Humanitas ha querido sumarse al III Encuentro de Santuarios y durante este año realizará un ciclo de reportajes titulados: “Santuarios de América” que buscará mostrar la riqueza en la fe de algunos de los Santuarios más concurridos y de mayor tradición en América.
En Perú: El “Señor de los Milagros”
Como pocas en la historia de la religiosidad popular, las celebraciones del mes del “Señor de los Milagros” congrega anualmente en Lima, durante octubre, a cientos de miles de feligreses provenientes de diversas regiones del país, que veneran desde los tiempos de la conquista española al Cristo de Pachamilla.
La historia del culto se remonta a mediados del siglo XVI, cuando, en los terrenos de Pachamilla, cercanos a la capital, se establecieron unos cuantos centenares de negros de Angola, que el tráfico de esclavos había arrojado a las playas peruanas. En una de las paredes de una construcción existente en el lugar, uno de ellos pintó la figura de Cristo. Aunque se hicieron enormes esfuerzos por borrar todo rastro de su presencia, llegando incluso a atentar contra la integridad de muro, la imagen reaparecía siempre en todo su esplendor, con sus impecables y magníficas líneas. Otra prueba que hablaba a favor de su naturaleza divina se tuvo en 1655, cuando un terremoto echó por tierra buena parte de las edificaciones. Entre lo poco que logró conservarse estaba el muro, que, cual un lienzo, reproducía la imagen de aquel Cristo agonizante que abría sus brazos para estrechar a la humanidad. Sin duda, la actitud de dolor y compasión que irradiaba despertó el fervor entre los esclavos. Este hecho marcó el inicio del culto del Cristo de Pachamilla, a quien se le atribuían tantos y tan magníficos portentos, que no se dudó en apodarlo “de los milagros”. Fama que, a esas alturas, había cristalizado en un aumento ostensible de peregrinos.
Por eso, las autoridades peruanas de la época consideraron conveniente su traslado a otro sitio, dando origen a un largo proceso judicial, en el que hasta intervino la corona española. Con la dictación de un decreto en 1727, mediante el cual se confiaba la veneración de ese Cristo al Monasterio de Nazarena, el papa Benedicto XIII puso término a los litigios.
El tema volvió a perturbar la paz del virreinato pocos años más tarde, a raíz de nuevos terremotos que asolaron Lima en 1746, con graves consecuencias. Presa de pánico, la población acudió en piadosa romería hasta la imagen del Crucificado para pedir socorro. Un devoto dispuso sacar copia de ella, colocándose en andas para recorrer la ciudad. Cuentan las crónicas que sólo entonces los movimientos cesaron, al igual que las inquietudes del pueblo limeño.
Ha transcurrido más de un centenar de años y, en cada aniversario, el “Señor de los Milagros” recorre las calles y las plazas de la ciudad colonial, abriendo sus brazos dolidos con humilde mirada, como ejemplo elocuente y sublime de que todo sacrificio lleva el germen fecundo de la reparación.
La fiesta
Octubre es de color morado para los habitantes de Lima. Cualquier devoto que se precie de tal, luce en los lugares públicos de esta hermosa ciudad –sobre todo en las iglesias- un hábito de este color en señal de su fe en el Cristo de Pachamilla. Del mismo modo, durante los tres días que dura la procesión, cada persona sigue el rito con absoluta penitencia ascética, sacramental y de sagrada comunión.
La fiesta se inicia en la madrugada del 18 de octubre, cuando el “Señor de los Milagros” sale de su templo, de las Nazarenas, para ser paseado durante todo el día y la noche por las principales calles de la ciudad. Sólo se recoge brevemente en la iglesia de la Victoria, hacia las siete de la mañana del día 19. La distancia entre ambas es de aproximadamente unos dos kilómetros, que el Cristo tarda en recorrer unas diez horas, aproximadamente. Su caminar es lento y solemne, entre los vaivenes propiciados por los cientos de miles de fieles que le cercan. La procesión continúa a las dos de la tarde, cuando llegan al parque Breña las primeras avanzadillas del hábito morado y cordón blanco. Lentamente, el símbolo de la penitencia invade los contornos del recinto para coronar los balcones y terrazas. Para entonces, los vendedores ambulantes han puesto hace rato sus tiendas sobre el verdor, aprovechando la afluencia de peregrinos y turistas curiosos.
En medio de un panorama sobrecogedor, que se pierde incluso en la moderna y espaciosa avenida Venezuela, comienza a divisarse -hacia las cinco de la tarde- la imagen del “Señor de los Milagros” escolta por los miembros de la Hermandad, quienes, en un total estimado de dos mil quinientos, han cuidado el orden durante la procesión.
Devotas señoras portan sendos pebeteros, de los que brota el humo perenne de los sahumerios. Poco después comienzan a escucharse los versos “a ti venimos en procesión… Las lágrimas se empujar en mis ojos…”, correspondientes al himno del “Señor de los Milagros” que las bandas musicales entonan con contenida pasión. Las celebraciones se extienden un día más, cuando la imagen vuelve al templo de las Nazarenas.
Según cálculos oficiales, se estima que trescientas mil personas participan de este culto, cifra que cómodamente se eleva hasta el medio millón el día de la clausura.
En Bolivia: Santuario de la Virgen del Socavón
Según el historiador Josermo Murillo Vacarreza, el culto a la Virgen del Socavón aparece en las últimas décadas del siglo XVI, es decir, aproximadamente al tiempo en que se iniciaba la veneración a la Virgen de Copacabana (Cfr. HUMANITAS nº 26, págs. 298). En ambos casos se trata de representaciones de “La Candelaria”, devoción importada por los españoles asentados en el Altiplano.
La imagen de la Virgen del Socavón fue pintada sobre un tapial que existía en las faldas de los cerros denominados “Pie de Gallo”, desde los cuales se dominaba el primer caserío de Oruro, correspondiente al actual centro histórico de esa ciudad.
Parece haber sido inicialmente un simple nicho o una ermita, que en época posterior fue transformada en una modesta capilla, para favorecer la transferencia al culto cristiano de los cultos paganos existentes en el lugar. Por la colindancia con las numerosas bocaminas existentes en el sector, de tiempo inmemorial fue particularmente venerada por los mineros, que la consideran su patrona.
Una de estas bocaminas, comunicada con la red que unía los principales centros mineros de la montaña “Pie de Gallo”, conservó por largo tiempo el nombre de “Socavón de la Virgen”; y a la imagen se le comenzó a llamar “Virgen del Socavón”.
Leyendas
A la sombra del Santuario de la Virgen del Socavón aparecen numerosas leyendas. Dos de ellas particularmente recordadas.
El Nina-Nina era un bandido que no titubeaba en asaltar y matar para quedarse con lo ajeno. Por unas de esas paradojas que se observan en cristianos que no relacionan la fe con la vida, era gran devoto de la Virgen del Socavón. Todos los sábados la iba a visitar y encendía una vela…
Con el correr del tiempo este bandido se enamora de la hija de un tal Choquiamo y un día intenta fugarse con ella. Pero, al cruzarse con su padre, se arma una lucha mortal, en la cual el Nina-Nina recibe una herida fatal.
Una hermosa señora (que resulta ser la “Virgen del Socavón”) lo socorre y lo lleva al hospital, donde muere después de haber recibido los sacramentos. Curiosamente muere el sábado de “carnaval”, en 1789.
La otra conocida leyenda es la de un hombre llamado Chiru-Chiru que se dedica a desvalijar las mansiones de los ricos para ayudar a los pobres. Le va siempre bien y atribuye su suerte a la Virgen del Socavón, de la cual es gran devoto. Su refugio es el “socavón de la Virgen”. Los que lo ven entrar y salir lo toman por un pordiosero que no tiene otro lugar para descansar.
Un día se tienta con despojar un pobre hogar. Es entones cuando la Virgen ya no lo ampara. Herido gravemente se arrastra hasta el socavón. Días después es encontrado su cadáver, bajo una maravillosa imagen de la “Virgen del Socavón”.
El Santuario
La capilla fue restaurada en varias oportunidades y ampliada. Pero durante la segunda mitad del siglo XIX, encontrándose en estado ruinoso, se estudió la construcción de un santuario definitivo, especialmente en vista a las celebraciones carnavaleras en honor de la Virgen, que estaban tomando siempre mayores proporciones.
El proyecto fue encargado al ingeniero Julio Pinkas y traído desde Brasil por el Presidente de la República, Aniceto Arce, para que se hiciera cargo de varias obras importantes.
La obra encontró problemas graves por el costo de la inversión, por las dificultades de crear el espacio necesario removiendo las grandientes rocosas del cerro y por la necesidad de construir, tomando n cuenta la inamovilidad de la imagen de la Virgen.
El párroco de la iglesia matriz de Oruro logró la colaboración de las autoridades, clero y del pueblo, además del aporte de don Severo Fernández Alonso, propietario de la mina San José. La poderosa ayuda ofrecida por la Guarnición militar local, significó que fueran los principales realizadores de la magna obra, iniciada en el año 1881 y terminada en 1894, quedando obras complementarias que fueron realizándose en el siglo pasado. En 1919, se le agregó la torre actual.
Desde el año 1950 se hizo cargo del santuario la congregación de los Siervos de María, y con la llegada de estos misioneros se inició una etapa de creciente desarrollo del culto a la “Virgen del Socavón” y de obras de fundamental importancia.
Vecino al santuario se construyó un convento, un complejo social, un colegio, un comedor popular, una clínica y un centro deportivo.
Con el apoyo del obispo diocesano, de autoridades, instituciones y fieles, se realizó una remodelación radical y una ampliación del santuario, con un área social anexa denominada Centro Mariano, y cuyas obras se iniciaron en 1986.
La imagen del la Virgen
Pintada aparentemente en forma precaria sobre un muro de adobe, el fresco se ha conservado sustancialmente intacto a lo largo de los cuatro siglos de existencia.
El anónimo autor parece haberse inspirado en el arte flamenco tan conocido en el siglo XVI. Es la tradicional Virgen Candelaria que sostiene al niño Jesús en su brazo izquierdo y porta una vela encendida en su mano derecha.
Está pintada de cuerpo entero y mide cerca de un metro y medio. Su rostro y el del Niño son realmente de una belleza cautivadora.
Viste una túnica roja, apretada por un cinturón dorado, y lleva un manto azul. Ambas prendas están salpicadas de estrellas doradas. El encaje blanco de una ropa interior asoma al cuello de su túnica. Hasta fines del siglo XIX fue venerada en su fresco original. Es entonces que se comienza a colocarle vestuarios ofrecidos por sus devotos y es cuando el pelo pintado es sustituido por pelo humano toscamente pegado. Costumbre que ha causado algunos deterioros a la pintura original.
La fiesta
La fiesta patronal del santuario es el día de la Virgen de la Candelaria, que corresponde el 2 de febrero. Esto porque la figura de la Virgen tiene una candela en su mano derecha y con la otra sostiene al niño. Ya es tradición que el 1 de febrero, en horas de la tarde y hacia la noche, se desarrolla una procesión de cirios o candelas. Esta procesión se inicia en el parque “La Unión” y allí se va hacia el santuario, donde se concluye en las afueras de éste, con una eucaristía presidida por el obispo diocesano de Oruro. En el mes de febrero recién pasado se repartieron más de 10 mil velas entre los asistentes, llegando en otros años a 15 mil.
En Argentina, Santuario Nuestra Señora de Luján
Bajo el reinado de Felipe II en España, muchos portugueses se establecieron en el Río de la Plata. Un hacendado de Sumampa (hoy Santiago del Estero, Argentina), Antonio Saa de Farías, encargó a un amigo suyo de Pernambuco (Brasil) una imagen de la Santísima Virgen María para su oratorio. Le enviaron dos, una bajo la advocación de la Inmaculada Concepción de factura paulista, y otra bajo la advocación de Madre de Dios. Ambas de terracota policromada. Llegadas al puerto de Buenos Aires, fueron transportadas por carretera a su destino. Inexplicablemente la carreta se detuvo cerca del río de Luján y retirada la imagen de la Inmaculada Concepción, el convoy pudo proseguir su viaje. Dicha imagen fue conducida en compañía de un niño negro esclavo de la casa de don Rosendo Oramas, dueño del campo donde se detuviera la carreta. Allí, a los pocos años se levantó un oratorio. La población rural se hizo pronto eco del suceso y más tarde, con el legado de la estanciera doña Ana Mattos de Siquieras, se levantó una capilla a 30 kilómetros al norte, a la que se sucedieron otras precarias, hasta que en 21730 se erigió una parroquia rural con sede en ella.
El negro Manuel, custodio de la imagen durante toda su vida, murió en 1686. En 1755 en torno a la capilla se congregó una población estable y en 1763 se inauguró y bendijo el primer templo llamado “Lezica”, por encargo del abogado Juan de Lezica y Torrezuri en su construcción.
Diversos prodigios, curas milagrosas y traslocaciones de la imagen robustecieron la devoción popular, que interpretó siempre la detención de la carreta como un signo providencial de elección en la entronización en Las Pampas de la imagen de la Pura y Limpia Concepción de la Virgen María: “Nuestra Señora de Luján” como comenzó a llamársele desde entonces.
Los Sumos Pontífices desde Clemente XI honraron el santuario y tres papas lo visitaron, Pío IX en 1924 siendo sacerdote, Pío XII en 1934 como Cardenal Legado; y Juan Pablo II en 1982 en ejercicio de su pontificado. En esa ocasión ofrendó a la Virgen de Luján la “rosa de oro” (11-06-1982).
Tres famosos accidentes marítimos reconocen a la Virgen de Luján como celestial abogada y protectora de navegantes; el naufragio del transatlántico Santa Rosa (1878), el rescate del buque sueco Antartic, perdido en una expedición a la Antártica (1902), y la colisión del Monte Cervantes en los arrecifes de Tierra del Fuego (1930). La salvación de náufragos o extraviados se encomendó a Nuestra Señora de Luján y salieron ilesos.
Desde el año 1872 los padres lazaristas se hicieron cargo del santuario y por inspiración del sacerdote Salvaire, y en cumplimiento de un voto, al quedar liberado del cautiverio y de una muerte segura entre los indios, se comenzó a construir un majestuoso templo en reemplazo del templo de Lezica y Torrezuri. Este último, a pesar de sus medidas (48.50 metros de largo por 8,25 metros de ancho, una sola nave, y su elegante campanario) fue notable para su época y lugar. Y testigo de tantas penas y plegarias.
En el año 1871 tuvo lugar la primera peregrinación nacional. Desde entonces se han sucedido muchas otras, a pie o en vehículos. Tan solo la peregrinación juvenil de la arquidiócesis de Buenos Aires congrega anualmente a más de un millón de fieles.
El 8 de mayo de 1887, con una corona de fina orfebrería francesa, bendecida por el Papa León XIII y por su mandato, fue coronada solemnemente ante una multitud de 40.000 almas. Desde entonces la imagen luce un pedestal de bronce y una ojiva que la adorna con la inscripción: “Es la Virgen de Luján la primera fundadora de esta villa”, como asimismo la aureola con doce estrellas.
El nuevo templo, de estilo neogótico, tiene 115 metros por 70 de ancho, se divide en tres naves y la altura de las dos torres en sus cruces se eleva a los 115 metros. Fue diseñada por el arquitecto Ulderico Courtois y construida en bloques de piedra de la cordillera de los Andes. Luego fue dotada de bellísimos vitrales. El 4 de octubre de 1910 fue bendecido solemnemente y en ese mismo año, presente con ocasión de las fiestas del Centenario del 25 de mayo de 1810, la Infanta Isabel de Borbón visitó el santuario y obsequió a la Virgen con la bandera real española.
El 8 de septiembre de 1930, el Papa Pío XI proclamó a Nuestra Señora de Luján Patrona de las Provincias del Plata, razón por la cual luce la imagen en su pedestal los escudos de las repúblicas de Argentina, Paraguay y Uruguay. El 6 de octubre fue consagrado el templo, y por breve pontificio del 8 de octubre, fue elevado al rango de basílica.
En 1960 tuvo lugar la Gran Misión de Buenos Aires y la venerada imagen salió del santuario para recalar en las catedrales de Lomas de Zamora, San Isidro, Morón. El recorrido triunfal congregó a millones de fieles. La imagen permaneció en la catedral durante el evento y presidió luego en Buenos Aires mismo, el Primer Congreso Mariano Interamericano.
En 1968, se inauguró el fresco de la Apoteosis de la Virgen de Luján en la Basílica de la Anunciación de Nazareth, obra del pintor ítalo-argentino Raúl Soldi, consagrando así la identidad argentina en la más importante basílica mariana de Tierra Santa.
En 1987 el Santo Padre proclamó al Año Mariano Universal desde la Basílica de Santa María la Mayor (Roma) en sintonía con 16 santuarios marianos, entre ellos la basílica de Nuestra Señora de Luján.
Son miles los peregrinos necesitados de todas las lenguas que elevan sus plegarias a la Madre de Dios en su advocación e imagen de Nuestra Señora de Luján: la virgen “Gaucha” a quien el Santo Padre consagró el pueblo argentino en 1987, en su segunda visita al vecino país.
La fiesta
La fiesta más importante del Santuario se celebra el día 8 de mayo, donde se recuerda “La coronación de la Virgen María”. Las celebraciones comienzan el 29 de abril, con el inicio de la novena a Nuestra Señora de Luján. El primer domingo de mayo se realiza el cambio de manto a la imagen de la Virgen, la cual es bajada desde su camarín y ubicada en la nave central de la basílica, donde se le puede venerar a 372 años del milagro. Este año se restableció el uso de aceite en la lámpara de la Virgen: con ese aceite desde la época del negrito Manuel, y por su iniciativa, fueron ungidos y sanados muchos enfermos. El día 8 de mayo culmina la fiesta con una gran procesión por la rotonda Av. Nuestra Señora de Luján hasta el santuario, para terminar con la Santa Eucaristía y la bendición de estampas y trozos del manto que irán a las diferentes parroquias y comunidades de la diócesis.