Entrevista con el Rector Juan de Dios Vial Correa.
A fines del año 1995, plenamente adentrado ya en su tercer periodo como Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, abocado a dar estructura al aún nuevo Pontificio Consejo para la Vida, cuya presidencia le encargó el Papa, Juan de Dios Vial Correa, largamente conocido en ese entonces por su vasta carrera científica y académica, concedió esta entrevista a Jaime Antúnez.
La conversación tuvo curso en el marco de las reuniones de trabajo inaugurales de la revista de antropología y cultura cristiana que el Rector quiso fundar en la Universidad: HUMANITAS. Ella nace, según expresa el decreto fundacional de Rectoría, para estar al servicio de la opinión pública buscando representar las preocupaciones y enseñanzas de aquel humanismo que fluye de las enseñanzas del Magisterio Pontificio, al cual la Universidad Católica se debe.
La técnica implica una participación de la inteligencia en el ser de las cosas. Es este el sentido genuino de los avances obtenidos en este siglo. Cosa distinta es la degradación de la misma a que conduce su utilización alejada del fin del hombre, como se ha observado en la edad moderna.
La deshumanización es el precio que se paga por la expulsión de Dios de la sociedad. El momento llama a un mundo que esté construido desde el hombre, como elemento ordenador. Pero este solo dará su sentido al mundo si encuentra a otros que estén en la misma condición, y en conjunto encuentran al Otro que es la razón de la existencia.
Plenamente adentrado ya en su tercer periodo como Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, abocado a dar estructura al aún nuevo Pontificio Consejo para la Vida, cuya presidencia le encargó el Papa, Juan de Dios Vial Correa, largamente conocido en nuestro medio por su basta carrera científica y académica, destaca cada vez más en los últimos años como un humanista. O más propiamente como un médico humanista, según esa noble tradición que de modo especial ha brillado en la cultura hispánica, a través de varios insignes representantes.
La presente conversación tiene curso en el marco de las reuniones de trabajo inaugurales de la revista de antropología y cultura cristiana que el Rector ha querido fundar en la Universidad. Su nombre, precisamente, es HUMANITAS. Ella nace, según expresa el decreto fundacional de Rectoría, para estar al servicio de la opinión pública buscando representar las preocupaciones y enseñanzas de aquel humanismo que fluye de las enseñanzas del Magisterio Pontificio, al cual la Universidad Católica se debe.
El patrimonio científico y tecnológico de la modernidad, que compromete también profundamente a la vida universitaria, se ordena, en la perspectiva que propone el Rector, según las coordenadas del hombre y del sentido último de su existencia.
- Considerando la proyección social de los avances científicos de las décadas recientes, ¿no le parece que el mundo moderno, más que el científico, tiene por emblema al técnico?
- La técnica es una forma de conocimiento. Cuando se fabrica una máquina, lo que se está haciendo es disponer las partes de acuerdo con el conocimiento que se tiene de las leyes de la naturaleza. Se está, en cierta forma, ejerciendo un dominio muy superior sobre estas leyes. Este manejo ordenado de las leyes de la naturaleza permite evidentemente su empleo con fines útiles al hombre, pero hay que tener en cuenta que eso no es lo primordial. Lo primordial es que se las dispone en forma ordenada y se las hace jugar de una manera determinada. El que fabrica la máquina ha incorporado a sí mismo las leyes, el comportamiento de la naturaleza de una manera tal que le permiten alcanzar sus finalidades.
No debemos dejar desviar la atención por el hecho de que allí resulta algo útil. Lo fundamental, lo básico es que eso nos ha mostrado que la inteligencia humana tiene una forma de participación en el ser de las cosas, tiene una forma de incorporar las cosas a sí misma y de verter esa incorporación en una creación externa al hombre. Eso es lo fundamental, me parece a mí, de la técnica y lo que la hace una forma de conocimiento particularmente profunda y real de la naturaleza. No comparto para nada las aprehensiones en el sentido de que la técnica en sí y por sí significa una desviación del hombre de su camino fundamental, porque en realidad lo que significa es el ejercicio de la facultad principal de su inteligencia, que es participar en el ser de las cosas.
- ¿Qué cambios concretos significativos quisiera destacar en la ciencia, particularmente en la biología, durante los últimos 50 años?
- Si usted considera, por ejemplo, a la biología molecular en el contexto de la respuesta anterior, se advierte la realidad de lo que digo. Entre la formulación teórica y la aplicación práctica y útil, casi no existe lapso interpuesto. El conocimiento es casi inmediatamente manejo de la realidad biológica por una comprensión muy completa de las leyes que rigen algunos de los fenómenos de la vida. El impacto que eso ha tenido sobre la medicina, sobre todo en aquello que tiene que ver con recursos naturales, lo que tiene que ver con ecología, con medio ambiente, etc., es simplemente enorme. La aplicación práctica significa la manifestación de una íntima comprensión de algún aspecto real del comportamiento de los seres vivos.
- ¿En qué ha cambiado el enfoque de la ciencia en esta segunda mitad del siglo?
- Es una forma que es análoga a lo que ha pasado en matemáticas, donde los teoremas se han transformado en programas de computación, en la ciencia en general el conocimiento de las leyes se ha transformado en programa de acción sobre la naturaleza. Esto es una realidad que se advierte en cualquiera de las disciplinas que se miren. Representa, insisto, un enfoque interesante y que debe ser valorado positivamente. El poder usar, manejar, predecir el comportamiento de la naturaleza en condiciones inéditas, impensadas, completamente nuevas, significa una compenetración, una participación en la realidad de las cosas que no puede ser desconocida. La ciencia no es una mera construcción formal sobre la naturaleza, sino que es una forma de conocimiento de la verdad de los entes.
- En un contexto cultural fuertemente secularizado, como es el de nuestro tiempo, ¿qué cuadro ofrece la ciencia en su relación con lo divino? ¿En qué medida contribuye ella a una mayor presencia o a una mayor ausencia de Dios en el mundo?
- La ciencia concebida como un conocimiento racional perfecto, sin resquicios de la naturaleza, tal como se la pudo imaginar hace ya mucho tiempo, no dejaba evidentemente sitio para la relación interpersonal entre Dios y el hombre. Podía imaginarse un Dios del lado de allá de la naturaleza y un hombre del lado de acá, pero entre ambos estaba interpuesta una red, una urdimbre de leyes, de relaciones que podían formularse con entera prescindencia de la existencia o no existencia de Dios. Este era el mundo de la ciencia durante mucho tiempo.
La consecuencia lógica de esta formulación, sin embargo, es que en la misma medida en que Dios era eliminado del mundo concebido de acuerdo con las leyes necesarias de la naturaleza, también era eliminado el hombre. El mundo de la naturaleza, así pensado, era enteramente indiferente, enteramente prescindente, estaba más allá de todas las necesidades concretas, de toda la existencia real de los seres humanos. La expulsión y muerte de Dios que proclamaron pensadores del siglo pasado y de este siglo también, va acompañada necesariamente de la expulsión y muerte del hombre, de su eliminación del cuadro de la realidad.
Cuando hoy día se escuchan lamentaciones sobre la eliminación del hombre, sobre la subyugación del hombre por la técnica, sobre el hecho de que el hombre está reducido a una especie de partícula de una gran máquina que es la sociedad, se olvida el hecho básico de que ese debilitamiento del hombre y de su posición, esa depresión de la condición humana es la consecuencia necesaria o es el otro lado de la medalla de la eliminación de Dios del mundo que nos rodea.
Uno puede realmente concebir y realizar una sociedad atea, pero esa sociedad se hace a costa del hombre también y eso no creo que se pueda evitar.
- El desarrollo material de las sociedades al que contribuye la ciencia y la técnica, trae aparejado una serie de desafíos culturales o morales. En general, la relación entre los hombres se vacía de contenidos trascendentes. Hay una pérdida de la relación entre los hechos y su significado. Por estos fenómenos universalmente observados, ¿podría concluirse que necesariamente habría de suceder así con el desarrollo?
- Esa forma de participación en el ser de las cosas que es la técnica y que es la ciencia, tiende espontáneamente a degradarse, a transformarse en una utilización de la realidad para los fines del hombre, considerándose la primera como disponible para todo lo que se quiera hacer con ella. Esa es la visión o el aspecto con que se presenta la técnica espontáneamente al ser humano durante una buena parte de la edad moderna. Eso fue sintetizado o expresado a la altura de la Primera Guerra Mundial, al referirse a los soldados, al personal del ejército, con la expresión “el material humano”. Esa formulación realmente innoble dice todo. Incluso el hombre llega a ser un material para el hombre. La fuerza que organiza todo esto, que le da alguna cohesión y consistencia a la sociedad, termina siendo la simple voluntad de poder. Cada uno organiza en torno de sí el pedazo de realidad que puede alcanzar a organizar de acuerdo con la capacidad que pueda llegar a tener de imponer su determinación.
Eso constituye verdaderamente una degradación del humano y un daño profundo a la vida del hombre. No creo que eso sea una consecuencia del desarrollo. Es sí la forma en que una parte importante de la humanidad ha terminado por desarrollarse o ha escogido desarrollarse. Pero el progreso de la humanidad no tiene una relación necesaria con una forma de degradación y desvalorización del hombre.
- Diversos historiadores se han detenido en el análisis de determinadas sociedades a partir de la concepción que estas tienen de la muerte. ¿Qué puede decirse de la nuestra, a partir de cómo ve la muerte?
- A mí me llaman la atención dos maneras de enfocar el problema de la muerte en el mundo que nos rodea. Una de ellas es ignorarla, es eliminarla, en cierta forma programar la muerte de modo que ella no constituye ni sorpresa ni problema. A eso se presta mucho la civilización técnica actual, el pronóstico exacto de las enfermedades, el curso perfectamente controlable de muchas de ellas, lo que hace que la muerte pueda ser disimulada como una especie de accidente que le aconteció a alguien y eliminado así el carácter más propio de la muerte, que es ser la propia muerte. Es eliminada la necesidad de ver en la muerte el horizonte, el sitio desde el cual se puede comprender la vida.
La otra manera que también es muy importante hoy día, me parece, es ver la muerte como una especie de supremo límite, de desafío, algo que hay que traspasar, que está allí para ser en cierta forma desafiado. Esto tiene, creo, bastante que ver con la actitud suicida de una porción grande de la población, especialmente de la población joven en muchos países, frente a problemas como el del SIDA o frente al problema de la droga. No es verdad que la gente huya necesariamente de las cosas horribles, no es verdad que la gente huya necesariamente del espanto de la muerte m –de la muerte que frustra, que destruye una vida que promete, no de la muerte con que se termina o se corona una vida plena– no es verdad que la gente huya necesariamente de ese espanto. Hay en el alma humana indudablemente una atracción por el abismo. Hace más de setenta años que Freud escribió su ensayo “Más allá del principio del placer” y dejó allí consignada, desde su peculiar punto de vista, esa tendencia del ser humano hacia la destrucción, hacia la muerte. Son los costos de una sociedad enteramente racionalizada. Los costos de esa sociedad se llaman también la uniformación, el totalitarismo, el ocultamiento de la muerte y del destino personal.
Tras esa especie de reja invisible en que nos encierra este racionalismo, aparece esta reacción como una suerte de desafío, en el sentido de transgredir estos límites impuestos por la razón.
- ¿Con qué mirada enfrentar el futuro?
- Yo creo que el momento llama a un mundo que esté construido desde el hombre, en el cual el hombre y su destino personal no sean como una especie de accidente dentro de un gran conjunto de elementos racionalmente ordenados, sino que por el contrario sea el elemento ordenador, trascendente, que les da a las cosas su sentido y su consistencia. Ahora bien, el hombre no puede hacer eso sino en la medida en que se encuentra a otros que están en la misma condición y que, en conjunto con ellos, se encuentra o se enfrenta con el Otro que es la razón de la existencia. Tenemos que decidir si somos un elemento más dentro del mundo, un elemento equivalente a tantos otros, o si somos en realidad el elemento fundamental, organizador, que le da sentido al mundo. Y en el momento mismo en que quisiéramos aceptar lo segundo, sin caer en el absurdo, tendríamos entonces que aceptar a Aquel que nos da sentido a nosotros. Porque no podemos atribuirnos un sentido trascendente, no podemos atribuirnos realmente un rol como de creadores en el mundo, sin aceptar al mismo tiempo el rol de creatura.