Entrevista con el Rector Juan de Dios Vial Correa.
Nueva Evangelización, Promoción Humana y Cultura fueron los tres temas en torno a los cuales se articuló la conferencia General del Episcopado Latinoamericano en 1992, al celebrarse los 500 años del descubrimiento de América.
A cargo de la exposición sobre Cultura estuvo el rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Juan de Dios Vial Correa, uno de los pocos laicos que asistieron en calidad de miembros a esa asamblea realizada en Santo Domingo.
La conversación, sostenida poco después de la conferencia, gira en torno a aquellos puntos que constituyen nuevos desafíos para la cultura latinoamericana, inmersa en un mundo globalizado.
- El Santo Padre, en su discurso inaugural aquí en Santo Domingo, dijo refiriéndose a la cultura predominante hoy: “La ausencia de los valores cristianos fundamentales en la cultura de la modernidad no solamente ha ofuscado la dimensión de lo trascendente, abocando a muchas personas hacia el indiferentismo religioso también en América Latina, sino que, a la vez, es causa determinante del desencanto social en que se ha gestado la crisis de esta cultura. Tras la autonomía introducida por el racionalismo, hoy se tiende a basar los valores sobre todo en consensos sociales subjetivos que, no raramente, llevan a posiciones contrarias incluso a la misma ética natural. Piénsese en el drama del aborto, los abusos en la ingeniería genética, los atentados a la vida y a la dignidad de la persona”. Después añadió, citando a Paulo VI: “La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo”. ¿Qué podría comentar usted sobre esta afirmación?
- Yo pienso que el Papa Juan Pablo II nos ofrece múltiples pistas de exploración, algunas muy completas. Nada de lo que yo diga puede o pretende agotar el tema. A mi juicio, la crisis cultural de nuestro tiempo se empezó a gestar en el siglo pasado, justamente cuando llegó a su extremo la sustitución del ser de las cosas por el valor de ellas. Este fenómeno hunde sus raíces en Descartes y, un poco más atrás, en el nominalismo. Esta corriente postula que el ser de las cosas se da por referencia a mí y no tiene una consistencia interna. Siguiendo estos postulados, la realidad se transforma en un conjunto de valores jerarquizados en forma personal y subjetiva. El referente objetivo claro es sustituido por la voluntad personal; es la afirmación de mí mismo la que hace que las cosas tengan tal o cual naturaleza.
Estas ideas predominaban a fines del siglo pasado, pero existía aún la aceptación de algunos valores superiores. Sin embargo, en esa época, y especialmente con Nietzsche, también éstos se pierden. El sentido de las cosas, la unidad de la realidad, la existencia de una verdad, todo es puesto en duda. Entonces sobreviene un mundo en el cual el devenir, los hechos históricos, los grandes objetivos, las grandes proyecciones históricas pierden sentido, porque no tienen ningún punto de referencia. En ese mundo, que vive agitado por un devenir que no tiene sentido, porque no tiene objetivo, porque no tiene finalidad, estamos viviendo hoy día.
- Es el mundo de la razón ilustrada.
- La razón ilustrada verdadera no habría renunciado jamás al concepto de verdad. Aquí nos encontramos con la razón ilustrada llevada a las últimas y extrañas consecuencias. Era un mundo que ponía la verdad y el bien en una esfera distinta del mundo concreto en que viven los hombres todos los días. Ello lleva al momento en que el hombre dice: ¿Por qué voy a hipotecar o prescindir de este mundo real, que se me ofrece lleno de vitalidad, de atractivos, por qué lo voy a dejar como secundario en beneficio de un mundo abstracto? El hombre moderno elige el mundo tangible, aquel otro lo desecha como una simple ilusión.
- Usted hablaba del nominalismo y del racionalismo; de un paulatino proceso de incertidumbre de la razón humana en sí misma, en su propia capacidad de conocer, hasta llegar al agnosticismo metafísico explícito con Kant. ¿Considera que ese proceso cultural es contemporáneo con el abandono de la fe sobrenatural?
- Yo no soy un filósofo como para poder hacer una justificación muy rigurosa de este tema. Pero considero que en el acto de fe está implícita la aceptación plena previa del ser de algo que trasciende, que es distinto de mí. En el pensamiento moderno, en cambio, a partir de Descartes, lo que es directamente dado es la certidumbre sobre algo. El pensamiento moderno necesita un acto de voluntad, algo absolutamente cierto, irrefutable, para construir su sistema. La fe, por el contrario, es una aproximación más abierta, directa y espontánea. El pensamiento crítico es posterior al reconocer. En cambio, es típico de la filosofía moderna, que el pensamiento crítico antecede a cualquier afirmación sobre la realidad.
Este fenómeno cultural se plasma en corrientes culturales, que se expresan en distintas disciplinas y artes, y que influyen en determinados ambientes sociales, también en Sudamérica. Sin embargo, aquí no logran parece empapar del todo lo que llamamos la cultura hispanoamericana. El Papa tiene un párrafo en su discurso en que se refiere a la cultura hispanoamericana en los siguientes términos: “El desafío que representa la cultura “adveniente” no debilita, sin embargo, nuestra esperanza, y damos gracias a Dios porque en América Latina el don de la fe católica ha penetrado en lo más hondo de su gente, conformando en estos quinientos años el alma cristiana del continente e inspirando muchas instituciones”. Más tarde se extiende sobre esto y dice: “en efecto, la Iglesia de Latinoamericana ha logrado impregnar la cultura del pueblo”. Es decir, mientras la cultura de Occidente, en sus lugares originarios, comenzaba a sufrir este proceso de separación entre la fe y la razón, aquí en estos quinientos años se acuñaba un proceso diferente.
- ¿Podría hablarse de un racionalismo mitigado?
- Creo que cuando damos esa primacía absoluta al conocimiento racional, conceptual, nos estamos engañando a nosotros mismos. No somos así; ni nosotros, ni los europeos ni nadie. La inteligencia humana no trabaja exclusivamente sobre la base de conceptos. Mucho antes de que se formulara conceptualmente el porqué, matar era malo o levantar falso testimonio era malo, la gente sabía que eso era malo. Lo mismo se puede decir de muchas de las relaciones humanas. Mucho antes de que se las pudiera justificar o conceptualizar la gente las apreciaba en su justa dimensión, las colocaba en su mundo y les asignaba un valor. Es lo que los escolásticos llaman el conocimiento por inclinación. No es un conocimiento por la vía conceptual, sino que es un conocimiento por connaturalidad y tiene un valor fundamental en la existencia humana.
Las culturas precolombinas no eran conceptuales, no se entendían a sí mismas en estos términos. Eran rituales, culturales. Eso no se pierde y aún está en el trasfondo latinoamericano. Arrastramos o llevamos eso como una característica que nos es común con todos los demás pueblos de la tierra, pero que es mucho más acentuada aquí. Es por eso que somos menos intelectuales, si se quiere, menos rigurosos, menos rígidos que un europeo, por ejemplo.
Pienso que entre nosotros están muy vivos los lazos familiares y de otro tipo. Por eso tanta gente que viene de fuera, de Europa sobre todo, después de quejarse de muchas características de los chilenos, encuentra siempre esa forma de hospitalidad, de apertura, de receptividad, que tiene su raíz en la evangelización de una cultura criolla o de la indígena.
La historia demostró que la afirmación de que la autonomía del individuo es lo previo a toda forma de conocimiento de la existencia lleva al individuo a un devenir sin sentido.
La cultura está muy ligada al concepto de libertad, exterior o interior. Pero este ingrediente de la cultura que es la libertad, en la cultura moderna aparece necesariamente como algo solamente dable por la vía del escepticismo. Muchos sostienen que la creencia condiciona la libertad. La libertad no puede entenderse, a mi juicio, sin referencia a la verdad, y ésta a su vez sin referencia al ser. Una manera correcta, normal, de aproximarse a las cosas parte por el reconocimiento de la existencia de la realidad, por las leyes y limitaciones que le impone la realidad a la libertad. La libertad sin verdad es una conclusión voluntarista, pero irreal.
El concepto escolástico clásico de derecho natural reconoce que las cosas son de una manera determinada. El derecho es simplemente lo que se atribuye a la persona o a mí. Aquí se trata ya no del derecho como una distribución objetiva de la realidad de las cosas, sino de un acto de voluntad. Hay un dicho que retrata esta actitud que dice: “las cosas no están prohibidas porque sean malas, sino son malas porque están prohibida”.
- ¿Este fenómeno, a su juicio, lleva a la promoción y adhesión a una verdad recortada, incluso en lo que se refiere a la verdad del Evangelio? La teología de la liberación, la teología de la muerte de Dios… ¿serían expresiones de este fenómeno en el ámbito filosófico? ¿Se producen también recortes en la vida práctica? El Papa ha dicho aquí: “no es la cultura la medida del Evangelio, sino Jesucristo la medida de toda cultura y de toda obra humana”.
- Es un punto central. Si yo creo que el Verbo de Dios se hizo carne, que Jesucristo es el hijo de Dios, entonces es verdad que en Él yo tengo que buscar cada vez. Si, a la inversa, no es el Hijo de Dios, no vale la pena preocuparse de Él o vale la pena estudiarlo sólo como un fenómeno histórico o sicológico cualquiera.
Nosotros, los cristianos, partimos de la base de que el hijo de Dios se hizo hombre, y eso es mucho más importante que toda expresión cultural, que toda libertad humana, que toda verdad alcanzable. La frase del Papa es normal y esperable en el contexto de la fe.
Formas culturales evangelizadas
- Sería también normal y explicable, probablemente, en el ámbito de una cultura que no hubiese sufrido el proceso de angostamiento a que ha sido sometida la nuestra por la vía del racionalismo.
-De acuerdo. La construcción de un mundo no puede hacerse como en prescindencia u olvidando el punto de partida, es decir, a Jesucristo. El sentido de la palabra evangelización de la cultura o la inculturación de la fe es llevar a Jesucristo al núcleo mismo de la cultura, porque es desde Él que se puede entender la cultura. Eso es muy difícil de entender para una persona que no cree. Es también difícil de vivirlo realmente con mentalidad moderna sin caer en lo inhumano. Continuamente, como quedan todavía los sobresaltos de las ideologías, hay gente que piensa en la posibilidad de construir una ideología sobre la base de la plena autonomía individual. Su problema es que tienen un fundamento falso. Caerán igual que los otros. Ojalá no tan estrepitosamente, pero caerán.
Se tiende a construir una sociedad en la cual hay un proceso constante de cambio, de devenir sin sentido, de producción de todo tipo… hay un mundo que ofrece objetos y los plantea como necesarios. Se construye así un mundo que es en realidad una apariencia, un decorado. Caminamos en este sentido. No hay un proceso que todo lo englobe. En este sentido, el fracaso de los socialismos reales ha sido un gran beneficio para la humanidad, porque ha demostrado cómo cae en el vacío un sistema sin referencia a valores supremos, sin la aceptación del ser de las cosas.
- En su ponencia aquí en Santo Domingo, usted cita la encíclica “Centesimus Annus”, que afirma que el cimiento de toda cultura, de su vida política, de su actividad social y economía, es la visión del hombre. En este documento se dice: “La primera y más importante labor se realiza en el corazón del hombre, y el modo como éste se compromete a construir su propio futuro depende de la concepción que tiene de sí mismo y de su destino”. O sea, ¿aquí está el fundamento de todo proyecto social?
- Por cierto. Es allí donde se juega una cultura, es allí donde se define como cristiana.
Una cultura cristiana es aquella que, en el núcleo de su percepción del mundo, está abierta al acontecimiento de la redención, es decir, a Jesucristo. Todas las formas culturales importantes o difundidas que viven en América Latina han sido formas evangelizadas. Ahora, lo que ocurre es que los hombres también pueden cerrarse y caer en una especie de fraternidad inmanente, de emocionalidad, de ritual vacío. Incluso puede ser difícil para un hombre o una mujer inmersa en esta cultura actual abrirse a la verdad. Por eso, yo creo que el esfuerzo de evangelización de la cultura tiene que ser asumido por la Iglesia, es decir, por todo el pueblo de Dios.
El consumismo, el hedonismo, todas estas cosas de que tanto se habla son las expresiones superficiales de algo mucho más profundo: el nihilismo, es decir, la negación de la existencia de cualquier tipo de valor superior, porque se niega la existencia de realidades. Por eso, el trabajo del educador cristiano es tratar de profundizar en ese sentido, para ver cuáles son las raíces de ese desorden cultural que existe.