Les recuerda que "no caminan solos sino que junto a la Iglesia Universal".

Mientras la Iglesia Católica en Alemania se prepara para emprender un camino sinodal, motivado por el deseo de detener una “creciente erosión y decaimiento de la fe”, el Papa Francisco envió una carta a los católicos alemanes para recordarles que no caminan solos sino que junto a la Iglesia Universal. Además compartió con ellos reflexiones sobre la sinodalidad de la Iglesia y las tentaciones con las que se pueden encontrar en este camino.


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La carta del Papa, con fecha del pasado 29 de junio, llega tres meses después de que el Cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Múnich y Frisinga, anunciara que la Iglesia local se estaba embarcando en un "proceso sinodal vinculante" para abordar lo que, él dice, son los tres temas clave que surgen de la crisis de abuso clerical: el celibato sacerdotal, la enseñanza de la Iglesia sobre la moral sexual y la reducción del poder clerical.

El Papa los invita a la necesidad de asumir y sufrir la situación actual, lo que “no implica pasividad o resignación y menos negligencia, por el contrario, supone una invitación a tomar contacto con aquello que en nosotros y en nuestras comunidades está necrosado y necesita ser evangelizado y visitado por el Señor” (n.5).

No temerle a estar en desequilibrio con los tiempos

Una de las tentaciones que el Papa advierte en su misiva, es la de creer que la solución se encuentra en una reforma “estructural”, simplemente cambiando para adaptarse a los tiempos actuales. A esta tentación le llamó en Evangelii Gaudium (32) el “nuevo pelagianismo, que nos conduce a poner la confianza en las estructuras administrativas y las organizaciones perfectas. Una excesiva centralización que, en vez de ayudarnos, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera”. Las reformas puramente estructurales, orgánicas o burocráticas “no tocarían en nada los núcleos vitales que reclaman atención” (n.5).

El camino meramente reformista, señala el Papa, “podría eliminar tensiones, estar “en orden y en sintonía” pero solo provocaría, con el tiempo, adormecer y domesticar el corazón de nuestro pueblo y disminuir y hasta acallar la fuerza vital y evangélica que el Espíritu quiere regalar: «esto sería el pecado más grande de mundanidad y de espíritu mundano antievangélico». Se tendría un buen cuerpo eclesial bien organizado y hasta “modernizado” pero sin alma y novedad evangélica; viviríamos un cristianismo “gaseoso” sin mordedura evangélica” (n.5).

En vez de buscar una adaptación a los tiempos, la Iglesia debe dar anuncio de vida nueva, muchas veces las tensiones y desequilibrios con el mundo “tienen sabor a Evangelio”.

Evangelización como criterio guía de la conversión pastoral

El Papa invita a los católicos alemanes a no perder de vista la misión y la razón de ser de la Iglesia, la cual consiste en que “«Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3, 16). «Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin “fidelidad de la Iglesia a la propia vocación”, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo»” (n.6).

Esto significa que la transformación y revitalización buscada por la Iglesia alemana con un sínodo, no puede ser simplemente una "reacción a los datos externos o demandas", incluida una caída en los nacimientos y el envejecimiento de las comunidades. Aunque estas son “causas válidas”, vistas fuera del misterio eclesial podrían estimular una actitud reaccionaria.

“Cada vez que la comunidad eclesial intentó salir sola de sus problemas confiando y focalizándose exclusivamente en sus fuerzas o en sus métodos, su inteligencia, su voluntad o prestigio, terminó por aumentar y perpetuar los males que intentaba resolver” (n.6).

No importa cuán desafiante sea el escenario, insistió el Santo Padre, este no puede hacer que la Iglesia pierda de vista el hecho de que su misión no se basa en pronósticos y cálculos, en el éxito de planes pastorales, en encuestas eclesiales o en datos sociopolíticos.

En cambio, el Papa recuerda que la evangelización debe ser el criterio guía pues esta “constituye la misión esencial de la Iglesia” (n.6). “La evangelización nos lleva a recuperar la alegría del Evangelio, la alegría de ser cristianos” (n.7).

La evangelización, argumentó Francisco, es una conversión de amor al "que nos amó primero", es ayudar a la pasión de Cristo a tocar las "múltiples pasiones y situaciones donde su Rostro sigue sufriendo a causa del pecado y la inequidad” (n.8). Entre los ejemplos de situaciones que hacen sufrir a Cristo hoy, el pontífice enumera la esclavitud moderna, los discursos xenófobos y una cultura basada en la indiferencia, el encierro, el individualismo y la expulsión.

Discernir con sentido de Iglesia

A su vez advierte sobre otro peligro: la tendencia hacia la fragmentación. Para ello, insiste en “desarrollar y velar para que el ‘Sensus Ecclesiae’ también viva en cada decisión que tomemos y nutra todos los niveles. Se trata de vivir y de sentir con la Iglesia y en la Iglesia, lo cual, en no pocas situaciones, también nos llevará a sufrir en la Iglesia y con la Iglesia (n.9.).

“La Iglesia Universal vive en y de las Iglesias particulares, así como las Iglesias particulares viven y florecen en y de la Iglesia Universal, y si se encuentran separadas del entero cuerpo eclesial, se debilitan, marchitan y mueren. De ahí la necesidad de mantener siempre viva y efectiva la comunión con todo el cuerpo de la Iglesia” (n.9.)

Discernir con sentido de Iglesia, afirma el Papa, “nos libera de particularismos y tendencias ideológicas para hacernos gustar de esa certeza del Concilio Vaticano II, cuando afirmaba que la Unción del Santo (1 Jn 2, 20 y 27) pertenece a la totalidad de los fieles” (n.9.)

Un camino sinodal

Hablando sobre el camino sinodal que la Iglesia alemana está a punto de emprender, Francisco dijo que tiene que estar enraizado en el Espíritu Santo y que tiene que ser un "caminar juntos" de toda la Iglesia, evitando tomar decisiones en grupos reducidos y sin contar con todo el Pueblo de Dios.

“Por tanto, velen y estén atentos ante toda tentación que lleve a reducir el Pueblo de Dios a un grupo ilustrado que no permita ver, saborear y agradecer esa santidad desparramada y que vive «en el pueblo de Dios paciente: en los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo... En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Muchas veces la santidad “de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios»” (n.10).

La sinodalidad, recuerda el Papa, tiene un doble sentido, es de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, donde no se puede hacer un gran sínodo sin la base, pero tampoco se debe perder de vista la dimensión Colegial del misterio episcopal y del ser eclesial (n.3).

Citando a un famoso autor argentino, Martín Fierro, el Papa escribió: «los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera».

Asemejarse a la kénosis de Cristo

Finalmente, el Papa llama a un tener una actitud de vigilia y conversión, pidiendo a Dios su gracia por medio de la oración y el ayuno.

La sinodalidad no puede escapar a esta lógica pues el actuar de la Iglesia está llamado a “representar y asemejarse cada vez más al de la kénosis de Cristo (cfr. Fil 2, 1- 11). Hablar, actuar y responder como Cuerpo de Cristo significa también hablar y actuar a la manera de Cristo con sus mismos sentimientos, trato y prioridad” (n.12).

Esto significa seguir el ejemplo del Maestro, que «se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor» (Fil. 2, 7). Esto, dice el Papa, “nos libra de falsos y estériles protagonismos, nos desinstala de la tentación de permanecer en posiciones protegidas y acomodadas y nos invita a ir a las periferias para encontrarnos y escuchar mejor al Señor” (n.12).

“Sin esta dimensión corremos el riesgo de partir desde nosotros mismos o del afán de autojustificación y autopreservación que nos llevará a realizar cambios y arreglos, pero a mitad de camino, los cuales, lejos de solucionar los problemas, terminarán enredándonos en un espiral sin fondo que mata y asfixia el anuncio más hermoso, liberador y promitente que tenemos y que da sentido a nuestra existencia: Jesucristo es el Señor” (n.12).

Al final, escribe, todo se reduce al amor de Dios por sus hijos.

“Su amor «nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la Resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!»” (n.13).

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