Jenny Erpenbeck
Anagrama, 2018
Barcelona. 332 págs.
Leer este libro sobre una realidad en Alemania, específicamente sobre Berlín, ahora que nos acercamos a conmemorar los treinta años desde la caída del muro, es una oportunidad para actualizar drásticamente las perspectivas.
Jenny Erpenbeck nació en Berlín oriental en 1967, y sus novelas se caracterizan por abordar la historia doméstica desde un tratamiento verosímil, logrando que el lector se vea inmerso en una realidad que conmueve justamente por no ser emotiva. Esta vez, el tema es la contingente crisis migratoria.
En “Yo voy, tú vas, él va”, este fenómeno social está narrado desde la perspectiva de Richard, un profesor de filología clásica recién retirado y viudo, quien ante la pregunta de qué hacer ahora con su tiempo, se adentra en la reflexión acerca de la invisibilidad de lo que tenemos frente a los ojos. Un día, al sentarse a ver las noticias de la tarde, se da cuenta que pocas horas antes, mientras paseaba por la Alexanderplatz inmerso en sus cavilaciones, pasó por el lado de un grupo de refugiados africanos en huelga de hambre, a los que no vio: diez hombres sentados en silencio, con un cartel que justamente decía “Nos hacemos visibles”.
Partiendo de la mera curiosidad, se propone acercarse a estos hombres, entrevistarlos para entender su situación. Se lo plantea como su nuevo proyecto, para el que se da cuenta que necesita prepararse, puesto que, a pesar de su elevada formación cultural, prácticamente no sabe nada de África. Lee una serie de libros y elabora “un catálogo de preguntas para las conversaciones que quiere tener con los refugiados”. La lista es desoladora:
¿Dónde se crio usted? ¿Cuál es su lengua materna? ¿Qué religión profesa? ¿Cuántos miembros formaban su familia? ¿Qué aspecto tenía el piso o la casa donde creció? ¿Cómo se conocieron sus padres? ¿Tenían televisor? ¿Dónde dormía usted? ¿Qué había para comer? De niño, ¿cuál era su escondite preferido? ¿Fue a la escuela? ¿Qué ropa llevaba? ¿Tenía animales domésticos? ¿Aprendió algún oficio? ¿Tiene hijos? ¿Cuándo se fue de su país? ¿Por qué? ¿Mantiene el contacto con su familia? ¿Con qué objetivo se marchó? ¿Cómo se despidió? ¿Qué se llevó? ¿Cómo imaginaba Europa? ¿Qué cosas no son como las imaginaba? ¿Cómo pasa el tiempo? ¿Qué es lo que más echa de menos? ¿Qué desea? Si tuviera hijos y se criaran aquí, ¿qué les contaría sobre su país? ¿Puede imaginarse envejeciendo aquí? ¿Dónde quiere que lo entierren?
Pero los hombres no son casos, son vidas. Y sin mayores giros dramáticos ni énfasis altruistas, la autora nos guía en la transformación del protagonista, pasa desde ese no ver –o no querer ver– a la compenetración y real empatía. Al encuentro concreto con el otro, su ser y su circunstancia, que necesariamente deben acabar por transformar mi propio ser y circunstancia.
El camino que experimenta Richard desde él al otro se narra junto a todos los elementos concretos que afectan la realidad migratoria. Las leyes inaplicables, las vicisitudes de la convivencia intercultural e interreligiosa, la dignidad que otorga el trabajo, la profunda soledad, la muerte, separación de la familia, desesperanza, el choque con las convicciones, con el statu quo.
El título, de hecho, alude a lo único que el estado auspicia para estos refugiados: clases de alemán. Conjugación de este verbo transitivo que a la vez resume la travesía de los refugiados, que en Chile tantas veces hemos conocido sobre todo a través de las noticias: huida de países asolados por la guerra o la pobreza, viajes en condiciones imposibles hacia Europa o incluso hacia nuestro país, ingresos rechazados, imposibilidad de asentamiento, de trabajar. Personas que dejan de pertenecer a un lugar y un sinnúmero de factores les impiden pertenecer realmente a otro.
El título hace referencia también a las existencias paralelas. Yo voy por aquí, tú vas por allá, él va por acá. Quizás hacia la misma dirección, pero voy yo, vas tú y va él. Va Richard en su búsqueda por un sentido a esta nueva etapa de su vida, y de repente se permite, no solo cruzar caminos, sino acabar compartiendo caminos con personas que una vez le fueron invisibles. Nos enfrentamos a un relato que aborda, desde una ficción demasiado real, el proceso de transformación y conversión que se vive cuando salimos de nosotros mismos.
El lector debe prepararse para sentirse interpelado y cuestionado. “Yo voy, tú vas, el va” es un libro que hace honor a la gran misión que tiene el arte: “El arte, en todas sus expresiones, cuando se confronta con los grandes interrogantes de la existencia, con los temas fundamentales de los que deriva el sentido de la vida, puede asumir un valor religioso y transformarse en un camino de profunda reflexión interior y de espiritualidad”, decía Benedicto XVI en el encuentro que sostuvo con los artistas en noviembre del 2009. Jenny Erpenbeck logra esto no apostando por la belleza, sino solo sumergiéndose en el hoy de gran parte de la humanidad.