Nuestra historia contemporánea conoce innovaciones, progreso y avances sociales, pero también conflictos, totalitarismos y guerras, como en otros períodos de la historia de la humanidad; pero se diferencia de todas las épocas anteriores por el aumento en la longevidad de la vida a raíz de los descubrimientos de la medicina, los comportamientos higiénicos, la instalación de redes sanitarias y cambios económicos sin precedentes.

La situación y las transformaciones contemporáneas de las poblaciones del mundo son inéditas. El número de habitantes del planeta jamás ha sido tan elevado como en este comienzo del siglo XXI [1]. En el curso del siglo anterior, la población mundial casi de cuadruplicó, pasando del 1.650 millones habitantes en 1900 a más de seis mil millones.

En el planeta, nunca un país había alcanzado mil millones de habitantes, como ocurrió en China a comienzos de los años 80 y en la India en el 2000.

Jamás las poblaciones que habitan la tierra han sido tan concentradas. Casi la mitad de la población mundial vive en ciudades, mientras la proporción de población urbana nunca sobrepasó el 10 por ciento hasta el siglo XVIII. En 1900, existían cuatro aglomeraciones con más de dos millones de habitantes y actualmente hay ciento cuarenta y ocho.

La longevidad nunca ha sido tan grande. El promedio mundial de esperanza de vida al nacer era de treinta años a comienzos del siglo XX y ahora sobrepasa los sesenta y cinco.

Nuestra historia contemporánea conoce innovaciones, progreso y avances sociales, pero también conflictos, totalitarismos y guerras, como en otros períodos de la historia de la humanidad; pero se diferencia de todas las épocas anteriores por el aumento en la longevidad de la vida a raíz de los descubrimientos de la medicina, los comportamientos higiénicos, la instalación de redes sanitarias y cambios económicos sin precedentes.

Por tanto, la evolución general de las poblaciones del mundo es inédita. En todo caso, inédito no significa incomprensible. Efectivamente, la ciencia de la población nos ilumina sobre la importancia de la larga duración y sobre la realidad de las lógicas demográficas que permiten explicar las transformaciones. La lógica de la larga duración ayuda a comprender que las regiones más pobladas del planeta hoy día sean a menudo las mismas que dos milenios atrás. Así, la población de China, que representa actualmente la quinta parte de la humanidad, siempre tuvo un peso relativo importante en relación con la población mundial. La población de un espacio suele ser por consiguiente el legado de las generaciones anteriores, lo cual requiere conocer el pasado demográfico o los cambios del mismo para aclarar el presente.

En cuanto a las lógicas demográficas, éstas nos permiten tener acceso a una comprensión real, lo cual supone apartarse de la tendencia demasiado frecuente consistente en utilizar términos que nada explican frente a los cambios considerables observados en las poblaciones del mundo. Conocemos, por ejemplo, el uso desmesurado de la palabra “explosión”, cuyo defecto más grave consiste en hacer creer que refleja la realidad mientras en verdad oculta el análisis que permite descifrar los verdaderos factores de las transformaciones, por cuanto, por inéditas que sean, las transformaciones de las poblaciones del mundo no se reducen a una especie de movimiento browniano, a una agitación desordenada que excluye toda comprensión. Muy por el contrario, son producto de lógicas sólidas, que tienen lugar de acuerdo con intensidades y calendarios variables ligados al contexto propio de cada país. Cada una de ellas debe estudiarse en sus aspectos específicos con el fin de captar lo real. En el marco de este texto, serán considerados dos fenómenos importantes: la desaceleración demográfica mundial, consecuencia de la transición demográfica, y el envejecimiento de la población, debido esencialmente a la débil fecundidad de los períodos postransicionales.

1.- La desaceleración demográfica, consecuencia de las transiciones demográficas

Prácticamente en todas partes del mundo hay una disminución en los índices de aumento de la población, que obedece a las distintas formas del esquema general de la transición demográfica, que se aplica casi a la totalidad de las poblaciones del mundo entre fines del siglo XVII y el siglo XIX.

No todas las poblaciones han recorrido juntas la transición demográfica. En algunas, este proceso duró, por ejemplo, entre fines del siglo XVIII y comienzos del XX; en otras, tuvo lugar en algunas décadas del siglo XX; y en otras, por último, comenzó en el siglo XX y probablemente sólo llegará a su fin en el curso del siglo XXI.

La transición se define como un período de duración variable durante el cual una población cambia de condiciones demográficas. Así, el número de seres humanos de una determinada población adquiere un nuevo orden de magnitud. Definido de este modo, no es un fenómeno totalmente nuevo, ya que en el curso de la historia la humanidad ha experimentado otras transformaciones significativas, otras transiciones, como ocurriera en el neolítico.

Por su correspondencia con una ordenación, la transición demográfica permite comprobar la lógica de las transformaciones demográficas contemporáneas. No se desprende de un conjunto de principios o postulados definidos a priori, sino, más modestamente, de un análisis descriptivo y explicativo proveniente de la observación de los hechos en ciertas poblaciones, verificada considerando las dinámicas demográficas de otras poblaciones.

La transición demográfica proporciona un marco de referencia que distingue cuatro etapas: el régimen pretransicional, el régimen de crecimiento demográfico, el régimen de desaceleración y por último el régimen postransicional.

1.1 El régimen primitivo

El régimen anterior a la transición demográfica o régimen primitivo tiene tres características. En primer lugar, su índice de mortalidad es alto. En particular, son elevadas tanto la mortalidad infantil como de las mujeres en el parto y de los niños y adolescentes. Por consiguiente, la relación anual entre los fallecimientos y la población o índice de mortalidad es en general superior a 30 por cada mil habitantes, pudiendo alcanzar 40 a 50 por mil o más en los años en que una población es víctima de una epidemia, de las consecuencias de una guerra o de una catástrofe climática.

La segunda característica del régimen pretransicional es el alto nivel de la natalidad, necesaria y realmente indispensable, considerando el alto nivel de mortalidad, si se quiere asegurar por lo menos la mera sustitución de las generaciones y por tanto impedir todo despoblamiento. Esta natalidad es por lo general superior a 30 mil, aun cuando experimenta variaciones vinculadas, por ejemplo, con las dificultades externas. En un año de cosechas deficientes, que provoca escasez o subalimentación, la natalidad es más débil por dos motivos, uno directo y otro indirecto. Por una parte, las mujeres (y los hombres) con una alimentación inferior son menos fértiles, definiéndose la fertilidad como la  posibilidad de una mujer de ser fecundada. Por otra parte, bajo condiciones económicas deficientes disminuyen los matrimonios y por consiguiente la natalidad. Ésta puede aumentar nuevamente  tan pronto como las condiciones de vida mejoran, sobre todo con el aumento de la nupcialidad, incluyendo los matrimonios retrasados durante el mal período. Así, en el orden de magnitud de la natalidad y la mortalidad hay una diferencia natural. La primera puede variar dentro de un gran abanico y disminuir, por ejemplo, de acuerdo con la fecundidad de las mujeres o en circunstancias excepcionales. En cambio, la cifra de 30 por mil es un mínimo en la mortalidad, sin ejemplos de valores inferiores.

De lo anterior se desprende una tercera característica del régimen pretransicional. El índice de aumento de la población es sumamente variable de acuerdo con los años. Puede ser positivo en un año de natalidad elevada y en que las circunstancias no provocan un aumento de la mortalidad: buenas cosechas, ausencia de epidemias, un período de paz. Puede ser negativo en otro año en que las circunstancias son adversas. En otras palabras, el régimen pretransicional se caracteriza por un índice errático de aumento de la población. El número de habitantes es inestable en función de las variaciones de los niveles de natalidad y mortalidad, que pueden ser rápidas.

Este régimen primitivo es grosso modo aquel que conocieron las poblaciones del mundo hasta el siglo XVIII inclusive. Otras poblaciones, sobre todo aquellas reagrupadas por Alfred Sauvy con la expresión “tercer mundo”, vivían aún bajo este régimen primitivo en el siglo XIX y comienzos del XX.

La transición demográfica solamente comienza cuando en una población cesa el régimen primitivo y comienza una nueva etapa de aumento progresivo del crecimiento de la población a medida que disminuyen los niveles de mortalidad.

1.2 La etapa de elevación

La segunda fase, primera etapa de la transición demográfica, se caracteriza por la presencia de un elemento semejante al régimen primitivo y otro totalmente nuevo, conjugándose ambos para acarrear dos consecuencias.

En general, la natalidad permanece en un nivel equivalente a la etapa anterior y sigue siendo bastante elevada, con un orden de magnitud superior a los 30 por cada mil habitantes anteriormente señalados.

El cambio importante se produce en la mortalidad, que disminuye progresivamente a medida que se agregan el progreso económico y/o el progreso sanitario. La disminución de la mortalidad se produce esencialmente en los recién nacidos, los niños, los adolescentes y las mujeres en el parto. Por ejemplo, la mortalidad infantil puede llegar por debajo de los cuatro quintos, pasando de un nivel en torno a 250 por mil en el régimen primitivo a alrededor de 50 por mil al final de la primera etapa. Así, la mortalidad es el índice que permite medir la salida del régimen primitivo, efectiva a partir del momento en que el índice de mortalidad general es inferior a 25-30 por cada mil habitantes en forma duradera. Esta disminución de la mortalidad unida a una natalidad con el mismo orden de magnitud, tiene dos consecuencias. La primera es producto de la diferencia cada vez mayor entre los índices de natalidad y mortalidad, de lo cual se deriva un incremento natural positivo del aumento.

La segunda consecuencia vinculada es el mejoramiento de la esperanza de vida al nacer. En el régimen primitivo, su nivel podía ser variable de acuerdo con las poblaciones y los períodos, oscilando entre 20 años y en los casos más favorables, 35 años. Con la disminución de la mortalidad, la cifra de 35 años es sobrepasada en forma duradera, pudiendo llegar hasta 50 años y a veces un número claramente superior en esta segunda etapa.

1.3 La etapa de desaceleración

La tercera fase que explica la transición demográfica, es decir, la segunda etapa es esta última, comienza desde el momento en que la natalidad se reduce a su vez a raíz de una disminución de la fecundidad anterior. Se han modificado las circunstancias que justificaban una natalidad bastante elevada ante una mortalidad importante.

Al mismo tiempo, la mortalidad sigue disminuyendo, pero con un ritmo ciertamente menos rápido que en la primera etapa, dada la importancia de los avances ya logrados. El índice de mortalidad general, reducidos de 30 a 20 por mil, puede así llegar a 15, 10 o menos en función del desarrollo y también de la composición por edad de la población.

Es más compleja la evolución del índice de incremento natural, cuya dinámica es muy distinta al comienzo de la segunda etapa y con posterioridad al mismo. Efectivamente, al comienzo de esta segunda etapa, el índice de incremento natural puede eventualmente seguir aumentando a pesar de la disminución de la fecundidad y de la natalidad: la diferencia entre natalidad y mortalidad puede acentuarse si la mortalidad sigue disminuyendo con más rapidez que la natalidad. Es lógica una disminución limitada de la natalidad, ya que las anteriores reducciones de la mortalidad –y en especial de la mortalidad de los recién nacidos y los niños- conjugadas con una natalidad entonces mayor, se han traducido en un aumento y rejuvenecimiento muy importante de la población en edad fecunda. Al incidir la menor fecundidad en generaciones más numerosas, el índice de natalidad puede permanecer elevado en un primer período. El índice de incremento natural puede también, por efecto de histéresis, seguir aumentando en los primeros tiempos de la segunda etapa, pero con un ritmo progresivamente retardado a medida que la natalidad disminuye al avanzar la población hacia la transición demográfica. La diferencia entre natalidad y mortalidad termina por alcanzar un máximo al cual corresponde igualmente un máximo del índice de aumento de la población.

Por último, la disminución de la fecundidad termina acentuando sus efectos sobre la natalidad que disminuye, la diferencia entre natalidad y mortalidad se reduce y comienza la desaceleración: el índice de crecimiento decrece progresivamente. Disminuirá hasta el momento en que termine la segunda etapa y en consecuencia la transición demográfica stricto sensu. Su fecha se ubica en el momento más avanzado del año en que la fecundidad alcanza el umbral de mera sustitución de las generaciones.

En definitiva, la transición demográfica es lo contrario del temo malthusiano. Malthus temía uqe la población aumentara únicamente de acuerdo con una progresión geométrica. Ahora bien, la transición se caracteriza por un doble decrecimiento, del índice de mortalidad y luego del índice de natalidad. Durante tres cuartas partes de la transición, se podría decir que el índice de mortalidad y más precisamente los índices de mortalidad infantil y maternal disminuyen de acuerdo con una progresión geométrica invertida mientras el índice de natalidad decrece de acuerdo con una progresión aritmética invertida.

1.4 La etapa postransicional

La cuarta etapa es el período postransicional. Tiene varias características, algunas de las cuales hacen recordar la etapa pretransicional a pesar de las diferencias de valores.

Primera característica: la mortalidad es débil, de alrededor de 10 por mil o menos, puesto que la transición ha hecho posible el paso de una mortalidad elevada a una mortalidad débil. Sin embargo, en definitiva esta mortalidad puede aumentar nuevamente cuando las poblaciones experimentan un envejecimiento de su estructura por edad. Este aumento no significa a priori una mayor gravead de la situación sanitaria, sino muy por el contrario, los índices de mortalidad pueden aumentar mientras al mismo tiempo el indicador de esperanza de vida permanece elevado y sigue creciendo, proviniendo el aumento de la mortalidad puramente del envejecimiento de la composición de la población.

Segunda característica: la natalidad es débil por dos motivos. Ha disminuido porque los comportamientos demográficos se han adaptado a las nuevas condiciones de la mortalidad, con una fecundidad que ha cambiado claramente de nivel en relación con el régimen pretransicional. En efecto, durante dicho régimen se requería una fecundidad de al menos cuatro hijos por mujer para tener cierta esperanza de asegurar la mera sustitución de las generaciones y obtener un índice de reproducción de uno. Con la débil mortalidad postransicional, en los países con alto nivel sanitario, basta una fecundidad de 2,1 hijos por mujer. Esto no significa que por ello se haya alcanzado, ya que nuevos comportamientos pueden reducir la fecundidad por debajo de esta cifra.

La combinación de una natalidad débil con una mortalidad débil deja un saldo de aumento natural reducido. Ciertamente, su nivel puede variar de acuerdo con los comportamientos de fecundidad de las poblaciones y su composición por edad; pero su índice anual en general es claramente inferior a uno por ciento y puede a veces también llegar a ser negativo, como ocurre en varios países europeos y en Europa considerada en conjunto. El número de habitantes de la población se vuelve inestable, para aumentar moderadamente cuando la fecundidad alcanza cierto nivel y disminuir si ésta se debilita, y por supuesto en función de las estructuras demográficas.

1.5 Las diferencias de intensidad y duración de la transición

En relación con el marco de referencia proveniente de la observación, la transición demográfica experimenta múltiples variantes tanto en la intensidad de los fenómenos como en su duración. Cuando ha terminado su transición, el avance en relación con el esquema puede terminar en importantes diferencias según las poblaciones.

En realidad, la evolución hacia la disminución de la mortalidad y luego de la natalidad en el curso de la transición demográfica no es necesariamente lineal. Ciertos acontecimientos históricos pueden ocasionar perturbaciones que alejan del marco de referencia definido. Las guerras pueden provocar interrupciones temporales en la disminución de la mortalidad. Del mismo modo, períodos de recesión sanitaria, debidos, por ejemplo, a una epidemia o a la desorganización de los servicios sanitarios a raíz de desórdenes políticos, pueden traducirse en un aumento de la mortalidad.

La evolución del índice de aumento no sigue necesariamente con fidelidad la curva logística y luego antilogística que presenta el esquema de la transición demográfica. Los ritmos del índice de aumento pueden también experimentar fases ascendentes y descendentes de acuerdo con las condiciones variables de la mortalidad y la fecundidad.

La multiplicidad de las formas de transición demográfica es producto de otra característica: la duración de la transición en conjunto y la duración respectiva de cada una de las etapas. Las duraciones de transición constatadas son de al menos cuarenta años, lo cual no representa sino una generación y media, y pueden llegar hasta 150 años en otros casos, es decir, cinco generaciones.

Las variaciones de duración de la transición y de intensidad del índice de aumento tienen efectos directos en la diferencia de número de habitantes de una población entre el final de la etapa pretransicional y el comienzo de la etapa postransicional. Esta cifra, denominada multiplicador transicional, por la cual se encuentra multiplicado el número de habitantes de la población al comienzo de la transición para obtener el número de habitantes del final de la transición, puede alcanzar niveles muy distintos. Normalmente es superior a 2 (pero en el caso atípico de Francia se limitó a 1,62) y puede llegar a 15. En la primera etapa, una disminución más rápida de la mortalidad produce un excedente natural más alto y por lo tanto contribuye al incremento del multiplicador transicional. Sin embargo, el nivel final del multiplicador se determina sobre todo en la segunda etapa. La intensidad máxima del índice de aumento y la duración del período durante el cual es más alto (comienzo de la segunda etapa) son al respecto determinantes. El ritmo de disminución durante este mismo período es otro aspecto determinante. La transición demográfica, tal como se señala anteriormente, no es una teoría ni una ley en el sentido de poder aplicarse de manera semejante a todas las poblaciones. Es un marco de referencia, un esquema explicativo que permite observar, analizar y comprender la evolución de una población dada.

2.- El envejecimiento de las poblaciones, acentuado por el debilitamiento de la fecundidad

El envejecimiento puede definirse como la modificación de la composición por edad de una población caracterizada por un aumento de la proporción de personas mayores y correlativamente por la disminución de la proporción de personas jóvenes. Las normas retenidas en los anuarios demográficos mundiales se fijan en general en 15 y 65 años. En consecuencia se considera que hay envejecimiento cuando la proporción de menores de 15 años disminuye, lo cual significa  generalmente que aumenta la proporción de 65 o más años.

El envejecimiento mide una transformación en el tiempo. Tiene un aspecto cinético y supone por consiguiente comparar diversos datos estadísticos, como, por ejemplo, en dos períodos diferentes, la proporción de jóvenes en la población considerada. En cambio, semejante proporción en un momento dado es una fotografía que permite constatar el resultado del proceso, pero no su evolución. El envejecimiento va unido generalmente a un aumento del número de personas mayores y es el motivo por el cual el aumento del número de personas mayores -que llamamos el gerontocrecimiento [2]- se confunde con bastante frecuencia  con el envejecimiento. En realidad, nada impediría un aumento del número de personas mayores, en razón del mejoramiento de las condiciones de salud y de la prolongación de la esperanza de vida resultante, sin crecimiento de la proporción de esas personas mayores.

2.1 La primera etapa de la transición va unida a un rejuvenecimiento

¿Cuáles son las causas del envejecimiento? Antes de distinguir el envejecimiento “por abajo” el envejecimiento “por arriba”, es conveniente hacer justicia en relación con una verdadera falsa causa. Efectivamente, la creencia según la cual la primera etapa de la transición demográfica -la disminución de la mortalidad- provocaría un envejecimiento por cuanto acarrea el aumento de la longevidad es un razonamiento erróneo.

Muy por el contrario, esta primera etapa trae consigo un rejuvenecimiento de la población, gracias al aumento del número de jóvenes superior al aumento del número de viejos. En efecto, la primera reducción de la mortalidad tiene importancia en primer lugar esencialmente en cuanto a la mortalidad infantil. Ésta aumenta el índice de supervivencia de los recién nacidos y por lo tanto el número de niños. Enseguida está vinculada con la mortalidad infantil y de los adolescentes, en la cual también mejora el índice de supervivencia. Por último, es importante en proporciones no despreciables en cuanto a la mortalidad materna, con lo cual aumenta igualmente el índice de supervivencia de las personas jóvenes en conjunto.

En cuanto a la disminución de la mortalidad de las generaciones de más edad durante la primera etapa de la transición, ésta aumenta el número de adultos y personas mayores en proporciones bastante menores que en las categorías anteriores.

2.2 El envejecimiento por “abajo”

La primera etapa de la transición demográfica contribuye por tanto a un rejuvenecimiento y no a un envejecimiento. El envejecimiento es un hijo muy tardío de la transición demográfica por cuanto es hijo de la segunda etapa de la transición, en el curso de la cual disminuyen los índices de natalidad. En efecto, al final de esta etapa, la disminución de la natalidad termina en general por acarrear una disminución del número de jóvenes, por ser las generaciones más jóvenes menos numerosas que las generaciones anteriores. Esta disminución del número de jóvenes trae consigo una disminución de su proporción dentro de la población global, que opera en beneficio de las personas mayores, cuyo peso demográfico relativo se encuentra en ventaja. En definitiva, las modificaciones que intervienen en la pirámide de las edades de una población, sin bien pueden tener diversas causas, como las guerras o los movimientos migratorios, son inseparables de las dinámicas demográficas y por tanto de los cambios ocurridos en los regímenes de la natalidad y la mortalidad.

El envejecimiento es por tanto ineluctable cuando el índice de aumento llega a ser muy bajo a raíz de una disminución más intensa del índice de natalidad que del índice de mortalidad. Es consecuencia de la desaceleración continua del índice de crecimiento demográfico que interviene en la segunda etapa de la transición. Por este motivo es sin duda alguna uno de los datos más importantes del siglo XXI.

La intensidad y el ritmo del envejecimiento dependen de la mayor o menor celeridad de este proceso. En las poblaciones en que la transición dura más de un siglo y en las cuales por consiguiente la segunda etapa puede extenderse hasta un siglo, el ritmo del envejecimiento es lento. En cambio, en poblaciones en que la última etapa de la transición se atraviesa muy rápidamente, el ritmo del envejecimiento puede ser muy rápido. Es el caso de Singapur, Hong Kong, Taiwán… y sin duda mañana de la China. La proporción de chinos de 65 años o más debería duplicarse, pasando de 6 por ciento en 1994 a 13 por ciento en el año 2025, bajo el doble efecto de un índice de natalidad debilitado y del aumento de la esperanza de vida en edades avanzadas.

Salvo en una configuración demográfica específica, como las recesiones en la evolución hacia una reducción de la mortalidad, el envejecimiento se manifiesta por lo tanto como un proceso universal, aun cuando durante mucho tiempo se ha reducido a los países nórdicos, ya que éstos han entrado anteriormente a la transición. Además, cuando el período postransicional se caracteriza por fecundidades débiles, lo cual ocurrer con gran frecuencia, el envejecimiento presenta una acentuación.

2.3 El envejecimiento por “arriba”

El proceso de envejecimiento tiene otra fuente, llamada envejecimiento por “arriba”. En efecto, en la etapa postransicional, los avances de la lucha contra la mortalidad infantil y de los jóvenes han sido tales que en lo sucesivo el progreso sólo puede ser modesto, con efectos cuantitativos relativamente limitados en el número de habitantes de las poblaciones. En cambio, siguen siendo posibles avances nada despreciables en la esperanza de vida de las personas mayores, tanto en razón de los comportamientos menos mortíferos (por ejemplo, disminución del consumo de tabaco y alcohol) como a raíz de nuevos avances de la medicina. El aumento de la longevidad en los países con las mejores condiciones sanitarias está por consiguiente esencialmente vinculado con el aumento de la esperanza de vida en las edades más elevadas. El mejoramiento de los índices de supervivencia de las personas de edad aumenta su número y puede contribuir a aumentar su proporción en la población.

En los regímenes postransicionales, el envejecimiento es por lo tanto producto de otro mecanismo, que depende directamente de la evolución de la mortalidad de las personas mayores. Es el envejecimiento por “arriba”, sobre el cual nadie puede decir hasta qué punto llegará a ser importante. En la actualidad se traduce en resultados paradojales. Considerando las situaciones que conocen en su entorno, hay quienes piensan que el aumento del número de personas mayores es concomitante con mejores condiciones de vida; otros piensan que trae consigo una dependencia cada vez mayor de las generaciones de más edad. En realidad, gracias a los progresos de la higiene de vida, la proporción de personas mayores dependientes no aumenta y más bien disminuiría en las sociedades desarrolladas, pero su número aumenta por cuanto el total de personas mayores se incrementa notablemente. Por el contrario, las personas mayores sin incapacidad aumentan en número y proporción.

2.4 Otros factores que intervienen en el envejecimiento

Las transformaciones de los regímenes demográficos permiten por lo tanto distinguir dos tipos de envejecimiento: el envejecimiento por abajo, proveniente de la disminución de la natalidad, que puede intensificarse si sigue disminuyendo la fecundidad; y el envejecimiento por arriba, producto de la disminución de los índices de mortalidad en las edades más elevadas. Con todo, el envejecimiento puede provenir de otros fenómenos, algunos de los cuales vale la pena precisar. Ciertas epidemias, como el SIDA en la actualidad, pueden agravar el envejecimiento en la medida en que son sumamente selectivas en los grupos de edad a los cuales atacan. En efecto, esta pandemia afecta especialmente a los adultos jóvenes y a los lactantes, que contraen esta enfermedad a través de su madre. Se diferencia de otras epidemias recurrentes, como el cólera, en cuanto ataca a sus víctimas independientemente de su edad.

Las guerras clásicas, en las cuales se enfrentan ejércitos constituidos esencialmente por hombres jóvenes, provocan un doble envejecimiento de las poblaciones por abajo, por una parte a causa de las pérdidas en combate o por las epidemias que atacan a las tropas en campaña, y por otra a raíz de la disminución de los nacimientos por causa de la larga separación entre los jóvenes y su familia. Este doble fenómeno fue muy marcado durante la guerra de 1914-1918 en los países europeos correspondientes, y probablemente lo fue menos durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), sobre todo por el hecho de que los bombardeos afectaron también a las poblaciones civiles.

Un tercer factor puede tener efectos en la estructura por edad de una población: el sistema migratorio. En territorios donde se produce una emigración constituida por una parte importante de adultos jóvenes (emigración rural o de las regiones industriales antiguas, o de países que no logran alcanzar el desarrollo), la composición por puede experimentar flujos en el sentido de producirse un envejecimiento de las poblaciones en las cuales ha habido una emigración de adultos jóvenes. Como corolario, la migración rejuvenece una población cuando esta última se beneficia con una inmigración de personas jóvenes y / o una emigración de personas mayores. Esto ocurre con frecuencia con las grandes aglomeraciones de carácter atractivo.

El envejecimiento es pues un proceso notable. Se engrana inevitablemente al terminar la segunda etapa de la transición, acarreada por una “gran rueda”, la disminución de la fecundidad. Por tanto, al igual que la transición, tiene alcance universal, aun cuando su difusión en una población depende de la fase en que ésta se encuentre en relación con el marco de referencia de la transición demográfica y los comportamientos de fecundidad. En el período postransicional, la intensidad del envejecimiento depende siempre de la gran rueda antes citada, pero también de la “pequeña rueda”, el aumento de los índices de supervivencia de las personas mayores. Además, con esta “pequeña rueda” disminuye la relación entre la masculinidad y las edades elevadas, ya que la esperanza de vida del sexo femenino es normalmente superior a la del sexo masculino.

Conclusión

El examen de las poblaciones del mundo pone en evidencia grandes disparidades, producto de la historia demográfica específica de los territorios, de los comportamientos de las poblaciones y de las lógicas propias enseñadas por la demografía.

Así, los principales centros de población, con excepción de los países nuevos, han nacido de una ocupación humana proporcionalmente densa en tiempos antiguos.

Los comportamientos constituyen un segundo factor de diferenciación: comportamientos de fecundidad, sanitarios o de migración [3]. Así, se oponen distintos niveles de fecundidad, produciendo con el tiempo efectos dispares aun en los casos en que las diferencias iniciales parecen limitadas. La mortalidad depende especialmente de los comportamientos, como, por ejemplo, el alcoholismo, que limita la esperanza de vida del sexo masculino de manera particularmente clara en Rusia. La migración es la causa esencial de la población en espacios anteriormente poco poblados (América, Australia) y establece una oposición entre los países según predomine en ellos la emigración o la inmigración.

Por último, las grandes lógicas que operan están marcadas por una paradoja: la transición demográfica se manifiesta como un fenómeno de carácter casi universal, pero las diferencias de calendario e intensidad según las poblaciones generan transformaciones bastante variadas, existiendo por consiguiente un esquema general que deriva en diversas aplicaciones.

Para el futuro permanece una gran interrogante, que el conocimiento del pasado y el presente no alcanza a aclarar totalmente: ¿cómo evolucionará el período postransicional, que incumbe en lo sucesivo a alrededor de la mitad de las poblaciones del mundo? Se sabe que su régimen demográfico no corresponde con lo frecuentemente anunciado hasta ahora, puesto que no se presenta como un estado de equilibrio demográfico ni como una situación exactamente idéntica para todas las poblaciones cuya transición ha terminado.

Sobre la base de los conocimientos adquiridos, es posible enfocar con una mirada tentativa el siglo XXI que acaba de comenzar, y esta mirada nos entrega tres reflexiones sobre el futuro.

En primer lugar, la desaceleración del crecimiento demográfico mundial se acentuará en el siglo XXI. La reducción del promedio del índice anual de crecimiento ha terminado por acarrear la disminución del excedente anual de nacimientos en relación con los fallecimientos. Casi en todas partes la fecundidad está orientada hacia una reducción y casi la mitad de la población vive en países cuya fecundidad es igual o, como ocurre más frecuentemente, inferior al umbral de la mera sustitución de las generaciones. En numerosos países, el crecimiento demográfico no se explica sino por un efecto de velocidad adquirida y por el aumento feliz de la esperanza de vida.

Al mismo tiempo, el siglo XXI presenta una evolución aparentemente contradictoria y sin duda inesperada: nunca los hombres han sido tan numerosos en el planeta gracias a los progresos de la longevidad; pero a la vez jamás se han concentrado tanto en espacios limitados de territorios, en grandes ciudades. El debilitamiento de la población en numerosos espacios aumenta las diferencias entre las densidades fuertes y débiles, y por consiguiente las desigualdades de población.

En tercer lugar, el siglo XXI se anuncia como un período de envejecimiento con la disminución de la proporción de las generaciones más jóvenes en la composición por edad de las poblaciones. En muchos países, de Europa, por supuesto, pero también de América, Asia y Oceanía e incluso en ciertos países de África, la pirámide de las edades ha abandonado su forma piramidal, adquiriendo la configuración de un pino, un tonel o una ojiva. En definitiva hay sobre todos dos interrogantes en cuanto al porvenir de las poblaciones del mundo. La primera se refiere a la evolución sanitaria, afecta por nuevas pandemias, regresiones sanitarias o riesgos del medio ambiente junto con nuevos progresos médicos que mejoran los índices de supervivencia. La otra está vinculada con el carácter de las lógicas demográficas posteriores a la transición. En particular, no puede excluirse un despoblamiento en los países o regiones con mayor número de fallecimientos que nacimientos, donde existe el riesgo de que las generaciones actuales sólo sean sustituidas en proporción limitada en la próxima generación.

En cualquier caso, subsiste una certeza que reafirma la importancia de la geografía de la población: todo hace pensar que en el futuro, al igual que en el pasado, las realidades demográficas de las poblaciones conservarán una gran heterogeneidad. Es ilusorio y erróneo pretender encerrar el conocimiento del futuro dentro de un razonamiento único. El carácter relativamente universal de ciertas lógicas se traduce en formas de implementación bastante diversas y por lo tanto en los rasgos multiformes de las poblaciones del mundo.


NOTAS 

[1] Dumont, Gérard-François. Les populations du monde (Las poblaciones del mundo), París, Armand Collin, 2001.
[2] Dumont, Gérard-François. La populations de la France, des régions et des DOM-TOM (La población de Francia, las regiones y los DOM-TOM). París, Ellipses, 2000.
[3] Dumont, Gérard-François. Les migrations internationales (Las migraciones internacionales), París, Editions Sedes, 1995.

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