Los discípulos eran pescadores: Jesús les había llamado precisamente en el trabajo. Andrés y Pedro estaban trabajando con las redes. Dejaron las redes y siguieron a Jesús (cfr. Mt 4,18-20). Juan y Santiago, lo mismo: dejaron a su padre y a los compañeros que trabajaban con ellos y siguieron a Jesús (cfr. Mt 4,21-22). La llamada fue justo en su oficio de pescadores. Y este pasaje del Evangelio de hoy, este milagro, de la pesca milagrosa nos hace pensar en otra pesca milagrosa, la che cuenta Lucas (cfr. Lc 5,1-11): también allí pasó lo mismo. Tuvieron pesca, cuando pensaban que no tenían. Después de predicar, Jesús les dijo: “Remad mar adentro. ¡Pero hemos bregado toda la noche y no hemos pescado nada!”. “Id”. “Por tu palabra –dijo Pedro– echaré las redes”. Y fue tanta la cantidad –dice el Evangelio– que “quedaron asombrados” (cfr. Lc 5,9), por ese milagro. Hoy, en esta otra pesca no se habla de asombro. Se ve una cierta naturalidad, se ve que ha habido un progreso, un camino andado en el conocimiento del Señor, en la intimidad con el Señor; yo diré la palabra justa: en la familiaridad con el Señor. Cuando Juan vio esto, dijo a Pedro: “Es el Señor”, y Pedro se vistió, se echó al agua para ir al Señor (cfr. Jn 21,7). La primera vez, se arrodilló ante Él: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (cfr. Lc 5,8). Esta vez no dice nada, es más natural. Nadie pregunta: “¿Quién eres?”. Sabían que era el Señor, era natural el encuentro con el Señor. La familiaridad de los apóstoles con el Señor había crecido.
También los cristianos, en el camino de nuestra vida estamos en camino, progresando en familiaridad con el Señor. El Señor, podría decirse, está un poco “a mano”, pero “a mano” porque camina con nosotros, conocemos que es Él. Nadie le preguntó, aquí, “¿quién eres?”: sabían que era el Señor. La del cristiano es una familiaridad cotidiana con el Señor. Y seguramente desayunaron juntos, con el pescado y el pan, seguramente hablaron de tantas cosas con naturalidad.
Esta familiaridad de los cristianos con el Señor es siempre comunitaria. Sí, es íntima, es personal, pero en comunidad. Una familiaridad sin comunidad, una familiaridad sin el Pan, una familiaridad sin la Iglesia, sin el pueblo, sin los sacramentos es peligrosa. Puede acaban en familiaridad –digamos– gnóstica, una familiaridad solo para mí, separada del pueblo de Dios. La familiaridad de los apóstoles con el Señor siempre era comunitaria, siempre en la mesa, signo de comunidad. Siempre era con el Sacramento, con el Pan.
Digo esto porque alguno me ha hecho pensar en el peligro que este momento que estamos viviendo, esta pandemia que ha hecho que todos nos comuniquemos también religiosamente a través de los medios, a través de los medios de comunicación, incluso esta Misa, estamos todos comunicados, pero no juntos, espiritualmente juntos. El pueblo es pequeño. Hay un gran pueblo: estamos juntos, pero no juntos. También el Sacramento: hoy lo tenéis, la Eucaristía, pero la gente que está conectada con nosotros, solo la comunión espiritual. Y esa no es la Iglesia: esa es la Iglesia en una situación difícil, que el Señor permite, pero el ideal de la Iglesia es siempre con el pueblo y con los sacramentos. Siempre.
Antes de la Pascua, cuando salió la noticia de que yo celebraría la Pascua en San Pedro vacía, me escribió un obispo –un buen obispo– y me reprochó. “Pero, ¿cómo? Es tan grande San Pedro, ¿por qué no mete a 30 personas al menos, para que se vea gente? No habrá peligro…”. Yo pensaba: “¿Pero este qué tiene en la cabeza para decirme esto?”. No entendía en el momento. Pero como es un buen obispo, muy cercano al pueblo, algo querrá decirme. Cuando lo vea se lo preguntaré. Luego lo comprendí. Él me decía: “Esté atento a no viralizar la Iglesia, a no viralizar los sacramentos, a no viralizar al pueblo de Dios. La Iglesia, los sacramentos, el pueblo de Dios son concretos”. Es verdad que en este momento debemos tener esta familiaridad con el Señor de este modo, pero para salir del túnel, no para quedarnos en él. Y esa es la familiaridad de los apóstoles: no gnóstica, no viralizada, no egoísta para cada uno de ellos, sino una familiaridad concreta, en el pueblo. La familiaridad con el Señor en la vida cotidiana, la familiaridad con el Señor en los sacramentos, en medio del pueblo de Dios. Ellos hicieron un camino de madurez en la familiaridad con el Señor: aprendamos nosotros a hacerlo también. Desde el primer momento, estos entendieron que la familiaridad era distinta de lo que imaginaban, y llegaron a esto. Sabían que era el Señor, lo compartían todo: la comunidad, los sacramentos, el Señor, la paz, la fiesta.
Que el Señor nos enseñe esta intimidad con Él, esta familiaridad con Él, pero en la Iglesia, con los sacramentos, con el santo pueblo fiel de Dios.
Fuente: Almudi.org