Sor Juana Inés de la Cruz, nombre en religión, Juana Ramírez de Asbaje en el mundo. Hace tres siglos moría en su celda del convento de S. Jerónimo, en la ciudad de México, la que fue considerada y llamada “Fénix de México”, “poetisa americana” y “décima musa”.
“Las obras -dice J. Reynolds en uno de sus discursos- de quienes han sostenido la prueba de los siglos, tienen derecho a un respeto y veneración que ningún moderno puede pretender”. Volver de nuevo a los clásicos con contemplación reverente, pero sin ninguna idolatría, merece nuestra constante atención. Son hombres y obras que, sobreviviendo a la defunción inevitable de la historia pasada, han influido e influyen por la calidad de su pensamiento y la universalidad de su arte en la comprensión y desarrollo de nuestra civilización. No se trata de forzar la historia, ni de empecinarnos en hacer presente, en un anacronismo inerte, los valores en su tiempo fecundo y estériles en la actualidad. Las obras clásicas dan una cierta unidad y convergencia a la historia y particularmente al arte, que al decir de Jaegr “tiene un poder ilimitado de conversión espiritual”. Y en este proceso de renovación constante y de ascensión espiritual hacia el cual tiende naturalmente el hombre, encontramos la poesía como educadora de pueblos. Por eso Homero fue considerado el educador de Grecia, aunque en ello no estuviera de acuerdo Platón.
Isócrates en su discurso a Necocles afirma que los verdaderos maestros de las almas son los antiguos poetas. Una de estas obras clásicas que han superado el tiempo -“exegi monumentum aere perennius” [1]- es la obra y poesía de sor Juana Inés de la Cruz, nombre en religión, Juana Ramírez de Asbaje en el mundo.
Hace tres siglos moría en su celda del convento de S. Jerónimo, en la ciudad de México, la que fue considerada y llamada “Fénix de México”, “poetisa americana” y “décima musa”. No es la primera poetisa que recibió el título de “décima musa” porque ya los griegos -a decir de Platón- habían coronado la frente de Safo con este lauro. Esta alabanza indica la magna y divulgada fama de que gozaba en su tiempo la monja de S. Jerónimo.
Hija natural de Pedro Manuel de Asbaje y de Isabel Ramírez de Santillana fue bautizada como “hija de la Iglesia” el 2 de diciembre de 1648. “Hija de la Iglesia” era la oposición que seguía al nombre cuando una persona era hija natural. Las gentes se hacían lenguas de Juana ya desde su corta edad, pues el cielo la dotó de tan excepcionales cualidades que sería la admiración de cuantos la conocieron y trataron. Su madre (posiblemente Juana no tuvo mucho trato con su padre) envió a Juana a la edad de ocho años a México con sus tíos María Ramírez y su acaudalado esposo Juan de Mata. Durante esos años, hasta que Dña. Leonor Carreto, marquesa de Mancera, la llamara a la corte -a los 16 años- para hacerla su dama, se dedicaría a la que sería su gran pasión: los libros. El Padre jesuita Diego Calleja, biógrafo de la religiosa, confirma su vasta fama de joven erudita en la descripción que de su saber en una escena desarrollada en la corte. El virrey había convocado a la flor y nata de la corte, de la teología y de la cultura para escuchar a la joven prodigio. Ella se desempeñó con tanta desenvoltura, elegancia, acierto y erudición en las diversas cuestiones que los asistentes le propusieron, que éstos no sabían responder si era “ciencia infusa, adquirida, de artificio o no natural”, como ella misma manifiesta en la comedia Los empeños de una casa:
Conmuté el tiempo, industriosa,
A lo intenso del trabajo,
De modo que, en breve tiempo,
Era el admirable blanco
De todas las atenciones;
De tal modo que llegaron
A venerar como infuso
Lo que fue adquirido lauro.
A los 19 años entró en el convento de las Carmelitas Descalzas de S. José. La experiencia le duró bien poco. Quizá le asustaron la austeridad y exigencia de este estilo de vida, quizá una enfermedad o muy probablemente la dificultad que encontró de compaginar la vida religiosa carmelita con el interés por sus estudios. Pero su decisión de entrar a la vida religiosa y tomar velo era sólida; en 1669 ingresó en el convento de S. Jerónimo, en el cual permaneció hasta el día de su muerte, ocurrida el 17 de abril de 1695, durante la epidemia que asoló México y en la cual se distinguió por la solicitud que mostró en el cuidado de sus hermanas enfermas.
1. Persiste todavía el enigma acerca de las razones de su vocación a la vida religiosa. ¿Surgió como una verdadera llamada, como una respuesta a una íntima persuasión o intervinieron otros móviles no del todo aún aclarados? Por sus escritos no podemos colegir una razón suficiente ni clara. Sus escritos no pueden considerarse en su conjunto biográficos, y en este sentido no iluminan suficientemente el misterio de su vocación. Juana era una joven hermosa:
Decirte que nací hermosa
Presumo que es excusado
Pues lo atestiguan tus ojos
Y lo prueban mis trabajos.
(Los empeños de una casa, jornada primera).
Y vivía rodeada de aduladores, cortejadores, admiradores y notables pretendientes. Vivía en la corte en un ámbito de lisonja y se le abrirían excelentes partidos para el matrimonio, a pesar de que era hija natural y no poseía una buena dote. En ese entorno brotó la idea de la vida religiosa. No es éste el lugar para analizar las diversas hipótesis. Pero pienso que hay que descartar, al menos, el diagnóstico del crítico Ludwig Pfandl [2] que, filtrando su opinión al respecto a través del psicoanálisis, descubre en sor Juana una personalidad neurótica condicionada por fijaciones paternales. Más atendible es el resultado al que llega Octavio Paz después de un estudio externo e interno de la vida y obras de sor Juana [3]. Paz llega a la conclusión de que su vocación se debe a razones no internas a la llamada a la vida religiosa. Sor Juana, consciente de su natural inclinación hacia el estudio, que era su vocación primigenia, no estaba “hecha” para el matrimonio, porque éste impediría la realización de sus anhelos de saber. Existiría un conflicto entre su tendencia y su deseo de dedicarse al estudio y la vida matrimonial. El convento y la vida religiosa se presentaban -tal y como se vivía en el siglo XVII en algunos de esos conventos- como un modo compatible con sus realizaciones intelectuales.
Pienso que esta forma de vida religiosa no desfigura el hecho de una auténtica vocación. La vocación a la vida consagrada tiene, es verdad, un arranque inicial, que debiera ser decisivo; pero la vida religiosa implica un proceso de maduración en el conocimiento y adelantamiento de la vida espiritual y esta maduración se forja a lo largo de toda la vida.
Ciertamente la vida de letras de sor Juana no era el modo habitual -y menos en una mujer- de conjugar la vida religiosa con una tan intensa actividad intelectual de esa índole; pero tampoco -en principio- estos dos aparentes contrarios está en discordancia, siempre y cuando haya una coherencia entre ambos. Sería dar palos de ciego si no se reconociera que algunas poesías de amor de sor Juana mal se avienen con una imagen de vida religiosa tal y como se concebía y actualmente se concibe; pero sería igualmente parcial un juicio que solamente hiciera consistir en estos poemas la actividad intelectual de la religiosa de S. Jerónimo. Pienso que en el bellísimo soneto en que satisface un recelo con la retórica del llanto no indica un pesar y melancolía por algún bien abandonado a pesar de lo que pudieran anunciar los dos cuartetos, sino un sentimiento depurado de una cierta y determinada desilusión:
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba
Como en tu rostro y tus acciones vía
Que con palabras no te persuadía,
Que el corazón me vieses deseaba,
Y amor, que mis intentos ayudaba,
Venció lo que imposible parecía;
Pues ente el llanto que el dolor vertía el corazón deshecho destilaba.
Estas consideraciones consienten acercarnos al perfil de sor Juana. Y uno de sus rasgos más sobresalientes es su feminidad. Alguien ha hablado de masculinidad -entre otros el mismo Ludwig Pfandl-, pero no en el sentido que en la psicología freudiana tiene esta expresión. Es de otro orden esta masculinidad. Es de índole cultural. Y a éste se refiere la misma sor Juana.
La cultura estaba en manos de hombres: clérigos y laicos. La mujer quedaba, normalmente, al margen de la corriente cultural. La misma Santa Teresa sufrió persecuciones por haber entrado en un terreno vedado, a la mujer. No se llegaba ciertamente a la exageración de Eurípides: “una mujer debiera de ser buena para todo dentro de casa e inútil para todo fuera de ella”; pero la mujer no participaba en l vida intelectual. Unos versos de Lope de Vega en Los embustes de Fabio nos describen la función de la mujer.
La mujer ha de tener
Un ingenio moderado,
No agudo, libre, alterado,
Atrevido y bachiller;
Que en siendo por este modo,
No se puede tolerar,
que quieren luego mandar
y ser cabeza de todo.
Mal se avenía sor Juana con estos criterios. En contra de esta exclusividad masculina de la apropiación de la cultura, se yergue la monja y con palabras fuertes y decididas, quiere abrirse paso a través de la trinchera de la cultura, coto reservado al hombre.
En la carta de ruptura con su confesor Antonio Núñez de Miranda afirma: “Las mujeres sienten que las exceden los hombres, que parezca que los igual; unos no quisieran que supiera tanto, otros dicen que había de saber más, para tanto aplauso… ¿Qué más podré decir ni ponderar?, que hasta el hacer esta forma de letra algo razonable me costó una prolija y pesada persecución no por más de porque dicen que parecía letra de hombre, y que no era decente, con que me obligaron a malearla adrede y de esto toda esta comunidad es testigo”. Y más adelante en la misma carta reitera esta espinosa cuestión: “…no me he valido ni aun de la dirección de un maestro, sino que a secas me lo he habido conmigo y mi trabajo que no ignoro que el cursa públicamente las escuelas no fuera decente a la honestidad de una mujer, por la ocasionada familiaridad con los hombres”.
Por esto defiende a continuación de una forma muy emotiva su parecer y su reconvención a los hombres por esta injusta situación: “…pero los particulares y privados estudios ¿quién los ha prohibido a las mujeres? ¿No tienen alma racional como los hombres? ¿Pues por qué no gozará el privilegio de la ilustración de las letras con ellas? ¿No es capaz de tanta gracia y gloria de Dios como la suya? ¿Pues por qué no será capaz de tantas noticias y ciencias que es menos? ¿Qué revelación divina, qué determinación de la Iglesia, qué dictamen de la razón hizo para nosotras tan severa ley?”.
Esta osadía se engrandece cuando estas reivindicaciones brotan de una monja que, para colmo, era hija natural. Tanto el conocimiento como el pensamiento no son, pues, prerrogativas del hombre.
Al hablar así es consciente de su atrevimiento, sabedora como es, que se está midiendo con los grandes de la cultura. Sor Juana no admite una “kenosis” intelectual en la mujer.
Sor Juana en la Carta atenagórica dirigida a sor Filotea de la Cruz, su estudiosa aficionada en el convento de la Santísima Trinidad de la Puebla de los Angeles (pseudónimo esta Filotea del arzobispo de Puebla), critica uno de los sermones del famoso predicador de la Compañía de Jesús, el P. Vieyra, y defiende su afición a las letras, aunque sabe que este terreno está vedado, pues este interés por los estudios literarios en una mujer “parecería desproporcionada soberbia, y más cuando es cayendo en sexo tan desacreditado en materia de letras en la común acepción de todo el mundo”. A esta luz pueden entenderse mejor aún las célebres redondillas en las que apostrofa y se encara a los hombres. Por su agudeza y perfección formal estas estrofas han superado los naufragios del tiempo y de la crítica literaria:
¿Pues para qué os espantáis
De la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
O hacedlas cual las buscáis.
Deja de solicitar,
Y después, con más razón,
Acusaréis la afición
De la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo
Que lidia vuestra arrogancia
Pues en promesas e instancia
Juntáis diablo, carne y mundo.
En este sentido la personalidad de la religiosa es una anticipación de un auténtico y ordenado feminismo. Ese feminismo bien entendido del que habla Juan Pablo II. El Papa, recogiendo las palabras que el concilio Vaticano II dirigió a las mujeres el 8 de diciembre de 1965 en la sesión de clausura, dice en su carta apostólica Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988): “Pero llega la hora llegado la hora en que la vocación de la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora” (Nº1). No puede quedar al margen del desarrollo social y cultural. En el proceso de desarrollo integral de la humanidad la mujer debe de integrarse en plenitud.
Dentro de este contexto feminista debemos considerar sus constantes referencias al amor. Como mujer, era difícil que dejara de amar y ser amada. Juan Pablo II al final de la misma carta anteriormente citada, analiza este aspecto de la mujer. Sor Juana deja constancia de ello en el romance que expresa los efectos del amor divino y propone morir amante a pesar de todo riesgo:
Tan precisa es la apetencia
Que a ser amados tenemos,
Que aun sabiendo que no sirve
Nunca dejarla sabemos…
Pero valor, corazón,
Porque en tan dulce tormento,
En medio de cualquier suerte
No dejar de amar protesto.
Juntamente con expresiones de un amor a lo divino, nos encontramos con poemas que manifiestan reflexiones sobre el amor humano. Éstas han sido para algunos motivos de escándalo. Debe añadirse, por otra parte, que estas expansiones literarias deben considerarse dentro de la cultura de su tiempo y de los criterios literarios de la poesía. La índole barroca y el amor platonizante deben incorporarse al diagnóstico que se haga de sor Juana.
No es de menor importancia la consideración de que ella durante cuatro años vivió en el ambiente palaciego de la corte. No es de extrañar, pues, que una monja escriba sobre estos asuntos y en una forma tan frecuente. Los años vividos junto a los virreyes -precisamente los de su primera juventud- dejaron una huella acerca del conocimiento del mundo y los hombres.
Su fina sensibilidad, su ingenio despierto agudizaban su penetrante sentido de observación. Advertía los galanteos palaciegos, las intrigas amorosas, los celos irracionales y razonados y las otras mil variedades que el escenario de la corte ofrecía. Todo esto sirvió de alimento natural a su inspiración y a sus versos de amor. No es necesario atribuir sus poemas a una experiencia personal ni a mal sufridas nostalgias. Si éste fuera el criterio, como pretenden algunos, tendrían que ser coherentes y desdecirse si leen poemas que manifiestan un profundo desprendimiento que impugnaría la interpretación de una amor terreno de sus poesías.
¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
Poner bellezas en mi entendimiento
Y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas,
Y así, siempre me causan más contentos
Poner riquezas en mi entendimiento
Que no el entendimiento en las riquezas.
Yo no estimo hermosura que, vencida,
Es despojo civil de las edades,
Ni riqueza me agrada fementida;
Teniendo por mejor en mis verdades
Consumir vanidades de la vida
Que consumir la vida en vanidades.
O el famoso romance donde la religiosa estima por encima de todos los amores el amor a Dios.
Yo me acuerdo (¡ah, nunca fuera!)
Que he querido en otro tiempo
Lo que pasó de locura
Y lo que cedió de extremo.
Mas como era amor bastardo
Y de contrarios compuesto,
Fue fácil desvanecerse
De achaque de su ser mismo.
Estas consideraciones no deben inducir a la conclusión de que los versos de amor de sor Juana son de amor a lo divino.
Sonetos como el siguiente no pueden interpretarse, ni justificarse como un estilo de amor a lo divino: pero tampoco como prueba de un alma religiosa desordenadamente enamorada de Fabio:
Que no me quiera Fabio al verse amado,
Es dolor sin igual en mi sentido;
Mas que me quiera Silvio aborrecido,
Es menor mal, mas no menor enfado.
¿Qué sufrimiento no estará cansado
Si siempre le resuenan al oído,
Tras la vana arrogancia de un querido
El cansado gemir de un desdeñado?
Si de Silvio me cansa el rendimiento,
A Fabio canso con estar rendida;
Si de éste busco el agradecimiento,
A mí me busca el otro agradecida;
Por activa y pasiva es mi tormento,
Pues padezco en querer y en ser querida.
2. A esta nota de su feminidad debe añadirse la característica siguiente: sor Juana era una mujer de muchas letras. Las letras profanas eran el alimento vital del que no podía prescindir. Ante esta verdad, se agiganta la renuncia que hizo de ellas en el último año de su vida.
En la carta de ruptura con su confesor manifiesta las razones por las que no podía abandonar su afición a las letras.
Esta osadía de responder al jesuita no surgió solamente de la firme persuasión de su vocación al estudio y a las letras, sino porque estaba garantizada por el apoyo y el favor que le brindaban los virreyes.
De otra forma sería muy arriesgado que una monja pudiera impunemente escribir tanto, de tal forma y con tanta libertad, aunque “en todo tiempo, poetas y pintores tuvieron libertad idéntica para atreverse a cualquier osadía”, según la conocida expresión de Horacio en la epístola Ad Pisones.
Ciertamente no fue pacífica la vida literaria de sor Juana. El mismo arzobispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, grande admirador y hasta defensor de la religiosa, censuró a sor Juana en algunas ocasiones, no tanto por la forma de sus versos o de su ingenio, sino por el contenido de los asuntos que escogía. Ya he referido anteriormente cómo defendió a capa y espada su posición como mujer de letras.
Pero sus contiendas literarias no se deben a su vanidad. No era su debilidad la vanagloria, aunque es verdad, según un proverbio antiguo citado por Séneca, que las alabanzas alimentan las artes. Y la frente de sor Juana estaba coronada de múltiples lauros. Dice de ella misma en la Respuesta a sor Filotea: “yo no me atrevo a enseñar, que fuera en mí desmedida presunción…; lo que sólo he deseado es estudiar para ignorar menos”. Sin embargo, la consideración del desengaño y las ficticias vanidades del mundo equilibraban las frecuentes lisonjas.
En su comedia Los empeños de una casa, en boca de Leonor, encontramos unos versos que describen su atracción natural al estudio:
Inclinéme a los estudios
Desde mis primeros años,
Con tan ardientes deseos,
Con tan ansiosos cuidados,
Que reduje a tiempo breve
Fatigas de mucho espacio.
Conmuté el tiempo, industriosa,
A lo intenso del trabajo,
De modo que, en breve tiempo,
Era el admirable blanco
De todas las atenciones;
De tal modo que llegaron
A venerar como infuso
Lo que fue adquirido lauro.
Ya en el convento de S. Jerónimo la fidelidad a las obligaciones de la vida religiosa no le impidió dedicarse con tenacidad, esmero y fruición a las letras; aunque se lamenta que las continuas visitas de las monjas y otras mil vicisitudes que entraña la vida conventual -además del cargo de tesorera-, estorbaban sus estudios o, al menos, interferían en su concentración. Una de sus endechas confirma:
Agora que conmigo,
Sola en este retrete,
Por pena o por alivio
Permite amor que quede.
Agora, pues, que hurtada
Estoy, un rato breve
De la atención de tantos
Ojos impertinentes.
¡Qué a gusto se sentiría a solas consigo misma, dedicándose a lo que era lo más suyo!
Instruida ya desde su niñez por sus lecturas en la biblioteca de su abuelo materno, Pedro Ramírez, continuó leyendo e informándose acerca de los más diversos argumentos y no solamente literarios, sino también teológicos. En la Carta atenagórica discurre y discute sobre materias tan complicadas como el libre albedrío y acerca de las distinciones de los diversos tipos de gracia, cuestiones éstas reservadas a las más altas discusiones de las diversas escuelas.
El convento se convirtió en una biblioteca. Encontramos en el fondo de los cuadros de su retrato anaqueles de libros. Cuando renunció de una vez por todas a las letras, el abandonar casi todos sus libros significaría un notable sacrificio.
Las innumerables citas de autores clásicos demuestran una enorme cultura y una prodigiosa memoria. Imbuida de cultura clásica, deja por todas partes constancia de su erudición. Leemos en el romance dedicado al doctor D. José de Vega y Vique, asesor general del virrey, marqués de la Laguna, un elenco de nombres de la antigüedad. Estos versos no son simplemente una mera enumeración, sino que evidencian la amplitud de su cultura.
Vos, a quien por Ptolomeo
Veneraron los egipcios,
Por Solón los atenienses,
Los romanos por Pompilio.
Los arcades por Apolo.
Por Fidón los de Corinto,
Los magnesios por Platón
Y los cretenses por Minos.
Porque ¿qué Dracón, qué Eaco,
Qué Mercurio Trimegisto,
Qué Deucalión, qué Licurgo,
Qué Belo, qué Julio Ostilio,
Qué Saturno, qué Carondas,
Qué Filolao, qué Anicio,
Qué Sansolio, qué Seleuco,
Qué Rómulo, qué Tarquinio
Llegaron a vuestras letras,
Cuando todos los antiguos
Legisladores apenas
Os pueden servir de tipo…?
Y a continuación salen a relucir poetas, historiadores, generales, emperadores, dioses y personajes mitológicos en apretada combinación y en un alarde de enciclopédica erudición. De esto dan también testimonios las innumerables cartas, pues tenía correspondencia con “media España” y las múltiples felicitaciones de cumpleaños, de ofrecimiento de regalos o poemas ocasionales.
3. Entrar en el alma poética de sor Juana es una aventura. Es ya una tarea difícil descubrir el interior de un poeta y el corazón de la poesía. La poesía está ahí, para ser contemplada y gozar de ella sin apenas rozarla con los ojos y mucho menos con la pluma crítica. De ella dice Cervantes: “La poesía es una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios: ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio”.
Por eso de sor Juana, como de cualquier auténtico poeta, sólo pueden decirse exterioridades; la intimidad es una especie de “sancta sanctorum” al que muy pocos tienen acceso. Ovidio dice de sí mismo en sus Fastos: “…un dios habita en nosotros; cuando él se agita, llénase de ardor nuestro espíritu. Este impulso es el que hace germinar las semillas de la celeste inspiración”. Y la tarea se torna más ardua cuando el poeta se esconde detrás de una determinada estética y de una cierta concepción del arte.
De esta reflexión se deduce la laboriosa y delicada tarea de penetrar en el interior de sor Juana. Por eso son tan variadas y a veces opuestas las interpretaciones de su poesía. Ya he observado que no es exactamente biográfica la poesía de la décima musa.
Sus versos son notas que a veces pueden cantar una melodía cortesana y otras la música sobria de la vida conventual o los ideales de la vida religiosa. Pero todo es poesía. No debe leerse la obra de sor Juana con una óptica predeterminada, ni hay que acercarse a ella con el deseo de comprobar ésta o aquella teoría: hay que leer a sor Juana en su integridad: su vida, su imaginación, su cultura, sus aspiraciones…
Dejando de lado las discusiones sobre la profanidad o religiosidad de sus versos, ciertamente lo mejor del teatro es lo religioso, sin por ello menospreciar lo profano, como por ejemplo la comedia de capa y espada: Los empeños de una casa, cuyos elementos sor Juana maneja con soltura y acierto. Entre lo religioso el auto: Divino Narciso se lleva la palma del elogio. El mismo atrevimiento de llamar Narciso a Cristo merecería un serio comentario. Igualmente sus villancicos que se cantaban en la catedral.
Resalta igualmente la variedad de su poesía, tanto en sus contenidos como en sus formas barrocas conceptistas: sonetos, letrillas, redondillas, romances, endechas, la gran silva de Primero sueño se alternan y combinan en una variada y rica gama de formas poéticas.
Los temas tratados y sus géneros poéticos permiten descubrir las fuentes de su inspiración: la mitología griega, latina, egipcia y la cultura precolombina; dramaturgos, poetas como Fray Luis de León, Lope, Góngora, Calderón, los Argensola, Gracián, por citar los más conocidos. Para su cultura religiosa cultivó la historia de la Iglesia, los Santos Padres, y los escolásticos como S. Buenaventura y Santo Tomás. Otra fuente de información sería el locutorio con sus prolongados y frecuentes encuentros a uso de la época. Aprendió todo esto sin otra luz y maestro que los de su propia inteligencia e inclinación.
Entre sus más notables cualidades sobre salen el dominio del concepto y del vocablo. Los juegos de palabras, las antítesis, las aliteraciones parece que son para ella entretenimientos por la facilidad y frescura con que los maneja. Leamos estos versos de una endecha triste por la pérdida de un ser querido:
Sin duda que es mi amor
El que mi pecho enciende
Estas señas que en mí
Parecen de viviente.
Y como en un madero
Que abrasa el fuego ardiente
Nos parece que luce,
Lo mismo que padece,
Y cuando el vegetable
Humor en él perece,
Nos parece que vive,
Y no es sino que muere.
Todo el mundo de las figuras literarias forma parte del bagaje literario de sor Juana. No pierde, sin embargo, la agudeza (por ejemplo la loa que precede a la comedia Los empeños de una casa) y el donaire, aunque a veces abuse de los retorcimientos, pero pienso que mantiene la proporción dentro del gusto, el ambiente y las modas de la época.
Rosa divina que en gentil cultura
Eres con tu fragancia sutileza,
Magisterio purpúreo en la belleza
Enseñanza nevada en la hermosura,
Amago de la humana arquitectura,
Ejemplo de la vana gentileza,
En cuyo ser unció naturaleza
La cuna alegre y triste sepultura:
¡cuán altiva en tu pompa, presumida,
Soberbia, el riesgo de morir desdeñas
Y luego, desmayada y encogida
De tu caduco ser das mustias señas!
¡con que, con docta muerte y necia vida
Viviendo engañas, y muriendo enseñas!
Esta misa poesía nos da una idea de las intenciones moralistas que en muchas de sus poesías encontramos. Pues aun cuando trata del amor, se entrevé una intención moralizante. Con ello no quisiera decir que la poesía de sor Juana debe considerarse parenética. Esto sería desdibujar la figura de la religiosa. Pero ciertamente los consejos para corregir costumbres, enderezar errores, iluminar inteligencias, orientar conductas y descubrir desengaños son frecuentes.
Estaba dotada de una gran facilidad y habilidad para el verso. La rima y el ritmo no tenían secreto. Sabía encontrar un concepto para las más variadas, atrevidas y raras rimas consonantes. Leamos este soneto que sor Juana compuso obligada por las rimas que ya le habían sido preestablecidas:
Vaya con Dios, Beatriz, el ser estafa,
Que ello se te conoce hasta en el tufo;
Mas no es razón que siendo yo tu Rufo,
Les sirvas a otros gustos de garrafa,
Traste en que tu traza es quien te zafe
De mi cólera cuando yo más bufo,
Pues advierto, Beatriz, que si me atufo
Te abriré en la cabeza tanta rafa.
Dime si es bien que el otro a ti te estafe
Y cuando por tu amor echo yo el bofe,
Te vayas tú con ese mequetrefe
Y yo me vaya al Rollo o a Getafe,
Y sufra que el Picaño de mí mofe
En Afa, Ufo, Afe, Ofe y Efe.
El tema del amor es central en su poesía. Menéndez Pelayo afirmó que se podría hacer un tratado de amor con la poesía de sor Juana. Alma altamente sensible y vigorosamente sentimental, sor Juana analiza el amor en sus múltiples manifestaciones. Podría pensarse que por su carácter femenino fueran sus versos afectados, sentimentales o que el corazón se sobrepusiese a la razón. Leamos una de las décimas donde distingue el amor afectivo y racional:
A la hermosura no obliga
Amor que forzado venga,
Ni admite pasión que tenga
La razón por enemiga,
Ni habrá quien le contradiga
El propósito e intento
De no admitir pensamiento,
Que por mucho que la quiera,
No le dará el alma entera,
Pues va sin entendimiento.
Los poemas de amor no prueban que sor Juana mirara de reojo al mundo. No existen en sus versos reminiscencias de pasadas añoranzas o amarguras en su estado presente de religiosa. En ellos se encuentra una mesurada serenidad y una espontánea inclinación a las letras. Soy de la opinión que solamente se rompe su equilibrio cuando ve atacada su vocación a las letras o cuando se rebaja la condición de la mujer. Quedan en el tintero y en el propósito otras variadas cuestiones y ricos comentarios acerca de sus loas, de sus autos sacramentales, especialmente el Divino Narciso, del que dice Fray Pedro Vélez que “su concepción poética es de más duradero y mayor absoluto, y donde se hallan sus más gallardas poesías espirituales”, e incluso de su música y de su posible pintura.
Por este valor duradero ha llegado hasta nosotros la obra de sor Juna, no ciertamente íntegra, pero sí suficiente para poder dibujar un perfil literario. A ella han consagrado estudios los más insignes críticos y literatos, como Menéndez Pelayo, Amado Nervo, Ezequiel A. Chávez y Manuel Toussaint, Pedro Enríquez Ureña, Emilio Abreu Gómez, Xavier Villarrutia, Mis Dorothy Shons, Karl Vossler, José María Pemán, Gerardo Diego, Alfonso Méndez Plancarte, Octavio Paz…
No desearía que este breve recuerdo se redujera a un comentario de sus buenas y bellas letras. Por eso concluyo con las palabras mismas de sor Juana en su Respuesta a sor Filotea que nos descubren el interior de la religiosa de S. Jerónimo: “Desde joven yo procuraba elevarlo cuanto podía, y dirigirlo al servicio de Dios, porque el fin a que aspiraba era a estudiar teología…, porque estimaba menguada inhabilidad, siendo católica no saber todo lo que en esta vida se puede alcanzar, por medios naturales, de los Divinos Misterios…; por eso mi interés por estudiar estaba motivado por alcanzar la cumbre de la Sagrada Teología, pareciéndome preciso, para llegar a ella, subir por los escalones de las Ciencias y las Artes humanas, porque, ¿cómo entenderá el estilo de la Reina de las Ciencias quien aún no sabe el de las ancilas?”.