El ser intrínsecamente social que es el hombre no puede vivir sin la cultura que expresa sistema de valores y actitudes, visiones, interpretaciones de la realidad y símbolos de una comunidad. Cuando los territorios ven desvanecerse sus fronteras por el Internet, el turismo masivo y la televisión satelital, lo que establece y alimenta la cohesión de un país es su identidad cultural. Sólo las naciones que tengan un vigor cultural podrán entrar -creadoramente- al diálogo entre los pueblos, a la hora de la globalización.
Foto de portada: Peregrinación de San Sebastián, Panimávida, fotografía de Tito Alarcón. En: Herrera, Luis y Alarcón, Tito; Fulgores de Devoción. Peregrinando de Mar a Cordillera. Novum, Santiago, 2011, p.16.
¡AY DEL SOLO! LA PATRIA COMO ENCUENTRO
Es muy difícil datar las novedades históricas. En forma creciente, los estudiosos dan la fecha de 1968, como inicio del cambio epocal significado en el nuevo milenio. No me detendré a pintar el tiempo anterior ni el panorama emergente. Presentaré algunas afirmaciones de lo que, según mi entender, Chile precisa para seguir siendo una patria que ayude a los suyos, en ese caminar sostenido hacia lo que hace más felices a los hombres. Porque, en definitiva, de eso se trata, cómo hacer más plena, honda y gozosamente humana la existencia de las gentes de este país.
Sabemos que el ser humano llega a la tierra radicalmente incompleto, necesitado del útero social. El sentido de su biografía es crecer, desplegar sus potencialidades, vivir más colmadamente. Ese proceso siempre ocurre en una serie de encuentros. Es ésta la significación del grito latino: “Vae soli”, “¡Ay del solo!”. La patria es la familia de un encuentro constante, que arropa la soledad de cada hombre en su historia.
Globalización e incertidumbre
Hoy, todos los muros de las naciones están llenos de rendijas, de resquebrajamientos o de ventanas voluntariamente abiertas. De modo recurrente se dice que el cambio ha sido acelerado y, con razón. La vertiginosa rapidez ha producido desconcierto. La incertidumbre se extiende como un ánimo generalizado. La acumulación de preguntas acosa a muchos jóvenes y los retiene. Es el fenómeno del “no estoy ni haí”, o del “pasotismo” español: del dejar ‘pasar’ todo porque no se sabe a qué tren subirse.
Todas las campanas de cristal se quebraron y las visiones valóricas, que transmite la cultura, ya no podrán ser tan convencionales como antes. El pluralismo global, que es omnipresente con sus ofertas, desafía a la libertad de cada uno para vivir, no en aras de la convención social, sino de una convicción personal, que se capaz de sostener aquellas convenciones sociales verdaderamente necesarias.
Pero ninguna vida individual tiene el tiempo ni la energía para responder a todas las preguntas ineludibles.
Ser hombre es demasiado arduo y peligroso. Ortega y Gasset decía que una vaca en la pradera engordará o se pondrá magra, pero jamás dejará de ser vaca. En cambio, el hombre puede traicionarse tanto, que llegaríamos a decir que ha dejado de ser hombre.
El hombre en la cultura de su pueblo
Por ello es que el ser intrínsecamente social que es el hombre no puede vivir sin la cultura, entendiéndola como el “estilo de vida de un pueblo” (DP 386 [1]), el que expresa sistema de valores y actitudes, visiones, interpretaciones de la realidad y símbolos, de tal comunidad. Cuando los territorios ven desvanecerse sus fronteras por el Internet, el turismo masivo y la televisión satelital, lo que establece y alimenta la cohesión de un país es su identidad cultural. Sólo las naciones que tengan un vigor cultural podrán entrar -creadoramente- al diálogo entre los pueblos, a la hora de la globalización.
Hemos experimentado este último año, con dolor, la escasísima gravitación política de Chile en el mundo. Conocemos nuestro volumen económico, el que se puede documentar en cifras bien precisas. No serán esos títulos los que perpetúen nuestra personalidad histórica, en el nuevo horizonte que ya está dibujándose con trazos gruesos. Nuestro mejor capital y la única posibilidad cierta de subsistencia es nuestra identidad cultural. Desgastarla es desvanecer a Chile. Encapsularla es castrar a Chile. Enterrarla es sepultar a Chile. Cuidarla, nutrirla y proyectarla es darle legitimidad histórica. Este patrimonio de un pueblo es la decantación de su historia.
Cultura, identidad de un pueblo
Cuando en 1868, el úcase imperial de Rusia disolvió el gobierno polaco y prohibió su idioma, creía acabar con una nación de nueve siglos.
Durante 50 años exactos, Polonia no aparecerá en los mapas, pero vivía en su cultura, anidada en la matriz subterránea de la fe cristiana.
El Concilio Vaticano II se adelantó mucho cuando consagró una descripción que ha tenido, posteriormente, múltiples aplicaciones. “Con la palabra ‘cultura’ se indica todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus múltiples cualidades… las distintas condiciones de convivencia y el diverso modo de utilizar las cosas, de realizar el trabajo, de expresarse, de practicar la religión, de comportarse, de establecer leyes e instituciones jurídicas, de desarrollar las ciencias y las artes y de cultivar la belleza”. (GS 53)
En América Latina, ya en 1979, la Conferencia Episcopal de Puebla, elaboró ampliamente el concepto.
En el marco de nuestras reflexiones, quisiera señalar que no basta la inercia de una cultura para perpetuarse. Se precisa un hálito de entusiasmo. La identidad de un país es la posesión del sentido de sí mismo. El entusiasmo es el fulgor de una plenitud de sentido, que proviene de una afianzada identificación con lo que se es. El empeño normal de una comunidad apenas sirve para mantenerse, en tiempos tranquilos. Si Chile quiere entrar en el proceloso mar de la globalización, necesita un cierto plus de adhesión vocacional que llamamos entusiasmo o alegría de ser un tal país.
Ponderación de la noción ‘cultura’
En junio de este año, Bernardo Kliksberg, Vice-Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), caracterizó a la cultura con los siguientes términos:
“La cultura es maneras de vivir juntos… molesta nuestro pensamiento, nuestra imagen, y nuestro comportamiento’. La cultura engloba valores, percepciones, imágenes, formas de expresión y de comunicación, y muchísimos otros aspectos que definen la identidad de las personas y de las naciones. Las interrelaciones entre cultura y desarrollo son de todo orden, y asombra la escasa atención que se les ha prestado. Aparecen potenciadas al revalorizarse todos estos elementos silenciosos e invisibles, pero claramente operantes, que involucra la idea de capital social” [2]. Kliksberg trae dos citas interesantes. La primera de Amartya Sen: “los códigos éticos de los empresarios y profesionales son parte de los recursos productivos de la sociedad”. La segunda de Hedy Nai-Lin Chang: “los valores juegan un rol crítico en determinar si avanzarán las redes, las normas y la confianza. Valores que tienen sus raíces en la cultura, y son fortalecidos o dificultados por ésta, como el grado de solidaridad, altruismo, respeto, tolerancia, son esenciales para un desarrollo sostenido”. [3]
LA CULTURA TRANSMITE VALORES
Las preguntas fundamentales
A través de la transmisión cultural se median los valores, como respuesta a las preguntas fundamentales del hombre en la tierra: ¿qué sentido tiene la existencia?, ¿qué es el amor?, ¿quiénes son la mujer y el hombre?, ¿por qué el sufrimiento?, ¿qué aproximación hay al enigma de la muerte? Son éstas las cuestiones que Laín Entralgo llama de “ultimidad”. En los pueblos hay una respuesta global, que se formula en el inconsciente colectivo, al modo que los antropólogos denominan ‘poético’. Este modo se articula en mitos fundantes, grandes metáforas que explican el misterio del hombre.
Los mitos: fundamento y herencia
Aquí entendemos “mito”, no como una leyenda caprichosamente imaginada, sino como una formulación arquetípica, desde el alma popular. En estos mitos, o parábolas, se retiene la intuición que motiva al pueblo para caminar, crecer y luchar. En esa imagen o acción se destila la identidad cultural, el más preciado tesoro de una comunidad histórica. Se trata de algo que se hereda, de generación en generación. Este legado no es un objeto. Es algo vivo, por lo tanto, vulnerable y promisor. La cultura puede destruirse o acrecentarse. Decir que los pueblos necesitan de la tradición, significa que todo hombre por el hecho de habitar en un pueblo, es un heredero. Actualmente, es tan brutal la fractura entre generación y generación, que se ha perdido la conciencia de ser herederos. Este hecho, en vez de producir existencias individuales pletóricas, produce biografías amorfas e intrascendentes, números en la masa. Alain Finkielkraut, el brillante y joven filósofo francés, acaba de sostener: “lo cierto es que sin herencia no se puede acceder a una verdadera existencia individual” [4].
¿HAY UN MITO PARA LA AUTOCOMPRENSIÓN DE CHILE?
Herederos emprendedores
¿Hay un mito chileno donde se resuman las respuestas de nuestra cultura a las interrogantes de la condición humana? Tal mito, si lo logramos formular y aprehender, sería la semilla insustituible que debemos alimentar y proyectar en los nuevos desafíos de la globalización. Vocación de herederos emprendedores, acometedores, sí. Guardianes de museo, no. Los talentos, en la parábola evangélica, había que hacerlos producir. Y los granos de trigo, de los cuales habla Cristo, tienen por tope el ciento por uno.
‘Almuerzo dominical bajo el parrón’
Llama la atención que múltiples encuestas y estudios indican que el chileno, difícilmente, puede imaginarse la felicidad fuera y lejos de una familia. Pareciera que esto ronda por la médula de nuestra identidad nacional.
Hay una novela de los últimos años que, a mi modo de ver, ha cogido bien el mito chileno de la felicidad: “Morir en Berlín”, de Carlos Cerda. Narra acerca de uno de los viajes globalizantes de un sector de los chilenos, cual fue el exilio de los años ’70 en adelante. Los personajes están expatriados en la tristísima capital de la República Democrática Alemana, la DDR. El personaje masculino, un intelectual chileno, abandona a su compañera, chilena también, para irse con la hija del más alto jerarca comunista. Cuando la tragedia es definitiva, la abandonada Lorena, entra por el túnel de la desolación total. Le brota, por contraste, la nostalgia de la dicha sentida como mujer de nuestra cultura. En esa noche berlinesa, está desterrada y descuajada del que ella ama. Entonces se despliega, desde el pozo oscuro de su añoranza, la visión del mito chileno de la felicidad. Allí imagina que retorna a Santiago, para un almuerzo en familia, en un domingo radiante, bajo el parrón. Lorena habla al amado que la deja: “Yo fue para ti, una luz salvadora. Pero esto mío que te iluminaba es la luz que robé de la casa de mis padres, ahora tan solos, tan en la penumbra por mi culpa. ¡Si supieras cómo quiero estar con ellos! ¡Si supieras cómo quiero estar con mis hermanas, abrazarlas, llenarlas de besos, ir besando también uno a uno a sus hijos que no conozco! Cómo quisiera estar en mi casa de niña, bajo el parrón en un almuerzo de domingo. Me veo sentada a la mesa con todos los que me quieren de verdad”. [5]
Éste es el paraíso soñado en el estrado profundo del alma chilena. Desde este mito de identidad hay que entrar a la globalización, no sólo para defenderlo, sino para hacerlo crecer y ofrecerlo como proyecto compartido entre los pueblos.
CAPITAL SOCIAL Y CULTURAL
Bernardo Kliksberg
Estas reflexiones desde la cultura no están fuera de lugar en una reunión de empresarios, economistas y políticos. Diría que esta materia es la más importante, a la que un foro como éste debe abocarse si quiere tener capacidad de futuro, en tiempos de la aldea global. En su citada conferencia, Kliksberg lo dijo sin ambages: “La cultura es un factor decisivo de cohesión social… preservar los valores culturales tiene gran importancia para el desarrollo, por cuanto sirven como una fuerza cohesiva en un época en que muchas otras se están debilitando” [6].
Capital cultural, descripción y valor
No está solo en sus consideraciones. Se enmarca dentro de una corriente que cobra más y más adeptos, entre vigías muy alertas en la materia del desarrollo de las naciones. Su plataforma de pensamiento es la capital social y cultural.
Para estos autores, el capital cultural se describe así: “Las personas, las familias, los grupos, son capital social y cultura por esencia. Son portadores de actitudes de cooperación, valores, tradiciones, visiones de la realidad, que son su identidad misma”. [7]
Su ponderación del flujo entre cultura, economía y desarrollo es altísima: “La actividad cultural ha sido vista con frecuencia, desde la economía, como un campo secundario ajeno a la vía central por la que debe avanzar el crecimiento económico… Sin embargo, el desarrollo cultural es un fin en sí mismo de las sociedades. Avanzar en este campo significa enriquecer espiritual e históricamente a una sociedad y a sus individuos… ‘Es un fin deseable en sí mismo porque da sentido a nuestra existencia’… ‘Sin desarrollo social paralelo no habrá desarrollo económico satisfactorio”. [8]
IGUALDAD Y LIBERTAD SON IMPOSIBLES SIN FRATERNIDAD
Octavio Paz
El horizonte en que nuestro ethos cultural nos obliga a situar el problema de la globalización, tiene un contexto histórico muy abarcador. Están en juego las grandes variables de los últimos siglos de la historia universal, y el pronóstico del siglo que viene.
Nos apoyaremos en dos latinoamericanos destacados.
El primero es el pensador Octavio Paz, quien sostiene que el programa de la revolución francesa –libertad, igualdad y fraternidad- da un balance de fracaso, después de doscientos años. Dice el mexicano que el siglo diecinueve fue el intento de realizar el programa de libertad a toda costa, sacrificando la igualdad. Primer fracaso. El proletariado industrial acumuló resentimiento que llevó, en el siglo veinte, a una estructura social de igualdad a todo precio, incluso el de la muerte de millones de personas. Segundo fracaso, que se desploma con el muro de 1989. Conjugar libertad con igualdad, dice Octavio Paz, no ha sido posible porque no se tomó en serio la fraternidad, la que sería el alma necesaria del proyecto social. Pues bien, ¿se puede imponer la fraternidad auténtica?, o ¿ella sólo puede brotar en un clima moral y al calor de una motivación, que en definitiva, es religiosa?
¿Es posible ser hermano, genuinamente hermano, de alguien si no hay una autocomprensión de los hombres como hijos de un Padre común? La historia de los dos últimos siglos pareciera decirnos que no.
Enrique Iglesias
No deja de ser significativo que, cuando el economista Enrique Iglesias, Presidente del BID, cita las afirmaciones de Octavio Paz, de modo recurrente, las enlaza con las de S.S. Juan Pablo II, como un profeta de la fraternidad práctica entre los hombres: “… el siglo XXI debería ser el de la fraternidad, el de la solidaridad. Y creo que Juan Pablo II dice una gran verdad cuando nos recuerda que no se trata de construir cualquier tipo de sociedad, y menos aún una basada en el individualismo, sino una sociedad que tenga como centro de su motivación material y espiritual la solidaridad”. [9]
ECONOMÍA, CULTURA Y RELIGIÓN
Relación intrínseca de economía y cultura
Establecer una relación entre economía, ethos cultural, religión y cristianismo en América Latina, no es un recurso indebido. Hay una trabazón interna y objetiva.
Claro está que no hablamos de cualquier forma de vivir la religión, la que se puede transformar también, en freno al desarrollo y hasta en ‘opio del pueblo’. Debe ser una religión con autocrítica, en diálogo constante con el mundo.
No cualquier forma de religión
Una religión que también vive la globalización desde su propia identidad carismática, sin ser una respuesta acomodaticia al mercado, ni a la moda de los vagos anhelos de trascendencia. Una religión que sea humilde y profética, nunca dominadora e impositiva, siempre oferta a la libertad y servicio a la responsabilidad. El destacado filósofo protestante Paul Tillich, desde Francia, aportó muchos elementos a la reflexión contemporánea de este asunto. “Lo sagrado no se coloca junto a lo secular, pero sí en sus profundidades. La sacralidad es el elemento creativo y, al mismo tiempo, el juicio crítico de la secularidad. Pero la religiosidad puede existir únicamente si al mismo tiempo constituye un juicio de sí misma; un juicio que debe emplear la secularidad como un instrumento de la autocrítica religiosa”. [10]
Peter Berger
El gran sociólogo norteamericano Peter Berger, un verdadero clásico actual, hizo personalmente el proceso de una porción calificada de la sociología de la segunda mitad de este siglo. Él compartía la creencia que: “la fidelidad para con la religión institucional debe necesariamente declinar” y que: “la religión atañe únicamente a la esfera privada, siendo por ello irrelevante para la vida política”. [11]
Con esta disposición inició una memorable investigación en 1975, junto con Richard Neuhaus. En razón de los datos empíricos obtenidos, mutó radicalmente su postura, descubriendo la incidencia decisiva de lo religioso en todos los comportamientos sociales y políticos.
“Sea cual fuere la propia actitud respecto a la religión, esta suerte de indolencia ante el fenómeno, constituye necesariamente una seria flaqueza de buena parte del pensamiento sobre las políticas públicas… No es posible ya omitir que (las instituciones religiosas) juegan un papel particularmente importante en lo que respecta al modo en que la gente ordena sus vidas y sus valores en los ámbitos más cercanos y más concretos de su existencia”. [12]
Berger y Neuhaus son contundentes. Señalan los prejuicios que impiden ver la actual y decisiva gravitación de la religión, en la vida de los pueblos: “Pocas instituciones han demostrado, y siguen demostrando, un influjo tan persistente como el de la religión. Pareciera que esa influencia es percibida como residual sólo en la medida que el afán prejuiciado de secularizar la cultura y la vida política lo requiere y precisa actuar como si fuese efectivamente residual… El discurso gubernamental que ignora el papel de las instituciones religiosas… obedece a un prejuicio claramente antidemocrático”. [13]
¿Hay un peligro teocrático?
Los mismos Berger y Neuhaus se encargan de clarificar las razones para la sospecha que siempre merodea, cuando se trata el tema religión y sociedad: el intento de dominación teocrática, por parte de las Iglesias. Peligro éste que, en el Islam fundamentalista y en otros integrismos de todas las religiones, adquiere cuerpo real. Los autores se refieren a las Iglesias contemporáneas de Occidente y sostienen: “El peligro actual no es que las Iglesias, o alguna en particular, se hagan cargo del Estado. El peligro bastante más real, es que el Estado asuma las funciones de la Iglesia, excepto cuando se la define, con estrechez, como una religión limitada al culto y la instrucción religiosa”. [14]
La anticipación de la Conferencia Latinoamericana de Puebla
Llegados a este punto de nuestro discurso, me veo obligado a desvelar algo personal, a mostrar un par de cartas a ustedes. Sabemos que nadie medita en el vacío. Siempre, desde una cierta experiencia personal. Tuve la oportunidad de participar en el Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, a inicios de 1979, en Puebla. Si comparo los textos sobre economía y cultura de sociólogos y economistas actuales, me veo obligado a decir que la Conferencia General de Puebla adelantó, en 15 años, los recientes resultados de esos científicos. Lo de Puebla ocurrió bajo el impulso del Concilio Vaticano II. Pienso que éste es un caso de corrobora la verdad de una expresión del Papa Paulo VI, hombre cultísimo y de una gran visión secular, mundanal, del cristianismo: la tradición judeo-cristiana es una instancia histórica “expresa en humanidad”. [15] Esto es una especie de olfato histórico, de validez profética. Porque participa de una ‘sabiduría’ que se adelanta al ‘saber’ empírico. A partir de ese acierto, me atrevo a dar dos pasos más, con el documento de la Conferencia de Puebla en la mano.
El núcleo religioso de la cultura
Los invito a recorrer con la mirada algunos hechos. Por ejemplo: el renacer chiíta en Irán, los enfrentamientos recientes en Argelia, la prohibición, en la última semana, de una fuerte corriente budista en la China, la vigencia de la religiosidad popular chilena, el crecimiento del evangelismo en nuestra patria, la afloración de movimientos laicales dentro de la Iglesia Católica. Estos fenómenos, tal vez, nos permiten aproximarnos a una comprensión de la sentencia tan citada de André Malraux: “El siglo XXI será religioso o no será”.
En ese mismo sentido, Puebla tiene un párrafo redactado por una gran figura de la teología argentina de este siglo, el Pbro. Lucio Gera. Lo cito textualmente porque no se puede decir, de modo más medular, la trabazón entre cultura y religión: “Lo esencial de la cultura está constituido por la actitud con que un pueblo afirma o niega una vinculación religiosa con Dios, por los valores religiosos. Estos tienen que ver con el sentido último de la existencia y radican en aquella zona más profunda, donde el hombre encuentra respuestas a las preguntas básicas y definitivas que lo acosan sea que se las proporcionen con una orientación positivamente religiosa o, por el contrario, atea. De aquí que la religión o la irreligión sean inspiradoras de todos los restantes órdenes de la cultura –familiar, económico, político, artístico, etc.- en cuanto los libera hacia lo trascendente o los encierra en su propio sentido inmanente”. (DP 389)
CONOCER A UN HOMBRE ES CONOCER SU DIOS
Apliquemos a Chile la relación cultura y religión. Se puede hilar, de modo fluido, aquello que describimos como el núcleo mítico de nuestra cultura, con el cristianismo que lo sella. Hay una relación profunda entre esa imagen del almuerzo dominical bajo el parrón, con un Dios que nace dentro de una familiar de Nazaret y en definitiva, con el misterio de un Dios Trinitario que no es soledad, sino comunión.
En los albores del cristianismo, allá en Antioquía, cuando le solicitaron al obispo Teófilo “muéstranos a tu Dios”, respondió: “muéstrame tú a tu hombre y yo te responderé como es mi Dios”. [16] Si en la raigambre del ethos cultural chileno, hubiese un Dios impasible, solitario, incomunicado e inaccesible, las Lorenas exiladas en el dolor de Berlín, no añorarían las mesas bajo el parrón. En efecto, la imagen cristiana de Dios que ha marcado a Chile engendró el ethos familiar de nuestra identidad cultural.
ALGUNAS CONSECUENCIAS EN EL UMBRAL DEL 2000
1. La formidable energía social del Padrenuestro
Esto tiene múltiples consecuencias en el umbral del 2000. Proyectemos nuestra identidad cultural sobre una dolorosa llaga que desangra nuestra indispensable cohesión como pueblo: la división entre chilenos en los últimos tres o cuatro decenios de este siglo. El desgarro no es sólo asunto privado, o un problema de algunos sectores entre sí. Es cuestión de presencia cohesionada de calidad en la identidad, en la perspectiva de la globalización. Pero, ¿qué fuerza interior, qué sensibilidad moral es capaz de mostrarnos a cada uno, los errores, las omisiones y las faltas del pasado para restablecer la amistad de chilenía?
Si no hay un Dios absoluto, las acciones humanas no tienen medida y se descompensan. Sin Dios, todo se torna desmesurado, descontrolado, inmanejable. Así es como algunas reacciones justificadas frente a los problemas de la división entre chilenos, han cobrado una dimensión ilimitada. La única forma de que las posturas contrapuestas se proporcionen unas a otras, para lograr la paz, es que se contrapesen con Dios, el único valor absoluto. La vigencia social de Dios redimensiona las cosas al auténtico porte humano. De lo contrario, las legítimas opciones políticas se transforman en patriotismo excluyente, el cual termina usurpando el lugar de la religión. Y esto es grave y socialmente peligroso. Sólo en una sociedad proporcionada con Dios se puede facilitar lo más divino que es el perdón. A esta luz se comprende la formidable energía social y política que contiene el Padrenuestro, cuando es oración auténtica y mordiente. “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
La reconciliación ahorra largos caminos de enfrentamientos. ¿Qué habría sucedido entre Francia y Alemania, en 1870, si hubieran podido convenir en un Padrenuestro existencial? Tal vez, 1914 y 1939, no habrían sido comienzos de terribles guerras. Por otra parte, el que Argentina y Chile fueran naciones donde el Padrenuestro tenía vigencia cultural, fue ciertamente decisivo, en 1978, para evitar la catástrofe inminente.
Pecador perdonado y perdón social
El hombre sin trascendencia puede caer más fácilmente en la trampa de la autojustificación, pero también pueden ser atrapados cuantos pagan tributo a las diversas formas de fariseísmo religioso. Una fe auténtica y existencial, que nos lleva a medirnos con la infinitud del Dios vivo, siempre nos está desmontando del caballo de nuestra arrogancia y de nuestra falsa seguridad ética. La Biblia dice que el justo peca siete veces al día. Desde una conciencia seria, doliente de ser pecador, es más posible desentrañar, en el complejo tejido de la historia social, aquellas huellas que documentan nuestras fallas, pecados que nos constituyen en sujetos necesitados del perdón de Dios y de los hombres. Y sólo el perdonado es aquel que puede llegar a perdonar.
Los que puedan rezar y vivir el Padrenuestro con humilde y generosa veracidad estarán en condiciones de ofrecer para el futuro de Chile un aporte de cohesión inestimable, por un ethos de fraternidad reconciliadora.
2. Al chileno porque es chileno
Después de caer los muros, en 1989, S.S. Juan Pablo II interviene en la cuestión social global con su encíclica Centesimus Annus. En el número 34, reconoce la utilidad del libre mercado. “Da la impresión de que, tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder a las necesidades”. A continuación, se apresura a hacer una distinción: “sin embargo, esto vale sólo para aquellas necesidades que son ‘solventables’, con poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son ‘vendibles’, esto es capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas”.
Principio clave: ‘al hombre porque es hombre’
Más adelante, la encíclica agrega el principio clave que se publica en cursiva para subrayarlo. “Por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad”. Si es efectivo que el carácter propio de la cultura chilena, nuestro ethos cultural, tiene como arquetipo la familia, entonces la fraternidad, la solidaridad con cada chileno, por el simple hecho de serlo, es una exigencia para ser coherentes con el alma nacional.
Pasión por la fraternidad y la justicia
Los que viven todavía en extrema pobreza, a pesar de todos los esfuerzos, siguen contándose en varios millones. Esto tiene que dolerle a todo dirigente social en este país. También la desigualdad de oportunidades, que continúa siendo flagrante, no nos puede dejar tranquilos.
¿Cuál es la máxima velocidad posible para solucionar estos problemas? ¿Cuál es la más eficiente de las políticas socioeconómicas? Es materia discutible por los expertos.
Lo que no es admisible, es cualquier forma práctica de indiferencia, dejación o torpeza. El clamor de Juan Pablo II, pronunciado en la sede de la CEPAL, en Santiago de Chile, resuena aún: “los pobres no pueden esperar”. [17]
En estas materias, la juventud mira a los mayores desde muy cerca. Si no queremos deslizarnos, más y más, en una apatía social y política de las generaciones emergentes, sino no queremos hipotecar nuestro equilibrio y nuestra paz, debe bullir en el corazón de todos nuestros líderes una pasión por la fraternidad y por la justicia, un dolor que no cese por la situación de los desamparados.
3. Población y pueblo Alerta demográfica
La cuestión demográfica es central en toda nación. En este momento, políticos avizores se estremecen al observar que la natalidad de extensas regiones del mundo no alcanza, ni siquiera, para el reemplazo generacional. Algunos inmediatistas destacados continúan con visiones neomalthusianas.
En Europa, se mira con temor hacia las fronteras de pueblos numerosos. Naciones como Italia y España, que tuvieron una viva impronta católica –lo que no puede dejar de dar materia a un análisis muy serio de la Iglesia-, muestran hoy zonas que, en 2050, no serán viables económicamente, por falta de población. Por ejemplo, la Liguria y la Toscana. En Italia, la fecundidad es 1,2 hijos por mujer fértil; y sabemos que la sustitución generacional sólo es posible con 2,1 ó 2,2. Por su parte, Noruega, en los últimos 10 años, ha invertido la tendencia por medio de políticas adecuadas. Y esperan pronto alcanzar 4 hijos por mujer fértil.
Chile, por su parte, se acerca aceleradamente a modos culturales, respecto a la vida y la fecundidad, que son típicos de los países opulentos. ¿No será que también en esto vamos remedando, con retraso, a los que comienzan a salir del despeñadero? A la hora de la globalización es un dato mayor y muy serio lo que el Sr. Ministro de Planificación y Cooperación manifestó, hace tres semanas, cuando dio a conocer que, en Chile, para el año 2010, se espera una fecundidad del 1,6 por mujer fértil. [18]
Demografía, trascendencia, amistad social
La primera debilidad de una cultura, y el anuncio fehaciente de su declinar histórico, es cuando se prefiere la no-vida a la vida. Sea que se escoge no engendrar, o eliminar al engendrado, o seleccionar a quién tiene derecho a seguir viviendo –se trate de alguien muy débil, o anciano, o que suscita compasión por su extremo sufrimiento-.
Se percibe que las culturas sin trascendencia, sin Dios, están –en los momentos críticos- en peligro de autodesangrarse. Si lo inmanente no se mide con lo trascendente, el hombre se desproporciona y se cree señor de vida y muerte.
Pueblo es más que población. Los pueblos están constituidos por individuos que tienen algún grado de altruismo, de voluntad social, de fraternidad política, de generosa donación de sí mismo. Pueblo siempre implica alguna forma de amistad, es decir, algún grado de amor, ya que habría fertilidad con capacidad histórica, cuando el hombre y la mujer se trasciendan generosamente.
4. La familia, matriz social Instrucción y educación de valores
Un espejismo de la visión racionalista del hombre consiste en sostener que una escuela plasma a las personas en su libertad, por el simple hecho de la instrucción, como transmisión de contenidos.
¿Por qué una persona quiere compartir con otros en una comunidad de destinos? ¿Dónde se aprende el amor y la suma de valores que lo acompañan para hacerlo efectivo y constructivo? Independientemente del punto de partida de la reflexión sobre la sociabilidad humana, se arriba a mirar la familia como el ámbito propio, donde se gestan las amistades que harán posible la nación.
Esto tiene múltiples concreciones que se refieren directamente a políticas económicas y a materias legislativas y de gobierno.
Adquisiciones de la psicología profunda
Por ejemplo, no se puede escamotear la solución del problema de la mujer que es madre y que trabaja fuera del hogar. No existe nada más importante para una patria, que los niños sean acogidos, ya desde la matriz. Hoy sabemos que en el claustro materno se configura una especie de ADN psicológico y vital, que acompañará a la persona durante toda su biografía. La labor más hermosa e integradora de los nuevos chilenos comienza con la ternura primera y la lactancia, con la compañía irremplazable de la madre. Esa es la fragua del origen. Todo lo que la favorezca es calidad del Chile futuro. Investigaciones científicas nos han enseñado, acabadamente, acerca de la estimulación del niño pequeño. Ya no es posible desconocer las repercusiones de carencias en este campo, para una futura sociabilidad responsable y creativa. Y el más adecuado estímulo para el niño es la presencia serena y estable de la propia madre. No menos necesita de un padre presente, firme, constante, que abra horizontes y ofrezca claridad. Y haga más posible la alegría y la seguridad para la mujer y los hijos. De lo contrario, continuaremos teniendo una cultura con ciertos rasgos edípicos, en la cual lo confuso, lo sentimentaloide, la falta de audacia y de resistencia a ciertas dificulatades seguirán debilitando el vigor histórico. Las ciencias del hombre apuntan a esto como a exigencia sanitaria integral.
Núcleo ético-mítico de nuestra cultura
La familia. Con esta afirmación, volvemos a dar con ese foco central de la chilenía, lo que Ricoeur llama: el ‘núcleo ético-mítico’ de una cultura. Cualquier proyecto visionario sobre la identidad cultural de Chile pasa por un delicado y decidido fortalecimiento de la familia. Por ello, todo lo que la desgaste, desgata a Chile. Todo lo que la construya, potencia al pueblo real, en su capacidad de futuro en un mundo intercomunicado.
CHILE, FIEL VOLUNTAD DE SER
Gabriela Mistral caracterizó a nuestra patria diciendo: “Chile, voluntad de ser”. El embate al cual estamos entrando, es el más crucial en la historia de nuestra identidad. Si la poetisa del Elqui intuyó bien, ella nos confirma en la percepción de que nuestra gente y su cultura fraterna son la mejor reserva y la más esperanzadora promesa. Chile, fiel voluntad de ser.