Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy abordamos la bienaventuranza que dice: «Felices los mansos, porque ellos heredarán la tierra» (Mt 5,4). Cuando decimos que una persona es “mansa” nos referimos a que es dócil, suave, afable, a que no es violenta ni colérica. La mansedumbre se manifiesta sobre todo en los momentos de conflicto, cuando estamos “bajo presión”, cuando somos atacados, ofendidos, agredidos. Nuestro modelo es Jesús, que vivió cada momento, especialmente su Pasión, con docilidad y mansedumbre.
Esta bienaventuranza afirma también que los mansos “heredarán la tierra”. No la poseen ni la conquistan, la heredan. Esta tierra es una promesa y un don para el Pueblo de Dios. Esta “tierra” es el Cielo, hacia donde caminamos como discípulos de Cristo, promoviendo la paz, la fraternidad, la confianza y la esperanza.
También podemos considerar lo contrario de vivir esta bienaventuranza y preguntarnos acerca del pecado de la ira. La ira es lo contrario de la mansedumbre. En un momento de cólera, de ira, se puede destruir todo lo que se ha construido; cuando se pierde el control, se olvida lo realmente importante, y esto puede arruinar la relación con un hermano, muchas veces sin remedio. En cambio, la mansedumbre conquista los corazones, salva las amistades, hace posible que se sanen y reconstruyan los lazos que nos unen con los demás.
Fuente: Vaticano