Elio Sgreccia

Editorial Effatà

Turín, 2019

208 págs.


Hace pocos meses, el cardenal Elio Sgreccia, una importante personalidad del mundo eclesial y científico, regresó a la Casa del Padre. Gran educador desde que comenzó su ministerio, fue rector del Seminario de Fano y luego asistente espiritual en la Universidad Católica del Sagrado Corazón en Roma. Fundador de la “bioética personalista” y primer director del Centro e Instituto de Bioética de la misma Universidad; secretario del Consejo Pontificio para la Familia y, finalmente, presidente de la Academia Pontificia para la Vida. El último texto que escribió es un regalo especial.

El cardenal Sgreccia puede presumir de un número y una variedad de publicaciones importantes. A partir del Manual de bioética, que lo hizo conocido en todo el mundo, traducido a muchos idiomas, hasta el enorme trabajo de 12 volúmenes de la Enciclopedia de bioética y ciencias jurídicas, del cual fue coeditor, presentado al público exactamente hace un año con motivo de sus 90 años. Como erudito, como maestro, como sacerdote, era consciente de a cuántas personas pueden llegar las páginas escritas y cuánta cultura pueden crear. Él lo hizo. Sus trabajos, estudiados y apreciados en círculos académicos y en diferentes contextos culturales, contribuyeron al debate bioético; han permitido abordar los casos concretos planteados por el progreso de la ciencia, en particular la medicina; ayudaron a la Iglesia Católica a mejorar su rica herencia antropológica, filosófica y teológica, haciéndola más accesible a través del lenguaje de la razón y de la naturaleza.

Sin embargo, creo que con su último libro, Contro vento, deseaba llegar al “corazón” del lector, revelando el corazón de su existencia, el secreto de su vida, entregada a la bioética pero arraigada en la confianza dócil y en la esperanza activa de los que pertenecen al Señor. Me conmueve recordar cómo apuraba y esperaba esta publicación en los últimos meses, casi con el temor de no alcanzar a verla concretada.

La forma más adecuada de abordar este texto, en mi opinión, es acogerlo como un verdadero “testamento espiritual”, una entrega y un mandato para ese futuro que solo puede construirse redescubriendo las raíces. Sgreccia siempre fue un hombre proyectado hacia el futuro, con una inteligencia poco común, siempre joven curiosidad, espíritu profético, apertura al Misterio y dedicación incondicional. Dentro de esa dedicación, también quería darnos los recuerdos y la historia de su vida, para exhortarnos a no desperdiciar la existencia, sino a vivirla en la donación de nosotros mismos, difundiendo generosamente la buena semilla del Evangelio, permaneciendo siempre “con las manos vacías”.

El paralelismo que se ha establecido entre el crecimiento de la bioética y la vida de Elio Sgreccia es extraordinario. El libro revela esta relación a través de muchas historias de gestación y crecimiento de postulados e iniciativas.

Por otro lado, el libro insta a no tener miedo e indica la forma de movernos ante la crisis de los valores fundamentales de la existencia humana: exactamente “contra el viento”, o sea, tratando de posicionar las velas de una manera nueva para aprovechar el viento en contra de un viaje que, sin embargo, se dirige a la meta. La síntesis para responder a los problemas actuales no se puede encontrar en un enfoque fundamentalista o agresivo: a pesar de su temperamento impulsivo y su negativa a comprometerse, especialmente cuando la defensa de la vida estaba en duda, Sgreccia no se reconoció a sí mismo en las modalidades y tonos controvertidos, y enseñó a evitarlos.

En realidad, enseñó a encontrar la síntesis bioética ofreciendo el llamado “método triangular”, que parte del dato científico, expuesto con competencia y rigor, y lo examina a la luz de la dimensión antropológica indispensable: la ética es el resultado de tal operación y, a la luz de esto, no debe temer el diálogo, sino que debe fomentarse, ya que ofrece la oportunidad de proponer los valores en los que uno cree, no con una actitud normativa sino con la metodología del descubrimiento del significado, oculto sobre todo en el libro de la naturaleza.

Esta metodología siguió siendo válida para él tanto en conferencias como en debates importantes, así como en las relaciones interpersonales, donde combinó la lógica clara y estricta del maestro con la paciencia del pastor, la claridad para explicar con la fuerza incansable de acompañar; en la certeza de que acompañar significa amar y apoyar, a lo largo de los caminos más inaccesibles y en la difícil escalada de las montañas más altas, pero sin nunca decir, “bajando la cumbre”.

Finalmente, la síntesis, según lo que transmitió Sgreccia, también debe encontrarse en la colaboración entre el conocimiento, en lo interdisciplinario, que él, humanista inmerso en un mundo científico, había aprendido y valorado y que había podido traducir en colaboraciones fructíferas y en un “trabajo de red” generalizado.

Tuve el regalo de compartir mi experencia trabajando casi 39 años con Don Elio, como se llamaba a sí mismo. De toda su herencia humana, científica y espiritual, del ejemplo luminoso de su ministerio, recojo un testimonio simple pero constante, que da fe de la autenticidad de lo que enseñó y representa para mí una “rendición”: la atención a la persona, a cada persona, a la persona considerada fuera de las clasificaciones o discriminación de cualquier tipo y vista en su conjunto y en la inmensa dignidad de ser una criatura de Dios. De esta atención fluyó su gran confianza en la persona y en la historia, fundada en la esperanza cristiana, cuya máxima me gustaría resumir con unas pocas palabras, claramente repetidas en el libro y utilizadas por él mismo en muchas de las dedicatorias que tuvo tiempo de autografiar: “¡Lo mejor siempre está por delante y siempre es posible!”.


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