La importancia universal de Pedro Calderón de la Barca ha quedado una vez más refrendada al ser recordado por Juan Pablo II en el aula Pablo VI del Vaticano. Allí, en efecto, para conmemorar los 400 años de su nacimiento, se representó esta año, ante el Santo Padre, uno de los principales autosacramentales calderonianos, El Gran Teatro del Mundo. La obra fue dirigida por José Tamayo.

La importancia universal de Pedro Calderón de la Barca ha quedado una vez más refrendada al ser recordado por Juan Pablo II en el aula Pablo VI del Vaticano. Allí, en efecto, para conmemorar los 400 años de su nacimiento, se representó esta año, ante el Santo Padre, uno de los principales autosacramentales calderonianos, El Gran Teatro del Mundo. La obra fue dirigida por José Tamayo.

El Alcalde de Zalamea

Hace justo diez años, en septiembre de 1990, recibimos en Santiago de Chile la visita de la Compañía Nacional de Teatro Clásico Español, organizada por el Ministerio de Cultura de España, con ocasión del quinto centenario del descubrimiento y conquista de América.

Esta visita incluía dos obras maestras del teatro clásico español: El Alcalde de Zalamea de Calderón de la Barca y El Vergonzoso en Palacio de Tirso de Molina. Según Dámaso Alonso, en El Alcalde de Zalamea “se encuentran los caracteres humanos más fuertes de todo el teatro del Siglo de Oro”. El conflicto central de la obra se basa en la afrenta de que es víctima el alcalde Pedro Crespo, cuando el capitán don Alvaro de Ataide rapta a Isabel, hija del alcalde, y la deshonra. La reacción de Pedro Crespo es violenta: deshonrar a su hija equivale a deshonrarlo a él mismo y a su hijo Juan. Por lo tanto de inmediato recurre al superior de don Alvaro, don Lope de Figueroa, a quien implora la recuperación del honor de su hija con palabras de fuego: “Al Rey la hacienda y la vida se ha de dar. Pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios”. Don Lope de Figueroa es otro personaje gigantesco, y entre él y Pedro Crespo se produce un duelo verbal sin solución. El conflicto se resuelve con la grandeza de la llegada del propio Rey Felipe II, quien -como es de suponer- le da la razón al bravo Alcalde.

El espectáculo tuvo un altísimo nivel artístico. Bajo la dirección de Rafael Pérez Sierra y la soberbia actuación de Jesús Puente como Pedro Crespo, Miguel Valenzuela como don Lope de Figueroa y Vicente Gisbert como el Rey, las ideas y el discurso barroco de Calderón cobraron vida y emoción intensas.

Es precisamente esta vida vehemente sobre el escenario la que nos hizo reflexionar en lo que debieron ser España y Madrid durante los cuarenta y cuatro años del reinado de Felipe IV en pleno siglo XVII. El teatro era la entretención esencial, junto con las corridas de toro. En todas las clases sociales había una verdadera pasión por asistir a las representaciones. Ellas tenían lugar en los “corrales” públicos, en especial el de la Cruz y el del Príncipe. Además se realizaban en los palacios de los nobles, en los conventos de frailes o monjas o en las plazas, calles, ya sea sobre carros portátiles o en tablados ligeros. Cualquier fiesta era un buen pretexto para realizar una función teatral: el nacimiento o bautizo de un príncipe, la canonización de un santo, la llegada de un embajador o la inauguración de una iglesia. En todas ellas, el público se hacinaba de tal manera, que el viajero francés Antuan Brunel (1655) declaraba: “El pueblo español se interesa tanto por el teatro, que nunca se encuentra un asiento vacío”. Esta fiebre teatral llegó a ser mucho mayor bajo Felipe IV de lo que había sido bajo Felipe II y Felipe III, de tal manera que el historiador Cánovas del Castillo pudo afirmar: “Al reino de los frailes y las monjas sucedió el de los histriones y actrices”. El ejemplo lo daba, por supuesto, el rey. Felipe IV -a quien Lope de Vega llamó “Apolo español”- había sido desde adolescente fanático del teatro. Durante años asistió a su corral preferido, el de la Cruz, a uno de cuyos “aposentos” llegaba por pasadizo y con disfraz. Allí conoció a la actriz María Inés Calderón, la calderona, célebre por su gracia y su voz, a la que convirtió en su favorita.

Pero el ardor del rey por el teatro no se satisfacía asistiendo de vez en cuando al corral de la Cruz. Por eso, al construir el palacio del Buen Retiro, mandó disponer un vasto salón para sus propias representaciones teatrales. Tampoco esto le bastó. Por lo cual en 1639 hizo edificar el Coliseo del Buen Retiro, más amplio que los corrales públicos, techado como los teatros actuales y con un escenario diseñado por arquitectos y escenógrafos italianos, como Baccio y Cosme Loti. Este ideó las más complicadas maniobras de tramoya, haciendo aparecer y desparecer -ante los ojos atónitos del público- palacios encantados, grutas misteriosas, volcanes en erupción. Como el rey y sus cortesanos daban preferencia a lo espectacular, al correr de los años lo visual empezó a predominar sobre el texto dramático, que a veces fue un simple pretexto para efectos escenográficos.

Esto no ocurría en los modestos corrales, en los que prevalecía en toda su fuerza el texto teatral. Era lo mismo que había sucedido en el teatro isabelino de Inglaterra, en que bastaba que Shakespeare dijera: “Este es el bosque de Arden” para que el público lo viera con nitidez.

La Vida es Sueño

La otra cumbre dramática de Calderón -la que yo prefiero- es la antípoda del Alcalde, La Vida es Sueño. Recuerdo haberlo visto en Madrid hará quince años, en una representación excelente. Su protagonista -el príncipe Segismundo- era encarnado por el actor Francisco Rabal, de físico corpulento y una notable voz de barítono. Para mí, el personaje de Segismundo es el único comparable en el teatro español al Hamlet de Shakespeare. Sólo que en vez de ser un individuo reflexivo -que se pregunta “Ser o no ser”- tiene la confusión entre el sueño y la vigilia:

“¿Qué quizás soñando estoy aunque despierto me veo? No sueño, pues toco y creo. Lo que he sido y lo que soy…”

Pero la más aguda y penetrante adivinación de la comedia está en el momento en que Segismundo en la prisión sigue soñando con aquella realidad del palacio, que después creerá que es sueño sin que en ningún momento advierta dónde acaba un mundo y empieza otro. La Vida es Sueño data de 1635 y la poderosa intuición del poeta queda bien clara con estas fechas. Dinamismo, retorsión, violencia. Notemos en La Vida es Sueño, desde el comienzo, cómo aparecen los motivos del “caballo hipogrifo” de Rosaura, que corre como el “viento”. La arquitectura de la prisión de Segismundo parece

“a las plantas de tantas rocas y de peñas tantas que al sol tocan la lumbre, peñasco que ha rodado de la cumbre”.

Segismundo, rebelde contra el cielo, quería ser gigante

“que para quebrar al sol esos vidrios y cristales sobre cimientos de piedra pusiera montes de jaspe”.

Al nacer el príncipe

“el sol en su sangre tinto entraba sañudamente con la luna en desafío y siendo valla la tierra, a la luz entera luchaban ya que no a brazo partido”.

Pero claro está, el dinamismo esencial del drama se halla en su misma acción, en su protagonista en su reacción ante la vida, en su violenta contención. La acción de La Vida es Sueño comienza al atardecer. Notemos la técnica del claroscuro. La oscuridad nace del fondo de la prisión de Segismundo, cuya “boca funesta” abierta está:

“desde su centro nace la noche, pues la engendra dentro”

Tonos oscuros, como en la pintura de Ribera. El hombre que habita la prisión -Segismundo- está acompañado de una lumbre:

“que hace más tenebrosa la oscura habitación con luz dudosa”

Contrastes de otro orden los hay en la misma esencia de la trama: la torre, la prisión, las cadenas, el palacio del Rey de Polonia, y sobre todo el sueño y la realidad. Al nacer el príncipe, parece desarrollarse una lucha cósmica barroca, en que el mundo parece padecer una catástrofe:

“los cielos oscurecieron, temblaron los edificios, llovieron piedras las nubes corrieron sangre los ríos”

Lo hiperbólico, lo desmesurado, asoman constantemente en La Vida es Sueño.

Segismundo tiene “monstruosos brazos, es a la vez hombre y fiera”. El es el protagonista y las otras figuras sólo importan en función de él. Así aparece la teoría del libre albedrío, esencia de La Vida es Sueño.

Don Pedro Calderón de la Barca nació en Madrid el 17 de enero de 1600, hace cuatrocientos años. En el Colegio Imperial de los Jesuitas estudió humanidades. En 1614 se matricula en Alcalá y luego en Salamanca para cursar Cánones y Derecho. Escribe su primera comedia en 1623, viaja a Italia y Flandes.

Luego entra al servicio del Duque de Frías. Se convierte en dramaturgo oficial de las fiestas de la corte y estrena casi todas sus comedias en el teatro del Palacio Real. En esta época, el rey le concede el Hábito de Santiago. A partir de 1637 desarrolla una intensa actividad militar, interviniendo en el sitio de Fuenterrabía, y en la guerra de Cataluña, donde fue herido. Se retira de la vida militar y entra al servicio de los duques de Alba. A los 51 años se ordena sacerdote, continuando con una activa vida de dramaturgo. El 20 de mayo de 1681 redacta Calderón su testamento, en el que puede leerse: "Hallándome sin más cercano peligro e la vida misma y en mi entero cabal juicio..." Cinco días más tarde moría en la festividad de Pentecostés. 

Aunque en sus años mozos Calderón estuvo envuelto en aventuras y lances de cuchilladas, no podemos comparar su biografía con la mucho más azarosa del Fénix de los Ingenios, fray Lope Félix de la Vega Carpio. O como dice Menéndez Pelayo, sigue siendo la popularidad de Lope más "ruidosa", y la de Calderón más honda y duradera.  

La poesía del Calderón

Mundo

Y para que no les falten
Las galas y adornos juntos,
Para vestir los papeles
Tendré prevenido a unto
Al que hubiere de hacer rey,
Púrpura y laural augusto;
Al valiente capitán,
Armas, valores y triunfos;
Al que ha de hacer el ministro,
Libros, escuelas y estudios.
Al religioso, obediencias;
Al facineroso, insultos;
Al noble le daré honras,
Y libertades al vulgo.
Al labrador, que a la tierra
Ha de hacer fértil a puro
Afán, por culpa de un necio,
Le daré instrumentos rudos.
A la que hubiera de hacer
La dama, le daré sumo
Adorno en las perfecciones,
Dulce veneno de muchos.
Sólo no vestiré al pobre
Porque es papel de desnudo,
Porque ninguno después
Se queje de que no tuvo
Para hacer bien su papel
Todo el adorno que pudo,
Pues el que bien no lo hiciere
Será por defecto suyo,
No mío. Y pues que ya tengo
Todo el aparato junto,
¿venid, mortales, venid
A adornaros cada uno
Para que representéis
En el teatro del mundo!
(El gran teatro del mundo, III, 206-207)

Mundo
¡Corta fue la comedia! Pero ¿cuándo
No lo fue la comedia desta vida,
Y más para el que está considerando
Que toda es una entraña, una salida?
Ya todos el teatro van dejando,
A su primer materia reducida
La forma que tuvieron y que gozaron.
Polvo salgan de mí, pues polvo entraron.
Cobrar quiero de todos, con cuidado,
Las joyas que les di con que adornasen
La representación en el tablado,
Pues sólo fue mientras representasen.
Pondréme en esta puerta, y, avisado,
Haré que mis umbrales no traspasen
Sin que dejen las galas que tomaron.
Polvo salgan de mí, pues polvo entraron.
(El gran teatro del mundo, III. 218)

Angela
Mi intento fue el quererte,
Mi fin amarte, mi temor perderte,
Mi miedo asegurarte,
Mi vida obedecerte, mi alma hallarte,
Mi deseo servirte
Y mi llanto, en efecto, persuadirte
Que mi daño repares,
Que me valgas, me ayudes y me ampares
(La dama duende, II, 271)

Crespo
Con mi hacienda,
Pero con mi fama no,
Al rey la hcienda y la vida
Se ha de dar; pero el honor
Es patrimonio del alma,
Y el alma sólo es de Dios.
(El alcalde de Zalamea, I, 549)

Segismundo
Sueña el rico en su riqueza,
Que más cuidados le ofrece;
Sueña el pobre que padece
Su miseria y su pobreza;
Sueña el que a medrar empieza,
Sueña el que afana y pretende,
Sueña el que agravia y ofende;
Y en el mundo, en conclusión,
Todos sueñan lo que son
Aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
De estas prisiones cargado,
Y soñé que en otro estado
Más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí,
¿Qué es la vida? Una ilusión,
Una sombra, una ficción,
Y el mayor bien es pequeño;
Que toda la vida es sueño
Y los sueños sueños son.
(La vida es sueño)


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