Esa forma de Pedagogía de alto estilo la promovió Guardini desde su juventud. Nunca se contentó con ofrecer a los jóvenes horizontes estrechos, miopes, superficiales. Su afán era siempre ir a lo hondo, estudiar los problemas profundamente y resolverlos por vía de elevación. Guardini fue un testigo ejemplar de la verdad en un tiempo de especial tribulación. Su legado intelectual puede ayudarnos no poco a clarificar nuestra existencia en el momento agitado en que vivimos.

Desde hace unos años estamos viviendo un acontecimiento del mayor interés cultural y religioso: la revitalización de la figura de ese pedagogo de alto estilo que fue Romano Guardini. Con la energía y la luz que desprendían sus clases, homilías y libros, varias generaciones se abrieron con asombro al análisis de grandes filósofos y escritores –Platón, San Agustín, Pascal, Hölderlin, Dostoievski–..., descubrieron la emoción singular de la vida litúrgica [1], se adentraron maravillados en lo más hondo de la personalidad de Jesús [2].

La reedición de sus obras

Para que las nuevas generaciones puedan vivir esa experiencia transformante, se han publicado últimamente en español varias de sus obras más significativas, entre las que figuran dos obras póstumas: la magna Ética [3] y La existencia del cristiano [4]. Es ya una gran fortuna que miles de personas, afanosas de ganar un nivel de excelencia espiritual, puedan leer las páginas memorables en las que Guardini nos descubre, con su admirable estilo, el sentido profundo de la alegría [5], el carácter ascendente de todas las etapas de la vida, incluida la senectud [6], la elevación espiritual que experimentan los creyentes al orar, es decir, «al ir hacia Dios con toda el alma» [7]... Pero, actualmente, ese don se incrementa sobremanera pues conocemos la intimidad personal del autor –gracias a la edición póstuma de varios escritos autobiográficos [8]– y podemos leer sus obras con mayor hondura intelectual y más intensidad de sentimiento.

Hoy sabemos que Guardini vivió en una continua búsqueda, y a través de dificultades de todo orden –renuncias, enfermedades, incluso abiertas persecuciones por parte del nacionalsocialismo– perfiló un estilo sobremanera persuasivo de pensar y de expresarse. Esta ejemplaridad he querido plasmarla en las obras Romano Guardini, maestro de vida y La verdadera imagen de Romano Guardini, así como en las Introducciones a ocho obras de Guardini publicadas últimamente.

En ellas resalta la lucidez con que el maestro de Verona, tras un breve alejamiento de la fe en la juventud, volvió a la práctica religiosa por el presentimiento de que late una grandeza sobre humana en las páginas del Evangelio. La energía que alberga la frase –aparentemente paradójica– «El que conserve su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la ganará» (Mt 10, 39) lo impulsó a sumergirse de lleno en el ámbito del misterio cristiano. Su vida posterior fue una afanosa búsqueda de la verdad.

La verdad de la vida humana, en todas sus facetas, sabe Guardini hacerla resplandecer en párrafos de una lúcida expresividad. «El hombre necesita de la oración para permanecer sano espiritualmente –escribe en la bellísima Introducción a la vida de oración–. Pero la oración sólo puede brotar de una fe viva. Y la fe, a su vez, sólo puede ser viva si se ora...». «... A la larga no se puede creer sin orar, como no se puede vivir sin respirar» [9]. Orar es detenerse a hablar con Dios para que «la fuerza de Dios entre en nuestra alma» [10].

En El Señor –obra cuya reedición tanto hemos añorado– nos hace vivir Guardini de modo impresionante el espacio de presencia abierto entre los hombres y Dios por el Espíritu Santo: «Al abandonar Jesús el ámbito de la existencia visible e histórica, se forma en virtud del Espíritu Santo el nuevo ámbito cristiano: la vida interior de los creyentes y de la Iglesia, mutuamente vinculados y unidos» [11].

La Ética –últimas lecciones de filosofía dadas en la universidad de Munich– nos ayuda a descubrir por nosotros mismos que «el conocimiento del bien es motivo de alegría» [12] y que «la vida del espíritu se realiza en su relación con la verdad, con el bien y con lo sagrado» [13]. «Sólo en la realización de la verdad alcanza la persona su sentido, porque ella está referida por naturaleza a la verdad. Existe para la verdad, como posibilidad permanente de realizarla. (...) Persona y verdad están unidas esencialmente» [14].

En las Cartas sobre la formación de sí mismo, Guardini nos hace ver a qué alturas puede elevarse nuestra vida cotidiana cuando damos la debida calidad a nuestras actitudes: «Debemos intentar que nuestro corazón esté alegre. No divertido, que es otra cosa. Ser divertido es algo externo, hace ruido y desaparece rápidamente. Pero la alegría vive dentro, silenciosamente, y echa raíces profundas» [15].

El opúsculo Sólo quien conoce a Dios conoce al hombre nos ofrece la clave del pensamiento antropológico de Guardini: «El hombre sabe quién es en la medida en que se comprende a partir de Dios» [16]. La meta de toda la producción de Guardini fue descubrir la grandeza que adquiere el hombre al vivir vinculado a Dios. El hombre es de veras grande cuando está inquieto hasta que repose en el Creador del que procede. Antes de entrar en coma, Guardini recitó una vez y otra durante una hora la sentencia de San Agustín: «Nos has hecho Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Ti [17]».

En Mundo y Persona expone Guardini de forma precisa su idea relacional de la persona. «Aquí se trata del hecho ontológico de que no puede darse una persona a solas (...). El hombre se halla esencialmente en diálogo. (...) La vida espiritual se realiza esencialmente en el lenguaje. El lenguaje no constituye un medio por el cual se comunican acontecimientos; (...) es el ámbito de sentido en el que todo hombre vive» [18].

El contraste, la obra más académica de Guardini, marca «la medida y el ritmo» de todos sus escritos, pues asienta las bases de su pensamiento relacional, que tiende a ver como «contrastes» que se complementan ciertas realidades o aspectos de las mismas que parecen opuestos cuando no se actúa de forma creativa. El secreto del carácter eminentemente positivo del pensamiento de Guardini consiste en haber descubierto tempranamente que, cuando vivimos de forma creativa, advertimos que libertad y normas, independencia y solidaridad, identidad personal y apertura al entorno... son aspectos de la vida complementarios, no contradictorios.

En La existencia del cristiano –últimas lecciones teológicas dadas en la universidad de Munich–, Guardini pone de manifiesto el «valor vital» de los Dogmas. La descripción del sentido del «paraíso terrenal» sorprende por la luz que arroja sobre lo más hondo de nuestra vida [19]. «El paraíso se perdió para siempre. No puede ser conquistado de nuevo. Este hecho reviste, por de pronto, el carácter de pérdida de una plenitud de valores a la que jamás nos resignaremos, con todo lo que lleva consigo de privación y de tristeza. Pero tiene también el carácter de culpa. El paraíso se perdió porque el hombre traicionó la confianza de Dios» [20].

Enseñanzas de Guardini para el momento actual

El magisterio de Guardini sigue teniendo en la actualidad una gran vigencia pues la crisis de nuestra época es afín en buena medida a la que conmovió al pueblo europeo durante el período de entreguerras. Había perdido el ideal de la Edad Moderna y debía sustituirlo por otro que fuera realmente creíble y fiable. La juventud se hallaba desilusionada, y había que abrirle horizontes entusiasmantes. Ésta es, asimismo, nuestra tarea hoy día, y, para realizarla, bien haremos en recordar cómo la abordó Guardini.

1. No perdió tiempo ni malgastó energías en proferir quejas y reproches. Inició una labor de edificación espiritual de gran aliento:

–Mostró la riqueza que alberga la actividad litúrgica cuando se retorna a las fuentes del Cristianismo y se vive hondamente la proclamación de la palabra, la experiencia de los gestos simbólicos, la oración comunitaria, la actitud oblativa del Salvador.

–Invitó a los jóvenes a superar los prejuicios intelectuales que había heredado de la Edad Moderna y que bloqueaban su desarrollo personal. Entre ellos resalta la convicción de que la libertad y las normas, la independencia y la solidaridad, la vida personal y la vida comunitaria se oponen insalvablemente. Tal superación la intenta Guardini por la vía más radical y eficiente: fomentando la creatividad de los jóvenes, no una actitud pasiva y sumisa. Leamos Nueva Juventud y espíritu católico, Cartas para la formación de sí mismo, Cartas del lago de Como, Sobre el sentido de la Iglesia..., y veremos cómo la verdadera libertad e independencia la conseguimos al participar de realidades que nos ofrecen grandes posibilidades de crecimiento espiritual. Por eso afirma, exultante, que «un acontecimiento de enorme trascendencia tiene lugar en nuestros días: la Iglesia despierta en las almas», pues cada día son más numerosos quienes se esfuerzan por «vivir la Iglesia» y no se limitan a «vivir en la Iglesia» [21].

–Impulsado por este afán de promover la creatividad de las gentes, se afanó por romper esquemas y configurar un modo de pensar y de expresarse adecuado a las urgencias renovadoras del momento. Su estilo catequético fue considerado modélico en cuanto a su poder de acercar a los jóvenes al campo de irradiación de los valores religiosos. El psicólogo y pastoralista Josef Goldbrunner me confesó en cierta ocasión que, tras largos tanteos, descubrió el secreto de la predicación adecuada a nuestro tiempo oyendo a Guardini en la iglesia universitaria de San Luis, en Münich.

El joven Guardini había tenido motivos para el desánimo. En Maguncia no corrían vientos favorables a la renovación pastoral. Su situación personal le aconsejaba acomodarse a las circunstancias. Pero no cejó en su búsqueda de un modo de exposición fiel al magisterio eclesiástico, íntima como los mejores escritos místicos, lúcida como los mejores análisis fenomenológicos, atenta no tanto a conseguir adhesiones fáciles, cuanto a mostrar la fecundidad inagotable de la verdad.

Basta considerar que los capítulos de obras tan densas y penetrantes como Verdad y Orden, El Señor, Jesucristo; Mensaje joáneo, El sentido de la Iglesia... fueron en su origen homilías pronunciadas ante un público predominantemente joven para advertir que Guardini no intentaba llegar al público con el fácil recurso de repartir migajas, sino de compartir lo más hondo de su pensamiento y su experiencia humana y religiosa.

2. La fuerza expresiva de sus alocuciones la debía Guardini a su decisión de no «enseñar» a los oyentes los contenidos que trasmitía, sino de ayudarles a «descubrirlos» por sí mismos.

Según confesión propia, no intentaba nunca convencerlos de la verdad de lo que decía y mucho menos arrastrarlos a dar su asentimiento. Quería solamente lograr que, en el diálogo implícito que sostenía con ellos al hablarles, se iluminara la verdad del tema tratado. Por eso confiesa en su Diario [22] que encendía su inspiración observar que los oyentes vibraban con la cuestión propuesta y seguían por dentro el hilo de su discurso. De ahí que sus oyentes constituyeran para él una «comunidad», no un mero «público», un auditorio masivo.

«En primer lugar, necesitaba para cada homilía algo que me impresionara, un interrogante que me iluminase y estimulase. Todo lo demás lo desarrollaba a partir de ahí. Esto provoca una tensión que afecta también al oyente (...)» [23].

Ese interrogante básico ejercía la función de «célula germinal», que polarizaba en torno a sí la homilía entera, al modo artístico.

«En consecuencia, cada homilía, incluso la más modesta, es una creación. Cuando sale bien, es más que una simple exposición; cuando sale mal, es menos. Por eso yo dudaba a menudo de si mi forma de predicar era la correcta para una comunidad normal: el pan cotidiano de la verdad introducido en su existencia tal como ésta es realmente. En cualquier caso yo no podía hacerlo de otra forma y la dirección (providencial) que ha tomado mi vida me ha concedido la posibilidad de encontrarme en el lugar más correcto para poder desarrollar mi estilo propio de predicación» [24].

Esta intensa participación de los oyentes era promovida por la vinculación que establecía Guardini entre los diferentes puntos de la alocución. Comienza exponiendo el tema, por ejemplo la afirmación de que «el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (1 Jn 4, 7-10). Luego se pregunta qué ha de entenderse por amor. Expone diversos conceptos de amor, y considera perfecto el que entraña un modo estrecho de unión y una forma de participación comprometida. Luego aplica este concepto cabal de amor al texto bíblico a fin de dejar patente su sentido más hondo. Al preguntarse cómo puede Dios amar a realidades infinitamente inferiores a Él y de las que no tiene necesidad alguna, advierte que nuestros conceptos, por depurados y elevados que sean, resultan insuficientes y debemos acudir a la Revelación a fin de pensar a Dios desde Él mismo.

«Creer no significa juzgar desde lo humano a Aquel que se nos revela, sino recibir Su palabra y hacer que todo pensamiento y juicio partan de Él» [25].

Al realizar este cambio de actitud, reconocemos gustosamente que el único Dios real es el que, según la palabra revelada, ama al hombre libremente y tan en serio que para salvarlo envía a su Hijo y lo entrega a un destino adverso. Este reconocimiento inspira la exhortatio final. Ese destino, aceptado por Jesús con todo el corazón, ha de ser nuestro destino, pues también nuestra vida ha de estar impulsada por el amor de Dios, que es nuestro origen y nuestra meta.

«Hermanos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (1 Jn 4, 7).

Como vemos, el discurso de Guardini está perfectamente articulado, no sólo por la coherencia lógica de los conceptos que moviliza sino, ante todo, por el vigor con que va clarificando el tema propuesto. Esa energía que unifica y vitaliza todo el razonamiento se traduce en una belleza muy honda. Es «el resplandor de la verdad», la luz singular que surge cuando una realidad aparece en toda su riqueza y armonía [26].

Al predicar, Guardini no se proponía persuadir y convencer a los oyentes, sino dejar patente el sentido profundo de lo enunciado, es decir, su verdad.

«La verdad es una fuerza –escribe–, pero sólo cuando no se exige de ella ningún efecto inmediato sino que (...) se quiere mostrar la verdad por sí misma, por amor a su grandeza sagrada y divina» [27]. «Aquí experimenté lo que dije antes sobre la fuerza de la verdad. Pocas veces he sido tan consciente como en aquellas tardes [28] de la grandeza, originalidad y vitalidad del mensaje cristiano-católico. Algunas veces parece como si la verdad estuviese delante de nosotros como un ser concreto» [29].

El sobrecogimiento que producía a Guardini verse en presencia de la verdad otorga a sus escritos y alocuciones una honda emoción. Erich Görner, el secretario a quien dictó las homilías que recoge El Señor, confiesa que le conmovía observar la «luminosidad» que irradiaba su rostro al dar forma a sus pensamientos [30].

3. El intento de Guardini de configurar, a la luz de la fe católica, una concepción de la vida que orientara y enardeciera a los hombres de su tiempo conserva hoy toda su vigencia. Seguimos sin un ideal auténtico que dé pleno sentido –es decir, una recta ordenación– a nuestra vida y encamine la marcha de la sociedad hacia metas fecundas. Nuestra tarea es, por tanto, configurar –ante el declive de la modernidad– un hombre nuevo, una época nueva, un estilo nuevo de pensar, sentir y querer.

Para ello necesitamos una Pedagogía que ahonde al máximo en las cuestiones filosóficas decisivas para descubrir claves de orientación lúcidas, de las que niños y jóvenes puedan extraer pautas de conducta certeras. Contamos, sin duda, con notables pedagogos. Pero advertimos que suelen orientarse más bien hacia el cultivo de la ciencia que al de la filosofía. Nos preocupa esta tendencia, pues bien sabemos que, más que una ciencia, la Pedagogía es un arte, el arte de «conducir a los niños», de guiarlos hacia lo noble y elevado, lo que construye su vida porque la polariza en torno al ideal auténtico, que es la creación de los modos más valiosos de unidad.

Esa forma de Pedagogía de alto estilo la promovió Guardini desde su juventud. Nunca se contentó con ofrecer a los jóvenes horizontes estrechos, miopes, superficiales. Su afán era siempre ir a lo hondo, estudiar los problemas profundamente y resolverlos por vía de elevación. A pesar de las dos hecatombes que conmovieron al mundo en sus cimientos y sembraron el desconcierto en Europa, jamás cayó en la tentación de pensar que con los jóvenes no hay nada que hacer. A mayor desolación, mayor hondura en el planteamiento se requiere. A mayor indigencia espiritual, mayor elevación de espíritu hemos de conseguir.

Este sano optimismo exigente, inspirado en un insobornable amor a la verdad, halló entre los jóvenes una acogida entrañable y fecunda. Reacción previsible, por cuanto ese amor a la verdad permitió a Guardini «manifestar ejemplarmente en hechos y palabras que se puede ser sin miedo un hombre de la cultura actual y a la vez un cristiano católico, (...) vivir en un mundo pluralista sin volverse relativista; decir el mensaje evangélico de tal modo que no sea incomprensible por adelantado para los que están fuera» [31].

Guardini fue un testigo ejemplar de la verdad en un tiempo de especial tribulación. Su legado intelectual puede ayudarnos no poco a clarificar nuestra existencia en el momento agitado en que vivimos.


NOTAS 

[1] Cf. El espíritu de la liturgia, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2000 (reedición de la versión del P. Félix García, publicada en editorial Araluce, Barcelona 1933, 21945). Versión original: Vom Geist der Liturgie, Herder, Friburgo de Brisgovia 191957. El talante simbólico de la liturgia, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2001.
[2] Véase, sobre todo, El Señor, Cristiandad, Madrid 2002. Una Bibliografía de los principales escritos de Guardini y sobre Guardini se halla en mis obras Romano Guardini, maestro de vida, Palabra, Madrid 1998, págs. 389-411, y La verdadera imagen de Romano Guardini, Eunsa, Pamplona 2001, págs. 245-264.
[3] Cf. Ética. Lecciones en la universidad de Múnich, BAC, Madrid 22002. Versión original: Ethik. Vorlesungen an der Universität München (1950-1962), 2 vols., M. Grünewald, Maguncia 1993.
[4] BAC, Madrid 1997. Versión original: Die Existenz des Christen, Schöningh, Paderborn 21977.
[5] Cf. Cartas sobre la formación de sí mismo, Palabra, Madrid 2000, p. 11. Versión original: Briefe über Selbstbildung, M. Grünewald, Maguncia 1930, p.6.
[6] Cf. Las etapas de la vida. Su importancia para la ética y la pedagogía, Palabra, Madrid 1997. Versión original: Die Lebensalter, M. Grünewald, Maguncia 71996.
[7] Cf. Introducción a la vida de oración, Palabra, Madrid 2002. Versión original: Vorschule des Betens, Benziger, Einsiedeln 61960.
[8] Entre ellos resaltan los siguientes: Apuntes para una autobiografía, Encuentro, Madrid 1992. (Versión original: Berichte über mein Leben, Patmos, Düsseldorf 1985); Wahrheit des Lebens und Wahrheit des Tuns (Verdad de la vida y verdad de la acción), Schöningh, Paderborn 1985.
[9] Cf. O. cit., p. 21; Vorschule des Betens, págs. 18-19.
[10] Cf. Cartas sobre la formación de sí mismo, Palabra, Madrid 2000, p. 68. Versión original: Briefe über Selbstbildung, M. Grünewald, Maguncia, 1930, p. 65.
[11] Cf. El Señor, Cristiandad, Madrid 2002, págs. 538-539; Der Herr, Grünewald, Maguncia 171997, págs. 511-512.
[12] Cf. Una ética para nuestro tiempo, Cristiandad, Madrid 1974, p 12. Versión original: Tugenden, M. Grünewald, Maguncia 41987, p. 10.
[13] Cf. El poder, Cristiandad, Madrid 31982, 77. Versión original: Die Macht, Werkbund, Würzburg 81989.
[14] Cf. Ética, p. 160; Ethik, p. 203.
[15] Cf. O. cit., p. 254; Briefe über Selbstbildung, p. 11.
[16] Cf. Quien sabe de Dios conoce al hombre (publicado conjuntamente con El fin de la modernidad) PPC, Madrid 1995, p. 160. Versión original: Nur wer Gott kennt kennt den Menschen, Werkbund, Würzburg 1952, p. 19.
[17] Cf. Meditaciones I, 1.
[18] Cf. O. cit., Encuentro, Madrid 2000, p. 117. Versión original: Welt und Person, Werkbund, Würzburg 1950, p. 107. Véase, asimismo, Ética, págs. 180-186; Ethik, págs. 230-239.
[19] Cf. La existencia del cristiano, págs. 98-140; Die Existenz des Christen, págs. 99-143.
[20] Cf. La existencia del cristiano, p. 132; Die Existenz des Christen, págs. 134-135.
[21] Cf. El sentido de la Iglesia, Estrella de la Mañana, Buenos Aires 1993, p. 15. Versión original: Vom Sinn der Kirche, M. Grünewald, Maguncia 1933,p.19.
[22] Cf. Wahrheit des Denkens und Wahrheit des Tuns, Schöningh, Paderborn 1985, págs. 85, 86, 91, 98.
[23] Cf. Apuntes para una autobiografía, p. 140.
[24] Cf. O.cit., p. 141.
[25] Cf. Verdad y Orden III, Cristiandad, Madrid 1960, p. 91. Versión original: Wahrheit und Ordnung III, Werkbund, Würzburg 1955, p. 486
.
[26] Este tema lo analizo con cierta amplitud en mi obra La verdadera imagen de Romano Guardini, págs. 41-53.
[27] Cf. Apuntes para una autobiografía, p. 161.
[28] Alude a las homilías que pronunció en la iglesia berlinesa de San Pedro Canisio, al atardecer, ante un público aterrorizado por los bombardeos de 1940.
[29] Cf. O. cit., p. 167.
[30] Cf. H. B. Gerl: Romano Guardini (1885- 1968). Leben und Werk, M. Grünewald, Maguncia 41995, p. 317.
[31] Cf. Karl Rahner: «Romano Guardini», en Folia Humanistica 34 (1965) 779-780.

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