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En este año del Jubileo de la Misericordia se ha puesto relevancia en algunos signos que nos ayudan a vivir este especial tiempo de gracia. Resaltan la Puerta Santa de la Misericordia, la peregrinación, las obras de misericordia corporales y espirituales. Estas realidades manifiestan un gran contenido y son preciosas mediaciones, como también instrumentos inmensamente válidos para dar cumplimiento al compromiso de la nueva evangelización, con una renovada acción pastoral.

En la Iglesia particular de La Serena, conformada por algunas ciudades y más de 480 pueblos, cada uno de ellos con una fuerte religiosidad popular en torno a los templos y capillas en los que se expresa una arraigada devoción a los santos, especialmente a la Santísima Virgen María, destacan por su larga tradición y la gran convocatoria que suscitan, los Santuarios Nuestra Señora del Rosario de Andacollo y El Niño Dios de Sotaquí.

¿Cuál es la motivación más profunda para que miles de fieles peregrinen cada año a Andacollo? ¿Qué ha hecho posible que generaciones de familias mantengan aún hoy viva la tradición de llegar hasta el Santuario? ¿En qué aspectos Andacollo es un paradigma para la nueva evangelización en nuestro medio?

Constituye una hermosa tradición de quienes han sido nombrados obispos o arzobispos de La Serena consagrar su ministerio a la Virgen Santa, Nuestra Señora del Rosario de Andacollo. Tuve la gran bendición de subir a Andacollo el domingo 9 de marzo de 2014, un día después de haber asumido la misión que me encomendara el Papa Francisco en estas tierras. A las 11:00 horas se dio inicio a la procesión solemne con el traslado de la sagrada imagen desde el templo donde se custodia y venera a la gran Basílica, donde presidí la santa Eucaristía. Al ingresar a la Basílica pronuncié mi consagración a la Santísima Virgen María. La impresión es muy grande cuando se llega al Santuario; es aún mayor si se participa por primera vez de los actos con que se venera a la Virgen santa.

A partir de aquel domingo soy testigo de que tanto en la fiesta chica (el primer domingo de octubre) como en la fiesta grande (los días 23 al 27 de diciembre) se manifiesta en Andacollo un fervor que conmueve profundamente y que es difícil describir.

Honda vivencia personal y eclesial de la fe. Es nuestra gente la que encamina sus pasos hasta el Santuario, vamos también nosotros junto a ellos y en medio de ellos. Nos sentimos parte de una enorme procesión Se cuentan antepasados, papás, abuelitos, parientes, delegaciones parroquiales, gente veni-da de distintas partes del país y también extranjeros. ¡Somos peregrinos! ¡Vamos a un lugar sagrado! ¡Vemos de lejos, desde lo alto, la imagen del santuario, así como el piadoso israelita! (Ps. 121, 1 – 4)

Observo que la gente entra en silencio, anhelante, expectante porque lentamente sobrecoge al peregrino un clima espiritual. Los peregrinos se detienen ante la imagen de la Santísima Virgen que en su rostro manifiesta la cercanía del Padre Dios y de su Hijo Jesús. A Ella le manifiestan sentimientos de afecto y gratitud. Se les observa conmovidos expresándole a Ella sus anhelos y esperanzas. Encienden sus velas y disponen las hermosas flores que han portado, muchos de ellos en horas de viaje, para manifestarle también la súplica confiada y proseguir la marcha de la vida, en el nombre del Señor y en su fiel compañía.

La peregrinación patentiza una realidad humana: “La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada” (Misericordiae Vultus, 14). El hombre está siempre en camino, en el tiempo y en la historia, es un peregrino en busca del sentido último de las realidades y de su propia vida.

La revelación de Dios en la historia de Israel, y después principalmente en la historia de Jesucristo y del seguimiento de sus discípulos, muestra cómo el Señor mismo sea un viator, un caminante, en movimiento hacia nosotros y con nosotros, como lo hizo con los discípulos de Emaús. Es lo que se define como estructura exodal de la vida y la fe, que no nos concierne solo a nosotros como seres humanos, sino también a Dios como persona. Hacerse persona, es decir, existir como relación, presupone salir de sí mismo para encontrar al otro. Dios —del cual somos creados a imagen y semejanza— es el primero que para encontrarse con nosotros sale de sí mismo. Más aún, Jesús, su Hijo, entenderá su existencia humana como un camino, desde el Padre y hacia el Padre; Él mismo se definirá como camino (Jn 14,6). ¡Él se hizo y sigue siendo peregrino entre nosotros!

Es interesante recordar que antes de ser llamados cristianos, los discípulos de Jesucristo eran conocidos como los del camino. Ser un viator, un caminante y peregrino, hasta llegar a la meta, es inherente a cada uno, dado que la vida es vocación, llamado. Y esto tiene que realizarse, cumplirse, cada uno querrá ser lo que anhela, por ello las metas, sobre todo la gran meta, es un mirar más allá; ¡lo óptimo estará siempre en la esperanza! El detenerse, el parar —salvo para retomar fuerzas— es contrario a la naturaleza misma de la vida espiritual. Se presentarán siempre nuevas realidades, diversos contextos, otras personas, variadas experiencias.

La peregrinación del creyente manifiesta esta dinámica de crecimiento en la fe. Si no la expresa, porque la fe en el peregrino pudiere ser incipiente, es probable que esté trasluciendo el deseo de búsqueda o la insatisfacción por el camino andado. El acompañamiento de esos procesos es, sin duda, un relevante desafío pastoral.

La vida es peregrinación y estamos permanentemente “en salida”, como suele decir el Papa Francisco. La peregrinación puede ser para todos un verdadero paradigma en la evangelización. El Santo Padre, en la Exhort. Ap. Evangelii gaudium nos invita a impulsar una Iglesia en salida misionera.

En su caminar, en ocasiones perplejo por la cultura actual, el hombre de hoy está llamado a descubrir el sentido último de la vida atravesando la Puerta que es Cristo, plenitud de nuestra vida. Se verifica, siempre de nuevo, lo que señala Aparecida: “el caminar juntos hacia los Santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador por el cual el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo y cumple la vocación misionera de la Iglesia” (Documento de Aparecida, 264).

La subida a Andacollo, el encuentro tanto en la peregrinación como en el templo y en las calles con los familiares, amigos y vecinos, la realidad de la Iglesia manifestada ante la imagen sagrada, la danza festiva de los bailes religiosos, la vivencia de la reconciliación, la celebración de la Eucaristía solemne y la bendición recibida con piedad hacen de este Santuario lugar privilegiado en que se manifiesta la “espiritualidad popular” (DA, 263), aporte significativo y fundamental para la nueva evangelización.


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