2 de agosto de 2017

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hubo un tiempo en el cual las iglesias estaban orientadas hacia el este. Se entraba en el edificio sagrado por una puerta abierta hacia occidente y, caminando por la nave central, se dirigía hacia oriente. Era un símbolo importante para el hombre antiguo, una alegoría que a lo largo de la historia ha decaído progresivamente. Nosotros, hombres de la época moderna, mucho menos acostumbrados a percibir los grandes signos del cosmos, casi nunca nos damos cuenta de semejante particular. El occidente es el punto cardinal del ocaso, donde muere la luz. El oriente, en cambio es el lugar donde las tinieblas son vencidas por la primera luz de la aurora y nos recuerda a Cristo, Sol surgido desde lo alto en el horizonte del mundo (cf Lucas 1, 78).

Los antiguos ritos del Bautismo preveían que los catecúmenos emitiesen la primera parte de su profesión de fe teniendo la mirada hacia occidente. Y en aquella pose eran interrogados: «¿Renunciáis a Satanás, a su servicio y a sus obras?» — Y los futuros cristianos repetían en coro: «¡Renuncio!». Luego se dirigía hacia el ábside, en dirección a oriente, donde nace la luz, y los candidatos al Bautismo eran interrogados de nuevo: «¿Creéis en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo?». Y esta vez respondían: «¡Creo!».

En los tiempos modernos se ha perdido en parte la fascinación de este rito: hemos perdido la sensibilidad ante el lenguaje del cosmos. Naturalmente ha permanecido la profesión de fe, hecha según la interrogación bautismal, que es propia de la celebración de algunos sacramentos. La cual permanece intacta en su significado. ¿Qué quiere decir ser cristianos? Quiere decir mirar a la luz, continuar a hacer la profesión de fe en la luz, incluso cuando el mundo está envuelto por la noche y las tinieblas.

Los cristianos no están exentos de las tinieblas, externas e internas. No viven fuera del mundo, pero, por la gracia de Cristo recibida en el Bautismo, son hombres y mujeres «orientados»: no creen en la oscuridad, sino en la claridad del día; no sucumben a la noche, sino que esperan la aurora; no son derrotados por la muerte, sino que anhelan el resurgir; no están plegados por el mal, porque confían siempre en las infinitas posibilidades del bien. Y esta es nuestra esperanza cristiana. La luz de Jesús, la salvación que nos lleva a Jesús con su luz y que nos salva de las tinieblas.

Nosotros somos quienes creen que Dios es Padre: ¡esta es la luz! No somos huérfanos, tenemos un Padre y nuestro Padre es Dios. Creemos que Jesús descendió en medio de nosotros, caminó en nuestra misma vida, haciéndose compañero sobre todo de los más pobres y frágiles: ¡esta es la luz! Creemos que el Espíritu Santo obra sin descanso por el bien de la humanidad y del mundo, e incluso los dolores más grandes de la historia serán superados: ¡esta es la esperanza que nos despierta cada mañana! Creemos que cada ser querido, cada amistad, cada buen deseo, cada amor, incluso los más pequeños y descuidados, un día encontrarán su cumplimiento en Dios: ¡esta es la fuerza que nos empuja a abrazar con entusiasmo nuestra vida de todos los días! Y esta es nuestra esperanza: vivir en la esperanza y vivir en la luz, en la luz de Dios Padre, en la luz de Jesús Salvador, en la luz del Espíritu Santo que nos empuja a seguir adelante en la vida.

Luego hay otro signo muy bonito de la liturgia bautismal que nos recuerda la importancia de la luz. Al finalizar el rito, a los padres —si es un niño— o al mismo bautizado —si es adulto— se le entrega una vela, cuya llama se enciende del cirio pascual. Se trata del gran cirio que en la noche de Pascua entra en la iglesia completamente a oscuras, para manifestar el misterio de la Resurrección de Jesús; de ese cirio todos encienden la propia vela y transmiten la llama a los que están cerca: en ese signo está la lenta propagación de la Resurrección de Jesús en las vidas de todos los cristianos. La vida de la Iglesia — diré una palabra un poco fuerte es contaminación de luz. Cuanta más luz de Jesús tenemos nosotros cristianos, cuanta más luz de Jesús hay en la vida de la Iglesia, más está viva ésta. La vida de la Iglesia es contaminación de luz.

La exhortación más bella que podemos hacernos unos a otros es la de recordarnos nuestro Bautismo. Yo querría preguntaros: ¿cuántos de vosotros se acuerdan de la fecha del propio Bautismo? ¡No respondáis porque alguno sentirá vergüenza! Pensad y si no la recordáis, hoy tenéis deberes para hacer en casa: ve a tu mamá, a tu papá, a tu tía, a tu tío, a tu abuela, abuelo y pregúntales: «¿Cuál es la fecha de mi Bautismo?». ¡Y no la olvidéis nunca más! ¿Está claro? ¿Lo haréis? El compromiso de hoy es aprender o recordar la fecha del Bautismo, que es la fecha del renacimiento, es la fecha de la luz, es la fecha en la cual —me permito una palabra— en la cual hemos sido contaminados por la luz de Cristo. Nosotros hemos nacido dos veces: la primera en la vida natural, la segunda, gracias al encuentro con Cristo en la fuente bautismal. Allí hemos muerto a la muerte, para vivir como hijos de Dios en este mundo. Allí nos hemos vuelto humanos como nunca habríamos imaginado. He aquí por qué todos debemos difundir el perfume del Crisma con el que hemos sido señalados el día de nuestro Bautismo. En nosotros vive y obra el Espíritu de Jesús, primogénito de muchos hermanos, de todos los que se oponen a la ineluctabilidad de la tiniebla y de la muerte.

Qué gracia cuando un cristiano se convierte verdaderamente en un «cristo-foro», es decir ¡«portador de Jesús» por el mundo! Sobre todo por quienes están atravesando situaciones de luto, de desesperación, de tinieblas y de odio. Y esto se entiende a través de muchos pequeños detalles particulares: por la luz que un cristiano custodia en sus ojos, por el fondo de serenidad que no queda mermado ni siquiera en los días más complicados, por las ganas de querer bien incluso cuando se sufren muchas desilusiones. En el futuro, cuando se escriba la historia de nuestros días, ¿qué se dirá de nosotros? ¿Que hemos sido capaces de esperanza, o que hemos ocultado nuestra luz? Si seremos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza, el Bautismo es el inicio de la esperanza, la esperanza de Dios y podremos transmitir a las generaciones futuras razones de vida.


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica.

Los invito a recordar su Bautismo, la fecha de su Bautismo, y a ser luz de Cristo para los demás, siendo portadores de la vida nueva recibida en el Bautismo, para que los que sufren y los descartados de la sociedad puedan percibir a través de nuestro testimonio de vida la claridad de la esperanza en Cristo.

Muchas gracias.


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