Celebrar el año del rosario es una confirmación más que la Virgen María es el punto humanísimo en el cual el acontecimiento de Cristo es puesto a salvo de todas las reducciones a las que se somete en la cultura actual y, a la vez, proponer una verdadera escuela contemplativa desde donde se puede recordar, comprender, configurarse, rogar y anunciar a Cristo con María.

El anuncio del año del rosario y la lectura de la carta Apostólica del Papa (Rosarium Virginis Mariae = RVM), que reafirma el gran valor espiritual de esta oración que sintetiza el Evangelio, me han hecho recordar un diálogo presente en el libro del conocido apologista y escritor inglés Robert Hugh Benson “El amo del mundo[1]. Con decenios de anticipación (1907) Benson, uno de los más destacados conversos del anglicanismo al catolicismo (era hijo del primado de la iglesia anglicana y este año es el centenario de su aceptación en la Iglesia católica, acontecida en 1903), descubre algunos aspectos hacia los cuales se va encaminando nuestra sociedad. Nos conduce en un mundo en el cual el hombre ha alcanzado los extremos confines del progreso natural e intelectual, donde todo está mecanizado y programado hacia un único y gran proyecto: el triunfo del Humanitarismo, en el cual “la filantropía toma el lugar de la caridad; la satisfacción sustituye a la esperanza y la fe es derribada por la cultura[2]. Los rasgos de esta sociedad global que también el reciente documento de la Santa Sede sobre el New Age [3] ayuda a descubrir de manera tan actual, identifican una nueva religiosidad sin Dios y donde el hombre disputa a Dios el dominio del mundo. La obra de Benson describe proféticamente la fascinación de una imposible armonía y progreso capaz de volver al hombre dueño del mundo y de la naturaleza. En este escenario de tipo totalitario el cristianismo se reduciría a una inocua moral privada para ser insertado como elemento no discordante en el nuevo orden mundial de la globalización y de lo políticamente correcto.

En este nebuloso paisaje se mueven los personajes descritos por Benson, sobre todo Juliano Felsenburgh, figura que más que cualquier otra encarna la idea de que la vida ya no es el don de Otro, una gratuidad para custodiar, sino un objeto para poseer, manipular e instrumentalizar.

Otro personaje es Percy Franklin, un sacerdote internamente dividido por la intensa lucha que ve, a ratos, vacilar su fe, para después confirmarse más viva y verdadera. Justamente al Padre Percy pertenece el diálogo que ha suscitado en mí la asociación entre el rosario y este libro. El Padre Percy se encuentra frente al Papa y se expresa sobre la situación que la Iglesia atraviesa durante la persecución que se ha desatado diciendo:
“Al final, casi con toda seguridad, el Humanitarismo triunfará, vistiéndose de los hábitos de la liturgia y del sacrificio: después de esto, sin la intervención de Dios, la Iglesia perecerá”.

Temblaba. Se apoyó en una silla para encontrar alivio.

“Sí hijo mío. Y ¿qué se podría hacer?”

Percy dejó caer sus manos.

“Santo Padre: la Misa, la oración y el rosario. Estas son las primeras y las últimas cosas. El mundo niega su poder; sin embargo es en todo esto que el cristiano debe encontrar apoyo y refugio. Todas las cosas en Jesucristo ahora y siempre. Ningún otro medio puede servir: El debe hacerlo todo, porque nosotros no podemos hacer nada”

La blanca cabeza del santo padre se inclinó, en señal de aprobación” [4] .

El poder del rosario 

Quizás alguien, frente a la iniciativa del Papa Juan Pablo II de reafirmar la validez del rosario y de publicar un documento para ese propósito, habrá pensado que se trata sólo de una iniciativa menor de un Papa en el ocaso de su pontificado; una “pietista” digresión en medio de los verdaderos e importantes pronunciamientos e intervenciones acerca del nuevo orden mundial o de la economía global. No han faltado, y me ha tocado oírlo personalmente, quien mostrando una absoluta pobreza de mente y de corazón, ha divisado en la iniciativa del Santo Padre una hábil operación comercial, puesto que con la “modificación” de la oración del rosario al cual se han añadido los misterios luminosos, estaría obligando a comprar “las nuevas coronas” con el consiguiente aumento de ventas. Exactamente lo que decía el Padre Percy: “El mundo niega su poder, y sin embargo, es en todo esto que el cristiano debe encontrar apoyo y fortaleza”.

Pero, ¿es realmente tan “poderoso” el rosario? Si tomamos nota de las solas intervenciones magisteriales que se ha sucedido en estos dos últimos siglos habría que responder afirmativamente. No se trata por cierto de sacar de una observación cuantitativa, apuradas conclusiones teológicas y desproporcionadas respecto a la jerarquía de la verdad. Por ejemplo no existe ninguna encíclica sobre la oración del “Padre Nuestro” y, sin embargo, este es el modelo y el contenido de toda la oración cristiana, brotada del corazón del Hijo, para los hijos. ¿Dónde está, entonces, la peculiar fuerza de este “método”, que, como el mismo Juan Pablo II ha querido recordar, “es válido” también porque respeta nuestra naturaleza y sus ritmos vitales desatando la dinámica sicológica propia del amor? (RVM, nº 27). La respuesta creo que se encuentra ya en las primeras líneas del documento pontificio: “El rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la oración de María su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor” (RVM, nº 1).

Poderoso porque posee un baricentro cristológico 

El rosario es “poderoso” porque posee un baricentro cristológico. Al centro de cada Ave María está el nombre de Jesús. Corazón de toda la peregrinación de la fe que el rosario nos hace recorrer, está la obra redentora de Cristo que justamente en el corazón y a partir del corazón de María ha tenido su primer y más espléndido fruto (Cf. Sacrosanctum Concilium, nº 103). Sacar a Cristo del centro de gravedad de la fe de la Iglesia significa el derrumbe de todo el edificio mismo de la fe. Esta es la acción del anticristo, o del amo del mundo que lúcidamente describía Benson en su novela donde divisaba ese humanitarismo totalitario identificado con un pensamiento único, agnóstico y demo-liberal que vaticina un gobierno mundial y que, como ha escrito el filósofo italiano Augusto Del Noce, hace que hoy día el catolicismo “no sea perseguido, sino más bien, absorbido”, convirtiéndolo así en una mera sección de rito católico del ecumenismo agnóstico-humanitario mundial.

El ya citado documento Vaticano sobre el New Age, frente a la disyuntiva introducida sobre la elección entre Cristo y el acuario, reafirma con absoluto gozo que “el único fundamento de la Iglesia es Jesucristo, su Señor. Él es el centro de cada acto cristiano y de cada mensaje cristiano. Por esto la Iglesia vuelve continuamente al encuentro con su Señor” (nº5).

Resulta sumamente interesante por lo tanto leer la carta apostólica del Santo Padre Rosarium Virginis Mariae, sobre el entramado de la que es la mayor herejía de nuestro tiempo tan magistralmente anticipada por Benson y que se encuentra esbozada en el documento sobre el New Age: “La Nueva Era que ahora está amaneciendo estará poblada de seres perfectos, andróginos, que estén al mando total de las leyes cósmicas de la naturaleza. En este escenario, el cristianismo tiene que ser eliminado y dejar paso a una religión global y a un nuevo orden mundial” (Ibid. Capítulo 4).

El rosario es poderoso porque, en su sencillez, vuelve a vencer sustantiva y metodológicamente todas las herejías contestando a esa serie de preguntas que el New Age pone a la conciencia cristiana: ¿Existe un solo Jesús o los hay por millares? ¿Dios es un ser con el cual entramos en relación o es algo para usar o una fuerza para volvernos más poderosos? ¿Existe un solo ser universal o existen muchos individuos? ¿Nos salvamos por nosotros mismos o la salvación es un don gratuito de Dios? ¿Inventamos la verdad o la recibimos? Cuando rezamos, ¿nos dirigimos a nosotros mismo o a Dios? ¿Tenemos la tentación de negar el pecado o aceptamos su existencia? ¿Estamos animados a rechazar el sufrimiento y la muerte o a aceptarla?

Como oración de los humildes, el rosario ilumina de manera contemplativa este sustancial desafío puesto al corazón de la fe. Llevados de la mano de la Virgen Madre somos conducidos, sin los humos de la arrogancia ideológica, a reconocer al Dios creador del cielo y de la tierra y fuente de toda la vida personal, como aquel que trinitariamente entra en la historia personal de una muchacha de Nazareth, no como una fuerza o energía de base, sino como “amor que es absolutamente diferente del mundo y que, sin embargo, está presente de manera creativa en cada cosa y conduce a los seres humanos a la salvación”. María hace la experiencia de un encuentro personal con el Totalmente Otro, en el cual no se anula, ni se vacía su yo humano y femenino, aún reconociéndose como la sierva sobre la cual descansa la mirada del Altísimo.

Su Hijo, el fruto bendito de su seno, cantado así decenas y decenas de veces, nada tiene que ver con tantos sabios, iniciados y avatares de los cuales abunda la mentalidad dominante. En el rosario, simple y poderosa síntesis del Evangelio, Jesucristo es Jesús de Nazareth. El hijo de María es el único Hijo de Dios, verdadero hombre y verdadero Dios, la plena revelación de lo que no son ya “misterios desconocidos” para conocimiento de unos pocos iniciados e iluminados, sino acontecimientos gozosos, puesto que la cercanía de Dios con el hombre se da dentro de la historia; luminosos porque desvelan los grandes secretos de Dios no como una gnosis, sino como realidades que brillan en el rostro de Jesús; dolorosos porque sólo en el ágape de la cruz el amor y la verdad se vuelven un don concreto; y gloriosos porque el destino que espera al hombre es de comunión y de plena participación con la Trinidad gloriosa. Estos sucesos se han realizado primeramente en la vida de María. La vida de la Virgen ha sido el primer rosario desgranado en el transcurrir de los días, en el seguimiento de lo que le había brotado en el vientre y no en la gnosis de su mente. Rosario peregrinado detrás de un Hijo que no siempre se podría entender, casi como si se tratara de un teorema, pero a quien se debía obedecer “guardando y meditando todas las cosas en su corazón” desde Nazareth a Caná, desde la cruz hasta la mañana de Pascua sobre el telón de fondo de una tumba vacía.

La salvación que María experimenta es muy distante de ese pelagianismo difundido que reduce a autocumplimiento, autorrealización y autorredención el modo de comprender la naturaleza humana. Ella es la primera de los redimidos porque hace coincidir toda su salvación en la participación íntima a la pasión, muerte y resurrección de Cristo y por una relación personal directa con Dios, más que sobre una técnica de conquista de Dios. El rosario todo esto nos lo enseña bajo la guía de María, plenamente salvada, “llena de gracia” porque ha sido sustraída a la corrupción del pecado no como transformación autoinducida de la conciencia, sino como acto amoroso que salva gratuitamente. Por esto puede rezar “por nosotros los pecadores”, porque la experiencia de la salvación obtenida la mueve hacia una solidaridad amorosa con el prójimo.

En verdad la escuela del rosario consiste en la apertura de la propia vida a aquel que se ha definido a sí mismo “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). La verdad no se conquista con un esfuerzo prometeico de sustraer el fuego a los dioses, sino se acoge como “uno entre nosotros, según la extraordinaria síntesis agustiniana contenida también anagramáticamente en la frase latina: “Quid est Veritas? Vir qui adest” (¿Qué es la Verdad? Uno entre nosotros). Con el rosario se cumple un verdadero éxodo del yo hacia el Tú de Dios, de acuerdo con la doble orientación de la oración cristiana que es también introspección, pero, y por sobre todo, es encuentro con Dios. María cuando entra en diálogo con el mensajero celeste (dialogizeto, esta es exactamente la palabra griega usada en el texto de Lucas 1, 29), éste experimenta la turbación y empieza a rezar (a dialogar) justamente a partir de la pregunta por lo que ese saludo significaba. La oración que busca el significado no se agota en la introspección de la propia capacidad de alcanzar lo divino, sino que empieza a salir de sí para llegar a ser un “Fiat” (Hágase), o sea: se cumpla en mí lo que Tú has pensado de mí. La oración es un dejarse hacer por Dios, modelar por su Espíritu que obra sobre nosotros y dentro de nosotros. La oración o llega a ser el Sí dicho a Otro o no es oración cristiana. A todo esto el rosario nos educa, llevándonos de la mano en este incesante éxodo desde la tierra de la esclavitud a la patria del Amén, del sí pronunciado en el gozo y en el dolor a aquel que es el Destino del hombre.

Rezando el rosario no escapamos del dolor y de la muerte, inutilidad a la que aparentemente se puede hacer frente con unos fáciles métodos para alcanzar el éxito: evolucionismos de sucesivas reencarnaciones e ilusiones utopísticas de una medicina holística que entregará la receta para los males del hombre y del mundo. El rosario nos hace recordar el “ahora”, tejido de fragilidad; la “hora de nuestra muerte”, como apertura a la eternidad en la que nos socorre Aquella que ya ha pasado del “ahora” al gozo de su Señor, que ha vencido definitivamente la muerte. Nos hace invocar la liberación del mal: “líbranos de nuestro mal”, fiándonos del Padre que no deja caer ni siquiera un pelo de nuestra cabeza sin que esto tenga una resonancia en su corazón. El rosario nos hace recorrer, sin eufemismos y dulzonas mistificaciones, el misterio de la muerte y del dolor acogidos como un cáliz amargo, pero que bebido junto a Cristo en la obediencia a la voluntad del Padre, se vuelve redentor. Qué poderoso llega a ser el rosario sobre todo en las manos del enfermo, del sufriente, del angustiado y del pobre.

Este es el poder del rosario, “dulce cadena que nos une a Dios”; o sea, que nos hace decir “Heme aquí”, soy tuyo(a). Esto hace añicos los presupuestos ideológicos del Homo faber sui (Hombre autoconstructor de sí mismo) y te restituye a la condición verdadera de criatura e hijo contra todo esto el “amo del mundo” no puede hacer nada.

María: ley de totalidad

Celebrar el año del rosario es una confirmación más que la Virgen María es el punto humanísimo en el cual el acontecimiento de Cristo es puesto a salvo de todas las reducciones a las que se somete en la cultura actual y, a la vez, proponer una verdadera escuela contemplativa desde donde se puede recordar, comprender, configurarse, rogar y anunciar a Cristo con María. Son cinco verbos que en el documento pontificio trazan un verdadero itinerario catequético-orante, con un marcado centro cristológico que hace de esta oración un método válido. Esta capacidad enorme de síntesis que encierra el misterio de María hace de ella una clave privilegiada para entender la lógica de lo divino y de lo humano, una aproximación existencialmente densa a la totalidad de la economía de la salvación, que es historia de Dios e historia del hombre desplegada desde la creación hasta su consumación futura. Con gran fuerza pudo por eso afirmar san Juan Damasceno, a quien en Oriente llama “sello de los Padres”, que “El nombre de María contiene en sí todo el misterio de la economía de la Encarnación[5]. Quien desconoce a María termina por no entender más a Dios y a los hombres. Quien la ignora extravía el sentido antropológico y teológico del cristianismo, permanentemente encerrado en la relación hombre-mujer en la cual se ha manifestado la Encarnación del Hijo de Dios. ¿No es acaso esto lo que querían decirnos los obispos en Puebla cuando escribieron: “por medio de María, Dios se hizo carne; entró a formar parte de un pueblo; constituyó el centro de la historia. Ella es el punto de enlace del cielo con la tierra. Sin María el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista” . El evento Cristo está íntimamente ligado al “Misterio de la mujer”. La plenitud del tiempo, como momento cumbre de todo el despliegue de la economía de la salvación, nos recuerda el apóstol Pablo, tiene en el “nacer de mujer” (Gál. 4,4) su concreta condición y su causalidad para recuperar nuestra condición de hijos y nuestro rescate de la ley.

Puede decirse, entonces, recurriendo a las palabras del teólogo ruso Pavel Evdokimov, que la historia de María es “un compendio de la historia del mundo, es su teología reunida en una sola palabra”, y también “que ella es el dogma viviente, la verdad sobre la criatura realizada” María remite a la totalidad del Misterio y, al mismo tiempo, lo refleja en sí misma. En Ella asoma la totalidad en el fragmento, como en lo bello. Por eso si aplicamos con coherencia esta “ley de totalidad” a la reflexión sobre María y el rosario, podemos contemplarla como un precioso icono del Misterio.


Notas 

[1] Benson H. R., Il padrone del mondo. Jaka Book, Milano 1987.
[2] Ib., pág. 140.
[3] Consejo Pontificio de la Cultura – Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso: Jesucristo portador el agua viva: una reflexión cristiana sobre el “New Age”.
[4] Il padrone del mondo, pág. 142.
[5] Juan Damasceno (san). De Fide ortodoxa 3,12: PG 94.1029.

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