A través de las búsquedas de Rebeca Matte se aprecia que el desarrollo de la individualidad y el subjetivismo en el arte, no siempre van aparejados del agnosticismo; en la escultora chilena, por el contrario, es el proceso de autoconocimiento el que conduce finalmente a una experiencia de re-ligazón con el mundo y con Dios.

… Me descubro una nueva vocación y, aunque te burles, la encuentro hermosa. Me hallo el alma de una Pescadora de perlas. La artista no ha muerto en mí, ya que continúa adorando la belleza bajo todas sus formas. La artista ha dejado solamente la esfera de acción, para entrar en otra más impersonalmente elevada: La Devoción… pues ser requieren manos devotas para coger las perlas del alma…![1].

Estas frases de la escultora chilena Rebeca Matte Bello (1875-1929) escritas en su edad madura a su prima Inés Echeverría Bello -Iris- , cuando ha debido abandonar la escultura para dedicarse a cuidar a su única hija Lily Iñiguez, mortalmente amenazada ya por la tuberculosis en los sanatorios de Leysin y Davos en Suiza, dejan testimonio de su acercamiento al catolicismo, no consignada por la historiografía artística nacional, que la ha considerado una artista agnóstica, representativa de esa posición “irreconciliable” hacia el catolicismo que tiene lugar en la sociedad chilena durante la segunda mitad del siglo IX, posición a la que suele asociarse a los artistas, de acuerdo a la separación tajante de las esferas históricas del arte y de la religión que suele primar cuando se estudia la cultura del siglo IX chileno.

Por su parte, Iris ratifica este punto de vista antitético, al anotar: “¡Y así la Artista, que partió del frío y sombrío ateísmo del siglo XIX retorna con impulso soberbio hacia la altura, a la luz del misticismo más puro de nuestro siglo XX, a las revelaciones que han conmovido y traspasado a todas las almas simple y humildes de corazón. Ella no ha pensado: ha sentido, ha amado, ha creído y por el milagro de la Fe ha alcanzado el templo de la Alta Montaña[2].

El lenguaje ampuloso y admirativo acentúa las categorías opuestas desde las cuales la escritora entiende el cambio que tiene lugar en la intimidad espiritual de la escultora: ateísmo y misticismo. Contraposición que implica, por parte de Iris, no sólo ciertas concesiones a la forma, sino también esquematismo y no poca polarización de las ideas, rasgos que suelen ser propios de su naturaleza apasionada y vehemente. Pero las frases de Rebeca Matte citadas inicialmente apuntan a que su encuentro con el catolicismo no se produce como un vuelco dialéctico o antitético, sino como un fenómeno de progresiva transformación personal, en el que el arte se constituye en antecedente previo y preparación para el ascenso del espíritu desde el plano de la creación estética a otro plano que ella considera más impersonalmente elevado, el de la devoción.

Si tales palabras le son dictadas a la escultora desde el fondo de su sensibilidad, subyace a ellas un espíritu de época de raíz romántica que hace de la búsqueda de lo absoluto y de la trascendencia estética, un paso hacia la contemplación de Dios.

Las páginas que siguen intentan descubrir en sus trazos más significativos, el itinerario de aquellas preocupaciones estéticas y espirituales, lecturas y escritos autobiográficos, que testimonian la experiencia religiosa de Rebeca Matte, tan compleja y entrecruzada como lo son todos los fenómenos que tienen lugar en esa zona profunda, misteriosa de la psique y que en el siglo XIX se tornan particularmente inasibles -en un repliegue de la sensibilidad epocal que las recluye y veda- incluso para el propio sujeto.

El liberalismo laicizante del siglo XIX y su formación

Rebeca Matte nace en Santiago el 29 de octubre de 1875, hija de Augusto Matte Pérez (1843-1913) y de Rebeca Bello Reyes (c. 1850-1923), nieta de Andrés Bello.

Banquero, político y ministro, perpetuo y no declarado aspirante a la presidencia de la República, diplomático, hombre de mundo y de cultura de elite, formado en el desempeño de misiones en París, Londres, Madrid, Roma y Berlín, Augusto Matte militó desde muy joven en las filas del partido liberal. Su formación en el Instituto Nacional, sus lecturas personales, como muestra el estudio de la parte de su biblioteca que se ha conservado, su correspondencia oficial y personal, indican que su pensamiento fue laico y de tendencias racionalista [3], sustentado principalmente por el empirismo y las derivaciones del positivismo.

Su mujer Rebeca Bello, cuya hermosura concordaba plenamente con su apellido, con quien contrajo matrimonio el 8 de agosto de 1874, se internó para siempre, después del nacimiento de su única hija, en los laberintos del extravío mental. Recluida en la antigua chacra Lo Sánchez, propiedad de su esposo, vivió durante 50 años, sin diagnóstico conocido, en una suerte de infancia mental, como señalan sus contemporáneos, que la sustrajo por completo a su papel de esposa y madre y a los avatares y circunstancias de su tiempo histórico. Allí la vio Gabriela Mistral en sus paseos por el barrio Mapocho hacia la segunda década del siglo XX, asomada a la ventana de su quinta abandonada, con su rostro de cuento de D’Annunzio, envejecido y marchito.

Ya en su madurez escribe Rebeca Matte acerca de su madre: “… la vida de ‘Ella’ había sido para mí, desde el primer despertar de mi alma, un sufrimiento sordo, secreto, como velado, tan cruel ¡Dios mío! En su silencio de tumba…![4].

En la orfandad indescriptible que deja la ausencia de la madre crece la hija única de Augusto Matte. El dolor del padre otorga tal vez una urgencia inusitada al investimiento de su papel y acentúa la definición ya de por sí rotunda que el siglo XIX otorga a la figura paterna [5].

Disuelto el hogar de la calle Catedral 1134, el “palacio” frente al Congreso Nacional que Augusto Matte había transformado y remozado para albergar a su familia, y dadas las múltiples e incesantes actividades políticas y sociales que se impone para acallar su desgracia, la hija es acogida por su abuela materna, Rosario Reyes de Bello. Mujer culta, emancipada y dicharachera, en su casona de la calle Miraflores realiza tertulias literarias y políticas que congregan a las celebridades de la intelectualidad liberal chilena de aquellos años: los Amunátegui, Lastarria, Barros Arana, Eusebio Lillo y Alberto Blest Gana.

Extremadamente sensible, solitaria y retraída, Rebeca Matte desarrolla un talento precoz y un carácter arisco y rebelde, acentuado por su formación intelectual en el liberalismo anticlerical.

Ocho años tiene la niña cuando se votan las leyes laicas de cementerio y registro civil, que según el Diario “El Ferrocarril”: “acreditan el progreso inmenso realizado en las ideas y la necesidad de aproximarse hacia ese ideal de la sociedad nueva hacia el cual deliberadamente tienden todos los pueblos modernos[6]. Hija perceptiva de político liberal, recogería probablemente los ecos de aquella lucha que dividió por largos años a la sociedad chilena.

Bautizada, no obstante, en la fe católica, como consta en la partida de fecha 17 de noviembre de 1875 conservaba en la Parroquia del Sagrario de Santiago, recibe la Primera Comunión a los 12 años, según lo prescribía la Iglesia de Roma, en consideración a que “sabiendo ya discernir el cuerpo del Señor conservan su primera inocencia exenta aún de las contaminaciones del vicio[7]. El padre y también la abuela no ven una contradicción entre ideas laicizantes y prácticas católicas y ella aparece en la fotografía que atestigua la recepción del sacramento, con su traje blanco y sus grandes ojos interrogativos, como una pequeña novia, entre estampas devotas y tules.

Una piedad, sentimental y dulce, de origen francés, había reemplazado en ese entonces entre la elite chilena a la exultante exteriozación de religiosidad hispánica. El libro de René de Chateaubriand, Le Génie du Christianisme y su extraordinaria acogida en los círculos católicos franceses a comienzos del siglo XIX había inclinado también los corazones chilenos a experimentar a Dios en la emoción.He llorado y por eso he creído[8], decía Chateaubriand, incorporando el sentimiento -revalorizado como fundamento del arte romántico- a la creencia y la actitud religiosa. Publicada en 1802, la obra de Chateaubriand había llegado a Chile muy prontamente, en 1805 [9]. Apelaba así el escritor francés a las efusiones del corazón y a los hechizos de la fantasía para reavivar esa religión tan arduamente impugnada por los filósofos de la luces.

Las seducciones del mundo: París

El viaje de Rebeca Matte a Europa con su padre en 1889 y su radicación en París abre para ella el ámbito del arte y la cultura y liga definitivamente su destino al modelo del artista, del escultor. Aunque su padre la matricula como interna en un colegio de religiosas en Versailles, la seducción que sobre una niña de 15 años ejerce la gran ciudad en esos años dorados de la alta burguesía europea, la inclinan hacia el mundo.

La gran casa de estilo en el número 53 de la Avenue Montagne, los acoge con su aparato de mármoles y servidumbres. París los envuelve entre pieles, sedas y sombrillas, los arrulla en el lento transitar de los carruajes sobre los bulevares recién empedrados y el murmullo de la conversaciones que se levanta como una invisible marea en cenas y veladas interminables; los deslumbra con luces de la ópera y la clara transparencia de las sombras entre los árboles de las grandes avenidas, pintadas por los impresionistas.

Tras esta brillante apariencia, los espíritus sensibles perciben no obstante, la profunda incertidumbre provocada por la laicización, las corrientes materialistas, los problemas sociales, la crisis del positivismo y las tendencias imperialistas de las potencias europeas.

Llegado desde lo que -desde el punto de vista de la cultura Europea decimonónica de elite- podría denominarse la lejana periferia chilena, Augusto Matte se inserta en ese momento histórico y en ese contexto social de tal modo, que éstos resultan propicios al cumplimiento de su proyecto político y educativo. Empeñado como está en restaurar en su país la libertad puesta en entredicho por la dictadura de Balmaceda, se despliega y multiplica tenaz y minuciosamente para el triunfo de la causa del Congreso; pero a la vez, padre solícito, al nuevo estilo, aperturista y defensor de la educación y de los derechos de la mujer, a partir de sus lecturas de la obra de John Stuart Mill, ha imaginado y trazado para su hija un destino, no de esposa prolífica, ni de devota ama de casas, sino de artista e incluso de gran artista.

Concretando este proyecto, el padre la matricula en Roma y en París con los maestros de Academia, que podían darle las garantías de trayectoria y consagración oficial que eran las que en ese momento contaban para los efectos buscados. Giulio Monteverde, Denys Puech y Ernest Dubois. En las academias artísticas del Viejo Mundo se cultiva entonces, en la especialidad de escultura, preferentemente la tendencia conservadora, basada en el “bello ideal” antiguo -“pagano”- reinstaurado por Winckelmann y el movimiento neoclásico, al que se han ido adicionando en el curso del siglo XIX, ciertos rasgos románticos y un positivismo racionalista y en ocasiones pragmático, que ha hecho finalmente de las formas de aquel “bello ideal” la coraza protectora contra todo cambio que intentara incorporar al arte las contradicciones del espíritu o la palpitación de la vida contemporánea.

En sus primeras obras como “Militza” y “Horacio” la joven escultora chilena, apenas concluido su aprendizaje, recurre a los motivos y formas del lenguaje académico, pero tras él se deja ver una sensibilidad dolorosa, infrecuente en esos ámbitos docentes donde prima, sino la buscada serenidad, en ciertos casos la impavidez. Rechaza o prescinde de los grandes temas cristianos de la Pasión, los que por origen podían haberle resultado más cercanos -los del Barroco americano han arrancado esos acentos estremecedores que ha visto clavarse en los altares de la iglesias de su ciudad natal-. Por el contrario, su viejo “Horacio” muestra en el gesto ampuloso e implacable del cuerpo desafiante y de la mano, una voluntad estoica y se ha visto en él una adhesión a la ética kantiana del deber [10], según la cual el padre condena a muerte a sus hijos, dando cumplimiento a una norma que se yergue por sobre todos los lazos del cariño. Un estudio más atento del “Horacio” de Rebeca Matte, a la luz del complejo de tendencias del pensamiento y de la sensibilidad decimonónicos, permitirían aventurar más de una lectura de sentidos posibles, considerando algunos de los nuevos significados que adquiere el concepto de voluntad. El estoicismo inspirado en las obras de Séneca, que figuran en la biblioteca de Rebeca Matte [11], está actualizado en la escultura con ideas como las del padre del “pesimismo contemporáneo”, Arthur Shopenhauer, para quien la voluntad no sería una facultad del intelecto sino la fuerza generatriz del mundo y del actuar del hombre, soporte sobre el cual se levantará la “voluntad de poder” nietzscheana, y que prepara y, en cierto modo, preludia el inconsciente freudiano. Así esta obra se torna ambivalente y a la vez que cuestiona la solemnidad del gesto trágico, apunta a un conflicto irresuelto de dolor y desesperanza.

El dolor: de vía purgativa a vía creativa

Rebeca Matte asume así como propio el propio destino de artista que su padre ha elegido para ella y lo asume no sólo porque ama la belleza y presiente que sus manos pueden plasmarla, sino también porque sabe o quizá intuye que su gran dolor, el dolor que ha dejado la ausencia de la madre, puede encontrar en el arte sublimación y cauce expresivo.

Heredera de esa transformación radical del dolor que ha tenido lugar a fines del siglo XVIII, experimenta en esos años de juventud, la angustia, el pesimismo existencial que marcó la progresiva desacralización del dolor en Occidente. Lentamente dejaba de ser interpretado como designio divino, como castigo y purga, y derivaba en un malestar psíquico, cuyo origen y sentido se oscurecían.

Sobre el vacío y el sinsentido, la joven escultora ve, a través de su contacto con el mundo de los museos y la poesía, elevarse la cima luminosa del arte, transformado por ese renacimiento del espíritu, que el romanticismo había traído a la edad de la razón, en fuente de hermosura y de goce puro por excelencia. Comparte su convicción de que el arte es la verdad del ser y el hacer creativo significa para ella la más alta dimensión humana y lo único que durante muchos años le permitió aproximarse al espíritu y olvidar su carencia emocional [12].

Pero si el arte era para los artistas románticos lo más bello de la vida, aquello que les permite superar el dolor del mundo. ¿cuál es específicamente su materia, su más hondo contenido vital sino ese propio dolor? El círculo se cerraba pues inexorablemente sobre sí mismo: el Romanticismo había convertido el dolor en la experiencia estética por antonomasia.

Esa necesidad insustituible de interpretar el dolor que posee el hombre, había llevado a Rebeca Matte a transformar su dolor desacralizado y privado de sentido por el racionalismo en que se educara -devenido en sensación para los seguidores del empirismo- [13] en sentimiento.

Guiada por los poetas como Musset, cuyas obras figuran en su biblioteca, la escultora se sintió poseída por “el mal del siglo”, la acedía, el intenso sentimiento de angustia y desolación que hizo presa de tantos talantes, pero que a la vez se transformaba en inagotable fuente de creatividad [14]. Se entrega entonces a su dolor y deja que sus manos lo transformen en mármol; y percibe que de su agonía puede surgir también el éxtasis, de sus cercenamientos la exaltación, de la sombra luz. Su dolor ya no está recluido, silenciado, aherrojado por los poderes omnímodos de la razón, como lo ha estado durante tantos años. En la obra se vierte y se expone y con ello toma distancia para elaborarlo como soporte espiritual de su escultura y, a la vez, como tensión catárticamente desatada. La creciente autoconciencia de su compleja y contradictoria subjetividad y su subsecuente extraversión, que han devenido como en toda obra de arte moderna, en sustancia y requisito de la moderna escultura, emplazan a Rebeca Matte en el contexto de la estética decimonónica, más precisamente en la declinación del movimiento romántico y en sus ramificaciones y transformaciones, que abren la vía del simbolismo, el expresionismo o el surrealismo, los cuales exploran artísticamente los conflictos y contradicciones de la psique humana en sus rasgos más ocultos.

Crisis y encuentro místico

Su matrimonio en 1901 con el joven diplomático Pedro Felipe Iñiguez Larraín y el nacimiento de su hija Lily en 1902, van seguidas de un largo período de búsquedas sin encuentros de proyectos sin realizaciones. Ello no se debe sólo al cultivo de la vida de familia, como han propuesto los articulistas [15], sino a una crisis existencial más profunda y dolorosa que se arrastra hasta aproximadamente 1910 [16]. Se desgarra entre los opuestos que escinden su vida: la ausencia siempre presente de la madre y su fragilidad emocional, se contraponen a la constante presencia del padre, ineludible e irreprochable, dominante y previsor, quien guiado por su cariño no trepida en aconsejarla y ayudarla a solucionar los problemas familiares y vocacionales que la angustian, instándola a tomar el camino de una familia tradicional y de los galardones académicos; pero la sensibilidad intuitiva de la escultora choca con el pragmatismo del progenitor y del marido; y finalmente se quiebra.

En medio de esta crisis urge la única obra religiosa de Rebeca Matte, la “Santa Teresa” en mármol blanco de 1907, donde experimenta por primera vez el llamado de la mística católica. Inspirada por la transverberación de la Santa realizada por Bernini en la Capilla Cornaro de la iglesia de Santa María de la Victoria, que ha visto durante sus paseos por la Ciudad Eterna entre 1897 y 1898, modela una figura luminosa y arrobada, vislumbrando en la morbidez y en la finísima textura del mármol esa posibilidad de reconciliación entre materia y espíritu, amor humano y amor divino hasta entonces, para ella, disociados.

Ese atisbo de Dios a través de la forma escultórica la ayuda a superar esta crisis y a alejar momentáneamente la tendencia pesimista que en el siglo XIX suele acompañar a quienes no creen en la razón ni consideran la creencia mera sinrazón.

Pero el dolor, la experiencia humana que como ninguna otra motiva imperiosamente la búsqueda del sentido, la toca nuevamente cuando acompaña a su padre Augusto Matte en el trance de su muerte, en Berlín en 1913. A partir de entonces el dolor se instala como eje de su vida y tónica de su obra, impulsada en el crepúsculo romántico por la atmósfera de pesimismo historicista que se respira en tiempos de la Primera Guerra, y que percibe más intensamente en su estadía en Alemania.

La poesía romántica, ¿una ruta de salvación?

Superar el “absoluto desgarramiento” [17] que la consume ante la caducidad y la muerte, se torna para ella en una urgencia. Una vez más recurre a su lecturas poéticas, esta vez a Milton y a los románticos ingleses. Woodsworth, Keats, Burns y Shelley, cuyas obras completas figuran en su biblioteca. Con ellos cruza la gran epopeya poético-religiosa del artista decimonónico que refuerza su “conciencia de sí”, pero a la vez conoce en su compañía los riesgosos desarrollos del “yo” concéntrico. De la mano de la Musa, Rebeca Matte se obliga a experimentar otra vez el oscuro descenso, el caos y la eterna noche de la caída y luego el ascenso al cielo de los cielos, imágenes poéticas que ejercen, junto a otras fuentes, su influencia secreta pero sostenida, en su obra escultórica posterior. El itinerario de “salvación” a través de la poesía que inicia con la lectura de El Paraíso Perdido de Milton [18] y la tarea de raigambre bíblica, “profética” y, por tanto, redentora que a través de él asume el artista, se reorienta y concreta históricamente para Rebeca Matte con El Recluso de Woodsworth, donde parece vislumbrar un sistema de salvación que no desafía a la razón ni afronta a la humanidad [19]. Como gran solitaria que es, como reclusa incluso de su propio dolor, que experimenta desde aquí en adelante ininterrumpidamente en su vida, debido a separaciones, enfermedad y muerte, busca parangones entre la poesía y su propia situación. “Cavilando en soledad”, en medio de la naturaleza, en contacto con la tierra y los bosques intenta encontrar en su propio espíritu las fuerzas regeneradoras y creadoras que la impulsen a resucitar del sueño de la muerte y uniendo su voluntad a la del poeta, trata de transferir la idea de paz, goce estético y serenidad desde un marco de referencia sobrenatural, inaccesible para ella en ese momento, a uno natural. En el cotidiano día y en el hogar de “la verde tierra” se insta a encontrar la belleza. Así intenta romper su solipsismo y unir su espíritu al del universo en esas “santas bodas”, en ese “apasionado abrazo amoroso” donde la metáfora -recurrente y central- encierra el reencuentro romántico de lo divino por parte de la poesía.

También la poesía francesa, especialmente la obra de Alphonse de Lamartine que posee completa en su biblioteca y en particular sus Meditaciones poéticas [20], que exaltan la correlación de esa nueva trilogía romántica, Dios naturaleza y soledad, la invita a desarrollar un inédito modelo de vida. Y, por otra parte, esa obra fundamental para la orientación de la piedad católica decimonónica, como se ha indicado. El Genio del Cristianismo de Chateaubriand, que también figura en su biblioteca, encauza religiosamente su hiperestesia. El ejercicio de su papel de madre que reasume con ternura y responsabilidad renovadas y de artista exitosa, reconocida no sólo a la distancia por los amigos y comentaristas chilenos, sino por los propios críticos de arte europeos tras la ejecución de su premonitora obra “La Guerra” en 1913, lo hacen necesario. Sumida en la duda, o en la desesperación, invoca al Dios de su infancia, eclipsado y oculto las más de la veces, pero que de pronto resurge para escuchar y consolar.

Del artista al santo: el franciscanismo

Las prácticas católicas que enseña a su hija Lily, aunque ella no se considera aún “creyente” -como el mes de María o el rezo del Rosario, según atestigua el Diario de la niña- se ven incentivadas por la privación infantil de Rebeca Matte de esta vía materna de transmisión del catolicismo.

A la vez, los libros que adquiere en las librerías florentinas, muestran que su modelo de vida va transfiriendo desde el artista al santo. Esta figura que con anterioridad a 1907 parece serle ajena, ahora, hacia 1915, la interesa y quizá seduce. Su vía de acceso al fenómeno de la santidad, como es usual en ella, no es linealmente sostenida y unidireccional, sino entrecruzada e interrumpida. Qué decir de la coexistencia en su biblioteca de obras como Il Santo de Antonio Fogazzaro, para la Iglesia un “modernista” poco ortodoxo, que colocó primero en el Índice, luego expurgada por su autor, con fuentes directas sobre el santo que por su apertura, universalismo y devoción a la naturaleza concentró las predilecciones de muchos artistas de esa época, San Francisco de Asís -Gabriela Mistral, devota suya, se hizo Hermana Tercera-. Las Florecillas, Fioretti y La Leyenda de los tres compañeros, las vidas del poverello como la de La Fenestrese y las obras de Dante, La Divina Comedia y la Vida Nueva se enlazan en sus lecturas con otras como los Sermones de San Alfonso María Ligorio, de un ascetismo a ultranza que se dulcifica con la inclusión de las santas, a través del Epistolario de Santa Catarina o La Storia de Santa Mónica del abate Baugaud. Y junto a ellos los libros de Schuré sobre sugestión y autosugestión, de ocultismo, quiromancia y tatuaje, sobre budismo y vida de Buda. Qué decir sino tal vez que su búsqueda podría escapar a los patrones de lo que se considera una “conversión” si no fuese porque los propios patrones que suelen establecerse para ésta, los de la conversión de San Pablo, San Agustín, y Pascal [21], no parecen ser en absoluto susceptibles de reducirse a tales. Con todo, los ejemplos de San Agustín y Pascal, debieron labrar lentamente su secreta labor modeladora en el alma de Rebeca Matte, a través de las vidas del santo agustino y de los Pensamientos de Pascal presentes en su biblioteca. Entre los artistas del siglo XIX, por otra parte, no faltan las conversiones “atípicas” -son especialmente conocidos los casos de poetas y escritores franceses que tras vidas tachadas de “escandalosas” encuentran la senda del catolicismo, entre las que parece particularmente imprevisible la del compañero de Rimbaud, Paul Verlaine [22].

El artista y el santo parecen desplegarse, en un principio, para Rebeca Matte, en el mismo plano, sostenidos y aunados en su relieve de plenitud y en la profundidad de su renuncia a la vida del mundo. ¿Un eco de aquella romántica hermandad entrevista por Friedrich Nietzsche en su obra de juventud El origen de la tragedia: helenismo y pesimismo? [23].

La figura del santo, sin embargo, va acusándose y acentuándose como guía de la espiritualidad de la escultora, despegándose de su interior trasfondo de religiosidad difusa para deslindar su contorno cristiano y elevarse como modelo humano supremo, tal como la planteara Max Scheler en su estudio El Santo, El Genio el Héroe [24].

Florencia y la unidad espiritual a la luz del platonismo

Enclaustrada en su villa la “Torre rosa” (La Torrosa) en las suaves colinas de Fiésole, cubiertas de olivos y de ciprés, con el claro despliegue de la ciudad constelada de torres y cúpulas frente a los ojos, su vocación de soledad y de silencio encuentra allí, no el aislamiento, sino el horizonte espiritual donde convergen y ascienden al unísono esos trazos que antaño experimentaba como centrífugos y divergentes.

Florencia guarda para ella como para tantos extranjeros sensibles que habían habitado desde mediados del siglo XIX los severos palacios y las villas floridas en las colinas, la clave de una unidad espiritual posible de desentrañar. Una unidad que integraba las meditaciones del filósofo con las imágenes del poeta, las formas del artista con las fórmulas del científico, las predilecciones del coleccionista con los sueños del profeta, símbolos de una única fuente: las enseñanzas del platonismo florentino vivas a través de cuatro siglos [25].

A la luz de esa convergencia que la envuelve como las enredaderas se abrazan a los muros y balaustradas de su jardín fiesolano, en esos breves regresos a Florencia desde los sanatorios suizos donde vela día y noche por la salud de su hija, parece regresar también a Platón, cuyas obras completas están en su biblioteca y experimenta, de un modo nunca antes tan intenso, el sentido ascético, místico y teológico de su filosofía [26]. Su “alma… luminosa”… lleva “el peso de esta triste carne fatigada”, [27] giro de indudable raíz neoplatónica. Su alma encerrada en la cárcel del cuerpo, pugna por romper sus sensibles ataduras,

Los materiales duros, pesados y nobles que emplea en sus esculturas no pueden abordar con ella el ascenso hacia la mágica montaña de la sanación. Y mientras “Ícaro y Dédalo” inician en su imaginación la vertiginosa caída que detendrá en el bronce, otra voz que viene de la alta montaña a través de su amiga Elena Mancini, muerta en 1925, la del sermón cristiano de las Bienaventuranzas, la lleva a abandonar los escoños y el cincel y a tomar la pluma y el lápiz para volcar sus pensamientos religiosos.

La visión de la belleza le ha permitido siempre elevarse, pero ahora, tras la caída que arrastra al fin, a su arte escultórico, Dios ha devuelto a su alma las alas para que regrese a su patria celestial y se produzca la reintegración. El, por medio del ascenso paulatino en la escala del amor. Su espíritu liberado de las ataduras que la retenían a su dolor sensible, ha alcanzado por fin, en su propia limitación y privaciones, la visión del bien y de lo divino: una con-versión. El consuelo le llegará como el gran “secreto de amor”.

Sufrirlo todo para amarlo todo

La historiografía artística y la historiografía cultural sobre el siglo XIX han enfatizado las rupturas entre lo sagrado y lo estético y más aún la desacralización artística que tiene lugar en ese siglo.

Es ya un tópico afirmar que el pensamiento occidental ha seguido desde el Renacimiento un curso de progresiva secularización [28]; excesivo esquematismo para señalar ese curso compuesto y contrapuesto en el que, en líneas generales, se rechazan los dogmas, pero se buscan la trascendencia. El arte y la poesía muestran esta tendencias, y a través de las búsquedas de Rebeca Matte se aprecia que el desarrollo de la individualidad y el subjetivismo, no siempre van aparejados del agnosticismo; en la escultora chilena, por el contrario, es el proceso de autoconocimiento el que conduce finalmente a una experiencia de re-ligazón con el mundo y con Dios.

En esta última etapa ella vive la iluminación por el dolor. Conoce la fe y parte su lenta e insospechada iniciación en el arduo camino de la doctrina cristiana de la obediencia amorosa y la caridad. Porque como dijera San Agustín: “una cosa es divisar desde una cumbre agreste la patria de la paz… y otra recorrer el camino que conduce a ella[29].

Su labor no ha cesado, como confidencia a su prima Iris: “Aquí trabajo mucho. La artista no ha muerto en mí; ahora modelo materias más bellas que el bronce”. Se gesta el paso de la escultura desde la materia inerte a la materia viva. Sus manos ardientes se entregan al modelado del alma humana en trance de dolor, en antesala de eternidad, “frente al último puerto de la vida…[30] transfigurando el dolor en alegría.

En el sanatorio de Davos, la madre se multiplica: enfermera, consultora, inspiradora, consoladora. Sol de invierno en las cimas desoladas [31]. Pues dice Lily Iniguez en su Diario, que su madre le ha confiado: “Yo gozo de la felicidad donde la encuentro… pero desde que algo me fue negado, busco en todas partes donde ayudar y hacer el bien[32]. Su fuerza proviene de “Este dolor que no cambiaría por todos los goces de la tierra. Este dolor mío, que es lo único que puedo ya ofrecer…[33].

¿… Quién ha podido decir, exclama, que la Felicidad es un fantasma fugitivo? La vida entera es´ta saturada de dicha y también de dolor… Ambos se complementan y de su extraño connubio engendra Dios sus obras maestras”.

¿He sido, en verdad, alguna vez esa niña vacilante, dolorosa, patética en su desgracia de desamparada, pero tan aflictiva también en su resignación inerte, en su pasiva abdicación de toda felicidad, en la incomprensión de las dos fuentes que apagan la sed del alma y la fortifican y que son la Fe y el Amor?”.

Sí, en verdad, lo he sido, pero la Vida ha realizado su obra de evolución, porque la mujer que soy, no se conoce ya en ese retrato de antaño…”.

Soy ahora una creyente apasionadamente enamorada de su Fe”. 

"Es verdad que esta Fe sobrepasa todo dogma, ignora las sutilezas de los catecismos, y probablemente las hogueras de la Inquisición se hubieran encendido espontáneamente a su contacto" [34]

"Creo en el Amor bajo todas sus manifestaciones, creo que en el Amor se contiene el inmenso secreto del Universo". 

"Creo que el dolor es santo porque tiene la misión de abrir de par en par la puerta del alma al mensajero divino[35].

Después de aquella larga y fatigosa jornada de dolor otro dolor, indecible, la aguarda: la muerte de su hija en el sanatorio de Davos el 26 de agosto de 1926.

De retorno a su hogar en la Torrosa, nuevamente solitaria entre los mármoles y las enredaderas, puede exclamar con esa claridad final que otorga sentido a una vida: “Sufrirlo todo para amarlo todo![36].


NOTAS 

[1] Iris. “Fragmentos de cartas de Rebeca Matte”, “La Nación”, Santiago, 16 de mayo de 1930, p. 5. Citado en: Cruz de Amenábar, op.cit., o. 232.
[2] Iris. “Rebeca Matte de Iñiguez, una gran artista chilena”, “La Nación”, 29 de octubre de 1926.
[3] Véase nuestro artículo “Lectura e ideas: Augusto Matte Pérez a través de su biblioteca” para el Boletín de la Academia Chilena de la Historia, correspondiente al 2002 en prensa.
[4] Iris. “Fragmentos de cartas de Rebeca Matte”, “La Nación”, Santiago 15 de mayo de 1930, p. 3.
[5] Michelle Perrot “Figuras y funciones”. En Historia de la Vida Privada, Bajo la dirección de Phillippe Ariës y Georges Duby. Taurus, Madrid, 1989 t. 4. Pp. 127 y ss.
[6] “El Ferrocarril”, 18 de septiembre de 1883, cit., por Sol Serrano en “Fundamentos Liberales de la Separación del Estado y la Iglesia”, En: Ricardo Krebs et alt. Catolicismo y Laicismo. Seis estudios. Ediciones Nueva Universidad, Santiago, 1981, p. 158.
[7] Michelle Perro top. Cit., p. 258.
[8] Citado pro Marciano Barrios en Espiritualidad chilena en tiempos de Santa Teresa de los Andes. San Pablo, Santiago, 1994, pp. 48 y ss.
[9] Isabel Cruz “La cultura escrita en Chile 1650-1820. Libros y bibliotecas”. Historia 24, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago 1989, p. 200.
[10] Enrique Molina. Frente al Horacio de Rebeca Matte, consideraciones sobre el deber. Atenea, 213, marzo 1943, pp. 140-147.
[11] A su muerte en 1929 esta biblioteca pasa a manos de su esposo y luego de la muerte de éste en 1936 se dispersa. Véase: “Catálogo de la Biblioteca de don Pedro Felipe Iniguez que se rematará en la Casa Balmaceda”, Santiago, 1936.
[12] Véase Francisca Pérez Carreño “La estética empirista” En: Valeriano Bozal Ed. Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas. Visor, Madrid 1996, vol I, p. 32.
[13] Sobre el sensualismo véase Alain Corbin El Perfume y el Miasma. El olfato y lo imaginario social. Siglos XVIII y XIX. Fondo de Cultura Económica, México, 1987, p. 11.
[14] Citado por David Morris en La Cultura del dolor. Andrés Bello, Santiago 1993 (The Culture of California Press, Berkeley y Los Ángeles 1991), p. 225.
[15] Véase nuestro Arte en Chile, Historia de la Pintura y de la Escultura desde la Colonia al siglo XX. Antártica, Santiago, 1984, pp. 296 y ss.
[16] Agradecemos a Macarena Lazo, investigadora de la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos sus referencias sobre cartas de Rebeca Matte y de su esposo que permiten el mejor conocimiento de esta etapa de la vida de la escultora.
Vayan también nuestros sincero agradecimientos al profesor Rafael Sagredo, Conservador del Centro de Investigaciones Diego Barros Arana y de la Sala Medina, de la Biblioteca Nacional por las facilidades que nos ha dado para consultar y reproducir este material.
[17] Es la expresión usada por Hegel en su Fenomenología del espíritu, para expresar el dolor y la lucha del hombre consigo mismo, en el proceso de autoconocimiento.
[18] M. H. Abrams, El Romanticismo. Tradición y Revolución. Visor, Madrid, 1992, p. 24.
[19] Cit. En M. Abrams op.cit. p. 25.
[20] Guillermo Solana “El romanticismo francés. El monólogo absoluto”, en Valeriano Bozal Ed. Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas, cit., pp. 198-299.
[21] Véase Jürgen Baden Literatura y Conversión, Guadarrama, Madrid, 1969, pp, 25 y ss.
[22] Véase por ejemplo Gonzague Truc Historia de la Literatura Católica Contemporánea de lengua francesa. Gredos, Madrid, 1963, pp. 107-111.
[23] Friedrich Nietzsche El nacimiento de la Tragedia o Grecia y el pesimismo. (1871). Alianza Editorial Madrid, 1995, p. 239.
[24] Traducción directa del alemán de Elsa Tabernig. Editorial Nova, Buenos Aires, S/f.
[25] Eugenio Garín “L’idea de Firenze nella Storiografia dell Ottocento”. En: L’dea di Firenze. Temi en interpretazione nell’arte straniera dell’Ottocentro. Centro Di, Firenze, 1989. pp. 299-303.
[26] Giovani Reale, Dario Antiseri Historia del Pensamiento Filosófico y Científico, Herder, Barcelona, 1995, vol. I, p. 154.
[27] Manuscrito inédito de Rebeca Matte en la Fundación Lily Iñiguez Los Nidos, p. 250.
[28] Véase al respecto el planteamiento de M. H. Abrams El Romanticismo, cit., p. 11.
[29] San Agustín, Confesiones, VII, xxi+.
[30] Iris “Fragmentos de Cartas de Rebeca Matte”, “La Nación”, 14 de mayo de 1930, p. 5; citado e: Isabel Cruz de Amenábar, Vida y Obra de la escultora Rebeca Matte, Santiago, 1998, pp. 224-225 (inédito).
[31] Iris. “Fragmentos..” cit. P. 5.
[32] Lily Iñiguez Matte Páginas de un Diario Editorial del Pacífico, Santiago, 1954 p. 256.
[33] Iris “Fragmentos…” p. 3.
[34] Ibid.
[35] Iris. “Fragmentos de Cartas de Rebeca Matte”, “La Nación”, 16 de mayo de 1930, p. 5; cit, en: Cruz de Amenábar, op. cit., pp. 230-231
[36] Iris. “Fragmentos de Cartas de Rebeca Matte”, “La Nación”, 18 de mayo de 1930, p. 3; cit, en: Cruz de Amenábar, op. cit., p.237.

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