Benedicto XVI ha entregado la segunda parte de su obra Jesús de Nazaret. Este libro recorre desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección. Período que incluye el episodio del lavado de los pies, la última cena, la oración en el huerto de Getsemaní, el proceso judicial de Jesús ante el Sanedrín y ante Pilato, para concluir con la muerte en cruz y la resurrección, y que contiene dos largos discursos de Jesús: el escatológico (Mt 24-25) y la oración sacerdotal (Jn 17). Estas palabras y acciones, es decir, estos «misterios de la vida de Jesús» son abordados desde tres perspectivas complementarias: la investigación histórica, luego la interpretación teológica y, finalmente, las consecuencias para la existencia humana. La primera perspectiva está guiada por la hermenéutica histórica, mientras la segunda y la tercera están conducidas por la hermenéutica de la fe.
Historia
Cada capítulo comienza, entonces, por la investigación histórica. La fe cristiana exige recurrir a la historia, porque el punto de partida de la fe es la revelación histórica de Dios en Jesús de Nazaret. Al abordar, por ejemplo, la Última Cena, Benedicto XVI afirma que «no podemos eximirnos ciertamente de afrontar la cuestión de la historicidad real de los acontecimientos históricos narrados» (p. 125), pues «la fe bíblica no relata historias como símbolos de verdades metahistóricas, sino que se funda en la historia que ha sucedido», y luego concluye: «Si Jesús no dio a sus discípulos su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino, la celebración eucarística quedaría vacía, sería una ficción piadosa» (p. 126). De acuerdo al principio de la encarnación, «la Palabra se hizo carne», la historia de Jesús no es simplemente el «soporte» para transmitir algunas verdades, porque el mismo hecho de la intervención de Dios en la historia forma parte del contenido del evangelio. La historia de la salvación no es mitología. Nuestra fe, para ser legítima, debe estar en continuidad con el Jesús real, el hijo de María, el que caminó por Galilea. Con esta perspectiva, cada capítulo ofrece una selección de los resultados de la investigación histórica, valiéndose de renombrados estudiosos, tanto católicos como evangélicos.
Teología
Pero un Jesús histórico, solamente del pasado, puede ser modelo moral, mas no es capaz de sustentar la vida humana. Por ello el Papa no se detiene en los datos históricos, sino que, a partir de ellos, avanza hasta elaborar una interpretación teológica. Este paso de la interpretación histórica a la interpretación de la fe se apoya sobre los principios establecidos por el Concilio Vaticano II, en Dei Verbum 12, texto conciliar particularmente querido por el Papa. Estos principios los expuso en 2008, en el sínodo de la Palabra de Dios: se debe tener presente la unidad de toda la Escritura y la tradición viva de toda la Iglesia, y es necesario observar la analogía de la fe, es decir, se debe «leer e interpretar la Escritura con el mismo Espíritu con que fue escrita» (Dei Verbum 12). Si no está la hermenéutica de la fe, se hace presente la hermenéutica positivista que parte de la convicción de que Dios no puede entrar en la historia humana. La hermenéutica de la fe enseña a aceptar a Dios «tal como Él mismo se nos manifiesta» (cf. p. 91). Es decir, no hay que aceptar de los evangelios sólo lo que una determinada filosofía nos permite, sino acoger la revelación al punto de ampliar la propia razón con la luz de la fe. Con esta orientación, el Papa Benedicto selecciona los datos históricos en función de la interpretación teológica que aporta una nueva visión de Dios, del hombre y del mundo. Lo verdaderamente propio de Dios no es su lejanía, sino su abajamiento, hasta lavar los pies a sus discípulos, gesto rechazado por Pedro y por la filosofía profana; el hombre ya no se percibe como «contraparte» de Dios, sino que se manifiesta como capaz de ser asumido plenamente en Dios; y el mundo no aparece como contrario a Dios, sino como el ámbito donde Dios puede actuar y, de hecho, ha actuado. Estas afirmaciones, que arraigan en la revelación histórica de Dios en Jesús, sólo son accesibles a una mirada propiamente teológica de la Escritura.
Existencia humana
Como toda buena teología es siempre soteriología, la reflexión teológica conduce a un tercer nivel: el impacto de la vida de Jesús en la existencia humana. Si Jesús es verdadero hombre, entonces en él se da la plenitud de la vida humana: el hombre más auténtico ya no es Adán, sino Jesús. Esto implica una novedad en el modo de comprender nuestra propia vida humana. Así, por ejemplo, al estudiar la oración del huerto de los Olivos, lugar de la Escritura donde «podemos asomarnos tan profundamente al misterio interior de Jesús» (p. 186), el Santo Padre muestra cómo la relación entre la voluntad de Jesús y la voluntad del Padre tiene consecuencias para todo hombre. Si Jesús, el hombre pleno, coordina su voluntad con la de Dios, entonces lo más propio del hombre no es encerrarse en su propia voluntad, sino abrirse a la voluntad del Padre. La oposición entre la voluntad del hombre y la de Dios es fruto del pecado, pero no forma parte de la naturaleza humana. Así, el hombre cuando obedece a Dios no rechaza su libertad, sino que la proyecta hasta las cotas más altas. «La voluntad humana está orientada a la divina. Al asumir la voluntad divina, la voluntad humana alcanza su cumplimiento, y no su destrucción» (p. 190).
Esta vinculación entre Jesús y todo hombre implica que aceptar o rechazar la palabra de Jesús de Nazaret tiene consecuencias decisivas para la vida humana. El sentido que doy a mi vida, a la historia, al amor, al esfuerzo, a la entrega a los demás, a la muerte, etcétera, es decir, la comprensión del misterio de mi propia vida humana depende de mi modo de entender a Jesús, su relación conmigo y su relación con Dios. Todo esto muestra que el conocimiento de Jesús no puede ser «neutral», meramente intelectual y externo, sino, por el contrario, un conocimiento «comprometedor» que, de algún modo, exige una decisión. Conocer a Jesús implica optar. Por ello, este nuevo libro del Papa Benedicto XVI no busca sólo informar, sino más bien transformar la vida.