Al recordar el 150º aniversario de la obra On the Origin of Species de Darwin, es justo reconocer el inmenso don del “Espíritu” o “alma” hecho por Dios Creador a la especie Homo Sapiens.
Premisa
El tema del “origen del hombre” adquirió carácter central en los desarrollos de la antropología desde el momento en que se propuso el concepto de “evolución” como “postulado” para la interpretación del origen de los seres vivos. Dicho postulado surgió en el pensamiento biológico el 24 de noviembre de 1859, en la famosa obra On the Origin of Species [1], de Charles Darwin, definida por E. Mayr [2] como “el libro que sacudió al mundo”, seguido en 1872 por su otra obra, titulada The Descent of Man. Al morir el autor, el 19 de abril de 1882, ya se habían vendido más de 27 mil ejemplares, con las consecutivas críticas de eminentes filósofos, teólogos, hombres de ciencia y literatos, en su mayoría negativas, entre las cuales se menciona al menos la de Louis Agassiz, famoso zoólogo de la Harvard University, que definía la teoría de Darwin como un “error científico, falso en los hechos y acientífico en los métodos” [3].
Este nuevo postulado, realmente revolucionario en esa época, formulado por Darwin, excelente observador de la naturaleza, se abrió camino a pesar de una fuerte oposición. Quince años después de su publicación, la idea de Darwin había sido aceptada por la mayor parte de los biólogos más calificados. Hoy no faltan puntos de controversia, de cierta relevancia, especialmente en relación con los procesos de formación de las especies, sus modificaciones y su frecuencia. Con todo, E. Mayr, el ya citado y conocido zoólogo y teórico de la biología, podía afirmar: “Probablemente no existe hoy un biólogo que pudiera poner en duda el hecho de que todos los organismos actualmente presentes en la tierra provengan de un origen de vida único” [4]. Esta afirmación fue anticipada como hipótesis por el mismo Darwin, quien escribía: “podría inferir por analogía que probablemente todos los seres orgánicos que han vivido en esta tierra han descendido de alguna forma primordial en la cual fue insuflada la vida” [5]. Dichas aseveraciones fueron ampliamente confirmadas en escritos [6], conferencias, simposios y muestras, en el centenario de la publicación de la obra de Darwin, que E. Mayr sintetizaba con gran claridad: “Los puntos esenciales de la teoría moderna son de tal manera coincidentes con los datos de la genética, la sistemática y la paleontología que no se puede poner en tela de juicio su corrección. Según la trama fundamental de la teoría, la evolución es un fenómeno con dos fases: la producción de variaciones y el sorteo de las variantes mediante selección natural” [7].
El acuerdo sobre esta tesis no significa, sin embargo, que el trabajo de los evolucionistas haya terminado. Y el desarrollo de la investigación ha mostrado también límites y oscuridad en la teoría formulada por Darwin. Es intrincado el primer paso más simple propiamente tal, de la especiación [8], es decir, la formación de grupos de poblaciones fértiles entre ellos, pero reproductivamente aislados de los demás, como la “especie humana”, por ejemplo. Son cuatro las interrogantes fundamentales a las cuales debiera darse respuesta: cómo se originó esta especie, dónde apareció; cuándo se formó, y cuáles fueron sus líneas de difusión. Entre éstas, es fundamental en el tema de la evolución la respuesta a la primera interrogante: “¿Cómo se origina una especie?”, pero es al mismo tiempo la más difícil de dar. En realidad, se trata de explicar, como advertía J.A. Coyne, quien durante muchos años se dedicó al estudio de estos aspectos de la evolución, “de qué manera un proceso continuo de evolución puede producir grupos morfológicamente discontinuos conocidos como especie”. E introducía el artículo subrayando: “(…) calificada por Darwin como “misterio de los misterios”, la especiación es todavía un campo poco comprendido de la evolución. El análisis genético, en todo caso, ha incorporado nuevos aspectos generales sobre la especiación y sugiere promisorios caminos de investigación” [9]. Son caminos abiertos especialmente por Th. Dobzhansky [10] y E. Mayr [11], y condujeron a importantes conocimientos sobre la aparición del Homo Sapiens sapiens.
Charles Darwin y el “El Origen de las Especies”
En semejante contexto, es imposible no recordar la figura de Darwin, quien hiciera frente al problema del El Origen de las Especies [12]. Al respecto, Gary Stix [13] trazó un perfil sintético. Habiendo ingresado a la Escuela de medicina, no terminó los estudios. En 1835, a los 26 años, a pesar de las resistencias de su padre, Darwin se ofreció de buena gana como naturalista en el bergantín Beagle, que durante cinco años giró alrededor de la tierra, permitiéndole conocer el mundo natural y dejándole mucho tiempo para la reflexión. En 57 meses, atravesó Brasil, argentina, Chile y las islas galápagos del Ecuador. Sus observaciones incluyen 368 páginas de notas zoológicas, 1.383 páginas de notas geológicas y 770 páginas de diario. 1.529 especies fueron recogidas y fijadas con alcohol en frascos, con 3.917 muestras desecadas. Fue, como él mismo escribía en su autobiografía [14], “el acontecimiento muy por encima de todos más importante de su vida”, el hecho que “determinó todo el desarrollo de su carrera”. Sin embargo, su pensamiento esencial sobre el origen de las especies, iniciado en 1830, fue elaborándose lentamente: quería tener certeza sobre sus datos y argumentos, y se publicó en 1859 con el título On the Origin of Species. El concepto esencial se definió como “evolución ramificada” (branching evolution), es decir, un conjunto de especies divergentes a pesar de provenir de un antecesor común. El mismo Darwin trazó ya en 1837 el esbozo de un “árbol de la vida” (tree of life), única ilustración del volumen, cuyos primeros 1.250 ejemplares se vendieron de inmediato. Y así concluía su obra: “En mi opinión, tiene más concordancia con aquello que conocemos sobre las leyes impresas en la materia por el Creador el hecho de que la producción y extinción de los habitantes del pasado y el presente del mundo se haya debido a causas secundarias, similares a las que determinan el nacimiento y la muerte del individuo. Cuando no visualizo todas las cosas como creaciones especiales, sino como descendientes lineales de un pequeño número de seres que vivieron mucho tiempo antes de asentarse el primer estrato del sistema siluriano, esos seres me parecen ennoblecidos”.
El Homo Sapiens sapiens
Es ciertamente estimulante reconocer los propios orígenes biológicos: una obra maestra de fina complejidad y gran belleza; pero es sobre todo arrobador admirar las propias facultades de la inteligencia y la voluntad en plena libertad para conocer y decidir. Éstas son las características esenciales que distinguen al ser humano de cualquier otro animal, características tales que imponen a la ciencia misma interrogantes aún más problemáticas que las de sus orígenes biológicos. En realidad, en esta nueva especie es evidente la presencia de una extraordinaria potencia: la “mente”, que se impone como una verdadera novedad. Th. Dobzhansky, investigador y pensador que hizo aportes fundamentales en el tema de la evolución, escribía: “Sin duda, la mente humana separa netamente a nuestra especie de los animales no humanos. (…) La autoconciencia humana es obviamente distinta en gran medida de todo rudimento de mente que pueda estar presente en los animales no humanos. La grandeza de la diferencia constituye una diferencia de tipo y no de grado. A causa de esta primordial diferencia, la humanidad llega a ser un producto extraordinario y único de la evolución biológica” [15].
Es la novedad del Homo sapiens. Toda su estructura biológica es una evidente obra maestra; pero está intrínsecamente asociada a un componente ya no de orden material, sino puramente espiritual: el “espíritu” o “alma”, alma que ejerce la función mente, raíz común de dos facultades: intelecto y voluntad. Es la verdadera estructura de la persona humana: “cuerpo y espíritu”. Existe entonces una muy estrecha relación mente-cuerpo, que implica dos aspectos: uno de orden psicológico, de la inteligencia, la voluntad o libre arbitrio y las funciones neurofisiológicas y fisiológicas del cuerpo, y uno de orden metafísico, de la relación entre alma y cuerpo. Un aspecto merece especial atención: la relación entre cerebro y mente. En un cuidadoso estudio sobre la arquitectura del cerebro, L. W. Swanson afirmaba: “La corteza cerebral es la coronación gloriosa de la evolución. Es la parte del sistema nervioso responsable del pensar. (…) Es el órgano del pensamiento” [16]. Y más adelante, después de subrayar que “la actual organización de las conexiones intercerebrales bien puede estar más allá de los límites de la comprensión humana” (p. 165), concluía: “Los hemisferios cerebrales constituyen una unidad integrada, que desde el punto de vista funcional es responsable de la elaboración del conocimiento y la transmisión de influjos cognitivos a los sistemas motores, sensores y de comportamiento” (p. 180). En realidad, el cerebro humano adulto, de aproximadamente 1.300 gramos -constituido por alrededor de 100 mil millones de neuronas, de las cuales 30 mil millones se encuentran en la corteza cerebral, y distribuidas en unos 100.000 tipos diversos [17], contribuyendo cada uno de ellos a distintos aspectos de la vida mental-, no piensa, como subraya n. Chomsky, en “la realización física de la vida mental”, sino que la prepara [18]. Es esencial, en este proceso, la arquitectura y actividad en la neocorteza cerebral, cuyas funciones en el hombre son: la ejecución de funciones motrices, como los movimientos músculo-esqueléticos y oculares, la expresión de las emociones, el uso de la palabra y un ordenado y activo desarrollo mental propio de la especie humana, inmensamente superior a todo cuanto ocurre en el desarrollo cerebral de los primates más evolucionados. Instrumento extraordinario, constituido por partes construidas, elaboradas y ordenadas según un proyecto escrito en el ADN propio de cada individuo: plan-programa que se realiza gradualmente con el desarrollo y el crecimiento del sujeto mismo. maravillosa estructura compleja, órgano central y esencial de la persona humana; instrumento sumamente perfeccionado, que recibe, registra y memoriza; pero, como destaca W. R. Stoeger en un compacto análisis filosófico sobre el problema cerebro-mente: “Sabemos que la materia es necesaria para la experiencia mental y espiritual, pero también sabemos que todo cuanto comprendemos y conocemos sobre la materia neurológicamente organizada no es suficiente para explicar la manifestación de lo mental y lo espiritual” [19]. En realidad, una atenta reflexión hace evidente la exigencia y presencia de una energía llamada “mente”, constituida por dos fuerzas: inteligencia, que piensa, y voluntad, que elige y decide: fuerzas no materiales, sino espirituales, de las cuales no tiene conciencia el cerebro, sino la persona. Justamente C. M. Streeter, al exponer una visión antropológica de las neurociencias, afirma: “El cerebro no es la mente. El cerebro es la infraestructura fisiológica de la mente. (…) Quizás por primera vez hemos obtenido, a partir de los continuos descubrimientos científicos sobre las funciones del cerebro, una modesta explicación inicial de cómo funciones empíricas son propias precisamente del espíritu humano” [20].
El enigma del lenguaje y la energía de la mente
El misterioso surgir de la palabra en la especie humana parece, en realidad, un acontecimiento extraordinario: es el medio para la comunicación del pensamiento elaborado por la mente a través de una intensa y ordenada actividad cerebral. La historia de los lenguajes tuvo sin embargo diversos tiempos. Recordados sintéticamente en una sección especial de la revista Science [21], son: los lenguajes caracterizados por sonidos desarticulados, llamados “clicks”, en Sudáfrica, en los actuales descendientes de los Hadzabe y los San, idiomas en todo caso no estrechamente correlacionados y diferentes unos de otros, y los verdaderos lenguajes, de los cuales el lingüista Joseph Greenberg enumera 7.000 en el mundo y pueden reagruparse en 176 familias. Son idiomas ricos en palabras, que expresan capacidades mentales y elaboración de un pensamiento que conlleva un significado.
Obviamente, la construcción de un lenguaje es indicio de la inteligencia subyacente en el desarrollo de un pensamiento. Parece entonces incomprensible y desconcertante la posición asumida y propuesta por N. Chomsky [22] cuando afirma: “Si aceptamos que nuestras mentes son producto de nuestros cerebros, debemos aceptar que los procesos básicos con los cuales están construidas nuestras mentes son los mismos con que se construyen los cerebros y los sistemas mentales de los otros organismos”. De hecho, insiste: “Con los avances de la biología molecular y las neurociencias, podemos ahora comprender, mejor que nunca, con qué profundidad compartimos nuestra herencia -física y mental- con todas las demás criaturas con las cuales compartimos nuestro planeta”. Es una absurda negación de las dos potencias, mente y conciencia, los dos factores característicos esenciales que separan claramente a la especie Homo sapiens de todo el resto del mundo animal: mente, energía que piensa, reflexiona y se expresa mediante un lenguaje comprensible, inmensamente desarrollado y extraordinariamente guiado por la actividad de miles de millones de neuronas, que operan ordenadamente sin pausas en el cerebro; conciencia, reflexión que examina lo que la mente expresa para juzgar su valor: bien o mal. En realidad, el enigma de la mente y la conciencia, exclusivo en la especie humana, debe resolverse en un nivel muy superior al estrictamente biológico, que jamás podrá proporcionar una explicación convincente.
Están muy claros algunos factores esenciales de esta actividad cerebral, recordados por J. Ledoux [23], conocido investigador del Centro de neurociencias de la universidad de nueva york. Entre estos factores, la “memoria” es la clave que permite comprender el propio “yo” a partir de cómo trabaja el cerebro: el “sí mismo” se establece y conserva en el cerebro si se codifica como recuerdos, y los desarrollos de las neurociencias modernas han demostrado que estos recuerdos existen y son de carácter sináptico, es decir, son conexiones entre neuronas llamadas “sinapsis”, que constituyen el medio con el cual el cerebro cumple sus compromisos. En realidad, la memoria es la base fundamental y esencial para la actividad de la mente humana. Un segundo factor importante es la “actividad génica”, absolutamente indispensable para la existencia y el modo esencial de operar de estos sistemas de memoria. La actividad de los genes opera en nuestra mente y en las reacciones del comportamiento preparando el camino para la formación de las sinapsis. Justamente se recalcaba: “muchos objetarán diciendo que el sí mismo es por naturaleza más bien psicológico, social o espiritual que neural. Mi afirmación de que las sinapsis son la base de nuestra personalidad no significa que nuestra personalidad esté determinada por las sinapsis, sino más bien ocurre lo contrario. Las sinapsis constituyen simplemente la vía cerebral para recibir, acumular y restaurar nuestras personalidades”. ante la revelación de las estructuras del cerebro humano [24], que se desarrollan gradualmente como instrumento indispensable para permitir a la persona humana elaborar y expresar los productos de su mente y elegir y ejecutar sus propias decisiones, no puede estar ausente la percepción de gozar de un privilegio especial concedido a la especie Homo sapiens.
No se puede en todo caso ocultar la fragilidad connatural de esta estupenda criatura Homo sapiens. Es posible comprender cómo esta potencia “mente”, al producirse situaciones que implican alteración de estados biológicos cerebrales, ya no puede cumplir su función habitual: las dos fuerzas, “inteligencia” y “voluntad”, quedan desprovistas de su actividad normal, con las consiguientes perturbaciones de la conciencia [25]. Se trata de numerosas expresiones y graves patologías debidas a alteraciones de los estados de alerta y lucidez, especialmente: “obnubilación de la conciencia”, acompañada de perturbaciones de la concentración y la memoria, y mayor lentitud del pensamiento y la acción; “estado crepuscular”, con restricción del campo de conciencia e interrupción de las relaciones con el ambiente; “estado de confusión”, caracterizado por reducciones de la capacidad de juicio crítico, disminución de la memoria y delirios conducentes a cuadros psico-orgánicos de carácter crónico, con demencia y desintegración de la personalidad, y “coma”, caracterizado por la pérdida total de la conciencia.
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En síntesis, las observaciones más al día sobre el dónde y el cuándo de los antepasados del Homo Sapiens sapiens indican su origen en África, hace aproximadamente 100.000 a 200.000 años, seguido de su difusión en Eurasia y todo el resto del planeta. La extraordinaria novedad de este ser “cuerpo y espíritu” es el enigma de la “mente”, don espiritual sumamente especial, que le ofrece la capacidad de pensar, formular y expresar sus conceptos mediante el lenguaje, expresión de una intensa y muy ordenada actividad cerebral.
Al recordar el 150º aniversario de la obra On the Origin of Species de Darwin, es justo reconocer el inmenso don del “Espíritu” o “alma” hecho por Dios Creador a la especie Homo Sapiens.