"Ha sido de gran profundidad el vinculo espiritual establecidoe ntre nosotrs durante todo el curso de estos primeros años de mi pontificado. Su presencia discreta y su oración por la iglesia cosntituye un gran apoyo y un gran consuelo en mi misión", señala el Papa Francisco en su porólogo.
Es oportuna esta amplia biografía de mi antecesor Benedicto XVI: ofreciendo una visión de conjunto de su vida y del desarrollo de su pensamiento, es una presentación confiable y equilibrada.
En la Iglesia, todos tenemos una gran deuda de reconocimiento con Joseph Ratzinger —Benedicto XVI— a raíz de la profundidad y el equilibrio de su pensamiento teológico, siem-pre vivido en servicio a la Iglesia, hasta las responsabilidades más elevadas de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante el largo pontificado de Juan Pablo II, y luego siendo pastor universal. Su fe y su cultura constituyeron un aporte esencial al magisterio de la Iglesia, capaz de responder a las expectativas de nuestro tiempo, sobre todo en el curso de las últimas tres décadas. Además, el valor y la determinación con que enfrentó situaciones difíciles mostraron el camino para responder ante ellas con humildad y veracidad, y con espíritu de renovación y purificación.
Pero sobre todo ha sido de gran profundidad el vínculo espiritual establecido entre nosotros durante todo el curso de estos primeros años de mi pontificado. Su presencia discreta y su oración por la Iglesia constituyen un gran apoyo y un gran consuelo en mi misión.
Recuerdo a menudo su última audiencia con los cardenales, el 28 de febrero de 2013, inmediatamente antes de dejar el Vaticano, en la cual pronunció estas palabras tan emocionantes: “Entre vosotros está el futuro Papa, a quien hoy ya prometo mi incondicional reverencia y obediencia”. No podía imaginar que estarían destinadas a mí. En cada uno de nuestros encuentros, pude experimentar no sólo el respeto y la obediencia, sino también una proximidad espiritual llena de afecto, la alegría de rezar juntos, una verdadera fraternidad, comprensión y amistad, así como su disponibilidad para darme consejos. ¿Quién mejor que él puede comprender las alegrías y las dificultades del servicio de la Iglesia universal y del mundo actual, y estar espiritualmente cerca de quien es llamado por el Señor a llevar la carga? Así, su oración es para mí especialmente preciosa, y su amistad apreciable.
La presencia simultánea de un Papa emérito y un Papa en funciones es una novedad en la Iglesia. Como ellos se estiman, es una novedad feliz. Expresa de manera especialmente evidente la continuidad del ministerio petrino, sin interrupción, como los eslabones de una misma cadena, sellados por el amor. El pueblo santo de Dios en camino lo comprendió muy bien. En cada oportunidad en que el Papa emérito, respondiendo a mi invitación, apareció en público y pude abrazarlo delante de todo el mundo, la alegría y los aplausos de las personas presentes fueron intensos y sinceros.
Tengo mucha gratitud por el Papa Benedicto XVI, dada su buena disposición para participar en el Jubileo de la Misericordia, donde atravesó la Puerta Santa inmediatamente a continuación mía. En una de sus recientes intervenciones (en L’Osservatore Romano del 17 de marzo de 2016), reconoce como “señal de los tiempos” el hecho de que “la idea de una misericordia de Dios sea cada vez más central y predominante” y que “el hombre moderno esté en espera de misericordia”. Es así como demuestra una vez más y de manera sumamente clara que el amor misericordioso de Dios es el hilo conductor íntimo de estos últimos pontificados, el mensaje más urgente que la Iglesia debe llevar al exterior, hasta las periferias de un mundo marcado por los conflictos, las injusticias y el desprecio a las personas humanas. A través de todas las formas de evolución natural de las situaciones y las personas, la misión de la Iglesia y el servicio de Pedro siempre son anuncio del amor misericordioso de Dios al mundo. Toda la vida, el pensamiento y la obra de Joseph Ratzinger han tenido ese objetivo, y con la ayuda de Dios, yo prosigo en mis esfuerzos en la misma dirección.