El cerebro no piensa, pero, como destaca N. Chomsky, prepara "la realización física de la vida mental".

Th. Dobzhansky, gran investigador y pensador que hizo aportes fundamentales en el tema de la evolución, afirmaba: “Sin duda, la mente humana separa claramente a nuestra especie de los animales no humanos (…). La autoconciencia humana obviamente difiere en gran medida de todo rudimento de mente que pueda estar presente en los animales no humanos. La magnitud de la diferencia tiene relación con el tipo y no con el grado. A raíz de esta diferencia originaria, la humanidad llegó a ser un producto extraordinario y único de la evolución biológica” [1]. Con esa afirmación seria e indiscutible, se confirmaba definitivamente la verdad del Homo sapiens, un hombre en relación con el cual puede afirmarse con certeza que un aspecto en particular merece seria atención: la relación entre cerebro y mente. En un esmerado estudio sobre la arquitectura del cerebro, L. W. Swanson llegaba a la siguiente conclusión: “La corteza cerebral es la coronación gloriosa de la evolución. Es la parte del sistema nervioso responsable del pensar. (…) Es el órgano del pensamiento”. Y más adelante, después de destacar que “la actual organización de las conexiones intracerebrales puede rebasar en gran medida los límites de la comprensión humana”, señalaba: “Los hemisferios cerebrales parecen constituir una unidad integrada que desde el punto de vista funcional es responsable de la elaboración del conocimiento y la transmisión de influjos cognitivos a los sistemas motores, sensorios y de comportamiento” [2]. Sin embargo, W. R. Stoeger señalaba justamente en la introducción de un extenso trabajo sobre el problema mente-cerebro: “Al menos en nuestro nivel de comprensión del cerebro y sus procesos –numerosos y detallados como son– no conocemos todavía el modo de correlación entre mente y cerebro[3]. En realidad, el cerebro humano adulto, de aproximadamente 1.300 gramos, constituido por alrededor de cien mil millones de neuronas, de las cuales 30 mil millones se encuentran en la corteza cerebral distribuidas en 100.000 tipos distintos [4], cada uno de los cuales contribuye a diversos aspectos de la vida mental, no piensa, sino prepara, como destaca N. Chomsky, “la realización física de la vida mental” [5].

En este proceso, es esencial la arquitectura y la actividad de la neocorteza, cuyas funciones en el sujeto humano son las siguientes: la ejecución de las tareas motoras, la expresión de las emociones, el uso de la palabra y un activo desarrollo mental propio de la especie humana. Es un instrumento extraordinario, constituido por partes construidas, elaboradas y ordenadas de acuerdo con un proyecto escrito en el ADN propio de cada individuo, que se desempeña gradualmente con el desarrollo y el crecimiento del sujeto mismo. Es un órgano esencial de la persona humana, sumamente perfeccionado, que recibe, registra y memoriza.

Con todo, W. R. Stoeger, en un conciso análisis filosófico sobre el problema cerebro-mente, subrayaba: “Sabemos que la materia es necesaria para la experiencia mental y espiritual; pero también sabemos que lo que comprendemos y conocemos sobre la materia neurológicamente organizada no es suficiente para explicar la manifestación de lo mental y lo espiritual[6]. A partir de una cuidadosa reflexión se manifiesta con evidencia la presencia de una energía de la mente, constituida por dos fuerzas no materiales, sino espirituales: inteligencia que piensa, y voluntad que elige y decide. Justamente C. M. Streeter afirmaba: “El cerebro no es la mente. El cerebro es la infraestructura fisiológica de la mente. (…). A partir de los continuos descubrimientos científicos sobre las funciones del cerebro, tal vez hemos tenido por primera vez una modesta explicación inicial de cómo funciones empíricas corresponden precisamente al espíritu humano” [7].

La misteriosa aparición de la palabra en la especie humana resulta ser en realidad un hecho extraordinario: es el medio de la comunicación del pensamiento elaborado por la mente a través de una intensa y ordenada actividad cerebral. Mente y conciencia son los dos factores característicos esenciales que separan claramente a la especie Homo sapiens de todo el resto del mundo animal. Mente, energía que piensa, reflexiona y se expresa mediante un lenguaje comprensible, inmensamente desarrollado y extraordinariamente guiado por la actividad de miles de millones de neuronas que funcionan ordenadamente sin apoyo en el cerebro. Conciencia, reflexión que examina lo que la mente expresa para juzgar su valor: bien o mal. “Ante la revelación de las estructuras del cerebro humano, que se desarrollan gradualmente como instrumento indispensable para permitir a la persona humana elaborar y expresar los productos de su mente y elegir y ejecutar sus propias decisiones, no puede estar ausente la percepción del gozo de un privilegio especial otorgado a la especie Homo sapiens[8].

Esplendor y sombras del cerebro humano

La constitución esencial de un cerebro humano adulto es la estructura crítica para el aprendizaje y la formación de la memoria. Es una verdadera “selva” con alrededor de 100.000 tipos de neuronas, cada uno de los cuales contribuye a distintos aspectos de la vida mental [9], alimentada por una densa red de capilares sanguíneos, de los cuales recibe oxígeno y glucosa con un flujo rigurosamente controlado. Con todo, es una selva claramente estructurada en las llamadas organizaciones topológicas tridimensionales, la principal de las cuales es la corteza cerebral, lámina circundante de aproximadamente 1.000 centímetros cuadrados, 35 centímetros de diámetro y entre 2 y 3 milímetros de grosor, constituida por seis capas de células, cada uno de los cuales emite y recibe señales específicas, con una densidad en general de alrededor de 100.000 células por milímetro cuadrado. Es ésta, en realidad, la población más importante; pero se agregan otras no menos importantes, cada una con propiedades y tareas características. Esta selva actualmente se recorre y explora con instrumentos sumamente refinados. El sistema cognitivo merece especial profundización y significado. Con evidente satisfacción, pero también con cierta preocupación, L. W. Swanson afirmaba en su cuidadoso estudio sobre la arquitectura del cerebro: “La corteza cerebral es (…) el órgano del pensamiento. ¿Puede acaso el órgano del pensamiento comprenderse a sí mismo? ¿Podremos alguna vez comprender la base física del pensamiento? (…) ¿Cuál es la biología de la conciencia? ¿A qué punto hemos llegado al menos en nuestros esfuerzos por comprender los substratos celulares del pensamiento?” [10]. Hoy es posible pensar que en el hombre la corteza cerebral, llamada isocórtex, está constituida por seis capas de neuronas, distinguibles en tres superestratos: 1) las capas supragranulares, que generan la red sumamente compleja de conexiones entre las áreas corticales, verosímilmente responsables del pensar, aprender y memorizar; 2) las capas infragranulares, que constituyen esencialmente la parte motriz de la corteza cerebral; 3) las proyecciones descendentes de las neuronas piramidales en las capas infragranulares. Precisamente, dada su complejidad, W. Swanson subrayaba: “La actual organización de las conexiones intracerebrales bien puede estar más allá de los límites de la comprensión humana”; pero señalaba como conclusión: “Los hemisferios cerebrales parecen formar una unidad integrada, que desde el punto de vista funcional es responsable de la elaboración del conocimiento y la transmisión de influjos cognitivos a los sistemas motores, sensorios y de comportamiento”. Tres observaciones merecen especial atención. La primera, destacada en un amplio estudio de D. Albright y colaboradores [11], demuestra que todavía estamos lejos de un conocimiento en profundidad sobre el estado de la actividad neuropsíquica mental, y presenta otras consideraciones que destacan la exigencia de una seria profundización de numerosos aspectos todavía problemáticos del cerebro humano. La segunda, entregada por un trabajo reciente de L. Cahill [12], que propone un análisis sintético del cerebro de los dos sexos en la última década, terminaba con la siguiente afirmación: “La existencia de grandes diferencias anatómicas entre el hombre y la mujer indica que el sexo influye en la forma de trabajar el cerebro”. Esta aseveración está confirmada por exámenes de la corteza cerebral de sujetos fallecidos, los cuales han demostrado que de las seis capas presentes en la misma, dos presentan más neuronas por unidad de volumen en las mujeres que en los hombres. Estos datos permitirán explorar si estas diferencias de número están o no en correlación con las capacidades cognitivas. La tercera es el paso decisivo dado por G. M. Edelman [13], Premio Nobel de Filosofía y Medicina, quien afirma que todos los conocimientos adquiridos hasta ahora demuestran que “el cerebro es el órgano de la conciencia”, es decir, “que toda tarea consciente implica la activación o destilación de partes muy grandes del cerebro” y “la memoria es el componente esencial de los mecanismos cerebrales generadores de conciencia”. Además, “con la conquista del lenguaje” [14] habría surgido en los seres humanos una conciencia de orden superior, seguida a su vez por el pensamiento, que emerge y se mantiene vivo “en su esplendor y su notable complejidad” [15]. La selección natural es lo que en un largo período de la evolución ha dado origen a este ser, el Hombre, cuyo pensamiento surge de la estructura y las interacciones de su cuerpo. La mente nace del cuerpo y su desarrollo; está radicada en el cuerpo, por lo cual es parte de la naturaleza.

El cerebro no piensa, pero, como destaca N. Chomsky [16], prepara “la realización física de la vida mental”. Son esenciales en este proceso la arquitectura y la actividad de la neocorteza cerebral, cuya función en el hombre es ejecutar tareas motoras, como son los movimientos músculo-esqueléticos y oculares, la expresión de las emociones y el uso de la palabra. Así, la parte anterior de la corteza cerebral, llamada corteza prefrontal, aumenta de tamaño en el curso del desarrollo evolutivo: es 3,5% en el gato, 7,5% en el perro, 10,5 % en el mono y alrededor de 30% en el hombre, sugiriendo este último dato su importancia fisiológica para un desarrollo mental ordenado y activo propio de la especie humana, inmensamente superior a todo cuanto ocurre en el desarrollo cerebral de los primates más evolucionados, los cuales, como lo demuestra un extenso trabajo de E. S. Savage-Rumbaugh [17], no logran aprender a pronunciar, ni siquiera sin conexión alguna, 250 palabras al cabo de muchos años de contacto permanente con sus guardianes. Estas breves alusiones a las conquistas de las neurociencias en continuo y rápido crecimiento demuestran, con absoluta evidencia, que el cerebro humano es un extraordinario instrumento constituido por partes construidas, elaboradas y ordenadas de acuerdo con un proyecto escrito en el ADN de cada individuo: plano-programa que se lleva a cabo gradualmente con el desarrollo y el crecimiento del sujeto mismo. Sin embargo, esta maravillosa estructura compleja que constituye el cerebro, órgano central y esencial de la persona humana, al examinarse con atención resulta ser ciertamente un instrumento sumamente perfeccionado, que recibe, registra y memoriza; pero, como se ha dicho, todavía no podemos conocer cómo es la correlación entre el cerebro y la mente.

El enigma de la mente

En su prefacio del volumen de Christof Kock [18], que define un libro excelente y fuera de lo común, el conocido investigador Francis Crick destaca claramente, refiriéndose al término conciencia, “que ésta constituye la principal interrogante no resuelta en la biología”. Es una observación justa, puesto que la conciencia es “la presencia de la mente en sí misma en el acto de captar y juzgar lo que está actualmente presente en la mente”. Pero la mente no es una estructura biológica. Con un lenguaje audaz, Fr. Crick y Ch. Kock concluían: “Vivimos en un momento único en la historia de la ciencia. Está al alcance de la mano la tecnología para descubrir y caracterizar de qué manera la mente subjetiva surge del cerebro objetivo. Los próximos años revelarán ser decisivos”.

Se impone una pregunta inmediata: ¿cómo puede brotar un pensamiento que es expresión de una mente subjetiva del cerebro objetivo, finísimo en su estructura biológica? En realidad, esta maravillosa estructura compleja que constituye el cerebro, órgano central y esencial de la persona humana, al examinarse con atención resulta ser un instrumento sumamente perfeccionado, instrumento que recibe, registra y memoriza; pero, como observa W. R. Stoeger [19], surge con evidencia la exigencia y la presencia de una energía llamada “mente”. Ante la revelación de las maravillosas estructuras del cerebro humano, que se desarrollan gradualmente como instrumento indispensable para hacer posible a la persona humana elaborar y expresar los productos de su mente y elegir y ejecutar sus propias decisiones, no puede estar ausente la percepción del goce de un privilegio especial otorgado a la especie Homo sapiens sapiens. Justamente C. M. Streeter, al formular una visión antropológica de las neurociencias, afirma: “El cerebro no es la mente. El cerebro es la infraestructura fisiológica de la mente. (…) Tal vez hemos tenido por primera vez, a partir de los descubrimientos científicos continuos de las funciones del cerebro, una modesta explicación inicial de cómo funciones empíricas corresponden propiamente al espíritu humano” [20].

De hecho, mente y conciencia son dos factores característicos esenciales que separan claramente a la especie “Hombre” de todo el resto del mundo animal. En realidad, el enigma de la mente y la conciencia, exclusivo de la especie humana, se resuelve en un nivel inmensamente superior al estrictamente biológico, que no obstante constituye en esto la base indispensable. Con fino sentido, G. Buzsàki, en un cuidadoso y amplio volumen sobre el cerebro humano, reconoce la grandeza y la importancia personal del mismo con estas sencillas y claras expresiones: “El cerebro humano es la maquinaria más complicada creada en la naturaleza. (…) La esperanza reside en que los nuevos conocimientos sobre el cerebro ofrezcan un mejor conocimiento de nosotros mismos” [21].


Notas

[1] TH. DOBZHANSKY, Genetics and the origin of species, Nueva York, 1917.
[2] L. W. SWANSON, Brain Architecture, Nueva York, Oxford University Press, 2003, 157, 165, 180.
[3] W. R. STOEGER, “The mind-brain problem, the laws of nature, and constitutive relationships”, en R. J. RUSSEL ET AL. (eds.), Neuroscience and Person, Berkeley (Ca), Vatican Observatory Foundation, 2002,129.
[4] Ver R. D. FIELDS, “The other half of the brain”, en Scientific American, 290 (2004), n. 4, 27-31.
[5] N. CHOMSKY, The Birth of the mind, Gary Marus, Basic Books, 2004, 71 ss.
[6] W. R. STOEGER, “The mind-brain problem…”, op. cit., 135
[7] C. M. STREETER, “Organism, Psyche, Spirit”, en Advances in Neuroscience, Proceedings of the ITEST Workshop, septiembre de 2002, St. Louis (Missouri), ITEST (Science) Press, 65.
[8] A. SERRA, “L’incanto del cervello e l’enigma della mente”, en Civ. Catt., 2008, IV, 218 y 236 s.
[9] Ver N. CHOMSKY, The birth of the mind, Gary Marus, Basic Books, 2004, 7.
[10] L. W. SWANSON, Brain Architecture, op. cit., 157.
[11] Ver TH. D. ALBRIGHT ET AL., “Neural Science: A century of progress and the mysteries that remain”, en Cell Review, Supplement to vol. 100, 18 de febrero de 2010, 1-55.
[12] Ver L. CAHILL, “His Brain, Her Brain”, en Scientific American, mayo de 2005, 11-29.
[13] Ver G. M. EDELMAN – G. TONONI, Un universo di coscienza. Come la materia diventa immaginazione, Turín, Einaudi, 2000.
[14] C. HOLDEN, “The origin of speech”, en Science 303 (2004), 1.3161.319.
[15] G. M. EDELMAN – G. TONONI, Un universo di coscienza..., op. cit., 249.
[16] Ver N. CHOMSKY, The birth of the mind, op. cit., 7.
[17] Ver E. S. SAVAGE-RUMBAUGH ET AL., «Language comprehension in ape and child», en Monogr. Soc. Res. Child Devel., 1993, 58.
[18] Ver CH. KOCK, La ricerca della coscienza. Una prospettiva neurobiologica, Turín, Utet, 2007.
[19] Ver W. R. STOEGER, “The mind-brain problem…”, op. cit., 135.
[20] C. M. STREETER, “Organism, Psyche, Spirit…”, op. cit., 65.
[21] G. BUZSAKI, Rhythms of the brain, Oxford, University Press, 2006, XI.

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