Ver la obra de Congdon al cabo de treinta años me produjo una sensación en cierto modo sobrenatural… Alejado en su vida de los críticos, el mercado, las galerías y los coleccionistas, Congdon siguió trabajando en las mismas condiciones espirituales que marcaron el nacimiento de la escuela de la “Action Painting”… Congdon representa un fenómeno poco común de re-nacimiento…. Una supervivencia, al producirse… genera un encuentro directo con el pasado, sin filtros, sentimentalismo ni nostalgia… Nos enfrenta in toto y sin concesiones.

William Congdon nació en 1912 en Providence, Rhode Island, y creció en la sociedad culta y aristocrática de Nueva Inglaterra. Sin embargo, su medio sólo era aparentemente privilegiado. En su hogar reinaban un sofocante moralismo y puritanismo que en él sembraron la rebelión:

Los primero que percibí (siendo niño) fue una sensación de profunda soledad, a pesar de estar rodeado por numerosos familiares y sirvientes, una soledad provocada por el rechazo de mi padre. Tenía miedo. No sé si esta situación puede llamarse una “experiencia del arte”, pero ciertamente era propia de una relación frustrada, malograda, y despertó en mí el don de la creatividad.

La vocación artística de Congdon, que maduró en sus años en la Universidad de Yale, era una reacción contra una sociedad a la vez “materialista” y “moralista”, cuyo implacable cálculo, en todos los ámbitos, de pérdidas o ganancias, méritos o pecados, excluía precisamente la dimensión de gratuidad, gracia y amor que Congdon siempre identificaría con la dimensión del arte:

En el momento en que nace su obra, el artista es siempre un hombre perdonado, tena o no conciencia de ello. Y el perdón que sobre él ha recaído por su propia naturaleza elige alguien más a quien perdonar a través de la obra de arte.

En 1934, Congdon comenzó a asistir a clases de pintura con Henry Hensche, en Provincetown. Estos nuevos estudios fueron para él de inmediato algo más que un ejercicio estético. Era una experiencia de la libertad, un salto al “abismo” del color:

Hensche colocaba ante nosotros una masa de sombra contra la luz del cielo iluminado por el sol (por ejemplo, un joven sentado en la playa en una canasta, contra el sol) y lo hacía de tal manera que no podíamos ver la forma del joven… El fulgor deslumbrante de la luz supuestamente debía borrar la forma a priori de la figura humana, sumiendo la vista en la oscuridad de la masa informe de la sombra… en la cual los movimientos de los colores podían conducir libremente nuestra vista hacia lo que llamo la “nueva forma”… El valor de este método es una total objetividad y docilidad ante las cosas tal como son.

Con todo, el estudio de la pintura en sí mismo no bastó para revelar al joven artista todo el alcance de su vocación. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Congdon decidió enrolarse en el American Field Service (una organización de voluntarios dedicada a prestar ayuda a los heridos), y de ese modo tomó contacto con los horrores de la guerra, la destrucción de las ciudades y los campos de concentración. Sin embargo, al evocar esos años prodigados a favor de las víctimas de la guerra –la población civil italiana, bombardeada por dos ejércitos enemigos, o los pacientes de Belsen- Congdon siempre insistiría en una aparente paradoja: precisamente el sufrimiento de Europa, sobre todo en Italia, le hizo ver claramente por primera vez que era amado y el amor se entregaba libremente. No es sorprendente el hecho de que al emerger de su experiencia de la guerra hubiese confirmado del todo su vocación de pintor. Siempre llamó a su talento artístico un “don”, como diciendo que el arte es un donum gratuito que brota de otra gratuidad, más profunda.

Después de la Guerra, Congdon marcó el comienzo de su carrera de pintor despidiéndose de su familia, de su ciudad y gradualmente también de su país natal. Se convirtió en expatriado, en exiliado voluntario. En 1950, se instaló en Venecia, que llegó a ser también el tema principal de su pintura. Desde el comienzo mismo fue un pintor de lugares, y sólo podía pintar desde un lugar, al cual identificaba como la fuente de ese amor que lo atraía hacia sí misma:

Fui a Venecia porque su fantástico aspecto de ciudad en el agua ofrecía la posibilidad de escapar del mundo materialista, por el cual después de la guerra sentía especial aversión. Venecia y Nueva York son dos sueños de piedra en el mar. Uno es horizontal y el otro vertical… Ambas son ciudades románticas. Venecia opone resistencia al presente y se aferra al pasado con la misma tenacidad con que Nueva York opone resistencia al pasado y anhela el futuro.

¿”Redención” en el Arte?

Para Congdon, los años 50 fueron también un período de éxito y celebridad en el escenario internacional del arte. Expuso en la Galería Betty Parsons junto con los principales pintores no figurativos de la escuela de la “Action Painting”, que por primera vez en la historia habían dado al arte norteamericano primacía frente a su contraparte europea. También participó en las exposiciones más grandes de arte contemporáneo mientras los principales museos comenzaban a adquirir sus obras. Sin embargo, durante ese período, la pintura de Congdon –experiencia de la “redención” y objeto de total dedicación- no lo sanó, revelándole en cambio el abismo de su propia limitación y pecado. En vez de conectarlo nuevamente con la fuente del amor, haciéndolo arraigarse en un lugar concreto, lo desarraigaba cada vez más de todos los lugares, precipitándolo en una vida aún más devastadora por la soledad y el carácter errante. Los frenéticos viajes de Congdon a fines de la década de los 50 dan testimonio de esta nueva situación:

Las heridas de la infancia y el peso de la culpa no sanarían únicamente con la pintura. A medida que mi pintura maduraba, comencé a usarla como refugio, como arma contra el mundo. Mi aislamiento de la sociedad, viviendo solo y viajando, me permitían y estimulaban una vida ambigua, que a su vez intensificaba mi hostilidad y mi culpa… Me sentía liberado y salvado por mis cuadros como el ahogado por el salvavidas. Comencé a ver en cada cuadro un respiro, un diferimiento ante la sentencia de muerte final.

Durante esos años, el abismo era cada vez más profundo entre el hombre y el artista. El artista, supuestamente encargado de liberar al hombre de sus faltas y padecimientos, había llegado en realidad a ser tan autónomo y desencarnado que dejó al hombre fuera del cuadro, sumiéndolo en la degradación y la desesperación. Congdon se percataba de que esa condición era propia de todo el arte contemporáneo, y con claridad poco común reveló su verdadera naturaleza en esta impresionante frase: “Creamos en el pesar de no ser santos”.

Con todo, Congdon encontraría una penetrante exposición sobre la ilusoria redención del arte en las páginas de Miguel de Unamuno, que leía y releía a fines de la década de los 50, en la víspera misma de su conversión:

Lo que el hombre busca en la religión, en la fe religiosa, es salvar su propia individualidad, darle un carácter eterno. Sin embargo, no puede lograrlo con la ciencia ni con el arte o la moralidad. Ni la ciencia ni el arte ni la moralidad requieren de un dios: únicamente la religión lo requiere (Del sentimiento trágico de la vida)

Completando esta afirmación profundamente “católica” de Unamuno, podríamos agregar que únicamente el sentido religioso necesita un Dios personal y encarnado. Congdon descubrió precisamente este Dios, al final de sus viajes, en Asís, la ciudad de San Francisco:

Sí, Dios se hizo carne… ésta es la exactitud literal de San Francisco, el Evangelio sine glossa. Francisco se dio cuenta de que Cristo llegó a ser una letra entre las letras. Después de todo, el hombre necesita lo trivial, la letra. Él, Cristo, la Verdad, con el fin de redimir, de conducir al mundo más allá de las apariencias, adquirió literalidad… en el mundo, como el mundo, pero algo más. Ésta es la paz de San Francisco, una alegría infantil.

Asís también era lo contrario de Venecia:

Porque Venecia era mía, mientras Asís jamás perteneció a nadie, porque era de San Francisco… Asís me convirtió. Venecia me hizo pintar… ¡Oh, Venecia! Es puramente oropel. Hay que ser realmente un artista para encontrar lo medular en Venecia… Asís es tan frugal como un hueso… Eso es la médula, la base, el cráneo, es Cristo mismo. Cristo es aquel en el cual y por el cual todo hombre ha sido creado…

Entre el suicidio…

Inicialmente, el ingreso de Congdon a la Iglesia fue un embriagador descubrimiento del milagro del perdón y la compasión, que siempre había percibido como fuente de su vida:

En la infancia, había llegado a sentirme culpable cuando no estaba en pecado. No había absolución, ni siquiera de los pecados imaginarios. Y sin embargo, ahora que realmente había pecado, encontraba de pronto el perdón de Cristo y estaba libre de culpas.

Con todo, Congdon siempre se refirió a esta etapa como a un “suicidio”: el hecho de atravesar el umbral de la “Iglesia de Pedro” (Pietro) -después de haber alabado tantas “iglesias de piedra” (pietra)- amenazaba dejar fuera al artista. Mientras en el curso de los diez años anteriores agonizó el hombre, sometido a las exigencias del artista, en el lapso de casi veinte años a partir de la conversión, en 1959, “agonizaría” el artista, sometido ahora a una exigencia de redención, que encontrándose más allá del arte, podía aparentemente acabar totalmente con esta dimensión. En realidad, la agonía de Congdon no fue una aniquilación, sino una “lucha”. No fue accidental el hecho de que durante este período tuviera fases creativas aún más frecuentes que antes de la conversión. Al tomar gradualmente distancia del público y las galerías, pronto fue olvidado por ese mismo mundo del arte que en la década anterior había cantado alabanzas en su nombre, considerándolo uno de los talentos más promisorios del arte norteamericano; pero existía ciertamente un lugar, un terreno donde esta “lucha” entre el hombre convertido y el artista también podía encontrar expresión en el lenguaje de la pintura: la imagen de Cristo crucificado. Entre 1960 y 1979, los años en que vivió y trabajó en Asís y Subiaco, pintó de manera casi frenética, por lo menos 180 versiones de la Crucifixión. Al parecer, para Congdon esta imagen era una señal de la dolorosa división que separa al hombre del artista y al mismo tiempo un posible puente entre ambos. Curiosamente, la figura humana, desterrada rigurosamente de su pintura, ahora volvía precisamente en esta forma. Aun cuando la había negado, reprimido y casi exorcizado, la forma humana en realidad siempre estuvo presente como el otro lado, oscuro e inquietante, de su pintura: la sombra arrojada por la misma sobre esa humanidad sufriente y pecadora de la cual el artista anhelaba liberarse. La intensa meditación en Cristo crucificado lo conduciría finalmente a esta confesión:

El cuerpo con el cual me he encontrado es mi propio cuerpo herido por el pecado, impregnado de dolor hasta el punto de ser incapaz de diferenciarse del dolor, como si éste se hubiera convertido en cuerpo y no fuera simplemente el dolor del cuerpo… En suma, me reconozco a mí mismo en Cristo en la Cruz: ¡es mi pecado clavado en la Cruz! Estoy pintando mi propia carne con la certeza de la Resurrección dentro de mí.

Aun cuando la calidad de miembro de la Iglesia y la participación en los sacramentos no eliminaron esta división en Congdon (y de ahí la necesaria lucha y agonía), hicieron desaparecer su efecto mortal:

Por haber Cristo llenado todo de Sí Mismo en la forma de ser de todas las cosas, aun cuando no desapareció la división entre la carencia de unidad de mi persona y la unidad de mi obra, Cristo, al reconciliarlo todo en sí mismo, lo despoja de su condena.

… y la supervivencia

En realidad, el final de este largo período de transición está marcado por un vuelco inesperado, especialmente después de los cruciales viajes de Congdon a la India, en 1973 y 1975, y las grandes obras inspiradas por ellos. Gracias a este cambio, comenzó a sentir que se había liberado de la tarea de “convertir” su propio arte. Descubrió que

a veces parece que el artista todo lo capta para sí mismo -su intolerable egoísmo- pero no es así, al menos en la medida en que el artista es auténtico… Dios ha puesto en el artista el dinamismo de Su propio perdón, es el brazo de Su redención, es un arma, pero lo convierte en la mayor señal entre los hombres del triunfo de Cristo sobre el mundo.

Después de trasladarse en el otoño de 1979 a Gudo Gambaredo, en el corazón de las tierras bajas milanesas, Congdon entró a una nueva temporada: la estación de la estabilidad (“He comenzado mi último viaje deteniéndome”); la estación de la tierra, la humilde tierra fertilizada por el trabajo paciente del hombre y el ciclo del sol; la estación, por último, de la pintura, pura y simple pintura sin calificativos, sin pretensiones, sin estimulantes estéticos o exóticos. En realidad, más que nada Congdon entró a la estación del color, del color casi desprovisto de señales, de toda capa subjetiva y artificial de parte del propio pintor. Adoptando por primera vez la tierra como tema, Congdon –hasta ese momento pintor de ciudades y monumentos, de las orgullosas muestras de la civilización humana- ahora descubría que “el cielo es la tierra”. El “paraíso/cielo” de su pintura era en el fondo la tierra que recibió a su persona hasta el punto de llegar a ser idéntica a su propio cuerpo. Esta última etapa de la vida y la obra de Congdon ha sido el tema de una reciente exposición en Rimini (Italia), llamada “Cielo è terra” (El cielo es la tierra).

Una observación final: el viaje de Congdon es también una ilustración de la dinámica de la fe cristiana. Al cabo de treinta años, ese “suicidio”, por medio del cual entregó su “don” creativo a Cristo en el momento de su conversión a la Iglesia, se percibe claramente como la única forma de “salvar” este don y permanecer fiel al mismo hasta el último instante. En este sentido, es impresionante el testimonio reciente de un historiador del arte norteamericano, que es también un gran conocedor de Congdon:

Ver la obra de Congdon al cabo de treinta años me produjo una sensación en cierto modo sobrenatural… Alejado en su vida de los críticos, el mercado, las galerías y los coleccionistas, Congdon siguió trabajando en las mismas condiciones espirituales que marcaron el nacimiento de la escuela de la “Action Painting”… Congdon representa un fenómeno poco común de re-nacimiento…. Una supervivencia, al producirse… genera un encuentro directo con el pasado, sin filtros, sentimentalismo ni nostalgia… Nos enfrenta in toto y sin concesiones. Es más fácil luchar con un fantasma que con un Lázaro. Esto no significa que haya vivido los últimos treinta años sin desarrollos notables en su vocabulario de pintor; pero en calidad de artista conservó totalmente la lealtad a la fe y los principios que motivaron a los mayores talentos norteamericanos de su época. Su obra nos plantea la inquietante pregunta sobre la forma y los motivos de la destrucción del patrimonio moral, de la textura vital que dio origen a nuestra época (Fred Licht, 1992).


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