adquirir un conocimiento completo de la vida interior por medio de santos sacerdotes que las ayuden a estar tan unidas a Dios que lo irradien cuando lleguen al campo de misión. Deben ser verdaderas Víctimas —no en palabras, sino en el pleno sentido de la palabra, víctimas indias por India. El amor debería ser la palabra—, el fuego, que las haga vivir la vida en plenitud. Si las religiosas son muy pobres, serán libres de amar solo a Dios, de servirle a Él solo, de ser solo suyas. Los dos años en perfecta soledad las harán pensar en lo interior mientras estén en medio del mundo.
Para renovar y elevar el espíritu, las hermanas deberán pasar un día cada semana en la casa, la casa Madre de la ciudad, cuando están en la misión.

“El Trabajo”

El trabajo de las Hermanas sería estar con la gente. No tendrán colegios de pago, sino muchas escuelas gratuitas, hasta el segundo curso. Irán a cada parroquia dos Hermanas, una para los enfermos y moribundos, una para la escuela. Si el número lo requiere, las parejas [de Hermanas] pueden aumentar. Las Hermanas enseñarán a los niños, les ayudarán a tener recreaciones puras manteniéndoles así lejos de la calle y del pecado. La escuela debería estar situada solo en los lugares más pobres de la parroquia para atraer a los niños de la calle, encargándose de ellos en lugar de los padres que son pobres y tienen que trabajar. Una se cuidará de los enfermos, asistirá a los moribundos, hará todo el trabajo por los enfermos, tanto si no más de lo que una persona recibe en un hospital: los lavará y les preparará para Su venida [de Jesús]. En el momento fijado, las Hermanas provenientes de las diversas parroquias se reunirán en el mismo lugar para volver a casa, de forma que mantengan una completa separación con el mundo. Esto en las ciudades donde es grande el número de pobres. En los poblados, la misma cosa, solo que podrán dejar el poblado una vez terminado el trabajo de instrucción y servicio.
Para moverse con mayor facilidad y rapidez, cada religiosa debería aprender a montar en bicicleta, algunas deberían aprender a conducir un autobús. Esto es un poco moderno, pero las almas mueren por falta de cuidado, por falta de amor. Estas Hermanas, estas verdaderas víctimas, deberán hacer el trabajo que sea necesario para el Apostolado de Cristo en India. Deberán también tener un hospital para niños pequeños con graves enfermedades. Las religiosas de esta orden serán Misioneras de la Caridad o Hermanas Misioneras de la Caridad.
Dios me está llamando, indigna y pecadora como soy. Deseo darlo todo por las almas. Todos creerán que estoy loca, después de tantos años, iniciar algo que me procurará sobre todo sufrimientos, pero Él me llama a reunir unas pocas compañeras e iniciar el trabajo, a luchar contra el demonio y a privarle de los miles de pequeñas almas que está destruyendo cada día.
Esta carta es ya bastante larga, pero le he dicho todo, como se lo habría dicho a mi madre. Deseo ser realmente solo suya [de Jesús], arder completamente por Él y por las almas. Deseo que sea tiernamente amado por muchos. De forma que, si usted así lo cree, si usted así lo desea, estoy lista para hacer su voluntad. No tenga en cuenta mis sentimientos. No tenga en cuenta el costo que deberé pagar. Estoy lista pues ya le he dado a Él todo mi ser. Y si usted piensa que todo esto es un engaño, aceptaré también esto y me sacrificaré completamente. Le envío esta carta a través del P. Van Exem. Le he dado permiso para hacer uso todo lo que le he dicho y que está relacionado conmigo y con Él [Jesús] en esta obra. Mi traslado a Asansol me parece parte de su plan10. Allí tendré más tiempo para rezar y prepararme para lo que está para venir. En esta materia me pongo completamente en sus manos.
Rece por mí para que pueda ser una religiosa según
Su Corazón.
Su devota hija en Jesucristo,
María Teresa

Evidentemente, el deseo de hacer algo por los pobres inquietaba el corazón de la Madre Teresa desde antes del 10 de septiembre. La luz y la convicción llegaron cuando Jesús intervino poderosamente para hacer conocer sus deseos. Hasta ahora parecía que el “Día de la Inspiración” Jesús había pedido a la Madre Teresa que iniciase una nueva misión y que ella simplemente aceptó su propuesta, esperando solamente el permiso de la Iglesia para iniciarla, pero acabamos de ver que este no era el caso. De hecho, la Madre Teresa experimentó una real lucha interior entre el amor que inspiraba su determinación a dar a Dios todo lo que Él le pedía y los temores y dudas que procedían de su sentimiento de profunda incapacidad y debilidad.

Sin embargo, en el momento en que escribió al Arzobispo Périer, estaba lista para “consumirse completamente” para que Jesús pudiese ser conocido y amado a través de su servicio a los pobres. Aparece también evidente, como se puede comprobar por la claridad y el espíritu práctico de las secciones sobre “La Llamada” y “El Trabajo”, que en enero la Madre Teresa había ya dedicado bastante tiempo a pensar la vida y el trabajo de la comunidad religiosa que esperaba fundar. Lo que destaca es su énfasis en una profunda vida espiritual como fundamento de un servicio activo, y su marcado espíritu de innovación [11].

3 de diciembre de 1947. “Por favor, no lo retrase”

Desde el momento en que recibió la primera carta de la Madre Teresa en enero, el Arzobispo Périer demostró ser un pastor sabio y prudente. No tuvo prisa para aprobar o rechazar la propuesta de la Madre Teresa. Se dio cuenta de que su salida de Loreto y la fundación de una nueva congregación religiosa era una decisión de la que dependía el futuro de la vida de muchas personas. En consecuencia, repetidamente le dijo a la Madre Teresa que, antes de dar su aprobación, “debo poder decir que he rezado mucho y durante mucho tiempo, que he estudiado el caso cuidadosamente, que he consultado a diversos expertos en estas materias, que me he puesto yo mismo en un estado de completa indiferencia en lo referente a la aceptación o al rechazo y que mi juicio se base solamente en los pro y los contra del caso... Haré la voluntad de Dios; pero esta me debe ser clara”. Durante 1947 el Arzobispo llevará a cabo su discernimiento.

Mientras tanto, el deseo de responder a la llamada de Jesús crecía en la Madre Teresa según pasaban los meses. Durante 1947, se comunicó con el Arzobispo Périer a través de cartas y a través del padre Van Exem, que continuó aconsejándola. Finalmente, la convicción de la Madre Teresa de que la inspiración venía de Dios y su ardiente deseo de responder a su llamada sin más retrasos, culmina en su carta del 3 de diciembre de 1947 al padre Van Exem y al Arzobispo Périer. En esta habla una vez más de su original inspiración de septiembre de 1946, repitiendo textualmente las palabras de la voz de su carta de enero. Esta vez, sin embargo, ella revela más de su intimidad con Jesús incluyendo sus palabras reales en respuesta a las de Él. En la segunda sección de la carta correspondiente al año 1947, la Madre Teresa informa al Arzobispo sobre las locuciones y las visiones que suponen el culmen de los fenómenos místicos relativos a la inspiración. Transcribimos íntegramente:

Fiesta de S. Francisco Javier [12].
Querido Padre,
Le estaría muy agradecida si le diese estos papeles a Su Excelencia.
Septiembre de 1946
A menudo durante el año he tenido esas ansias de pertenecer completamente a Jesús y de hacer que otras almas, especialmente indias, vengan y le amen fervorosamente, pero pensando que era uno de mis deseos, lo alejé una y otra vez. Identificarme mucho con las jóvenes indias era incuestionable. Después de leer la vida de Santa Cabrini, el pensamiento continuó a venirme, ¿por qué no puedo hacer por Él en India lo que ella hizo por Él en América? ¿Por qué fue capaz de identificarse tanto con los estadounidenses hasta hacerse uno de ellos? No esperó que las almas se le acercasen, sino que salió en busca de ellas y las atrajo con la ayuda de sus celosas colaboradoras. ¿Por qué no puedo yo hacer lo mismo por Él aquí? ¿Cómo podría hacerlo? He sido y soy muy feliz como religiosa de Loreto. Dejar lo que he amado y exponerme a nuevos trabajos y sufrimientos, que serán grandes, ser el hazmerreír de tantos, especialmente religiosos, adherir y elegir deliberadamente las cosas duras de una vida al estilo indio, la soledad y la ignominia, la incertidumbre, y todo porque Jesús lo quiere, porque algo me está llamando a dejarlo todo y a reunir unas pocas compañeras para vivir su vida, para hacer su obra en la India.
En todas mis oraciones y Santas Comuniones Él me pregunta constantemente,
«¿Te negarás? Cuando se trató de tu alma no pensé en Mí mismo, sino que me entregué libremente por ti en la Cruz, y ahora, ¿qué haces tú? ¿Te negarás? Yo quiero religiosas indias, víctimas de mi amor, que sean María y Marta, que estén tan unidas a Mí que puedan irradiar mi amor en las almas. Yo quiero religiosas libres, cubiertas con mi pobreza de la Cruz. Yo quiero religiosas obedientes, cubiertas con mi obediencia en la Cruz. Yo quiero religiosas llenas de amor, cubiertas con mi Caridad de la Cruz. ¿Te negarás a hacer esto por Mí?».
Mi querido Jesús, lo que me pides va más allá de mis fuerzas. Puedo apenas entender la mitad de las cosas que deseas. Soy indigna. Soy una pecadora. Soy débil. Ve, Jesús, y busca un alma más digna y generosa que yo.
«Te has convertido en mi esposa por amor a mí. Has venido a la India por Mí. La sed de almas que tenías te ha traído tan lejos. ¿Te da miedo ahora dar un paso más por Mí, tu Esposo, por las almas? ¿Se está enfriando tu generosidad? ¿Soy el segundo para ti? Tú no has muerto por las almas. Por eso no te importa lo que pueda ocurrirles. Tu corazón nunca se ha ahogado en el dolor como el de mi Madre. Ambos nos hemos entregado totalmente por las almas.
¿Y tú? Tienes miedo de perder tu vocación, de convertirte en seglar, de fallar en la perseverancia. No, tu vocación es amar y sufrir y salvar almas y, dando este paso, cumplirás el deseo que mi Corazón tiene para ti. Te vestirás con sencillos vestidos indios, o mejor, como mi Madre se vistió, sencilla y pobre. Tu hábito actual es santo porque es mi símbolo. Tu sari será santo porque será Mi símbolo».
Dame luz. Mándame tu propio Espíritu, que me indicará tu voluntad, que me dará la fuerza para hacer las cosas que te agradan. Jesús, mi Jesús, no dejes que me engañe. Si eres Tú quien lo desea, dame una prueba de ello; si no, permite que [este pensamiento] abandone mi alma. Confío en ti ciegamente. ¿Dejarás que se pierda mi alma? Tengo tanto miedo, Jesús. Tengo mucho miedo. No permitas que me engañe. Tengo tanto miedo. Este temor me hace ver cuánto me amo a mí misma. Tengo miedo del sufrimiento que vendrá por llevar una vida al estilo indio, vistiendo como ellos, comiendo como ellos, durmiendo como ellos, viviendo con ellos sin poder nunca en nada seguir mi voluntad. Hasta qué punto la comodidad ha tomado posesión de mi corazón.
«Siempre has dicho, “haz conmigo lo que desees”. Ahora deseo actuar. Permíteme hacerlo, mi pequeña esposa, mi pequeñita. No tengas miedo. Estaré siempre contigo. Sufres ahora y sufrirás, pero si eres mi pequeña Esposa, la Esposa de Jesús crucificado, tendrás que soportar estos tormentos en tu corazón. Permíteme actuar. No me rechaces. Confía en Mí con amor, confía en Mí ciegamente».
Jesús, mi Jesús, yo soy solo tuya. Soy tan tonta. No sé lo que digo, pero haz conmigo lo que desees, como lo desees y durante el tiempo que lo desees. Te amo no por lo que me das, sino por lo que tomas. ¿Jesús, por qué no puedo ser una perfecta religiosa de Loreto, una verdadera víctima de tu amor aquí? ¿Por qué no puedo ser como todas las demás? Mira a los cientos de religiosas de Loreto que te han servido perfectamente, que ahora están contigo. ¿Por qué no puedo yo seguir la misma senda que ellas para llegar hasta ti?
«Yo quiero religiosas indias, Misioneras de la Caridad, que sean mi fuego de amor entre los pobres, los enfermos, los moribundos, los niños pequeños. Quiero que me acerques a los pobres y las hermanas que ofrecerán sus vidas como víctimas de mi amor me traerán estas almas. Tú eres, lo sé, la persona más incapaz, débil y pecadora, pero, precisamente porque eres eso, Yo quiero utilizarte para mi gloria. ¿Te negarás?».
«Pequeñita, dame almas. Dame las almas de los niñitos pobres de la calle. Si tú supieses cómo me duele, si solo lo supieses, ver a estos pobres niños manchados con el pecado. Deseo la pureza de su amor. Si solo respondieses y me trajeses estas almas. Arráncalas de las manos del maligno. Si solo supieses cuántos pequeños caen en el pecado cada día. Hay muchas religiosas para cuidar a la gente rica y acomodada, pero para los más pobres, los míos, no hay absolutamente nadie. Los ansío, a ellos amo. ¿Te negarás?».

1947

«Mi pequeñita, ven, ven, llévame a las covachas [donde viven] los pobres. Ven, sé mi luz. No puedo ir solo. No me conocen y por eso no me quieren. Ven, vete entre ellos. Llévame contigo en medio de ellos. Cuánto ansío entrar en sus covachas, en sus oscuros y tristes hogares. Ven, sé su víctima. En tu inmolación, en tu amor por mí, ellos me verán, me conocerán. Ofrece más sacrificios, sonríe más tiernamente, reza más fervientemente y todas las dificultades desaparecerán».
«Estás asustada; cómo me hace daño tu temor. No temas. Soy yo que te estoy pidiendo que hagas esto por Mí. No temas. Aunque todo el mundo esté contra ti, se ría de ti, tus compañeras y superioras te miren con desprecio, no temas. Yo estoy dentro de ti, contigo y para ti».
«Sufres mucho y sufrirás, pero recuerda que yo estoy contigo. Aunque todo el mundo te rechace, recuerda que tú me perteneces  y que yo te pertenezco. No temas, soy yo. Sólo obedece: obedece muy alegre y prontamente y sin preguntas. Sólo obedece, nunca te dejaré si tú obedeces».
1) Vi una gran multitud —todo tipo de personas—, había también algunos muy pobres y niños. Tenían todos las manos levantadas hacia mí, que estaba de pie en medio de ellos. Ellos me llamaban: “Ven, ven, sálvanos. Tráenos a Jesús”.
2) De nuevo una gran multitud, podía ver gran tristeza y sufrimiento en sus rostros. Estaba arrodillada cerca de Nuestra Señora que estaba vuelta hacia ellos. Yo no veía su rostro, pero le oía decir,
«Cuídales. Son míos. Llévales a Jesús. Lleva a Jesús hasta ellos. No temas. Enséñales a rezar el Rosario, el Rosario en familia, y todo irá bien. No temas. Jesús y yo estaremos contigo y con tus niños».
3) La misma gran multitud, estaban cubiertos de oscuridad, pero podía verles. Nuestro Señor en la Cruz, Nuestra Señora a poca distancia de la Cruz, y yo misma como una niñita frente a ella. Su mano izquierda estaba sobre mi hombro izquierdo y su mano derecha sostenía mi brazo derecho. Ambas mirábamos hacia la Cruz. Nuestro Señor dijo,
«Te lo he pedido. Ellos te lo han pedido y Ella, Mi Madre, te lo ha pedido. ¿Te negarás a hacer esto por mí, a cuidarte de ellos, a traérmelos?».
Contesté, Tú lo sabes, Jesús, estoy lista para ir inmediatamente. Desde entonces, no he oído ni visto nada, pero sé que todo lo que he escrito es verdad. Como le he dicho, no me apoyo en esto, pero sé que es verdad. Si no hablase de esto, si tratase de eliminar estos deseos de mi corazón, sería culpable ante Nuestro Señor. ¿Por qué me ha sucedido todo esto a mí, la más indigna de Sus creaturas? No lo sé y he tratado a menudo de persuadir a Nuestro Señor a buscar otra alma más generosa, más fuerte, pero parece que Él se complace en mi confusión, en mi debilidad. Estos deseos de saciar el ansia que siente Nuestro Señor por las almas de los pobres, de víctimas puras de su amor, crece con cada Misa y cada Santa Comunión. Todas mis oraciones y toda mi jornada, en una palabra, están llenas de este deseo. Por favor, no lo retrase más. Pida a Nuestra Señora que nos dé esta gracia el día 8, día de su fiesta [13].
Si hay alguna otra cosa que le haya dicho [14], pero que ahora no recuerdo, por favor, dígaselo también a Su Excelencia. Le he dicho a él que quería sólo obedecer y hacer la santa voluntad de Dios. Ahora no tengo ningún temor. Me pongo completamente en sus manos. Puede [Jesús] disponer de mí como desee.
Por favor, hable a Su Excelencia sobre las dos chicas yugoslavas de Roma. Hay además seis chicas bengalíes, la chica Belga del sur, la que usted conoce en Bélgica. Las vocaciones vendrán. No tengo miedo a este respecto, aunque todos me creen muy optimista, pero yo sé cuánto amor y generosidad hay en los corazones bengalíes si se les dan los medios para llegar a lo más alto. La renuncia y la abnegación serán los medios para alcanzar nuestra finalidad. Habrá desilusiones pero el buen Dios desea sólo nuestro amor y nuestra confianza en Él.
Por favor rece por mí durante su Santa Misa.
Sinceramente suya en Nuestro Señor [15].
M. Teresa
P.S. Por favor, explique a Su Excelencia lo que he querido decir cuando afirmaba que no me apoyo o creo en visiones. Quería decir que aunque éstas no hubiesen ocurrido, mis deseos habrían sido igualmente fuertes y mi prontitud para hacer Su Santa Voluntad igualmente ferviente.

Cuando el Arzobispo Périer recibió la carta de la Madre Teresa, el proceso de información con los expertos estaba todavía abierto. Hacia el inicio de enero, sin embargo, se había “convencido profundamente de que, negando su consentimiento, habría obstaculizado la realización de la voluntad de Dios, por medio de ella. No creo poder hacer nada más para recibir mayor iluminación”. De esta forma, en la mañana del 6 de enero de 1948, después de haber celebrado la Misa en la capilla del convento, llamó a la Madre Teresa y le dijo: “Puede proceder”.

Cuatro días más tarde, la Madre Teresa escribió una carta a su Superiora General exponiéndole sus deseos y pidiéndole permiso para dar los primeros pasos que la llevarían a salir del convento de Loreto hacia las calles y las poblaciones pobres de Calcuta.

Después de recibir el permiso de su superiora, la Madre Teresa hizo la petición a la Sagrada Congregación para los Religiosos del Vaticano. Recibió la aprobación formal con un indulto de exclaustración concediéndosele el privilegio de vivir fuera de convento, aun siendo una religiosa de Loreto con votos. Aunque el indulto fue concedido en abril, la carta de Roma confirmándolo no le llegó a la Madre a Calcuta hasta agosto.

Con este permiso, la Madre Teresa se vistió con un sari y partió hacia Patna, el 17 de agosto, para iniciar su preparación médica con las Hermanas Médicas Misioneras. La terminó con éxito y volvió rápidamente a Calcuta en diciembre. Gracias a los arreglos que había hecho el padre Van Exem, se le ofreció alojamiento temporal con las Hermanitas de los Pobres. Fue desde allí que, el 21 de diciembre de 1948, la Madre Teresa salió a los barrios pobres por primera vez para empezar “el trabajo” que definiría su vida y su gran misión de caridad para con los más pobres de los pobres.

Pronto iba a descubrir cuán proféticas habían sido las palabras de Jesús anunciándole los sufrimientos que debería soportar en su corazón.

II

LA EXPERIENCIA DE LA NOCHE OSCURA DEL ALMA

Una vez que la Madre Teresa comenzó su trabajo en las calles de Calcuta, una dimensión nueva caracterizó su experiencia interior: dejó de sentir la intensa unión con Jesús que anteriormente había sentido. La consolación de la presencia sensible de Dios dio lugar a un sentimiento de separación de Él. Con el dolor de su pérdida, su ansia de Dios se hizo mucho más aguda y penosa. Ella estaba encontrando a Dios en la profunda oscuridad de su ansia fiel y estaba siendo desafiada a rendirse a Él con una confianza ciega.

Esta experiencia de prueba y de la purificación es, de hecho, una característica normal del crecimiento espiritual. Las personas que ya han sido libradas de los apegos a las cosas de este mundo gozan de un cierto grado de unión con Dios. Luego, pueden experimentar períodos de intenso sufrimiento espiritual, que uno de los más conocidos místicos cristianos, San Juan de la Cruz, llama “la noche oscura del alma”. A través de tales pruebas, Dios purifica más y más el alma, y prepara la persona para una mayor unión con Él. Dios retira las consolaciones espirituales para desapegar a la persona de todo lo que no sea Él. En tal oscuridad la dulzura de sentir la cercanía de Dios da lugar a la dolorosa sensación de alejamiento, e incluso del rechazo de Dios. El alma puede incluso ser tentada con el pensamiento de la no-existencia de Dios y del cielo. Parece incluso que todos sus esfuerzos de creer, esperar y amar son vanos. Sin embargo, al mismo tiempo, la persona experimenta una profunda ansia de Dios, hecho incluso más doloroso por su aparente ausencia. Todo esto es una fuente de gran angustia aun cuando la persona continúe con una vida intensa de oración y permanezca fiel a los deberes ordinarios de la vida cotidiana.

En su amor providencial, Dios permite estas pruebas. Y, para aquellos que manifiestan gran generosidad, permite pruebas muy duras. Esto lo hace según los dones y la vocación de cada uno, según la particular misión a que haya sido llamado, y según el grado de caridad que desee para la persona en cuestión. El hecho de sobrellevar fiel y amorosamente estas pruebas o “noches” tiene como resultado una fe, esperanza y amor de Dios y del prójimo más profundos, una más profunda unión de amor con Dios, una mayor santidad.

Las vidas de algunos santos y santas revelan cómo incluso cuando se ha alcanzado una profunda unión con Dios, se pueden experimentar intensas pruebas espirituales. En esta etapa, el propósito principal del sufrimiento ya no es la purificación, sino más bien una participación amorosa en el sufrimiento redentor de Cristo que produce fruto en la misión y en el apostolado de la persona. El alma entra mucho más íntimamente en la experiencia misma de Cristo en la Cruz. Este íntimo compartir con Jesús tiene el efecto radiante de acercar a los demás a Dios. Tal modo de amar puede encontrarse en las vidas de algunos santos. Los sorprendentes ejemplos incluyen a San Pablo de la Cruz, San Alfonso María de Ligorio y Santa Teresita de Lisieux. Veremos también este modo de amar en la vida de la Madre Teresa, quien a través de una intensa prueba espiritual penetró más profundamente en la gran ansia de Jesús, «su dolorosa sed», por amor al Padre y a las almas.

“Solo la fe ciega me conduce”

Ya como joven religiosa, la Madre Teresa pasó por momentos de sufrimiento espiritual. Ella misma alude a ello por primera vez en 1937, poco antes de hacer sus votos perpetuos. Había confiado en Dios cuando atravesaba esa dolorosa experiencia espiritual y había descubierto cómo esta había hecho más profundo su amor por Jesús Crucificado. Incluso entonces había conseguido esconder su  lucha interior de tal modo que sus mismas compañeras pensaban que estaba casi libre de sufrimiento. Aunque resulta difícil conocer la exacta naturaleza y la duración de lo que la Madre Teresa soportó en el período de su vida comprendido entre los 20 y los 30 años, la oscuridad, como ella la llamaba, ciertamente le permitió avanzar sin problemas en su camino espiritual.

El voto que hizo en 1942 de no rechazar nada a Dios es otro signo del crecimiento en profundidad de su unión con Jesús, de modo especial, en el ámbito de su voluntad. Varios años después del voto, durante el período de las locuciones y las visiones, su director espiritual confirmaba un nuevo crecimiento: su unión con Nuestro Señor era tan continua que esperaba que tuviese pronto la experiencia de la oración extática. Cuando la Madre Teresa cambió Loreto por las calles de Calcuta, estaba sostenida por las intensas consolaciones espirituales de los meses que rodeaban su inspiración. La alegre luz de la íntima unión con Él no iba a durar. Fue sustituida por una oscuridad espiritual que iba a formar parte integral de toda su vida como Misionera de la Caridad.

Cuando la Madre Teresa se dio cuenta del cambio que se había producido en su alma, habló de ello con el P. Van Exem. Se confió también con el Arzobispo Périer: “Ansío con una ansia dolorosa pertenecer totalmente a Dios, ser santa de tal manera que Jesús pueda vivir plenamente su vida en mí. Cuanto más lo deseo [a Jesús], menos soy deseada. Yo quiero amarle como nunca ha sido amado, y sin embargo existe esta separación, este terrible vacío, este sentimiento de la ausencia de Dios”.

Después de algún tiempo, la Madre Teresa reveló al Arzobispo que no solo no había sentido ningún alivio, sino que la oscuridad se estaba volviendo más “densa” y más difícil de soportar. Se asombraba por la contradicción existente en su propia alma: la aparente ausencia de fe, esperanza y amor y de Dios mismo, y al mismo tiempo, sufría una intensa y torturante ansia de Dios. En una carta, revela su angustia, su lucha y al mismo tiempo su  total abandono en Dios: “existe tanta contradicción en mi alma: por un lado un ansia tan profunda de Dios —tan profunda que es dolorosa, un continuo sufrimiento— y, sin embargo, [sentirse] no querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo. Las almas no me atraen. El cielo no significa nada; me parece un lugar vacío. El pensamiento [del cielo] no significa nada para mí y, con todo, esta torturante ansia de Dios. Por favor, rece por mí para que pueda continuar sonriéndole a pesar de todo. Porque, soy solo suya, y Él tiene todos los derechos sobre mí. Me siento completamente feliz de no ser nadie, incluso para Dios”.

La experiencia de la oscuridad continuó. “Si supiese lo que estoy pasando... pero no reclamo nada para mí. Es libre de hacer lo que quiera. Rece para que continúe sonriéndole”. A veces la angustia de la Madre Teresa por Dios era tan grande que comparaba su sufrimiento al de los condenados al infierno. “Dicen que la gente que está en el infierno sufre dolor eterno a causa de la pérdida de Dios; soportarían todo ese sufrimiento si tuviesen solo una mínima esperanza de poseer a Dios. En mi alma siento ese mismo terrible dolor de la pérdida, que Dios no me quiere, que Dios no es Dios, que Dios no existe realmente”. Si bien estos sentimientos eran terribles, continuaba teniendo, por otra parte, el mismo abandono: “La oscuridad es tan oscura y el dolor tan doloroso, pero acepto cualquier cosa que Él me dé y le doy cualquier cosa que Él me pida”.

Una actitud de abandono —en conformidad con su voto de 1942— iba a ser la característica de la respuesta de la Madre Teresa a lo largo de todos los años de su dolorosa experiencia: “Con alegría lo acepto todo hasta el fin de mi vida”. Aunque una pregunta del todo normal nacía en su corazón, “me pregunto qué consigue Él de todo esto, cuando no hay nada en mí”, la Madre Teresa estaba convencida de que Dios mismo era de alguna manera la causa de ello. “No sabía que el amor podía hacer que uno sufriera tanto. Aquel era sufrimiento por la pérdida, éste es de  ansia, de dolor humano, pero causado por el divino”. Y de esta forma repite su prontitud para aceptar la voluntad de Dios: “Sé que deseo de todo corazón lo que Él desee, como lo desee y durante el tiempo que lo desee. Sin embargo, Padre, esta ‘soledad’ es dura. La única cosa que me queda es una profunda y fuerte convicción de que la obra es suya”. Ciertamente, esta profunda convicción de que la obra era de Dios le dio la capacidad de soportar la permanente oscuridad. “Estoy más convencida de que la obra no es mía. No dudo que fuiste Tú quien me llamó con gran amor y fuerza. Fuiste Tú... eres Tú incluso ahora”.

La Madre Teresa, tan famosa por su fe como la roca, su invencible esperanza y su amor ardiente, estaba sin embargo unida a Dios sin esa dulzura de la que todos, incluso sus Hermanas, suponían que gozaba. Más bien, la ausencia de esta, la forzaba a seguir su camino solo en la fe. Su petición de oraciones, que repitió a lo largo de toda su vida, tiene más sentido a la luz de su dolor oculto. “Por favor, rece especialmente por mí para que no estropee la obra de Dios”. La vida de la Madre Teresa es un impactante testamento de pura fe. Por la fe, ella vio la mano de Dios en todo lo que sucedía dentro y alrededor de ella. Por la fe se consideraba a sí misma como “un pequeño lápiz en sus manos”.

El más profundo y ciertamente el más doloroso aspecto de su lucha fue la dura prueba del amor. Ella sentía más agudo el dolor de la separación debido al hecho de que la intimidad y la unión con Dios que había experimentado antes y durante el tiempo de la Inspiración había sido continua y profunda. Sin embargo, aunque esta experiencia era dolorosa, su deseo de “amarle como nunca ha sido amado antes” permaneció invariable. Una carta a P. L. T. Picachy, S.J., su director espiritual en ese tiempo, recoge su respuesta: “He estado a punto de decir, ‘No.’ Ha sido muy duro. Esa terrible ansia continúa creciendo y siento como si algo estuviese a punto de brotar dentro de mí, cualquier día. Y luego, esa oscuridad, esa soledad, ese sentimiento de terrible soledad...  

Y, sin embargo, ansío a Dios. Ansío amarle con cada gota de vida que hay en mí. Deseo amarle con un amor profundo y personal”. Una respuesta tan desinteresada al incesante desafío condujo a la Madre Teresa al más alto grado del amor.

“Desde el tiempo en que empezó el trabajo”, la oscuridad fue la “compañera de viaje” de la Madre Teresa. Sus cartas escritas entre 1950 y 1970 expresan el incesante dolor que sentía en su deseo de Dios. Al principio de los años 60 ella empezó a entender con gratitud su significado en su vida y el papel que la oscuridad personal jugaba en su misión con los más pobres de los pobres, pero la experiencia nunca disminuyó. La oscuridad y su “nada” eran todavía temas de los que trataba con sus directores espirituales durante la década de los años 70 y 80. En las pocas cartas conservadas de esos años, manifestaba la intensidad de su sed por Jesús, su dolor por ver el sufrimiento de los pobres y su gratitud porque, en su “nada”, puede ser pobre como Jesús fue pobre y, a través de su pobreza, puede hacer que las almas le amen a Él. Solo dos años antes de su muerte, se sintió movida a hablar de que ella había recibido un maravilloso regalo de Dios al ser capaz de ofrecerle la vaciedad que sentía. Por lo que se sabe, la Madre Teresa permaneció en ese estado de fe “oscura” y de total abandono hasta la muerte.

Comprensión que la Madre Teresa tenía de su oscuridad

Vaciamiento total de sí misma

La correspondencia de la Madre Teresa durante la década de 1950 y de 1960 indica que, a veces, ella entendía su “oscuridad interior” como el modo que Dios tenía para vaciarla de sí misma completamente. “Él quiere asegurarse de vaciarme de mí, de cada gota de mí misma”. En 1957 escribió a P. Picachy, “Si sólo supiese lo que estoy pasando. Él está destruyéndolo todo dentro de  mí, pero, como no reclamo nada para mí misma, Él es libre de hacer cualquier cosa. Rece por mí para que continúe sonriéndole”.

Identificación con Jesús en su Pasión

La Madre Teresa llegó también a entender esta prueba como una ocasión de compartir los sufrimientos de Cristo, que cargó sobre sí los pecados de la raza humana y se ofreció a sí mismo como sacrificio al Padre para la redención del mundo. Cargado con las iniquidades de todos nosotros, exclamó desde la Cruz, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). En la agonía de su amor no correspondido por los hombres, gritó “Tengo sed” (Jn 19,28).

Progresivamente, el abandono de la Madre Teresa y la intensa y dolorosa ansia de Dios se convirtieron en su modo de unión e identificación con su Amado en su agonía en la Cruz. “Para mi meditación estoy usando la Pasión de Jesús. Me temo que no hago meditación si no solamente miro a Jesús sufrir y repito continuamente, ‘¡Permíteme compartir contigo este dolor!’” [16]. Ella entendió la oscuridad que estaba experimentando como una participación mística en los sufrimientos de Jesús: “Padre, estoy sola. Tengo su oscuridad. Tengo su dolor”. Puesto que era de Él, sentía también alegría: “Hoy sentí realmente una profunda alegría porque Jesús no puede pasar nunca más su agonía, pero quiere pasarla en mí. Más que nunca, me abandono a Él. Sí, más que nunca, estaré a su disposición”.

Compartir la Pasión de Cristo tomó una forma concreta en la vida de la Madre Teresa en el modo como aceptaba cualquier forma de sufrimiento como un regalo de Dios y como un modo de demostrarle, por parte suya, su amor a Él. De hecho, con el crecimiento en intensidad de la prueba, creció en el mismo modo la generosidad de su amor. En un momento de gran dolor interior, con un total olvido de sí misma, exclamó, “Cuando me pediste imprimir tu Pasión en mi corazón, ¿es esta la respuesta? Si esto te trae gloria, si consigues una gota de alegría de esto, si se acercan almas a ti, si mi sufrimiento sacia tu sed, aquí estoy, Señor. Con alegría lo acepto todo hasta el fin de la vida y sonreiré a tu Rostro Escondido, siempre”.

Identificación con los pobres: El lado espiritual de su apostolado

Después de haber soportado más de una década de “oscuridad” y encontrando que crecía en intensidad y era más difícil de soportar, la Madre Teresa recibió un nuevo apoyo. Con la ayuda del padre J. Neuner, S.J., llegó a entender la oscuridad como “el lado espiritual de su apostolado”. Tal y como le escribió a él, “He llegado a amar la oscuridad, pues ahora creo que es una parte, una muy pequeña parte, de la oscuridad y del dolor de Jesús sobre la tierra. Usted me ha enseñado a aceptarla como el ‘lado espiritual de ‘su obra’,’ como usted me escribió”.

Poco después de haber recibido esta nueva intuición, la Madre Teresa comenzó a comunicarlo a sus Hermanas. En 1961 escribió una carta general en la cual las animaba a aceptar sus pruebas y dolores como una parte esencial de su vocación para participar en la obra de redención de Jesús. La autoridad de sus palabras venía de su experiencia vivida: “Sin el sufrimiento, vuestro trabajo sería un trabajo social, muy bueno y de gran ayuda, pero no sería el trabajo de Jesucristo, no sería parte de la redención. Jesús ha querido ayudarnos compartiendo nuestra vida, nuestra soledad, nuestra agonía y nuestra muerte. Todo lo que ha cargado y llevado sobre sí mismo en la noche más oscura. Por el hecho de ser uno con nosotros, nos ha redimido. Hemos sido capacitados para hacer lo mismo. Toda la desolación de la pobre gente, no sólo su pobreza material, sino también su indigencia espiritual debe ser redimida y nosotras debemos tener nuestra parte en ello... Compartamos el sufrimiento de los pobres, pues sólo siendo uno con ellos podemos redimirlos, es decir, traer Dios a sus vidas y traerles a ellos a Dios”.

El amor de la Madre Teresa alcanzaba también otro aspecto de la pobreza y del dolor humano. Muy a menudo se le oía decir que la mayor pobreza es “no ser deseado, no ser amado, estar solo, no ser cuidado”. Aparece ahora con evidencia cómo su extraordinaria sensibilidad hacia el sufrimiento emocional y espiritual, y su capacidad de amor y compasión estaban enraizadas en su propia experiencia interior. Incluso cuando experimentaba un fuerte dolor interior, su atención estaba completamente fija en los demás y en sus respectivos sufrimientos. Mediante una caricia delicada, una palabra amable, un pequeño servicio o mediante una simple sonrisa, comunicaba la verdad de que “Dios te quiere, Dios te ama, Dios está contigo, Dios cuida de ti”. En una palabra, “Dios tiene sed de ti”.

El significado de la oscuridad de la Madre Teresa

Para los que están familiarizados con el misticismo cristiano, este aspecto de la vida espiritual de la Madre Teresa no debería parecer una sorpresa. La misma Madre Teresa exclamó que era un vaciarse de sí misma, del egoísmo que impide la unión con Dios. Lo que es distintivo, sin embargo, es que esta experiencia de oscuridad viene después de que ella hubiese alcanzado un altísimo grado de unión con Dios. Ella misma testimonia su fuerte unión con Dios. “Siento ansias de Dios. Ansias de amarle con cada gota de vida que hay en mí. Deseo amarle con un profundo amor personal. No puedo decir que estoy distraída; mi mente y mi corazón están habitualmente en Dios”. Su unión era no al nivel de los sentimientos, sino de la mente y de la voluntad: “Sé que tengo a Jesús en esa unión ininterrumpida, pues mi mente está fija en Él y sólo en Él, en mi voluntad”.

Es también significativo que una cierta luz le llegase cuando entendió que, por su sufrimiento interior, compartía el sufrimiento redentor de Cristo por el bien de los demás. La Madre Teresa afirmó que la finalidad de las Misioneras de la Caridad, y por lo tanto también su misma finalidad, era la de saciar la infinita sed de amor y de almas de Jesús en la Cruz, trabajando para la salvación y la santificación de los más pobres de los pobres. Vista con esta luz, su larga y dolorosa oscuridad interior toma no solo un nuevo significado, sino que da también el motivo de su total e incluso alegre abandono a ella.

En su experiencia de ser rechazada por Dios, se identifica más y más con su Esposo crucificado en el momento de su supremo sacrificio en la Cruz. La aparente ausencia de Dios que ella experimenta ahora y el recuerdo de su presencia y amor, que había experimentado antes, inflamaron su sed por Él. Su “dolorosa sed” por Él es tan fuerte que puede decir, “Durante este año he tenido muchas oportunidades de saciar la sed de amor, de almas de Jesús. Ha sido un año lleno de la Pasión de Cristo. No sé cuál es mayor, si su Sed o la mía por Él”. La aceptación y la vivencia por parte de la Madre Teresa de esta oscuridad fue el medio por excelencia para estar unida y para identificarse con Jesús en la Cruz y para saciar la dolorosa sed de amor y de almas de Jesús. Así cumplió ella la finalidad de su vocación.

Alegría: La paradoja de la luz en la oscuridad

Uno de los grandes indicadores de la fe y del amor de la Madre Teresa durante su larga y dolorosa oscuridad interior fue su profunda y constante alegría. Ella, sencillamente, irradiaba alegría a los que estaban a su alrededor. Su alegría no era cuestión de temperamento o de una inclinación natural, sino el resultado de la gracia de Dios y de su abandono. Esto requería un consciente y resuelto esfuerzo por su parte. Cuando este esfuerzo era más duro, su sonrisa era más brillante.

La Madre Teresa estaba decidida a ser “un apóstol de la alegría” y a difundir la fragancia de la alegría de Cristo dondequiera que fuese. Su amor por Dios era tal que deseaba no solo aceptar la Cruz, sino hacerlo con alegría. “Mi segunda resolución del retiro es la de ser un apóstol de la alegría, consolar al Sagrado Corazón de Jesús mediante la alegría. Por favor, pida a Nuestra Señora que me dé su corazón, de forma que pueda con mayor facilidad cumplir su deseo [de Jesús] en mí. Deseo sonreírle también a Jesús y de esta forma esconderle incluso a Él, si es posible, el dolor y la oscuridad de mi alma”. Decidió sonreírle a Jesús cada vez que se le quitaba algo. “Le doy una gran sonrisa en cambio. Gracias a Dios que Él todavía se abaja a tomar algo de mí”.

Aunque el deseo de la Madre Teresa de “esconder su dolor incluso a Jesús” era, por supuesto, irrealizable, consiguió sin embargo esconderlo con éxito a los demás, incluso a los más cercanos a ella. “A veces el dolor es tan grande que siento como si todo fuese a colapsar. La sonrisa es un gran manto que cubre una multitud de dolores”. Su amor desinteresado se concentraba en irradiar “su amor, su presencia, su compasión”. Una sencilla sonrisa era uno de sus modos favoritos de hacerlo.

La Madre Teresa tenía el don de comunicar el amor de Dios a los demás. Irradiaba la alegría de amar a Jesús incluso en medio de las más duras luchas. Después de un breve encuentro con la Madre Teresa, aquellos que estaban desanimados o desesperados se iban llenos de consolación y esperanza. A sus Hermanas escribió, “Recordad que la Pasión de Cristo termina siempre con la alegría de la Resurrección, de forma que cuando sentís en vuestro corazón el sufrimiento de Cristo, recordaréis que la Resurrección tiene que venir, que la alegría de la Pascua tiene que alborear. ¡Nunca dejéis que nada os llene tanto de tristeza que os haga olvidar la alegría de Cristo Resucitado!”.

Conclusión

En el mundo de hoy, la Madre Teresa se ha convertido en un signo del amor de Dios. A través de ella, Dios ha recordado al mundo su intenso amor —su sed— por la humanidad y su deseo de ser amado a cambio. Este artículo ha presentado algunos de esos aspectos escondidos que estaban en la raíz de la extraordinaria influencia de la Madre Teresa en el mundo. Su voto de 1942 manifiesta su acto de total y amoroso abandono a cualquier cosa que Dios pudiese pedirle. Este voto preparó el camino para la llamada de 1946, cuando Jesús le pidió directamente que saciase su sed de amor y de almas llevándole a los pobres y conduciendo a los pobres hasta Él. La Madre Teresa abrazó de todo corazón su nueva vocación, viviéndola con gran amor y alegría. Solo muy poca gente tuvo noticia alguna de “la oscuridad interior” que ella aceptó voluntariamente por amor a Dios y a la incontable gente a la que ella tocó con su compasión. Juntas, estas tres características de la vida espiritual de la Madre Teresa —su voto de no rechazar nada a Dios, la experiencia mística que rodeó su Inspiración, y su prolongada oscuridad espiritual— indican una profundidad de santidad anteriormente desconocida, y la colocan en el rango de los grandes místicos de la Iglesia.


Notas

[1] A menos que se indique lo contrario, las citas están tomadas de cartas de la Madre M. Teresa, M.C. al Arzobispo Ferdinand Périer, S.J.
[2] La Madre Teresa entró en la Rama Irlandesa de las Religiosas de Loreto, cuyo nombre oficial es Instituto de la Beata Virgen María.
[3] J. Aumann, O.P., Spiritual Theology, Sheed and Ward, London, 1980, pp. 365-366.
[4] H.U. v. Balthasar, Estados de vida del cristiano, Christlicher stand, Barcelona, 1994, pp. 42-47.
[5] Aunque la Madre Teresa habló siempre de la inspiración durante el viaje en tren a Darjeeling, no se sabe con certeza a qué hora o en qué lugar del viaje ocurrió la locución(es).
[6] Comenzando el 10 de septiembre de 1946 y durante el curso del siguiente año, la Madre Teresa recibió una serie de locuciones interiores (o palabras sobrenaturales). Las locuciones son “manifestaciones del pensamiento de Dios” que pueden venir a través de palabras escuchadas externamente (locuciones externas o auriculares) o en la imaginación (locuciones interiores imaginativas) o inmediatamente sin ninguna palabra (locuciones interiores intelectuales). Ver R. Garrigou-Lagrange, O.P., The Three Ages of the Spiritual Life: Prelude of Eternal Life, Vol. 2, B. Herder Book Co., St. Louis, M.O., 1948; reimpresión: Tan Books and Publishers, Rockford, Ill.,1989, pp. 589- 90; A. Poulain, S.J., Revelations and Visions: Discerning the True and Certain from the False or the Doubtful, trans. L. L. Yorke Smith, 1910; reimpreso: Alba House, New York, 1998, pp. 1-18. La Madre Teresa recibió locuciones interiores imaginativas y después, en algún momento durante 1947, al menos tres visiones interiores imaginativas, es decir, “visiones de objetos materiales, vistas sin la ayuda de los ojos” (A. Poulain, ibíd., p. 3).
[7] Las palabras oídas en la locución interior aparecen indicadas en cursiva por el editor para facilitar la comprensión al lector.
[8] El Arzobispo Périer celebraba el 25 aniversario de su ordenación episcopal.
[9] Es decir, durante su retiro de ocho días en las vacaciones que siguieron al 10 de septiembre.
[10] Justo antes de escribir esta carta, la Madre Teresa había sido informada de que se debería transferir a la Comunidad de Loreto en Asansol, una ciudad a unos 280 kilómetros de Calcuta.
[11] La idea de usar bicicletas o de conducir autobuses era osada en el contexto de Calcuta en 1946, donde dos mujeres jóvenes caminando juntas (sin un hombre) era algo excepcional. La Madre Teresa se da cuenta de que esto “es un poco moderno”, pero las necesidades de los pobres justifican la novedad.
[12] La fiesta de S. Francisco Javier se celebra el 3 de diciembre.
[13] El 8 de diciembre es la fiesta de la Inmaculada Concepción.
[14] El resto de la carta está dirigida al padre Van Exem.
[15] La Madre Teresa normalmente terminaba sus cartas “...en Jesucristo” o “...en J.C.” Probablemente aquí, “O.L.”, que significa “Our Lord”, es decir, Nuestro Señor.
[16] Esta línea pertenece a la bien conocida oración, “Stabat Mater,” dirigida a Nuestra Señora al pie de la Cruz.

Sobre el autor

Sacerdote nacido en Winnipeg, Canadá. Postulador de la Causa de Beatificación de la Madre Teresa de Calcuta. Su asociación con la Madre Teresa comenzó en 1977, cuando se unió a un grupo de hermanos contemplativos que ella estaba fundando. Luego se unió a la rama sacerdotal de la familia religiosa de la beata Teresa de Calcuta, los Padres Misioneros de la Caridad en 1984. Se ordenó sacerdote en 1985. Es director del Mother Teresa Center. Es el editor presentador del libro de las cartas de la Madre Teresa Ven sé mi luz. Recibió el M. Div. en Teología en el St. Joseph’s Seminary, Dunwoodie, New York, USA. Obtuvo su Ph.D. en Psicología Organizacional en Saybrook Institute, San Francisco.


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