El calificativo «católica», aplicado a una universidad, debe indicar una referencia clara y explícita al evento de Jesucristo como fuente y principio de la propuesta educativa de esa universidad. Esto no significa una visión rígida y monolítica de la cultura, ni que falte respeto por las metodologías y el estado de las ciencias. Es más bien una señal de honestidad científica, porque la ciencia no es rigurosamente objetiva si oculta al sujeto que la produce.
Humanitas 1996 III, págs. 436 - 439
Obispo de Grossetto, y ahora Rector de la Pontificia Universidad Lateranense —la “Universidad del Papa”, según señalan sus estatutos—, Monseñor Angelo Scola es una personalidad ampliamente reconocida por su estatura intelectual. Junto con el rectorado de la Lateranense ha asumido también la presidencia del importante Instituto Juan Pablo II para estudios sobre matrimonio y familia, anexo a esa Universidad, y que dirigiera por tantos años Monseñor Carlo Caffarra.
Su todavía reciente investidura como rector, su interés por las universidades católicas de Latinoamérica y en concreto su estrecho contacto con la dirección superior de nuestra universidad hacen propicia esta conversación sobre temas que dicen relación a la identidad de las mismas.
—En los años sesenta hubo quien afirmaba en Chile que para que una universidad sea católica, basta que sea una buena universidad. Mi pregunta es: ¿cómo se reconoce que una universidad es verdaderamente católica? Se dice muchas veces que las universidades católicas lo son apenas formalmente...
—Creo que la situación no se define por el camino de lo que se afirmaba en su país y en tantos otros en los sesenta, porque en tal caso estaría de más llamarla católica. Y si basta para una Universidad Católica con ser una buena universidad, hay que reconocer que en el mundo existen muchas buenas universidades..., no necesariamente por eso “católicas”.
El calificativo “católica”, aplicado a una universidad, debe indicar una referencia clara y explícita al evento de Jesucristo como fuente y principio de la propuesta educativa de esa universidad. Evidentemente, esto no significa que la referencia al evento de Cristo genere una visión rígida y monolítica de la cultura, o que no exista respeto por la metodología y el estado de las ciencias enseñadas en la universidad. Obviamente, no se trata de eso.
Significa simplemente que la Universidad Católica debe tener presente que su tarea es educar, y la tarea educativa es la primera prioridad no sólo de la Iglesia, sino también de la humanidad de nuestros días. La crisis de nuestra sociedad en transición se refleja, claramente, más que nada en la incapacidad de educar y en la forma bárbara de enfocar la educación que suelen tener los responsables de muchas instituciones.
La referencia clara y explícita al evento de Cristo es también una señal de honestidad científica objetiva, porque la ciencia no es rigurosamente objetiva si oculta al sujeto que la produce.
En suma, creo que en la actualidad es posible una Universidad Católica verdaderamente libre, con una propuesta educativa, con respeto por la autonomía de las ciencias y una condición pluriforme, es decir, donde se admitan todas las posibilidades de manifestaciones del pensamiento, la sensibilidad y la cultura, conservándose el carácter católico.
“La crisis de nuestra sociedad en transición se refleja, claramente, más que nada en la incapacidad de educar y en la forma bárbara de enfocar la educación que suelen tener los responsables de muchas instituciones”.
-A partir de la Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae, ¿cómo se plantea el sentido y misión de una Universidad Católica, sobre todo en una sociedad secularizada como la contemporánea?
-El aspecto educativo a que hacíamos mención me parece clave en este sentido. ¿Es posible transmitir un conocimiento a una persona sin ocuparse de todos los aspectos de la persona, me pregunto yo? Es evidente que no se puede, por de pronto, entregar un conocimiento sin ocuparse del sujeto que lo transmite y de aquel que lo recibe. Por consiguiente, en toda acción de comunicación del saber hay implícita una dimensión educativa. Por cierto existen diferencias entre la educación del niño, el adolescente y el universitario. Ciertamente, al transmitirse un conocimiento se exigirán distintas formas de relación educativa, de carácter interpersonal, a un profesor de física y a un profesor de teología; pero en ningún caso podría descartarse la dimensión educativa.
A mi modo de ver, en esto reside la clave de la existencia de una Universidad Católica, del proyecto que la califica como tal. Comprendo que a menudo existe el temor de condicionar o dar carácter ideológico a la transmisión del saber por el hecho de señalarse claramente esta dimensión. Se dice, con razón, que dos y dos son cuatro para el cristiano y el no cristiano, pero eso es totalmente evidente y no es necesario afirmarlo. Con todo, si soy profesor de matemáticas y enseño una ciencia en su objetividad, respetando su condicionamiento y sus métodos, pero sin comunicar nada de mi persona, difícilmente esta ciencia sería fascinante para el alumno. La identidad del sujeto educador debe ocupar necesariamente el primer plano.
-¿Y si éste no es católico?
-Las personas que dicen no ser católicas también pueden enseñar en la universidad, en la medida en que conserven el respeto por el sentido religioso, den a conocer su posición y sean totalmente fieles a la enseñanza última del Magisterio.
-Un tema relevante en la Ex Corde Ecclesiae es la cuestión de la verdad. Las universidades católicas deberían vivir en el ámbito de la verdad, en una búsqueda gozosa de ésta. ¿Cómo se plantean en este marco, por ejemplo, las relaciones entre fe y razón, fe y ciencia?
-Es muy importante esta relación entre la verdad y el gozo, porque indudablemente en la actualidad estamos enfrentando un problema de fondo, incluso como católicos, y no podemos plantear la verdad únicamente como un conjunto de enunciados de geometría. La verdad es un evento; más aún, para los cristianos una persona vital: la persona de Jesucristo. Esta persona es contemporánea del cristiano de todas las épocas y del hombre de nuestros días, en el interior del cuerpo vivo de la Iglesia. Del mismo modo como Jesús resultaba persuasivo para Juan, Andrés o la samaritana, el evento de Cristo, a través del cuerpo vital de la Iglesia, debe ser convincente para el hombre actual. Por consiguiente, la cuestión de la verdad debe plantearse en todo su rigor formal, lo cual implica su vinculación con la idea del advenimiento de Cristo, que es advenimiento de una persona, de la persona encarnada del Logos. El asunto de la verdad tiene así una dimensión tanto existencial como rigurosamente intelectual, del mismo modo como la historia de la Iglesia nos enseña desde las Sagradas Escrituras hasta las formulaciones rigurosas del Magisterio. Debemos hacer nuestro planteamiento sobre esta base, y el vínculo con la razón es fundamental. Estoy convencido de que en la actualidad pocas personas defienden la razón; entre ellas hay que mencionar al Santo Padre. La fe debe combatir por la razón; por una razón autónoma en relación con aquélla, con fisonomía propia, pero en definitiva referida a Dios y al Dios de Jesucristo. Por lo tanto, la autonomía de la razón se encuentra dentro del horizonte de la fe y no fuera de él. Así, la relación con la ciencia no está en modo alguno al margen del vínculo con la fe. La fe permite a la persona que practica la ciencia con rigor y método ser ella misma en mayor medida, lo cual también redunda en su capacidad de razonamiento e investigación científica.
-Hay un tema que Su Excelencia abordó con ocasión de su investidura como Rector de la Pontificia Universidad Lateranense. Es el tema del maestro: qué es el maestro, cuáles son las relaciones entre discípulo y maestro. Seguir la verdad supone seguir a un maestro. ¿Quién es maestro? Para una Universidad Católica es éste un tema crucial.
-Exactamente. Hay un pasaje muy hermoso de la homilía dirigida el año pasado por el Santo Padre a todos los estudiantes de las universidades pontificias romanas. En una parte de su exposición dijo lo siguiente: “Todos somos discípulos de Cristo, los estudiantes y los profesores”. Y luego agregó: “También el Papa es discípulo de Cristo”. Viene a mi mente la bellísima frase de Santo Tomás, que repite esas grandes palabras del Evangelio: vuestro maestro es uno solo, todos los demás son como ministros al servicio de ese maestro. Por este motivo, el maestro es aquel que está autorizado. Refiriéndose a Jesús, el Evangelio dice: “Habla con autoridad”. ¿Por qué? Porque Jesús estaba comprometido con lo que decía. Del mismo modo, un profesor de la Universidad Católica debe estar comprometido con lo que propone al estudiante y su vida debe estar al servicio de Cristo del mismo modo como él pide que la vida del muchacho esté al servicio de Cristo. La figura del maestro es absolutamente decisiva, es el fundamento de la educación y la base de la relación interpersonal que da curso a la libertad del otro. De este modo, la tarea educativa se convierte en una tarea apasionante.
El problema consiste en que educar es un arte y no una técnica, de manera que el maestro debe vivir existencialmente radicado en la comunidad cristiana y estar abierto a diario a ser educado para poder ser un educador. Para ser padre, en cierto modo, debe tener diariamente la experiencia de ser hijo de Aquel que es origen de toda paternidad.
-¿Qué deben esperar, por fin, la sociedad italiana de la Pontificia Universidad Lateranense y las sociedades latinoamericanas de sus diversas universidades pontificias?
-Creo que deben esperarse dos cosas. Lo más importante es la formación de hombres íntegros. El cristiano es un hombre que toma contacto con la raíz de su libertad y, por consiguiente, ama la verdad. Esto lo primordial. Al interior de la verdad individual deben surgir profesionales serios, capaces de introducirse en la trama de las relaciones cotidianas, en los distintos mundos de la producción, en el trabajo y la educación, con seriedad de competencia y verdad en su posición. Por último, la universidad debe estar en condiciones de interactuar permanentemente con las realidades vitales de la sociedad y del país, para ser fuente de cultura y crítica.
En mi opinión, en estos últimos años hemos subestimado la dimensión positiva del concepto de crítica. La “crítica” es afín con el concepto de “juicio”, de manera que no es puramente un dato negativo. La crítica es constructiva en su valor profundo y es la modalidad que permite a la realidad, a los cuerpos intermediarios y a los miembros de una sociedad ser estimulados para proceder. Esta es la tarea de una universidad.
Jaime Antúnez A.
Una universidad católica, nacida del corazón de la Iglesia, tiene el grave deber de ser el alma mater de múltiples intelectuales, obligada a elaborar respuestas muy bien pensadas para estos desafíos. La universidad católica se distingue por su libre búsqueda de toda la verdad acerca de la naturaleza del hombre y de Dios. Nuestra época, en efecto, tiene necesidad urgente de esta forma de servicio desinteresado que es el de proclamar el sentido de la verdad, valor fundamental sin el cual desaparecen la libertad, la justicia y la dignidad del hombre.
No puedo menos de alentar vuestro compromiso de llevar a cabo una reflexión profunda sobre los problemas que deben afrontar los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, especialmente por lo que concierne a las cuestiones de orden ético que surgen en una sociedad cada vez más compleja.
En el mundo actual, las tareas de la universidad católica son verdaderamente urgentes e importantes. El progreso científico y material plantea incesantemente la cuestión del significado y de la finalidad, cuestión que es necesario afrontar para asegurar que el desarrollo contribuya al bien auténtico de las personas y de la sociedad en su totalidad. La inspiración cristiana de la universidad católica le permite incluir en su búsqueda la dimensión moral, espiritual y religiosa, y valorar las conquistas de la ciencia y de la tecnología en la perspectiva total de la persona humana. (Ib., 7)
Juan Pablo II, Discurso a los rectores de universidades católicas, 11.V.96.