El cristiano Bernanos. Hans-Urs von Balthasar

Editions Parole et Silence

París, 2018

506 págs.


Este grueso volumen, cuyo interés se sostiene inalterable a lo largo de todas sus páginas, no exige, como advierte su autor –uno de los más apreciados teólogos del siglo XX– conocer previamente la obra del escritor francés Georges Bernanos (1888-1948). Escrito originalmente en alemán, ha sido traducido al inglés y al francés, y en él se reproducen párrafos largos y sustanciosos del mismo Bernanos, que hacen realística aquella advertencia, dando lugar a una hermenéutica de gran sintonía entre quien comenta y quien es comentado, que vale asimismo como introducción a su obra y al contexto literario y cultural de la Francia de comienzos del siglo pasado, con tantos nombres notables (Leon Bloy, Paul Claudel, Charles Peguy, etc).

Von Balthasar, a quien su amigo Joseph Ratzinger considera uno de los hombres más cultos de su tiempo, aquí lo rubrica. Sorprende en efecto cuánto su gigantesca obra teológica es compatible con tan abundante conocimiento de autores y de la literatura incluso de un país que no es el suyo. La clave puede estar en el modo de pensar de este teólogo alemán, siempre proclive a una cultura encarnada, lo que le acerca y explica su pasión por Bernanos.

Como señala el propio autor en la Introducción, no hay aquí ninguna intención de canonizar al escritor francés ni de mostrarlo como un “teólogo laico”, pero sí como un pensador cristiano, que no se nutría de manuales de teología sino del puro catecismo, de una oración ardiente, de la recepción de los sacramentos, de la herida cotidiana que le infligía un mundo ciego, así como de una fe viva, capaz de responder a todas las terribles preguntas que le planteara la existencia. En el fondo, el propósito que gravita en el centro de este estudio es la Iglesia –lo confiesa el mismo Von Balthasar– tal como fuera ella “fuente de felicidad” para Bernanos.

Jamás puso en duda su catolicidad (“en la Iglesia estoy en mi casa...no padezco inquietud...aquí nací”), lo cual no debe instarnos, decía Bernanos, a un orgullo que farisaicamente reclama reverencia –pues es una situación que no elegimos nosotros mismos– sino más bien a exclamar con humildad: “Soy cristiano, recen por mí”.

Su preocupación por el hombre, en cuanto encarnación de la cultura, muestra en Bernanos un adelantado de esa otra gran figura, del mismo siglo hacia sus finales, que fue Karol Wojtyla. En ambos, en efecto, se hace siempre conciencia viva aquello que proclamó san Juan Pablo II en su visita a la Unesco (1980) y que marcó la obra de su pontificado: “el hombre es el único sujeto óntico de la cultura”.

Por ello también aparecen constantemente trazos de una preocupación, que Von Balthasar subraya de modo particular, relativa a la claudicación del hombre contemporáneo frente a los sistemas, a los que adora porque le evitan el riesgo cotidiano del juicio. El sistema juzga y elige por el hombre, creando un impacto en su interioridad de consecuencias individuales y sociales incalculables. Es el escenario dominante del “conformismo” que, como Leon Bloy, repele fuertemente Bernanos, a lo mejor con más arte.

En siglos anteriores, glosa Von Balthasar citando a Bernanos, “las transformaciones morales, sociales y políticas operaban muy lentamente”, a la medida del hombre, el cual “ante cada nueva crisis encontraba reflejos de defensa o adaptación que, en circunstancias similares, habían servido a sus antepasados”. Esta adaptación hoy está cuestionada. La tragedia de la nueva Europa (podemos situar el diálogo imaginario Bernanos-Von Balthasar, en este punto, hacia mitad del siglo pasado)

es precisamente la inadaptación del hombre y del ritmo de la vida que ya no se mide según los latidos de su corazón, sino por la rotación vertiginosa de las turbinas, que por su parte se aceleran sin cesar (indiferentes además al bien o al mal), con lo que la adaptación parece cada vez menos posible (...). Asistimos no al fin natural de una gran civilización humana sino al nacimiento de una civilización inhumana, que no podría establecerse más que a cambio de una vasta, inmensa y universal esterilización de los altos valores de la vida.

La imposición de realidades de orden cuantitativo, el dinero y el número, el psicologismo que tecnifica el espíritu, doblegan el juicio y la conciencia del hombre libre en lo más profundo de sí mismo, comenta aquí Von Balthasar, y destruyen el sentido de libre responsabilidad, hecho de grandeza y de paz, que viene a ser sustituido por el marco que describe esta constatación del escritor francés: “Obediencia y responsabilidad, he ahí las dos Palabras Mágicas que abrirán mañana el Paraíso de la Civilización de las Máquinas”.

Desde aquella era de las turbinas, agreguemos, que caracterizan el mundo de la Revolución Industrial y de las dos guerras mundiales, hasta el actual imperio global dominado por el paradigma tecnocrático, la exaltación y dependencia de la tecnología con su lógica de poder ilimitado y, finalmente, la comprensión del ser humano desde un relativismo puramente práctico (Laudato Si’, n.122), se han movilizado fuerzas que el hombre ha sido cada vez menos capaz de advertir. Con la ironía que maneja graciosamente (y no lejos de la intuiciones de Ernst Jünger) así anuncia Bernanos este trágico escenario: “La única especie de vida interior que el hombre Técnico podrá permitirse será solo la de una modesta introspección, controlada por un médico, capaz de desarrollarle el optimismo, gracias a la eliminación, hasta sus raíces, de todos los deseos irrealizables en este mundo”.

Entre otros trazos a destacar no debería quedar aparte el dueto en que estos dos gigantes abordan la cuestión de la moral casuística, en la lucha entre deber e inclinación (hablan de un “kantismo jansenista”). “Yo solo digo que a medida que se debilita el honor cristiano, la casuística abunda y sobreabunda”, registra Georges Bernanos.


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