Muchas veces hemos oído que el cristianismo no es solo una doctrina, no es un modo de comportarse, no es una cultura. Sí, es todo eso, pero antes y más importante es un encuentro. Una persona es cristiana porque ha encontrado a Jesucristo, se ha dejado “encontrar por Él”. Y este pasaje del Evangelio de Lucas nos relata un encuentro, el modo de entender bien cómo actúa el Señor, cómo debe ser nuestro modo de obrar. Hemos nacido con una semilla de inquietud. Dios lo quiso así: inquietud de encontrar plenitud, inquietud de encontrar a Dios, muchas veces incluso sin saber que tenemos esa inquietud. Nuestro corazón está inquieto, nuestro corazón tiene sed: sed del encuentro con Dios. Lo busca, muchas veces por caminos equivocados: se pierde, luego vuelve, lo busca… Y, por otra parte, Dios tiene sed del encuentro, hasta tal punto que envió a Jesús para encontrarnos, para salir al encuentro de esa inquietud.

¿Y cómo actúa Jesús? En esta parte del Evangelio (cfr. Lc 24,13-35) vemos bien que respeta nuestra situación, no se adelanta. Solo, alguna vez, con los testarudos…, pensemos en Pablo, cuando lo tira del caballo. Pero habitualmente va lentamente, respetuoso de nuestros tiempos. Es el Señor de la paciencia. ¡Cuánta paciencia tiene el Señor con cada uno de nosotros! El Señor camina junto a nosotros.

Como hemos visto aquí con estos dos discípulos, escucha nuestras inquietudes –¡las conoce!– y en cierto momento nos dice algo. Al Señor le gusta oír cómo hablamos, para entendernos bien y dar la respuesta correcta a esa inquietud. El Señor no acelera el paso, va siempre a nuestro paso, muchas veces lento, pero su paciencia es así. Hay una antigua regla de los peregrinos que dice que el auténtico peregrino debe andar al paso de la persona más lenta. Y Jesús es capaz de eso, lo hace, no acelera, espera que demos el primer paso. Y cuando es el momento, nos hace la pregunta. En este caso es claro: “¿De qué habláis?” (cfr. v.17), se hace el ignorante para hacernos hablar. Le gusta que le hablemos, le gusta oírnos, le gusta que charlemos así. Para escucharnos y responder nos hace hablar, como si fuese ignorante, pero con mucho respeto. Y luego responde, explica lo que sea necesario. Aquí nos dice: «¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras» (v. 26). Explica, lo aclara.

Yo confieso que tengo curiosidad de saber cómo Jesús lo explicó, para hacer lo mismo. Fue una catequesis lindísima. Y luego, el mismo Jesús que nos ha acompañado, que se nos ha acercado, simula seguir adelante para ver la medida de nuestra inquietud: “No, ven, ven, quédate un poco con nosotros” (v. 29). Así se da el encuentro. Pero el encuentro no es solo el momento de partir el pan, sino todo el camino. Encontramos a Jesús en la oscuridad de nuestras dudas. Y también en la duda fea de nuestros pecados, Él está ahí para ayudarnos en nuestras inquietudes. Está siempre con nosotros.

El Señor nos acompaña porque desea encontrarnos. Por eso decimos que el núcleo del cristianismo es un encuentro: el encuentro con Jesús. ¿Por qué eres cristiano? ¿Por qué eres cristiana? Y mucha gente no sabe decirlo. Algunos, por tradición, pero otros no saben decirlo: porque han encontrado a Jesús, pero no se han dado cuenta de que era un encuentro con Jesús. Jesús siempre nos busca, siempre. Y nosotros tenemos nuestra inquietud. En el momento en que nuestra inquietud encuentra a Jesús, ahí comienza la vida de la gracia, la vida de la plenitud, la vida del camino cristiano.

Que el Señor nos conceda a todos esa gracia de encontrar a Jesús todos los días, de saber, de conocer que Él camina con nosotros en todos nuestros momentos. Es nuestro compañero de peregrinación.


Fuente: Almudi.org

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